Otra tumba

Luis Buñuel Portolés (CalandaTeruel1900Ciudad de México1983) fue un director de cine español, que tras el exilio de la guerra civil española se naturalizó mexicano. A pesar de los hitos cinematográficos logrados en su país natal con Viridiana (1961) y Tristana (1970), la gran mayoría de su obra fue realizada o co-producida en México y Francia, debido a sus convicciones políticas y a las dificultades impuestas por la censura franquista para filmar en España. Es considerado uno de los más importantes y originales directores de la historia del cine.  

Luis Buñuel, cerca ya de la muerte, manifestó que lo ideal sería poder levantarse de la tumba cada 10 años, comprar el periódico, ver un telediario, enterarse de los últimos chismes, tomarse un martini y volver al cementerio. Buñuel murió en 1983, cuanto los socialistas acababan de llegar por primera vez al Gobierno. Desde entonces en política no ha sucedido nada en este país que merezca el esfuerzo de salir de la tumba. 

En 1983 la derecha estaba soliviantada ante los rojos que iban a hundir la economía y a destruir España. Hoy el Buñuel resucitado no habría notado diferencia. El odio corrosivo de la derecha persistía. En algunos periódicos y telediarios se anunciaba de nuevo el apocalipsis, el golpe de Estado, la destrucción de la patria por parte de los socialistas. Puede que Buñuel, mientras se daba una vuelta por la ciudad, se hubiera llevado algunas sorpresas. 

Los urinarios públicos estaban limpios, en las panaderías te daban el pan con pinzas sin manosearlo, habían desaparecido los limpiabotas y en el bar ya nadie tiraba las cáscaras de mejillones al suelo. Pero nada sabía de los avances de la biología molecular ni de la inteligencia artificial. De hecho, si en el futuro el guardián de la eternidad le sigue concediendo a Buñuel un pase de pernocta cada 10 años fuera de la tumba, puede que un día se encuentre con que hasta los berberechos han tomado conciencia y exigen sus derechos. 

Y no será extraño que en otra salida le hagan saber que no tiene obligación de volver a la tumba porque la inmortalidad se vende en las farmacias. ¿Realmente merece la pena salir de la tumba? Por mi parte, lo haría para oír La muerte y la doncella de Schubert, leer algunos versos de Dante, contemplar La danza de Matisse, saber si siguen las risas de verano de unos niños en el jardín, celebrar un amanecer en el mar tomando un ron con amigos en un velero.

Fuente: Manuel Vicent para www.elpais.com

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