Testimonio sobre el bombardeo del 16 de junio 1955

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Aníbal Sicardi* / Periodista. Pastor de la Iglesia Metodista
El reloj había superado las 13 de ese 16 de junio de 1955 cuando ingresamos a una Plaza de Mayo semidesértica con gente que corría de un lado a otro y algunas personas inmovilizadas alrededor de la Pirámide. Avanzamos hacia el bajo, al costado de la Casa Rosada. Allí las escenas de dolor, gritos, heridos y muertos superaron la capacidad de nuestros ojos. Nos vino a la memoria el Guernica de Picasso que recordaba aquella ciudad vasca destruida en 1937 durante la Guerra Civil española.
El desastre era tan grande que ni la idea de que Perón debía dejar el gobierno detuvo a los tres veinteañeros exclamar casi al unísono “¡Esto no es posible!”. Uno dijo “Esto no está ocurriendo”. Otro contestó “Ya ocurrió”. El tercero “Son todos laburadores y algunos heridos y muertos no son por las bombas”. Una persona mayor escuchó el comentario y orientó “Fueron metrallas, los ametrallaron”. “¿Cómo?”. “Si, además de las bombas ametrallaron. Yo lo vi. Estaba aquí. Pude refugiarme” -señaló con el índice de su mano derecha hacia un trolebús totalmente destruido- “lo alcanzó una bomba, estaba lleno de gente”. “Pero tiene sangre en su ropa ¿está herido?”, le dije. “No -contestó- quise ayudar pero no pude, por suerte llegaron enseguida quienes saben hacerlo”. Era cierto. Ya había personal de salvataje dedicado a su triste tarea.
Desorientados nos dijimos “Volvamos. Veamos la Plaza”. Cruzábamos la calle frente al Banco Nación cuando esquivamos un camión lleno de personas que frenó ante la Casa de Gobierno. Por sus vestimentas supimos que provenían de alguna fábrica del sur del Gran Buenos Aires. Bajaron rápidamente al mismo tiempo que arribó otro camión de iguales características. Mientras debatían entre ellos qué hacer frenó un tercer camión, similar a los otros dos con gente que, inferimos, venían de otra fábrica.
A prudente distancia mirábamos la escena cuando uno de los grupos que discutían comenzó a liderar a los otros. Con señas y gestos corporales señalaban la Curia ubicada al lado de la Catedral. De repente todos enfilaron hacia allí. Entraron –no supimos cómo– y en pocos minutos comenzaron a salir con libros, carpetas, muebles que amontaron en medio de la Plaza. Para entonces llegaron otros camiones y dos desvencijados ómnibus.
Por más esfuerzos que le pongo a la mente no puedo visualizar si incendiaron o no todos esos elementos sacados de la Curia. Sí que al ver cómo se llenaba la Plaza de Mayo nosotros decidimos salir de allí mientras podíamos. No fue una faena ímproba pero si difícil. En ocasiones que queríamos avanzar nos mandaban hacia atrás. Apuntamos al Cabildo. Allí nos refugiamos. Seguro que incendiaron todo pero ¿por qué no lo recuerdo? Cierto es que si en la primera etapa el asombro y la bronca nos invadió, en la segunda, con la rápida llegada de los obreros cubriendo el histórico lugar se nos metió el miedo.
En medio de gente que avanzaba sobre la Avenida de Mayo hacia la Plaza volvimos a Once, Plaza Miserere, donde nos había dejado el subte que seguía funcionando desde Primera Junta hasta allí. Bajar las escaleras fue otra tarea de paciencia pues había llegado un subte que transportaba gente desde no sabíamos dónde para unirse a sus pares en la Plaza. Nosotros vivíamos en Flores. Estudiábamos en la FET (Facultad Evangélica de Teología), actualmente ISEDET. El viaje en subte fue en silencio. La caminata de Primera Junta a Flores (se había cortado el servicio de ómnibus) con monosílabos.
Al entrar en el acogedor edificio de la FET cada uno se fue a su pieza. Por reflejo, no más que por eso, nos reunimos después de las 24 ya que no podíamos dormir. Comentamos lo que pudimos. Uno de nosotros repetía “No lo puedo creer. Fue la Armada nuestra y con aviones que tenían la leyenda Cristo Vive con una cruz en la V”. Era cierto. Eso lo vimos cuando pasaban a baja altura los aviones que habían bombardeado la Plaza. Amanecimos entre mate y compartir la experiencia de la Plaza de Mayo.
Temprano salimos a comprar los diarios. Indignación total. Los que habían bombardeado y atacado en otros lugares eran los héroes. El hipócrita lamento por las muertes y heridos era una forma de hacer desaparecer la masacre de Plaza de Mayo. Nada sobre las muertes. Que mucho después supimos que eran más de 300. Ni de los heridos ni de los mutilados. Sin juramentar acordamos que nos teníamos que ayudar a “desaprender lo que nos metieron en la cabezota”, nuestras interpretaciones sobre toda esa “masa” peronista y obrera. El freno no era de “autoridades” sino mental.
A distancia veo ese 16 de junio como el primer chapuzón fuerte para aprender a leer los diarios y escuchar la radio y después ver y escuchar la televisión. También un hito importante para meternos a compartir con sectores del pueblo, algo que nos estaba vedado culturalmente a pesar de provenir de esas capas sociales. Justo es reconocer que en esa dimensión la FET fue un espacio que no rehuyó a tal responsabilidad sino que nos ofreció información y herramientas indispensables en nuestra trayectoria de vida.+ (PE)

(*) Teólogo (FET). Comunicador social. Director-fundador de Agencia de Noticias Prensa Ecuménica Ecupress. Pastor de la Iglesia Metodista Central Bahía Blanca. @anibalsicardi

Fuente: www.elarcadigital.com.ar

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