Ray Bradbury (Waukegan, 1920–Los Ángeles, 2012) fue un escritor estadounidense de misterio del género fantástico, terror y ciencia ficción. Principalmente conocido por su obra Crónicas marcianas (1950) y la novela distópica Fahrenheit 451 (1953), publicada en 1953 y considerada una de sus mejores obras. La novela presenta una sociedad estadounidense del futuro en la que los libros están prohibidos y existen «bomberos» que queman cualquiera que encuentren. La novela ha sido objeto de interpretaciones que se enfocan en el rol histórico que ha tenido la quema de libros para reprimir ideas disidentes. En una entrevista de radio de 1956, Bradbury afirmó haber escrito Fahrenheit 451 por sus preocupaciones durante la era Mc Carthy de la amenaza de quema de libros en los Estados Unidos. En años posteriores, lo describió como un comentario sobre la forma en que los medios de comunicación masivos reducen el interés por la literatura.
El año en que dejé la escuela secundaria en Los Ángeles adopté para el resto de mi vida el régimen de escribir un cuento por semana. Yo sabía que sin cantidad no podía haber calidad. Sentía que mis cuentos de esa época eran tan malos que sólo la práctica podría despejar los tratos viejos de mi mente y permitir que fluyeran las cosas buenas. Mientras tanto, trataba de meterme por los ojos toda la experiencia literaria posible -buena, mala, indiferente o excelente- para que, con un poco de suerte, saliera luego de mis dedos.
De manera que todos los lunes escribía un primer borrador del cuento que brotaba por mi cabeza. El martes escribía el segundo borrador. El miércoles, jueves y viernes aparecían la tercera, cuarta, quinta versiones. El sábado enviaba por correo la versión final. El domingo me derrumbaba en la playa por un día, con Leigh, y el lunes empezaba un cuento nuevo.
Así ha sido durante unos cuarenta y cuatro años. Todavía escribo un cuento por semana, o su equivalente. Ahora escribo siete u ocho poemas en una semana, o una obra en un acto, o tres capítulos de una novela, o un ensayo. Pero ahora, como antes, la misma cantidad de páginas: entre dieciocho y treinta y dos por semana.
Me apresuro a añadir que esto no es mecánico. No me exijo cuentas. No es necesario. Amo lo que hago, como una madre ama a sus hijos, aunque sean aburridos o feos. A usted pueden gustarle o no mis hijos, pero cuando los escribía araba con mi máquina de escribir y cosechaba párrafos.
Dios protege a los escritores jóvenes y hace que ignoren, mientras escriben, hasta qué punto están desencaminados. Por eso es importante la producción en cantidad. Los buenos cuentos que se escriben más tarde son un paraguas sobre los malos cuentos que uno deja atrás a lo largo de los años. Todo se compensa. Y si le gusta a usted escribir, es una verdadera fiesta.
Fuente: https://calledelorco.com/