lunes, mayo 20, 2024
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La inteligencia artificial,  Carlos A. Mutto

La inteligencia artificial será un arma decisiva en la pugna por la supremacía mundial. La efervescencia de ChatGPT provocó una reacción de pánico en Google, que percibe una amenaza directa para su principal fuente de ingresos: la búsqueda de información por internet.

Sin esperar el final del conflicto de Ucrania, el mundo está zambullido en la primera guerra tecnológica de la historia. Muchos polemólogos consideran esa confrontación como el preámbulo de una verdadera crisis planetaria que terminará por enfrentar a China y Estados Unidos. Detrás de la actual hostilidad entre los gigantes de internet, se juegan las claves del poder político, económico y estratégico que determinarán la supremacía mundial en las próximas décadas.

Ese enfrentamiento, que será sin duda prolongado e implacable, implica por ahora a los gigantes de la tecnología digital en el campo de batalla de la inteligencia artificial: de Meta (Facebook) a Alphabet (Google), de Amazon, a IBM o Microsoft y los BATX (Baidu, Alibaba, Tencent y Xiaomi), que prácticamente monopolizan el mercado chino bajo la férula del régimen de Xi Jinping.

La escalada de armas algorítmicas, en verdad, comenzó hace una década, pero se intensificó en los últimos meses, después de la brutal irrupción del programa conversacional ChatGPT, creado por OpenAI, una start-up con visión mesiánica y ambiciones planetarias, fundada por los grandes magnates de Silicon Valley. En una primera fase, esa herramienta de inteligencia artificial, basada en un modelo predictivo de lenguaje bautizado GPT (Generative Pre-trained Transformer), creó una auténtica conmoción –sobre todo en el ámbito académico y en las esferas creativas– por el riesgo de que pudiera convertirse en un instrumento de plagio. Alimentado desde 2020 por más de 500.000 millones de textos provenientes de internet, enciclopedias y libros, ese cerebro digital actúa como un verdadero mercenario intelectual, capaz de responder a cualquier demanda de creatividad y reemplazar a un estudiante en la redacción de una tesis o escribir un libro a partir de ciertas instrucciones básicas definidas por un autor. Esa facilidad puede acordarles recursos inesperados a todos los falsarios, desde los estafadores que operan en la red hasta los políticos inescrupulosos, y constituir a término una amenaza para la ciencia e incluso para la democracia, como alertaron Nathan E. Sanders, especialista de algoritmos de la Universidad Harvard y el experto en seguridad informática Bruce Schneier. ChatGPT puede escribir un tratado político, perfectamente argumentado y documentado con estadísticas y citas de grandes autores, propiciando el exterminio de un grupo ideológico o religioso, discriminaciones raciales o nutrir las más bajas pulsiones de un sector de la sociedad. El resultado puede ser diabólico.

Esa tecnología de “doble empleo” –como se dice de ciertos componentes electrónicos utilizados indistintamente por las industrias civil y militar–, no solo creó fuertes escozores por la amenaza que puede representar su utilización masiva, sino que sirvió para poner en evidencia la intensidad que alcanzó la guerra entre los gigantes de internet. En forma paralela intensificó la rivalidad tecnológica que existe desde hace años entre las grandes potencias que aspiran a la supremacía mundial.

Decidido a no repetir el error estratégico que cometió Bill Gates cuando no percibió las perspectivas que ofrecía la popularización mundial de internet, desde 2019 Microsoft apostó 3.000 millones de dólares para financiar las súper computadoras capaces de operar los algoritmos de las sucesivas versiones de ChatGPT desarrolladas por OpenAI en estos últimos cuatro años. El CEO de Microsoft, Satya Nadella, prepara una nueva inversión de 10.000 millones de dólares para respaldar el lanzamiento de la cuarta versión del programa, prevista para los próximos meses. Aunque no le alcanzará para destronar el monstruoso Megatron NLG creado por Nvidia, líder mundial del cálculo informático, la versión 3.0 de ChatGPT estará dotada de 175.000 millones de parámetros, equivalente al número de conexiones neuronales del cerebro humano. Como el costo de explotación de esos colosos es enorme, el objetivo de Nadella es lanzar una versión para el gran público de ChatGPT a 42 dólares por mes, que le asegurará 200 millones de ingresos este año y 1.000 millones en 2024 para llegar a 10.000 millones en 2030. Pero, sobre todo, le permitiría asentarse en el mercado antes de la llegada de los rivales que aspiran a compartir ese fabuloso mercado en crecimiento exponencial.

La efervescencia de ChatGPT provocó una reacción de pánico en Google, que percibe una amenaza directa para su principal fuente de ingresos: la búsqueda de información por internet que, gracias a la facturación publicitaria aferente, le garantiza 150.000 millones de dólares anuales de ingresos. Google no tiene nada que temer desde el punto de vista tecnológico. Desde hace años posee la start-up DeepMind, cuyo programa de inteligencia artificial AlphaGo derrotó a Lee Sedol, uno de los mejores jugadores del mundo de go. ChatGPT y AlphaGo comparten los sistemas de redes neuronales de Transformer, propuestos por Google en open source. El problema reside en que la reciente agitación lanzó a numerosos fondos de capital-riesgo a invertir sumas colosales en aplicaciones de IA colaborativa, un sector que tuvo un crecimiento de 425% en pocos meses hasta llegar a 1.200 millones de dólares, según la empresa especializada PitchBook. Gracias a esa inyección financiera, algunos motores especializados de búsqueda –como Jasper, Writer.me, You.com ou Perplexity Ai– se doparon con aplicaciones de IA que empiezan a quitarle el sueño a Google.

Obligados por las nuevas perspectivas que abren la tecnología y el mercado, el gobierno de Pekín y las empresas reaccionaron en silencio, pero con extrema violencia para evitar que la nueva aplicación desborde las barreras de vigilancia político levantadas para controlar internet y mantener sometida a la sociedad civil. Esa doble presión fue reforzada durante los tres años de aislamiento forzado impuesto por la pandemia de Covid. Las autoridades de Pekín temen el enorme interés que suscita una versión china de ChatGPT, muy popular entre los internautas que poseen conexiones vía VPN y escapan a todo control.

El desafío no es insignificante porque ese panorama no solo condiciona cruciales intereses ideológicos, políticos, militares y geopolíticos, sino que puede revelarse como una seria amenaza para la soberanía y el control de sectores siempre vulnerables como la industria, el comercio, la cultura, la educación y la salud. La misma incertidumbre inquieta al sector privado. En una verdadera proeza tecnológica, Baidu (equivalente de Google) necesitó apenas 18 meses para lanzar un clon de ChatGPT en mandarín, bautizado Ernie Bot, que contiene la cifra récord de 175.000 millones de parámetros. Por su parte, la división de investigaciones de Alibaba prevé sumergirse en la batalla de los chatbots en marzo para no dejar el campo libre a nuevos actores en ese sector extremadamente fluido del comercio en línea.

Para China se trata de un doble desafío. Por un lado, las restricciones norteamericanas a las exportaciones de electrónica privaron a las empresas y a los militares chinos de los materiales tecnológicos de última generación, como los GPU de punta (procesadores gráficos) A100 y H100 de Nvidia por tratarse de materiales de “doble empleo”, y agravaron el rezago chino en el sector high tech. En segundo lugar, detrás de esos aspectos –algunos de ellos de apariencia insignificante– está en juego la rivalidad que definirá la gran batalla del siglo XXI por la supremacía mundial.

Fuente: Carlos A. Mutto, especialista en inteligencia económica y periodista, para www.lanacion.com.ar

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