La formación profesional excede el mero paso por las aulas de la universidad y la asistencia a las clases. Esa es la premisa de los proyectos de extensión universitaria que la Universidad Nacional de Avellaneda (Undav) lleva adelante en las comunidades cercanas a la institución para reforzar los vínculos entre la casa de estudios y la sociedad civil. Los estudiantes, que deben realizar en forma obligatoria estas actividades, comparten así su conocimiento con los vecinos de la zona, a la vez que este trabajo enriquece sus propios procesos de formación.
El libro Universidad, territorio y transformación social. Reflexiones en torno a procesos de aprendizaje en movimiento, editado por la Undav, recoge experiencias realizadas en el marco de este trabajo articulado entre la universidad y la sociedad y fue presentado la semana pasada en la Feria del Libro. “Hay que entender que el aprendizaje ya no pasa sólo por el aula o la teoría”, sostuvo el secretario de Bienestar Universitario de la Undav, Ignacio Garaño, en diálogo con Página/12.
La idea, bien freireana, apunta a brindar a los alumnos de la casa de estudios un espacio de reflexión y de relación entre marcos metodológicos o teóricos con la propia práctica de las distintas disciplinas, en un proyecto insertado en las comunidades cercanas a la institución. Garaño explicó que los proyectos permiten reforzar el trabajo pedagógico de los estudiantes, así como devolver a la sociedad el aporte que ésta realiza. “La universidad tiene que estar territorializada. Es una organización más dentro de la comunidad”, añadió.
Todos los proyectos de extensión que se llevan a cabo en la Undav se diseñan junto con organizaciones sociales en función de las demandas de la propia comunidad o de instituciones estatales que trabajan en la zona de la universidad, en el sur del Gran Buenos Aires. Esta experiencia tiene puntos en común con las prácticas sociales que se busca implementar también en la Universidad de Buenos Aires en los próximos años. “Nosotros, al ser una universidad nueva, pudimos instaurarlo desde el día cero. Todas las carreras de la universidad tienen en forma obligatoria la realización de este proyecto curricular integrador que es trabajo social comunitario”, puntualizó Garaño.
El proyecto implica que los estudiantes, como si fuera una materia más del plan de estudios, participen de experiencias de extensión comunitaria. No lo hacen en proyectos aislados, sino en aquellos enmarcados en una serie de conceptos teórico-metodológicos, con abordajes y reflexiones en torno de la realidad social y las políticas públicas implementadas en el territorio. Además, los proyectos no se realizan por carrera, sino con la idea de que “la realidad no se aborda desde una sola disciplina”. Garaño se refirió a esta mirada interdisciplinaria: “Queremos que los estudiantes se mezclen en los proyectos”.
Las actividades de extensión se realizan de manera anual. El libro Universidad, territorio y transformación social da cuenta de dos proyectos realizados en 2012. El primero, en la escuela 6 ubicada en la villa 21-24 del barrio porteño de Barracas. Allí, relató Garaño, “se trabajó con la comisión de padres de la escuela en función de un relevamiento socioeducativo y una mesa de trabajo sobre qué escuela queremos”. En esa institución se realizaron tareas durante todo el año, con el objetivo de lograr el fortalecimiento de líneas de acción que la escuela ya llevaba adelante. “Se trabajó también la articulación entre la universidad y la escuela media”, remarcó el secretario de Bienestar Universitario de la Undav.
El otro proyecto, apuntó Garaño, fue denominado “Arte, cultura e identidad en la vivienda popular” y se llevó adelante con la Dirección de Hábitat del Municipio de Avellaneda, el Movimiento Evita y el club Relámpago de Villa Dominico. A través de esa iniciativa, se trabajó durante un primer cuatrimestre en el proyecto de relocalización de un barrio. En el segundo, las tareas se enfocaron en analizar y fortalecer la identidad barrial, el trabajo entre los vecinos, la junta vecinal, acciones realizadas en función de acompañar ese proceso de mudanza y de reconstrucción de la historia del barrio.
“La recepción siempre es muy buena y hasta ahora el balance es muy rico. No es fácil, porque es una modalidad de trabajo muy distinta a la del aula. No somos los docentes los únicos que enseñamos y no son los estudiantes los únicos que aprenden. Enseñamos y aprendemos todos un poco”, subrayó Garaño.
Actualmente se llevan adelante varios proyectos: uno, con un centro cultural comunitario de Lanús, en el que se trabaja sobre la comunicación comunitaria y la articulación con una escuela; otro, trabaja con una mesa de salud en Wilde y en Piñeyro en relación con los mitos y el imaginario social sobre la salud. Junto a la Organización Pelota de Trapo, en Avellaneda, se realizan acciones por el deporte y la inclusión social.
“Trabajamos con el programa educativo Envión, de la provincia de Buenos Aires, en Dock Sud y Sarandí, con un bachillerato popular en La Boca, un proyecto del programa Progresar, para ver cómo se está implementando el programa y conocer las problemáticas que aparecen al respecto en el barrio de Villa Tranquila”, enumeró Garaño. También señaló un trabajo en torno de los derechos humanos junto a la campaña contra la violencia institucional en una escuela de Gerli.
“Al principio, siempre hay cuestionamientos sobre por qué deberían ser obligatorias estas actividades”, contó Garaño, pero resaltó que, a medida que los estudiantes comienzan a participar en los proyectos y avanzan con sus carreras, las dudas y las preguntas van desapareciendo y logran entender el objetivo pedagógico. “No hacemos voluntariado –dijo–. Vamos a aprender.”
Fuente: Aldana Vales para www.pagina12.com.ar