Cómo se lanzó la vacunación a docentes de riesgo en la provincia de Buenos Aires. Página/12 visitó el hospital “Gabriela Carriquiriborde” y charló con pacientes y trabajadores. Las ansiedades, las dudas y los planes para volver al aula. La indignación de los médicos por la campaña anti vacunas: “aparece una esperanza y tenemos que salir a pedir que por favor no la estropeen”, lamentan.
Casi todos piden que alguien les saque una foto para guardar el momento. Algunos se emocionan, lagrimean. Agradecen. También anteponen preguntas, dudas, temores. Queda claro que lo que está ocurriendo en el hospital Ioma de Temperley no significa, para ninguno de los que pasan por aquí, un trámite más. “Una señora recién se largó a llorar, mucho. Me asusté, ¡pensé que la había hecho doler! Después nos contó todo lo que había sufrido el año pasado por la pandemia, y entendimos el llanto”, cuenta a Página/12 el enfermero Jorge Pérez. Junto a su colega Yanina Sosa, son los encargados de aplicar la vacuna Sputnik V a los docentes de población de riesgo (por enfermedades preexistentes, por edad o por embarazo), el nuevo grupo que la provincia de Buenos Aires comenzó a vacunar esta semana como población de inmunización prioritaria, con la tercera tanda de dosis que llegó desde Rusia.
La clínica que lleva el nombre de la trabajadora de Ioma desaparecida Gabriela Carriquiriborde luce transformada en una entrada contigua a la guardia. Dos grandes gacebos instalados en el exterior reciben a los y las docentes que previamente se inscribieron en el sitio de internet o desde una aplicación, en diferentes postas. En la primera se confirman los datos, se les pide que firmen una declaración jurada sobre sus patologías de riesgo. Una vez que hay cinco personas con estos pasos dados, se avisa al vacunatorio, ya adentro de la clínica, que saquen un frasco del freezer. “Recién entonces, y no antes, no podemos correr riesgos de que se pierdan dosis”, aclara Yanina Wajda, secretaria de Dirección del hospital. Guardados en tres freezers a una temperatura que siempre debe mantenerse entre 18 y los 36 grados bajo cero, el tiempo de espera para el descongelado depende del clima. El día que fue Página/12 se establecieron 23 minutos.
Una vez vacunadas, las personas pasan a la última posta al aire libre. Allí deben esperar media hora y se los vuelve a entrevistar. Les preguntan si les duele la cabeza, o detrás de los ojos, si sienten ardor en la piel. Les dan el carnet de vacunación, les explican que les van a hacer un seguimiento por teléfono y mail, y que quedan registrados para recibir la segunda dosis. También se llevan una publicación de cuatro páginas con todo el detalle del “plan provincial público, gratuito y optativo contra covid-19”. Unas doce personas trabajan en esta “contingencia sanitaria”, entre adminiastrativos y vacunadores. Hasta el momento llegaron 250 dosis y se espera vacunar a un ritmo de 70 por día, desde las 8 hasta las 4 de la tarde.
“Yo me inscribí el 24 de diciembre, el primer día que se anunció que se abría el registro. Por lo que estuve charlando mientras esperaba, todos nos anotamos por ahí. Mi marido también es docente, se anotó más tarde y lo convocaron por mail para la semana que viene. Se ve que van llamando por orden, hoy nos tocó a los ansiosos”, se ríe Daniela Obredor. Es profesora de Geografía en secundarias de Lomas. “Es necesario, es la esperanza“, contesta cuando se le pregunta por los motivos de la ansiedad. “Soy docente y quiero volver al aula. Fue importante lo que hicimos el año pasado, cómo sostuvimos las clases. Pero ahora queremos volver al aula. Y si es con la vacuna, volvemos con otra tranquilidad”, asegura.
“La secundaria es un desafío, tenemos muchos grupos y muchas aulas. Cada escuela, además, es un mundo, aun dentro del mismo barrio, hay distinta ventilación, distinta cantidad de chicos. Entonces, todo eso se tiene que ir evaluando para saber cuánto, cómo. Pero siempre cuidados, no de cualquier modo”, evalúa la docente cuando se le pregunta por el cómo.
Daniela Obredor recuerda a su compadre muerto por covid al momento de recibir la vacuna. Foto: Enrique García Medina.
Daniela pasa en la charla de la risa a las lágrimas. “El primer trabajador del Same que falleció por covid fue Juan Lobel. El era mi compadre. Era docente y, de grande, se recibió de médico. Tenía cuatro hijos. Un tipo hermoso, muy comprometido. No puedo dejar de pensar, qué hubiera pasado si a él también le llegaba la vacuna“, se emociona.
Iván Zelaya ya pasó por todas las postas y está a punto de irse. Llegó con una prolija carpeta, con todas las fotocopias de la documentación respaldatoria que le pidieron en el mail con la convocatoria a vacunarse: DNI, recibo de sueldo, un servicio a su nombre para certificar domicilio. Da clases de Química y Física en un secundario que queda a tres cuadras de aquí, el N° 75, entre otras escuelas. Es hipertenso. El año pasado fue especialmente duro para él: “Me operé de los riñones, tuve covid, estuve veinte días en casa sintiéndome muy mal. Mi señora y mi hija también se contagiaron, pero por suerte más leve”, cuenta. “¿Cómo me siento ahora? La verdad, super cuidado, preservado. Me voy contento”, sonríe satisfecho.
“Quiero volver al aula”, asegura también. “Ya hablé con los directores y se los dije. Tengo que esperar la segunda dosis y la inmunización completa. Me dijeron que igual podría sacar una licencia, pero no la acepté. Confío en que me voy a poder volver a vacunar y trabajar. Hay que intentarlo. Es mi deseo después del año que pasamos”.
Él también se sacó la foto recibiendo la vacuna y la subió “al toque” a su estado de WhatsApp, además de mandarla a distintos grupos de docentes. No pasó ni media hora y ya le están llegando una cantidad de comentarios que lo sorprende, y que comparte. Hay de todo: Le preguntan cómo está. Si ya habla en ruso. Le trasladan preguntas, inquietudes. Lo felicitan. Alguien liga la decisión de vacunarse o no a una pertenencia partidaria. “Es lo que hay”, sonríe resignado. “Una tragedia de esta magnitud nos tendría que haber despabilado un poco más, ¿no te parece?”, concluye.
Raúl Sánchez es el director de “el Carriqui”. “Este hospital es especial porque comenzó a funcionar en medio de la pandemia, a mediados del año pasado, dando respuesta al pico de brote epidémico. Tuvimos muchos casos graves aquí, absorvimos la demanda de otras zonas. Y ahora con la vacuna surgió la esperanza”, repasa.
“Desde que iniciamos la campaña notamos una buena adherencia en docentes, empleados públicos, fuerzas de seguridad, todos esos grupos pasan por aquí. Pero nos preocupa, y mucho, la campaña de desinformación, esa idea antivacunas que se intentó montar, y que prende en la población. Ahora con la publicación de The Lancet se ha acallado un poco. Pero joroba. Parece mentira: nosotros luchamos por salvar vidas, vemos la muerte, advertimos el peligro. Aparece una posibilidad de empezar a salir de esta tragedia, una esperanza, y además tenemos que salir a pedir que por favor no la estropeen, que no mientan. Es de locos, pero es así”.
La llegada de las dosis es recordada por los trabajadores de la clínica como un momento emocionante. También como una responsabilidad extra. “Llegan ya preparadas con hielo seco y custodiadas por policías. Luego aquí los freezers tienen vigilancia las 24 horas, control constante de la temperatura, grupos electrógenos reforzados. Acá llorábamos todos cuando llegaron los camiones de Correo Argentino”, cuenta Yanina Wajda.
Federico Paruelo, director general de Regionalización de Ioma, está a cargo de la puesta en funcionamiento de los centros de vacunación de la obra social. Este es el primero de los 69 que hay proyectados en los grandes centros urbanos, que se suman a los que ya tiene planificados la provincia. “Abrir un centro de vacunación implica coordinar no sólo el equipamiento, la logística para mantener la cadena de frío, los grupos electrógenos, también la capacitación de todos los equipos, de vacunación y de admisión, el registro previo y posterior”, describe.
Paruelo recuerda que el ministerio de Salud de la provincia hizo una campaña de capacitación especial el año pasado, para sumar estudiantes avanzados de enfermería a los vacunadores matriculados. De los 31 mil inscriptos para capacitarse, 19 mil aprobaron los cursos. Están siendo incorporados a medida que las dosis llegan y se va masificando la campaña.
Cuenta también sobre el seguimiento posterior de cada paciente, el sistema de registro de cada dosis que se aplica. “El Estado tiene que saber quién se aplicó cada vacuna, qué patologías tiene, puede seguir los efectos adversos, si los hubiera”, explica entre lo que describe como un “esfuerzo logístico enorme”. La parte que le toca a Ioma son unas 500 mil personas, entre trabajadores de la educación y de la Policía Bonaerense.
El 16 % de los trabajadores de la educación de la provincia de Buenos Aires, entre docentes y auxiliares, cumplen algunos de los factores de riesgo en pandemia, y por lo tanto no podrían volver a dar clases presenciales antes de estar inmunizados. En la provincia hay 14.060 escuelas de gestión estatal; 21 mil en total. Y 5.217 millones de estudiantes en todos los niveles y modalidades de enseñanza (entre ellos, 4.100 millones dentro de la escolaridad obligatoria). Es el tercer sistema educativo más grande de Latinoamérica, después del de San Pablo y el DF.
Dentro de esta enormidad, la decisión de vacunar a docentes de grupos de riesgo tiene que ver con “apostar a la vuelta a la presencialidad, cuidando a los trabajadores”, dice Verónica Ferraris, subsecretaria de Administración y Recursos Humanos de la cartera de Educación de la provincia. Una nueva etapa que se irá evaluando de acuerdo a las benditas curvas de la pandemia, aunque ya hay algunas decisiones tomadas.
“Sabemos que el proceso de inmunización va a llevar un tiempo, la provincia de Buenos Aires apuesta todo para volver a la presencialidad cuidada”, dice Ferraris, y menciona el reciente anuncio del gobernador Kicillof sobre la designación de docentes suplentes extraordinarios, con una inversión de 700 millones de pesos mensuales.
“El principio básico es la distancia social en el aula, además de la ventilación. Desde ahí, cada escuela genera su propio esquema, de acuerdo a sus características”, advierte la funcionaria sobre el “cómo”. “El protocolo que vamos a seguir es el que aprobamos después de tres meses de mucho trabajo con los gremios”, dice.
Y aclara, por si hace falta, que ahora de planifica cómo volver al aula, pero que “clases siempre hubo”. “El año pasado nuestras escuelas sostuvieron la continuidad pedagógica no presencial, la entrega alimentaria dos veces por mes, repartimos más de 60 millones de cuadernillos, creamos el programa ATR con que estudiantes terciarios salieron a buscar a los chicos a sus casas. Y ahora continuamos esa política de cuidado invitando a los docentes a vacunarse”, enumera.
Damián Zamorano es jefe de Enfermería de “el Carriqui”. Cuenta que viene de la experiencia del multitudinario abrazo al hospital de El Cruce, aquella gran movilización que en 2018 “salvó” al hospital Néstor Kirchner. La liga a la historia de este muy nuevo hospital de Ioma en Temperley, y concluye: “Me pongo en el lugar de todos esos trabajadores que resistieron, y me imagino lo que significa para ellos estar ahora vacunando acá”.
Repone así la historia de la ex clínica Comahue de Temperley, que siguió un camino conocido: vaciamiento, despidos, falta de pago, cierre. Los trabajadores conformaron una cooperativa, y elevaron a Ioma la propuesta de crear un centro de salud propio, algo que hasta entonces no tenía la obra social.
Tras casi dos años del último cierre de la clínica, la “oportunidad” llegó con la pandemia y la necesidad de reforzar el sistema de salud, remodelaciones y compra de equipamiento mediante. La elección de este hospital como punto de partida para la vacunación a docentes, tiene entonces una carga simbólica especial.
También el nombre elegido para esta clínica: Gabriela Carriquiriborde fue una trabajadora de Ioma desaparecida durante la última dictadura cívico militar. “Gaby era solidaria, comprometida y militante. También trabajaba en Ioma y estudiaba psicología”, se lee en el espacio para la memoria que está en el ingreso de la guardia.
“El 30 de septiembre de 1976 fue secuestrada junto a su pareja Jorge Repeteur, en su casa de La Plata. Al momento de la desaparición estaba embarazada de 6 meses. Por el testimonio de sobrevivientes pudimos saber que Gabriela estuvo secuestrada en el Pozo de Arana y en el Pozo de Banfield. En este último lugar nació su bebé, en diciembre de 1976. Toda la familia continúa desaparecida”, cuenta el mural que la recuerda.
Allí también se recuerda a la estudiante de Veterinaria Inés Pedemonte y a la profesora de dibujo y estudiante de arquitectura Elba Beatriz Pirola de Rivelli, también militantes, trabajadoras de Ioma y víctimas del terrorismo de Estado.Fuente: Karina Micheletto para www.pagina12.com.ar