martes, marzo 19, 2024
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Repensar la agenda educativa en tiempos de insatisfacción educativa

Silvia Andrea Vázquez, profesora e investigadora de la UNLu. Coordinadora Comisión de Educación del Instituto PATRIA. Referente Frente Nacional Educación y Ciencia Nuevo Encuentro.

No nos extrañen las opiniones que afirman que hoy la escuela es peor que hace 30 años, que los chicos aprenden menos. Esas percepciones, que sabemos que existen en el sentido común que construyen los discursos hegemónicos, están siendo comunicadas a la opinión pública como resultados de investigación por encuestas realizadas desde usinas integradas por “expertos”; operación que parece querer mostrar algo así como la confirmación científica del sentido común, cuya performatividad es más que peligrosa. Encuestas de dudosa representatividad, realizadas en un contexto de malestar económico y social de la población, buscan legitimar la percepción mayoritaria de que hace treinta años la educación era mejor.

Hace treinta años eran los 90, nacía en la Ley Federal de Educación(LFE), se transferían sin las instituciones de educación de nivel secundario y terciario, se descomponía el sistema educativo nacional en 14 estructuras distintas, la básica amuchaba en un mismo precario edificio a estudiantes entre 6 y 16 años y la secundaria se pulverizaba en “polirrubros”, se destruían las escuelas técnicas, se generalizaba la compra-venta de capacitación docente, reinaba la fragmentación salarial y los docentes cobraban en “papelitos”, la educación especial, de las comunidades originarias y de adultos se diluían como mecanismos de excepción, el presupuesto destinado a educación caía al 2,5%, y muchas otras maravillas más. ¿En qué mítico pasado ubican las citadas percepciones de la existencia de una mejor educación? No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca,

Sin embargo, los 90 parecen hoy más actuales que nunca. Las nuevas usinas de la tecnocracia pedagógica nativa donde conviven consultores de todas las épocas y colores políticos (que en los 80 y los 90 integraban otras ONG), siempre independientes, siempre a disposición de asumir cargos, entrevistan a líderes políticos, sociales y sindicales proponiendo pactos, acuerdos y/o consensos nacionales (y van…) para sacar la educación argentina adelante. Recomendaciones que inexorablemente agregarán un par de elementos adaptados a los nuevos debates internacionalmente instalados: neurociencias, educación ambiental, ciudadanía digital, ESI, pero en lo sustancial volverán a la LFE: provincializar el sistema educativo, ajustar el gasto, comercializar con la capacitación, acreditar para segmentar, terciarizar la gestión educativa, etc. etc.

A uno y otro lado de las dos coaliciones hoy enfrentadas por distintos proyectos políticos, aparecen voces como la de “Hacer educación” y de “Argentinos por la Educación” entrevistando a posibles candidatos nacionales y provinciales ofreciendo el “ kit de dispositivos tecnológicos para mejorar los resultados de aprendizaje” y dándose una pátina de progreso por salir a discutirle a Milei la vieja idea de los vouchers educativos. Un ejemplo paradigmático lo constituye la ex ministra de educación del meme, hoy coordinadora educativa de JxC. En una reciente entrevista en INFOBAE, Susana Decibe arranca diciendo que los problemas educativos son los mismos de la recuperación de la democracia pero con más chicos dentro de las aulas. El escenario que asume como punto de partida revela una visión conservadora del sistema educativo,

Ahora bien, estos discursos que se van expandiendo e imponiendo parecen ser algo más que el fruto de la simple manipulación mediática o cooptación interesada de equipos técnicos; como todo discurso hegemónico intenta erigirse sobre las bases materiales de lo que, parafraseando a Cristina Kirchner, me atrevo a llamar “la insatisfacción educativa”. O cómo llamar a la resistencia pos-pandemia de adolescentes que no quieren volver a la secundaria. O a la desorganización familiar que genera escuelas que aparecen cerradas y el desamparo que sienten docentes y estudiantes ante la ausencia de condiciones mínimas de seguridad, el maltrato salarial y/o ciertas actitudes que bastardean derechos. O a la angustia que sentimos ante las acusaciones cruzadas entre familias y escuelas sobre violencias y abusos. O la desilusión frente a lo que no pude enseñar o no pude aprender. O a tantas cuestiones que están por debajo de nuestras expectativas y nos remiten a la melancolía de un falso pasado mítico.

En este marco quienes trabajaron desde hace años en y por una educación que forme hombres y mujeres que aspiren a transformar este mundo, nos cabe problematizar nuestras propias acciones; se trata de reconocer las políticas que no hicimos y las que fueron insuficientes, las demandas educativas que no escuchamos y/o ciertas formas de priorizarlas de acuerdo con los intereses de nuestro colectivo de pertenencias, los errores cometidos, los condicionamientos presupuestarios para hacer y no hacer, algún que otro dogmatismo pedagógico, un par de clichés progres, etc etc.

Porque sobrevuela la necesidad de admitir que algo no hicimos bien para que se reinstalara en el sentido común el mito de que la escuela del pasado era mejor. Son tiempos para que dejemos de consumir sólo el discurso que nos justifica y reconozcamos que somos parte de esa insatisfacción educativa, incluso con cierto nivel de responsabilidad, y teniendo en claro que no se trata de caer en el eterno rezongo, animémonos a proponer, organizar y hacer. De este modo, y partiendo de asumir la insatisfacción educativa, apunto algunas ideas a modo de disparadores para intentar aportar nuevas formas de desarmar viejos y nuevos nudos educativos.

– Redefinir la idea de escuela pública; no quedándose sólo en la perspectiva del Estado liberal que la sostiene económicamente y establece normas básicas de funcionamiento institucional y de la enseñanza comunes sino avanzando en reformularla como espacio de trabajo educativo colaborativo, de producción solidaria de conocimientos y de cultura institucional inclusiva. ¿Qué tiene de pública una escuela por más “estatal” que sea si las y los docentes compiten entre sí por premios salariales, si el conocimiento circula como mercancía, o si muchas chicas y chicos de su comunidad local son excluidos, estigmatizados, violentados?

La tradicional definición de “laica, gratuita y obligatoria”, que sin dudas seguimos sosteniendo, es hoy insuficiente; tenemos que avanzar afirmando que la escuela pública es la que construye y se construye en diálogo con las identidades y las necesidades de su comunidad. Desde esa perspectiva es importante recuperar y profundizar los distintos modelos de gestión institucional que están enunciadas en el LEN 26206: estatal, privada, social y cooperativa. Es necesario debatir regulaciones y articulaciones que las cobije dentro de una noción ampliada de lo público.

– Recuperar la dimensión política de lo escolar Desde nuestras mejores experiencias de formación docente se creyó que primero había que cambiar “la ideología docente” con temas de DDHH, ESI, Ciudadanía, Inclusión, Patria Grande, y que esto induciría a cambiar las prácticas. Pero debemosreconocer que los resultados han sido por lo menos magros. Es probable, entre otras cosas, que el énfasis en lo que había que enseñar relegó pensar si estaban dadas las condiciones, o que se intentó suplir con voluntarismo la imprescindible reconfiguración del trabajo docente para que lo nuevo aconteciera.

Sin embargo considero que la sobreabundancia de enfoques tecnicistas sobre las didácticas, jugó un papel central a la posibilidad de poner la enseñanza en el centro de las preocupaciones, ya que si la pensamos como “técnica” la enseñanza carece de épica, es decir, carece de política. ¿O acaso no es profundamente ético-política la idea de que es posible enseñar para que todas y todos aprendan, sin homogeneizar y atendiendo a que los sujetos tenemos ritmos, tiempos y procesos diferentes que se desarrollan en el marco de condiciones socio-existenciales desiguales y diversas identidades culturales?

Tal vez interpelar la conciencia docente desde el desafío “que todas y todos pueden aprender”, los invita a reflexionar sobre qué y cómo enseñar para que las y los estudiantes aprendan y que lo que aprendan les sirva para la vida. Y a problematizar, sin caer en el consignismo,sobre lo que se juega en la acción de la escuela, sobre los futuros que construye la escuela y para quiénes son esos futuros. Interrogantes que nos llevan debatir el sentido político del trabajo de enseñar en esa particular dialéctica entre el derecho a la igualdad y a la diferencia en el campo del conocimiento.

– No hay calidad educativa sin calidad de vida. Estamos en presencia de una idea de calidad educativa asociada a la idea de capital cultural, y cuyos niveles están vinculados de algún modo al valor de cambio del conocimiento adquirido. Incluso se asocia con un rasgo de distinción, calidad es algo que sólo poseen algunos, los mejores. Por eso en tiempos de necesaria reconfiguración de lo escolar volvemos a pensar que la escuela mejor, la de calidad, está en el pasado, es decir en tiempos de exámenes selectivos de ingreso que permitía obtener buenos niveles de resultados de aprendizaje y altos porcentajes de trayectorias exitosas a partir de la selección previa. En realidad se trata de un mito ya que en los años 60 y 70, aun partiendo de un examen de ingreso, en la mayoría de los colegios secundarios había ocho o nueve divisiones de primer año y no más de tres en quinto año, ¿no será que asociamos conservadoramente la idea de “calidad” a una escuela secundaria que simplemente es tradicional? Es por eso que hoy la reconfiguración de lo escolar necesita ser acompañada de otro concepto de calidad educativa, vinculada a calidad de vida, y no tanto a estándares de resultados de escasa relevancia social y cultural en los territorios habitados por nuestros estudiantes. Una educación de calidad es mucho más que acumular información, memorizar definiciones o aplicar algoritmos, es la que enseña a vivir mejor en comunidad o a pelear colectivamente por ello.

Una educación de calidad es para los hijos e hijas de las mayorías populares una herramienta, no infalible pero necesaria, que abre a mundos hasta ayer inaccesibles y prepara para posicionarse mejor ante los desafíos actuales, teniendo en cuenta la mutación tecno-comunicacional y los cambios en el mundo del trabajo; y al mismo tiempo permite torcer destinos de exclusión y aumenta las posibilidades del ejercicio de derechos hasta ayer ignorados

– El problema que aqueja a las y los docentes, aún aquellos a quienes las políticas educativas les proveen de buenas condiciones laborales y salariales, es la crisis por la que atraviesa su autoridad tanto como educadores como enseñantes. La de educadores atravesados por una incierta mutación civilizatoria que, potenciada por la pandemia ha deshumanizado las relaciones interpersonales, promueve violencias y exacerba susceptibilidades que se entraman con la búsqueda de nuevas formas de ser y hacer, de querer, de reconocernos, de sentir, que generan conflictos y sospechas entre escuelas y comunidades antes impensados.

La autoridad de enseñantes porque la revolución científico tecnológica, que se mete en la vida cotidiana de las aulas a través de recursos tecnológicos de comunicación que las y los estudiantes manejan con una fluidez que contrasta con el esfuerzo reticente de sus docentes, los y las descoloca, los lleva a no saber qué hacer, qué de lo que llaman contenidos escolares es reemplazable por las tics y qué no, sobre qué bagaje cultural pararse, qué paradigma científico es válido, cómo intervenir para habilitar procesos creativos de conocimiento y no meros automatismos repetitivos (los que serán fácilmente reemplazados por la tecnología) afincar la relevancia social de enseñar, desde dónde convocar y desafiar el interés y el deseo de las y los estudiantes por conocer, descubrir, sistematizar sus saberes de experiencia, crear, inventar, etc-

– Capitalizar la experiencia de trabajo y acreditar sus saberes.

¿Cómo salir de la trampa que nos proponen las pasantías en la escuela secundaria, despilfarrando el tiempo de las y los estudiantes en actividades inútiles, desprestigiadas y en vías de extinción o transformándolos en mano de obra gratuita para empresas de altísima rentabilidad?

Sería interesante dar vuelta el paradigma que define “formar para el trabajo” por dispositivos educativos institucionales que dé oportunidad de sistematizar los saberes que se producen en las actividades laborales en las que se desempeñan las jóvenes (más o menos formalizadas) y les permita construir un campo de conocimientos acreditable. Nutriéndose de la histórica tradición de las escuelas fábricas del peronismo y en las experiencias de educación popular, habría que desarrollar tramos de formación laboral que pudieran articularse con los FINES de nivel medio o hacerlas valer como créditos en las escuelas técnicas, de formación profesional, etc.

Esos tramos podrían desarrollarse por oficio, función, cargo, tarea y estar vinculado a desempeños en la administración estatal, en servicios, en la industria, y/o actividades de producción agraria. No se trata de desestimar el valor formativo de las prácticas laborales sino de proponer formas diferentes de acreditar lo que muchos estudiantes de sectores populares hacen como changas o contraparte de planes y para los pibes de las familias que siguen pensando en las pasantías como el sendero al trabajo proponer inserciones en actividades estatales,

Estas son apenas algunas ideas, sin pretensión de exhaustividad, y menos de verdad. Las escribo a modo de provocaciones para que circulen, se discutan, se desechen y den lugar a otras muchas más y mejores. Las y los invito a hacerlo. Y por qué no, intente que aquello que resulte interesante, nutra la construcción de programas educativos que puedan ser llevados adelante por quienes se animen a asumir los desafíos de la educación argentina los próximos años.

Fuente: En Orsai

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