Mario Bunge, un filósofo a la luz de la ciencia: ¿quién fue el reconocido físico y epistemólogo argentino que murió a los 100 años en Canadá? Fue un ejemplo notable de cómo la polémica constituye un estímulo del pensamiento creador. Uno de los debates más duros que provocó fue su cuestionamiento al psicoanálisis.
Ser original y distinto –defender la perspectiva científica para oponerse a las seudociencias, entre las que cuestionaba al psicoanálisis– no es moneda corriente. ¿Alguien logró “filosofar a la luz de la ciencia” como él? Mario Bunge, el físico, filósofo y epistemólogo argentino que murió a los 100 años en Montreal (Canadá), donde vivía desde hace más de cincuenta años, no es epígono de nadie en el rubro “gran polemista”; un ejemplo notable de cómo la polémica constituye un estímulo del pensamiento creador. El autor de más de un centenar de libros y medio millar de publicaciones sobre física teórica, matemática aplicada, teoría de sistemas, fundamentos de física, filosofía de la ciencia, semántica, epistemología y ontología, entre los que se podría destacar el voluminoso Tratado de filosofía (publicado en varios tomos), ha cultivado una honestidad intelectual excepcional. “Cuando era joven tenía esperanzas en el socialismo autoritario, en la revolución, en todo eso. Todas esas esperanzas se evaporaron. Mi actitud hacia la filosofía marxista ha cambiado mucho. Hice una crítica detallada de la dialéctica, núcleo de la filosofía marxista. La dialéctica es confusa y, en el mejor de los casos, falsa. En el peor de los casos, no se entiende”, planteaba Bunge en uno de sus últimos libros, Memorias: entre dos mundos, publicada en una coedición por Gedisa y Eudeba.
Bunge –que en esas memorias se define “socialista, democrático, participativo, cooperativo”– advertía sobre los problemas del sistema capitalista. “El capitalismo ha tenido sus méritos históricos, pero es moralmente insostenible. Por ejemplo, la productividad de todos los sectores industriales se ha duplicado en los últimos 50 años, pero los salarios se han mantenido constantes. O sea, que se han beneficiado unos pocos. Los ricos se han hecho más ricos y los pobres se han quedado igual o peor. Por este lado los marxistas tienen razón, pero la alternativa que proponen no es viable porque confunden socialización con estatización y lo ideal no es que el Estado sea patrón, sino que los trabajadores sean los patrones, que los que trabajan posean y administren sus empresas, un poco lo que ocurre con la pyme familiar”.
El hombre que filosofó a la luz de la ciencia nació el 21 de septiembre de 1919. Su madre alemana fue enfermera de la Cruz Roja en China y en el hospital Alemán de Rosario. Su padre, Augusto Bunge, era médico y diputado por el partido Socialista. Bunge decía que había sido educado sin prejuicios y con respeto por las diferentes creencias. “La racionalidad no es incompatible con la religión, ya que hace a la forma y no al contenido de la argumentación”, postulaba el científico argentino. “Tomás de Aquino, el máximo teólogo de todos los tiempos, era racionalista y les advertía a sus correligionarios que, cuando disputasen con infieles, debían recurrir a la razón, bien común, y no a la fe ni a las escrituras religiosas. Además, y esto es lo esencial, lo que compartimos ateos y religiosos de buena fe […] es mucho más que lo que nos separa: nos une la aspiración a la paz y a la justicia, así como la protección de la naturaleza, que está siendo destrozada a gran velocidad con el beneplácito de muchos economistas. Sin ella se extinguiría la especie humana”. En 1938 ingresó a la Universidad de la Plata y empezó la carrera de Química porque su padre le advirtió que no podría ganarse la vida como físico. Cursó solo un año y convenció a su padre de que la química era aburrida y se pasó a Física, donde tuvo como profesor al escritor Ernesto Sabato. Por su cuenta estudiaría filosofía para alcanzar la meta que se había propuesto: “filosofar a la luz de la ciencia”.
El mismo año en que comenzó a estudiar fundó la Universidad Obrera Argentina (UOA), clausurada por la policía en 1943, en la que trabajadores de diferentes especialidades recibían capacitación técnica y sindical; un antecedente de la Universidad Obrera Nacional que crearía Perón en 1952. En 1944, junto a Risieri Frondizi, lanzó la revista Minerva, una publicación que defendía el racionalismo y que cerró al año siguiente por falta de recursos. En 1951 estuvo preso durante una semana por su oposición al peronismo y un año después aprobó su tesis de Doctor en Ciencias Físico Matemáticas. Fue profesor de Filosofía de la Ciencia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires a fines de la década del 50, cuando construyó la teoría de “la verdad parcial o aproximada”: “Los lógicos y la mayoría de los matemáticos rechazan la idea misma de la verdad parcial, creen que la lógica contiene el principio de la bivalencia, según el cual toda proposición es verdadera o falsa. Pero esto no es verdad, la lógica no se ocupa de la verdad sino de la validez, de modo que es posible hablar coherentemente de verdades parciales, que es lo que suelen hacer los científicos y técnicos”, explicaba Bunge antes de iniciar un exilio que se fue prolongando en Estados Unidos (1963-1965), en Alemania (1965-1966) y en Canadá, desde 1966.
Su legado no se limita a la filosofía y a la ciencia, incluye también la metafísica, la teoría del conocimiento, la ética y la filosofía política. “Mi principal aporte es construir un sistema filosófico con algunas ideas nuevas que no se limitan a comentar las ideas de otros, que es lo que ocurre con los autores de filosofía. Es una filosofía nueva caracterizada, primero, por el realismo. El realismo filosófico tiene la tesis de que el mundo exterior no preexiste y existe de por sí, sin nuestra ayuda, excepto lo artificial, los artefactos humanos, y entre los artefactos incluyo a la sociedad, lo hecho por la gente y no por la naturaleza –aclaraba Bunge–. Segundo, es una filosofía materialista, es decir, la tesis de que no hay objetos inmateriales, sueltos, desencarnados, todo lo material es real. En particular, las enfermedades mentales son enfermedades del cerebro. Tercero, el sistemismo, o sea, encarar los problemas gordos de manera sistémica y no fragmentaria, no contentarse con el análisis, sino hacer síntesis. Cuarto, cientificismo. La tesis de que todo lo que se puede conocer se puede conocer mejor usando el método científico, empezando por las ciencias sociales. Por ejemplo, hacer historia o sociología con números, estadísticas”.
El peronismo y Bunge merece un párrafo aparte. “Yo reconozco que me equivoqué. Reconozco que tampoco entendí al peronismo, simplemente porque el peronismo atacó a los universitarios y a las universidades, y yo tomé la defensa de eso. Fui gorila. Lo confieso con toda vergüenza, mi iracundia política no llegó a entender al peronismo –admitía en una entrevista con La Nación Revista, en noviembre de 2019–. Yo recuerdo cuando Perón les decía a los peones rurales que rompiesen los candados de las tranqueras de las estancias. Él mismo no lo tomó en serio, pero animó a los peones a votar por él y no por los conservadores, como pasaba antes. Las elecciones durante el gobierno de Perón fueron libres. Fueron elecciones auténticas”. En su última visita al país en 2014, invitado por el ministerio de Ciencia y Tecnología de la Nación, Bunge reconoció el trabajo de los gobiernos kirchneristas en torno a la ciencia. “Son los primeros gobiernos de la historia argentina que apoyan a la investigación científica”, destacó el científico que dedicó gran parte de su vida a la docencia, fue Príncipe de Asturias en 1982 en Comunicación y Humanidades, y recibió más de veinte doctorados honoris causa.
La peor seudociencia para Bunge es la ortodoxia económica porque es “la que más daño ha hecho”. “La ortodoxia económica, en particular en el Tercer Mundo, proclama el libre comercio con lo cual impide el desarrollo de la industria nacional que no puede competir con la industria importada. Le siguen muy de cerca las seudomedicinas –como llaman a las medicinas alternativas–, como la homeopatía, la acupuntura, el psicoanálisis y demás macanas”. El filósofo curioso recomendaba “no leer porquerías”, entre las que incluía a filósofos como Hegel, Heidegger y a Nietzsche, “el más venenoso de todos”. La ironía y el humor le sacaban filo a la cuchilla de sus frases controvertidas: “Una vez puse en un libro en francés ‘charlacanismo’ y el corrector puso charlatanismo, creía que era un error mío. No, no lo era”.
Fuente: Silvina Friera para www.pagina12.com.ar