Vimos las escenas en la plaza del Congreso artillada, con hombres acorazados y máquinas lanzagranadas, sórdidos motociclos con raras escopetas emergiendo del humo irrespirable. ¿A qué hacían acordar? Entre tantas cosas que retiene la memoria ciudadana, hacían acordar a la sorprendente visión que tienen los resistentes de El Eternauta cuando llegan a ese mismo lugar y ven el poderío lúgubre y ostentoso de los ocupantes. El cuadro expresionista que entonces dibuja Solano López incluye el clásico Monumento, inseparable de la memoria visual de Buenos Aires, junto a extraños bólidos lumínicos, dentro de los cuales actuaban los poderes de ocupación. Eran las fuerzas que tenían que enfrentar esas criaturas salidas de los barrios periféricos de la ciudad. Se encontraban frente a entes equipadas con extraños armamentos; venían de todos los rincones del cosmos. Eran la forma final de todo agresor, de todo dominador.
Solo que los Ellos eran los dominadores de los dominadores. Todo dominado tiene a su vez alguien que lo engendró en el reconocimiento del amo que le dio vida o que lo capturó o que lo protegió para ponerlo a su servicio. Los Ellos traían el pensamiento general de quebrar la arquitectura económica, moral y cultural de un país. En la Plaza de los Dos Congresos estaba el cuartel general de la invasión, donde los Ellos dirigían a todos los cautivos que, con su servidumbre voluntaria o sus deseos de ser señores a costa de convertirse en instrumento de los propios señores, actuaban para que todo el universo sea un mundo de sometidos. Mientras, en el recinto de Diputados, también estaban quienes también resistían a los emisarios de los Ellos.