La secundaria del futuro, Marcela Martínez y Gabriel Brener

La propuesta Secundaria del Futuro se parece más a una marca que a un proyecto educativo. El gobierno la difundió en un PowerPoint y todavía hay muchos aspectos que no se conocen. La política como “aplicación”. El elector como usuario móvil. La escuela pública como una empresa. La nueva “aplicación” aparece cuando apenas termina de descargarse la app-NES (Nueva Escuela Secundaria). ¿Qué motiva esta urgencia?, se preguntan Marcela Martínez y Gabriel Brener en esta nota. Y advierten: “Es una revolución educativa amasada en zócalos de TV”.

Conceder estatuto de verdad luego de verificar encuestas revela todo un modus operandi, un rasgo contundente de la identidad mercantil en el ejercicio de la política y el gobierno. Se hacen fuertes las reglas de la oferta y la demanda, la lógica de las conveniencias desplaza la brújula de las convicciones.

Luego de silenciar, esquivar el dolor y clamor de gran parte de la sociedad y la familia de la víctima en torno a la desaparición forzada de Santiago Maldonado, quienes gobiernan parecen ceder en su discurso ante la fuerza de gravedad de lo ocurrido. Antes bien, junto a buena parte de los guionistas mediáticos, el Gobierno pareció más preocupado en estigmatizar y perseguir docentes y escuelas que hicimos visible aquello que no puede tornarse indecible, ni en la sociedad, ni en las aulas.

En este contexto, la vanguardia porteña que hace un par de años saltó a la esfera nacional, despliega un PowerPoint de la Secundaria del Futuro,[1] reafirmándose más en la eficacia publicitaria de lo que es novedad y que se sostiene en el ninguneo del pasado y la omisión del presente (como si pudieran deshacerse de la responsabilidad de una década de gobierno en el distrito). Gobernar con la fuerza de la imagen es un imperativo, con independencia de los hechos. Aunque bien vale dudar de la típica foto con el mapa en la mesa y funcionarios mirando/gesticulando que simulan las decisiones más arriesgadas, que no hacen más que ocultar y confirmarnos que el mapa nunca es el territorio sino una forma de representarlo, un gesto para la tribuna. Ningún cambio en el sistema educativo puede resolverse con una foto, con un PowerPoint, no hay reforma educativa que sea posible sólo por resultar de una idea, por más notable que sea, si no se pone en diálogo y se construye consenso, por más conflictivo que sea, con los protagonistas del mundo escolar, en especial docentes y estudiantes, pero también con las familias y la sociedad.

No hay reforma educativa sin una política educativa que la sustente. ¿Qué política educativa sostiene la Secundaria del Futuro? ¿Por qué no se explicita el modelo integral que enlaza a este conjunto de medidas?

El discurso oficial ha construido una alteridad que reemplaza al ciudadano/a por un usuario, una mezcla rara y de última década que conjunta vecino y consumidor. Gustavo Varela es elocuente al respecto: “La política como aplicación es el desplazamiento del elector al usuario móvil. La eficacia y la extensión de los íconos salen de las pantallas y se instalan y actualizan en la vida cotidiana”.

La Secundaria del Futuro funciona como una aplicación más que interrumpe la descarga de la app-NES (Nueva Escuela Secundaria). Una curiosidad… ¿No se termina de descargar una aplicación que ya se sale a la cancha a probar una nueva? ¿Qué motiva esta urgencia?

Pareciera que buena parte de la ciudadanía porteña se descargó la aplicación de una revolución educativa que no existe, ni en las escuelas ni en las aulas, pero que remonta vuelo con el envión de algunos aciertos de relativo costo material y alto impacto subjetivo. Túneles y bicisendas, plazas y wifi en el metrobus muestran una ciudad con mejoras evidentes. Estos cambios en la infraestructura urbana se proyectan, en un giro cultural eficaz, como efectos desplazados de una revolución, que en el plano educativo, es sólo marketing comunicacional. Las escuelas -mayoritariamente- no disponen de conexión a internet, en ocasiones, ni siquiera disponen de una línea telefónica que funcione. Los problemas edilicios desvelan a los equipos que gestionan las instituciones. Pero la imagen de ciudad moderna, proyectada al futuro, ha calado hondo en la identidad porteña con aspiraciones palermitanas. Han sido eficaces en una “militancia” del timbreo publicitario logrando a través de dicha operatoria reemplazar la idea de lo público por el valor de lo gratuito. El cambio de eje público/privado por el par público/gratuito implica un desplazamiento simbólico hacia la jerga mercantil. ¿En qué ámbito el valor monetario organiza el sentido de los intercambios sociales? En el mercado, es una obviedad volver a señalarlo. Gratuito, entonces, es un servicio sin valor de mercado. Pero una obviedad necesaria porque en este tipo de operaciones de sentido reafirman la identidad del usuario que megustea en las redes sociales, es el sujeto de interpelación del proyecto político Cambiemos. Un usuario que se baja todas las aplicaciones en forma gratuita y que destina a la figura del ciudadano, ese cuerpo comprometido en la militancia política, a la papelera de reciclaje.

El fuerte consenso electoral de la mitad de la población porteña, sumado a un sostenido blindaje mediático, habilita una negación activa que prescinde de dar respuestas al deterioro de la educación pública como derecho social. El gobierno de la Ciudad de Buenos Aires muestra en su labor: subejecución presupuestaria, reducción y vaciamiento de políticas de inclusión socioeducativas, incumplimiento del Programa Nacional de Educación Sexual Integral[2] y de las políticas de Convivencia Escolar[3] y prevención de diversas formas de violencias. El ministro de Educación y el propio presidente enaltecen el nivel inicial y la obligatoriedad de la sala de tres, prometen la construcción de 3 mil jardines, pero ante el cambio de ministro, “se cae” la promesa[4] con la misma liviandad[5] e irresponsabilidad con que el propio primer mandatario desprecia la educación pública. El divorcio entre la promesa y la gestión educativa se torna más elocuente porque en la CABA –especialmente en la zona sur–, no se cubren miles de vacantes de nivel inicial.

Pareciera que aquello que comanda es una obsesión por la evaluación como único modo de resolver todos los problemas de la educación. Se enaltece, con viento a favor de los medios y una buena dosis de sentido común punitivo y meritocrático, la idea del examen estandarizado como la regla universal que mide inteligencia individual y calidad total. Obsesión resultadista que actúa disciplinando un sistema vertical como el escolar, despojando cada vez más al docente de su posición autónoma y crítica, responsable de la enseñanza para desplazarlo a mero aplicador de múltiples choices elaborado por otros; desplazando a estudiantes de su condición de sujetos para convertirlos en respondedores seriales de pruebas. O sea, la evaluación como maquinaria de disciplinamiento y control social y escolar para que las escuelas sean cada vez menos ámbitos de construcción de ciudadanía democrática y cada vez más centros de entrenamiento para el rendimiento estandarizado y ajustado a la normas de calidad internacionales. Un ámbito en el que los grandes emporios de la privatización educativa trasnacional[6] dictaminan las reglas de juego.

Desaparición por goteo y reemplazo de la Escuela de Capacitación Docente (CePA) una institución que se ha consolidado desde los 80 ‘s con un singular prestigio pedagógico en la ciudad, en todo el país, incluso en la región. Institución sostenida durante todos los gobiernos de la última democracia porteña y reemplazada por el gobierno PRO por una Escuela de Maestros que fue acotando la capacitación docente a servicio gratuito y refuerzo administrativo, vaciando propuestas formativas de gran significatividad académica y profesional, por una colección de cursos de actualización a la carta, así como acudiendo a la tercerización en tanto operación que desnuda la condición de la formación como mercancía y abandona, de a poco[7], la formación docente en y fuera de ejercicio como derecho social y empoderamiento político y pedagógico de docente y directivos/as en tanto sujetos políticos y artífices de su hacer profesional.

Todas iniciativas que han ido legitimando un discurso que desplaza la centralidad política de lo público a la esfera mercantil de lo gratuito, un proceso de mercantilización educativa que reemplaza áreas de políticas educativas por gerencias operativas, equipara una escuela con una empresa a la hora de decidir sobre ella, igualando e incluso elevando la habilidad empresarial del Ceo por sobre el saber y experiencia del educador/a.

Se crítico, pero no tanto…

Una de las cuestiones que se plantea es el cambio de paradigma pero no se explica en qué consiste este cambio. Los documentos explicativos no son propios de la estética PRO. La extensión argumentativa aburre. El relato de la Secundaria del Futuro debe producirse en los códigos de las redes sociales. Las definiciones auspiciosas son parte del proyecto. Se busca: “Un ciudadano del Siglo XXI: talentoso, creativo, crítico, cooperativo, emprendedor, alfabetizado digitalmente con capacidad de adaptación”.

Una lectura entrelíneas permite desbaratar el marketing y advertir que la condición de sujeto crítico colisiona con la idea de alguien que se adapta. El pensamiento crítico tensiona al ideario PRO. Funcionarios y asesores lo han denostando como valor negativo, del pasado, advirtiendo lo nocivo de excederse en tal ejercicio.[8]

App 70-30: de clase magistral a autonomía general

La Secundaria del Futuro propone un 70 por ciento de clase participativa, trabajo autónomo de estudiantes y 30 por ciento del profesor/a que introduce el tema. Si creíamos que la referencia a un funcionario que intenta resolver las políticas de su área con planilla de Excel era, a lo sumo una broma, el planteo de estas ecuaciones nos hacen dudar. Distribuir en cantidades los modos de interacción entre docentes y estudiantes por fuera de quién enseña, a quiénes, en dónde y para qué es sólo para los titulares del diario y la comunicación televisiva. Es una revolución educativa amasada en zócalos de TV. Las transformaciones didácticas requieren mayor comprensión de la escuela secundaria, de su diseño histórico y, en especial, de la revisión y el fortalecimiento del profesor/a en su puesto de trabajo y de la calidad como sujeto de la enseñanza. No se anula la clase expositiva por decreto, y además lo expositivo no quita lo significativo (alcanza con volver a Ausubel, para comprender la esencia del aprendizaje significativo). No es cuestión de programar 30 y 70 por ciento o de “eliminar” enciclopedismo y creer que se actualiza la aplicación con la velocidad de un “reseteo”. Los modos de enseñar se transforman a través de procesos políticos y culturales que requieren decisión política y estrategias en consonancia. Y mal que le pese a Ceos y gerentes las transformaciones en las escuelas deben estar en sintonía con la gramática escolar. Se vinculan a procesos que suelen ser más lentos –pertenecen al orden de la cultura y no a un click con la compu– y que para hacerse posibles deben habilitar procesos de apropiación crítica por parte de docentes, estudiantes y comunidad. Requieren el despliegue de espacios de consulta y participación que permitan interpelar y calibrar a escala institucional y de los sujetos protagonistas aquellas ideas y propuestas de reforma. Dichos cambios para ser eficaces deben ser parte de un proceso de implementación y no de una (operación de) mera implantación

SOS quinto año

El quinto año cambiará fuertemente si el proyecto de la escuela del futuro prospera. ¿Por qué? Porque los jóvenes participarían, casi en la totalidad del tiempo de estudio, en prácticas profesionalizantes. Se supone que a través de estas prácticas –que disminuyen la cantidad de horas en las aulas y aumentan las experiencias formativas en diferentes empresas y organizaciones– los estudiantes no aprenderían solamente en las aulas: la ciudad misma sería el escenario de su formación. La “Ciudad educadora” es un slogan recurrente en el vocabulario de la ministra. El aprendizaje ubicuo –en términos de Nicholas Burbules es una perspectiva muy considerada por los educadores que priorizan el impacto de la tecnología en la cultura juvenil. ¿Es que la ministra suscribe a este paradigma, es lo que tiene en mente? ¡Cómo saberlo! Los documentos circulantes no remiten a autores, ni a paradigmas, ni a especialistas en educación, ni a referencias de políticas educativas. Sólo anuncian el cambio –que ya sabemos, desde la perspectiva de Cambiemos es un bien en sí mismo– y previenen que quienes se resisten a él es porque tienen miedo. Así de simple, así de complejo.[9]

¿Quién podría negar el valor de la experiencia como estrategia educativa para los jóvenes? ¿Quién podría negar el valor de la ampliación del aula para los estudiantes a punto de egresar de la escuela secundaria? ¿Quién podría negar la necesidad de desplegar modos creativos de enseñanza y aprendizaje en las escuelas?

Ninguna persona con interés genuino en la educación podría negarse a las preguntas precedentes. Ahora, ¿qué necesidad tiene la ministra para llevar adelante este proyecto cuando la instalación de la NES aún está en curso y con serios problemas de implementación? ¿Cuándo las escuelas todavía están apropiándose de los proyectos curriculares institucionales (PCI) pensados a la luz de la NES? ¿Cuándo el diseño de las experiencias formativas están en curso? ¿Cuándo cuesta conseguir a los docentes que puedan brindar una cantidad de materias del ciclo superior de la NES? ¿Qué necesidad política alienta este apuro incomprensible? ¿A qué apunta esta propuesta educativa inconsistente?

El discurso de la ministra ofrece respuestas banales a problemas complejos. Parecería desconocer las limitaciones de infraestructura, los tiempos de gestión necesarios para celebrar alianzas entre las escuelas y las empresas y organizaciones. También parece desconocer el carácter profesional del trabajo docente. ¿Quién acompañará a los jóvenes en el en su raid experiencial de las pasantías no rentadas? “Tiene que ser alguien que trabaje en el lugar en el que se haga la práctica. “Personal del Estado, de la organización social, de la empresa”, responde sin ninguna ingenuidad. El desplazamiento de los docentes de la actividad con mayor carga horaria de los quintos años tendrá un impacto ineludible en el trabajo de los profesores.

La ecuación sería: a más ciudad educadora, menos comunidad educativa.

El impulso por el cambio debe obliterar la visión del presente. La distancia entre las intenciones modernizadoras que componen la Secundaria del futuro y la capacidad efectiva de implementación inmediata de estas medidas, en las instituciones, sólo puede zanjarse en un discurso irresponsable que reemplaza el compromiso ético por postulados buenondistas. Cuando la periodista del Diario La Nación le pregunta a la ministra si ha considerado la escala de lo que está proponiendo, que el antecedente que tiene en mente es una acción pequeña con las escuelas técnicas, su respuesta es: Confío en que podemos hacerlo.

A modo de cierre queremos compartir un aporte sustantivo que hace Martin Kohan para analizar el modo de construcción política y discursiva de Cambiemos: “Hablar poco y hablar magro, entre la escasez y la nada; que haya poco para comprender y mucho para creer solamente, hablándole a la fe más que al entendimiento; que la trabazón lexical se confunda con la sinceridad, en el sentido de que el que engaña (el versero) es hábil con las palabras; disociar el decir y el hacer, para que se suponga que el que no sabe decir se está abocando por completo al hacer”.

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[1] La propuesta de la secundaria del futuro que parece más una marca que un proyecto educativo se presenta sin documentos que la expliquen, solo a través de una serie de PowerPoint.

[2] Oponiéndose a desarrollar capacitación y distribuir material en tiempos de gobierno nacional adversario y ahora asociados a la actual administración nacional que solo mantiene la oficina de la ESI pero desactiva sus políticas como ejercicio responsable a escala masiva nacional y provincial

[3] Reemplazadas por el marketing de la campaña contra el bullying y la (supuesta) eficacia de normas parlamentarias que solo endureciendo penas para quienes agreden escuelas y docentes pretenden modificar la convivencia en la escuela.

[4] Ver: http://www.perfil.com/politica/el-inoportuno-comentario-que-hizo-macri-sobre-la-educacion-publica.phtml

[5] Una nota del diario Perfil revela un incremento del 70% respecto del año pasado y ya alcanza a más de diez mil chicos entre 1 y 3 años.

[6] No resulta un dato menor que el flamante ministro de educación de la jurisdicción más potente en términos políticos proviene del ámbito mercantil de la educación, liderando empresas ligadas al negocio educativo trasnacional, además de haber ejercido tareas con multinacionales educativas como Pearson, con incidencia en la elaboración a escala internacional de los test estandarizados PISA, una poderosa herramienta de disciplinamiento global de los sistemas educativos públicos.

[7] Digo “de a poco” y me parece importante destacar esta manera de ir vaciando/ transformando los modos de gestionar el Estado. Sería más bien un “Des pa cito… –como si pudieran activar esa canción tan de moda– para alivianarle al docente/ usuario este cambio de “titular” de las políticas públicas. Mecánica que no cierra (casi) nada en forma abrupta sino que mantiene la cáscara pero vacía el contenido y alcance de la política.

[8] El Jefe de Ministro fue claro al respecto. Alejandro Rozitchner, asesor presidencial sostiene que “el pensamiento crítico es un valor negativo”. El filósofo pidió un “cambio” en los valores educativos nacionales para que “los chicos sean felices, capaces y productivos”.[9] Todos ellos pueden consultarse desde acá.
Fuente: Marcela Martínez, licenciada en Sociología por la UBA,  posgrado en Economía Social y Desarrollo Local en FLACSO; Gabriel Brener, licenciado en Ciencias de la Educación por UBA, especialista en Gestión y Conducción de Sistema Educativo FLACSO, para https://www.nuestrasvoces.com.ar

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