Formar investigadores y: ¿descartarlos?

Al cumplirse el pasado 10 de abril el Día del Investigador Científico, los profesionales de esa área del conocimiento de todo el país se movilizaron por los recortes presupuestarios dispuestos por el gobierno nacional ya que, según denunciaron, sólo un 17,7 por ciento de los postulantes lograron acceder en 2019 a la carrera de investigador y más de 2.000 doctores quedaron afuera del sistema, particularmente los que aspiraban a ingresar al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Historias de vida.

En vez de fiesta de 15, las adolescentes en Anillaco (La Rioja) piden un arreglo de los dientes ennegrecidos por el exceso de flúor del agua potable. Ahí los niños están obligados a consumir agua mineral en botellas o bidones, para evitar las terribles manchas en la adolescencia. Los que tienen cómo comprar el agua mineral en esa localidad: la naturaleza es implacable con los que no pueden. En el polo científico Crilar –donde hay varios investigadores tucumanos- una geóloga cordobesa, Gimena Mariel Uran, está investigando la “concentración y distribución de flúor en agua de los ríos de la Costa Riojana, Sierra de Velasco”, un tema que por sí solo parece tan lejano para nosotros como esos parajes altos y pegados a la cordillera, conocidos por la cercanía a Talampaya, por los olivos y porque ahí nació Menem. Pero saber que la naturaleza es implacable con el flúor y los dientes inquieta. Ese estudio es ciencia básica, y mucho de eso se ve en el Crilar, que, al igual que todos los centros científicos del país, está siendo presionado con reducción de presupuesto.

Ánimas con arsénico

En Tucumán hay problemas parecidos, no con el flúor, sino con el arsénico. En toda la zona sureste de la provincia el agua de los pozos supera con frecuencia el nivel de este metal, que puede causar arsenicismo, lesiones cutáneas y hasta cáncer. Un sitio emblemático es el paraje Las Ánimas, que parece tan lejano como Anillaco, aunque está a pocos kilómetros de La Madrid. Allí los pobladores enfrentan los fantasmas del hidroarsenicismo y del desfalco de las autoridades, que construyeron un pozo carísimo en la escuela. Ese pozo tiene más arsénico que el anterior (LA GACETA, 10/5/16). El Gobierno ha encarado (por contratación directa, por $ 620.000 en enero de 2017) el estudio del problema, que ya viene siendo investigado desde hace décadas. En agosto pasado el equipo de la investigadora del Conicet Marcela Ferrero, del Proimi, identificó dos bacterias que vuelven más tóxico al arsénico del agua en Los Pereyra. No sólo los investigadores lo saben: también los estudiantes. En octubre, alumnos de la escuela secundaria Bernabé Aráoz de la Capital recibieron un premio nacional por su proyecto “un enemigo invisible” en comunidades del este, a una de las cuales llevaron dos posibles soluciones: un purificador a base de energía solar y un purificador casero.

El problema no es tanto el arsénico, sino la falta de articulación entre lo que se estudia y la necesaria aplicación práctica, por un lado, y la ausencia de control crítico de lo que se hace, por otro. Por eso en Las Ánimas, después del gasto millonario en el pozo, el arsénico sigue reinando.

Pagar para trabajar

¿Podrían repetirse estos ejemplos en las diferentes áreas de la investigación científica? Posiblemente, si se atiende la reciente movilización de científicos, que protestaron por los recortes de presupuesto, la baja de salarios y la disminución de ingresos a la carrera de investigador. En diciembre, el director del Conicet-Tucumán, Atilio Castagnaro, apenas asumido, advertía sobre la fuga de talentos y sobre la parálisis inexplicable de las remesas de dinero del Gobierno que hacía que los mismos científicos deban comprar sus propios insumos para tener en funcionamiento los laboratorios, Así lo había relatado en una carta el doctor en Biología Carlos Molineri , del Lillo (“Pagar para trabajar”, LA GACETA, 12/12/18). Poco después, Castagnaro y otros cuatro directores del Conicet hicieron público un documento que advertía que “muchos de los trabajadores y becarios del Conicet viven hoy con remuneraciones que se sitúan por debajo de la línea de pobreza, producto de un deterioro salarial que lleva ya tres años” y que el presupuesto 2019 deja al organismo “al borde de la imposibilidad de financiar cualquiera de sus muchos instrumentos de promoción”.

El 10 de abril, a propósito del Día del Investigador Científico, los investigadores del país se movilizaron por los recortes: según denunciaron, sólo un 17,7 por ciento de los postulantes lograron acceder a la carrera de investigador y más de 2.000 doctores quedaron afuera del sistema. Ya los objetivos del Plan Argentina Innovadora 2020 habían sido alterados para peor a partir de 2016 y ahora no sólo se limita el ingreso sino que esos 2.000 investigadores no encuentran cabida ni en el Estado ni en el sector privado. El antes ministro y ahora devaluado secretario de Ciencia y Técnica, Lino Barañao, tras años de poner la cara y las palabras diciendo que sin él las cosas serían peores, se compara con un “padre de una familia numerosa que tuvo un buen pasar y que les dio casi todos los gustos a los hijos, que se quedó sin trabajo y tuvo que pasar a limitar gastos” (“La Nación”, 24/3). Lejos del conformismo del secretario nacional, Castagnaro y Ricardo Kaliman (del área de las ciencias sociales) dicen que “desperdiciar varios miles de investigadores formados es más que un despropósito, es casi un suicidio”.

En vías de parálisis

¿Cómo incide esto en las áreas sociales? “Nosotros tenemos personal que no tiene computadoras para trabajar porque la plata para eso la destinamos para pagar limpieza, teléfono y para evitar que los propios investigadores y los becarios tengan que cubrir esos gastos”, como Molineri, cuenta Kaliman. Para este año se han suprimido talleres sobre inclusión socioeducativa “porque no llega nomás la plata” y también encuestas al respecto. “Hemos encauzado la producción de datos estadísticos por otro lado”.

Lo mismo pasa en otras áreas, dice Castagnaro.”Hay riesgo de dejar de hacer la producción de Yogurito. Esto es desarrollo tecnológico, posterior a la investigación. Se está dejando de pagar la luz. Tenemos equipamiento totalmente obsoleto. Por la suba del dólar, de los 700 equipos del proyecto de modernización PME se compraron sólo dos”, enumera. ¿Cómo incide esto? “En la vida cotidiana. Se han parado experimentos básicos. Por ejemplo, para desarrollo de nuevos antiobióticos, de nuevos conservantes de alimentos. Es un retroceso total. Y en convenios con el sector privado no estamos cumpliendo, porque el Estado deja de poner la plata”.

En el fondo, en nuestro medio el problema sigue siendo el subdesarrollo dirigencial que siempre ve la investigación como un costo y que está envuelto en el cortoplacismo que se arregla con parches cuya eficacia nadie comprueba, como el pozo de Las Ánimas. Siempre nuestro dilema es “alpargatas o libros”, mientras el mundo se asombra por una investigación que ha logrado captar imágenes del origen de un agujero negro. ¿A qué dirigente le importa? Es un círculo vicioso: “Y la diferencia entre países ricos y países pobres hoy depende de cuál produce conocimiento, porque es este el que resuelve los problemas”, dice Castagnaro. “Toda esa gente que al Estado le costó formar y que está dejando de lado se los ponemos en bandeja a nuestros competidores y después vamos a pagar para importar ese conocimiento”.

Fuente: Roberto Delgado para https://www.lagaceta.com.ar

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