Miguel Hernández Gilabert (Orihuela, 1910–Alicante, 1942) fue un poeta y dramaturgo de especial relevancia en la literatura española del siglo xx. Aunque tradicionalmente se le ha encuadrado en la generación del 36, Hernández mantuvo una mayor proximidad con la generación anterior hasta el punto de ser considerado por Dámaso Alonso como «genial epígono» de la generación del 27. Actualmente —y tras las interesantes aportaciones de A. Sánchez Vidal— se le asocia a la Escuela de Vallecas.
Las luces del alba anunciaban el comienzo de otra jornada monótona y triste en la enfermería del Reformatorio de Adultos de Alicante donde el condenado Miguel Hernández era asistido. No obstante, un hecho inesperado alteraría la rutina del centro asistencial esa madrugada del 28 de marzo de 1942 haciéndola distinta; en plena juventud se apagaba la existencia de uno de los poetas y dramaturgos de mayor relevancia, que la literatura española haya aportado a la cultura del mundo.
Dotado de un talento innato que le permitía desarrollar al máximo sus pensamientos con pocas palabras precisas y exactas; fue el autor de una importante obra literaria de excepcional contenido y calidad estilística, fruto de una vocación inclaudicable sumada a su pasión por la lectura de los clásicos españoles del Siglo de Oro y de muchos grandes autores de las letras de todos los tiempos.
En uno de sus versos publicado en el poemario «Cancionero y romancero de ausencias», este poeta de humilde origen y pastor de cabras en su infancia, narraba: «Escribí en el arenal los tres nombres de la vida: vida, muerte, amor. Una ráfaga de mar, tantas claras veces ida, vino y los borró.»
Premonición, anticipo tal vez del durísimo y trágico destino que consumió su vida.
Legó a la posteridad poemas magistrales que hablan del amor, la muerte, la guerra y la injusticia, escritos con una fuerza expresiva deslumbrante y estremecedora.
Son versos de lectura imprescindible y entre ellos destaca uno especial para recordarlo, por la historia que lo inspiró, por el significado de cada estrofa, porque lo define como ser humano integro y por que se convirtió en un trágico y paradójico canto a la vida:
NANAS DE LA CEBOLLA
La cebolla es escarcha cerrada y pobre.
Escarcha de tus días y de mis noches.
Hambre y cebolla, hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre mi niño estaba.
Con sangre de cebolla se amamantaba.
Pero tu sangre, escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.
Una mujer morena resuelta en luna
se derrama hilo a hilo sobre la cuna.
Ríete, niño, que te traigo la luna
cuando es preciso.
Alondra de mi casa, ríete mucho.
Es tu risa en tus ojos la luz del mundo.
Ríete tanto que mi alma al oírte
bata el espacio.
Tu risa me hace libre, me pone alas.
Soledades me quita, cárcel me arranca.
Boca que vuela, corazón que en tus labios
relampaguea.
Es tu risa la espada más victoriosa,
vencedor de las flores y las alondras
Rival del sol. Porvenir de mis huesos
y de mi amor.
La carne aleteante, súbito el párpado,
el vivir como nunca coloreado.
¡Cuánto jilguero se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!
Desperté de ser niño: nunca despiertes.
Triste llevo la boca: ríete siempre.
Siempre en la cuna, defendiendo la risa
pluma por pluma.
Ser de vuelo tan alto, tan extendido,
que tu carne es el cielo recién nacido.
¡Si yo pudiera remontarme al origen
de tu carrera! que tu carne parece
cielo cernido.
Al octavo mes ríes con cinco azahares.
Con cinco diminutas ferocidades.
Con cinco dientes como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de los besos serán mañana,
cuando en la dentadura sientas un arma.
Sientas un fuego correr dientes abajo
buscando el centro.
Vuela niño en la doble luna del pecho:
él, triste de cebolla, tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa ni lo que ocurre.
Miguel Hernández compuso esta bella poesía, llamada Nanas de la cebolla, en la cárcel, inspirándose en la carta que su esposa y compañera Josefina Manresa le enviara contándole amargamente las penurias que estaba atravesando, al extremo de tener solamente pan y cebolla para alimentar a Manuel Miguel «Manolillo», el pequeño hijo de ambos, nacido a dos meses y medio de la muerte de su otro hijo, que apenas alcanzó a cumplir un año de edad.
Para responderle, devastado por la desesperación y la impotencia de no poder hacer nada para ayudar, Miguel le escribió una carta que comenzaba así: «Mi querida Josefina:…Esta semana, es martes y no ha llegado tu carta como las anteriores. También empiezo a escribir ésta para que me dé tiempo a echarla después, cuando el correo me traiga la tuya, que no creo que falte hoy. Estos días me los he pasado cavilando sobre tu situación, cada día más difícil. El olor de la cebolla que comes me llega hasta aquí, y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche. Para que lo consueles, te mando esas coplillas que le he hecho, ya que aquí no hay para mí otro quehacer que escribiros a vosotros y desesperarme…» (Madrid, 12 de septiembre de 1939)»
Josefina también le había enviado una foto del niño de la que su orgulloso padre comentaba: “No pasa un momento sin que lo mire y me ría, por muy serio que me encuentre, viendo esa risa tan hermosa. Esa risa suya es mi mejor compañía aquí y cuanto más la miro más encuentro que se parece a la tuya …”
La letra del poema es sublime y si leerlo conmueve, escucharlo en la interpretación que hace Joan Manuel Serrat con su privilegiada voz, desgarra y lastima cada pedacito del alma.
Y sirve para reflexionar. Cuando las diferencias entre los seres humanos se resuelven con el frío insensible y mortal de las armas y la insensatez de una guerra, descendemos hasta arrastrarnos por todas las miserias imaginables, de las que solamente se puede escapar tomando conciencia y valorando en toda su magnitud los postulados de la paz.
Aunque muchas veces nos parezca un ideal imposible de alcanzar.
Miguel Hernández Gilabert, nacido el 30 de octubre de 1910, tuvo una difícil vida de pobreza y privaciones; convertido en pastor de cabras y ovejas desde una temprana infancia por la necesidad de ayudar a su padre, no le quedaba tiempo para asistir a la escuela. Recibió en consecuencia una escasa instrucción aunque en sus momentos libres leía fervorosamente cuanto podía y además, escribía poemas. Su formación posterior fue autodidacta, aprendiendo las bases de la buena literatura guiado por las obras de maestros como Paul Verlaine, Miguel de Cervantes, Pedro Calderón de la Barca y Luis de Góngora.
En el año 1937 contrajo matrimonio con Josefina Manresa. Afiliado al Partido Comunista Español, durante la Guerra Civil se alistó en el ejército republicano y fue uno de los asistentes al Congreso internacional de intelectuales antifascistas de 1937 en Valencia. Terminada la contienda fue detenido en la frontera al intentar escapar para refugiarse en Portugal. En un juicio sumarísimo fue condenado a la pena de muerte, pero esta sentencia fue conmutada más tarde por la de treinta años de prisión.
Estuvo en la cárcel de Palencia en septiembre de 1940 y tras un largo peregrinar por varios lugares de detención, en 1941 fue trasladado al Reformatorio de Adultos de Alicante. Allí enfermó de bronquitis complicada con tifus; el transcurrir de los días y las duras condiciones de vida en el presidio fueron agravando su estado, hasta que finalmente, a los 31 años de edad, la tuberculosis acabó con su vida.
En la prisión de Conde de Toreno conoció al dramaturgo y pintor Antonio Buero Vallejo quien le hizo el famoso retrato, conservado hoy por sus familiares.
Fuente: https://laplumayellibro.com y https://youtu.be/hOJaloDh-eA