Juan Jesús Armas Marcelo (Las Palmas de Gran Canaria, 1946), conocido también como Juan José Armas Marcelo, es un escritor y periodista español. Cursó sus estudios primarios y secundarios con los jesuitas. Se licenció en 1968 en Filología Clásica por la Universidad Complutense de Madrid. Entre 1974 y 1977 viajó y cambió repetidamente de residencia, hasta que en 1978 se trasladó a la capital española, donde se instaló y afincó actividades editoriales, literarias y periodísticas. Actualmente vive entre Madrid y un pueblo de la Sierra de Guadarrama. Publicó sus primeros cuadernos literarios Monólogos y scherzos pour Nathalie entre 1970 y 1972 en Inventarios Provisionales, colección editada en Las Palmas a cargo del poeta Eugenio Padorno. Estas publicaciones ya le provocaron problemas con la Dictadura, siendo condenado en Consejo de Guerra el 15 septiembre de 1972 a seis meses de prisión por injurias encubiertas al Ejército. En 1974 salió su primera novela, El camaleón sobre la alfombra, que ganó el Premio Pérez Galdós al año siguiente. Desde entonces ha seguido cultivando la narrativa, consiguiendo otros galardones, como el Internacional Plaza y Janés por Los dioses de sí mismos (1989), novela que siete años más tarde publicaría Alfaguara en versión definitiva, o el Ciudad de Torrevieja por La orden del tigre (2003).
Lean, por favor, La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, una historia y una metáfora que ahora (y siempre) es la gran moda de las legiones mediocres que nos dominan por todos lados: la conspiración del cretinaje, la conspiración de los imbéciles a quienes las redes sociales (y esta parece ser una atribución que se concede a Umberto Eco) han otorgado la ocasión única de «poner en valor» sus voces vacías. Ahora le toca a Fernando Aramburu, al que atacan por Patria estas miríadas de hormigas salvajes y asesinas que componen la tribu de la mediocridad.
El cretino se levanta por la mañana y se cree el primer hombre del universo. Entonces, se le ocurre una brillante idea que el cretino no sabe que hace cientos de años que está descubierta y estrenada. Pero el cretino, el imbécil activo (el peor de todos) no lo sabe. Cree en ese momento que ha descubierto el universo y perpetra su estrategia: un mensaje contra Aramburu, por ejemplo, en las redes sociales. Toda la tribu de idiotas le sigue como un solo hombre. Aquí, por favor, lean Masa y poder, de Canetti, o simplemente recuerden algunos de sus geniales pensamientos sobre la canalla y su cotidiana costumbre de asesinar. El idiota lo es tan por completo que, normalmente, no lo sabe y si lo sabe hace como que no y, al espejo, se sugiere la estrategia para derrotar al enemigo. Piensa el enunciado del problema desde la comodidad, mientras se afeita ante el espejo (sin sospechar que detrás del espejo está Alicia; aquí hay que recordar algunos relatos de Lewis Carroll, el matemático); pero lo piensa mal. No importa, se dice el cretino, porque no sabe que ya perdió, que el problema que no se enuncia bien, se desarrolla mal y tiene un resultado pavorosamente erróneo. Pero el cretino no no lo sabe, ni quiere saberlo: su estrategia es la mejor y la única. Y se da el golpe contra la pared: el fracaso de su estrategia, el error del problema, porque es un cretino y ve los errores del asunto sólo cuando ya es demasiado tarde. Ignora por completo El arte de la guerra, que un hombre y un lector de verdad de los de ahora mismo ha de tener siempre encima de la mesilla de noche. El imbécil es un tonto intenso que cree tanto en él y en lo que piensa que se supone invencible y mucho más inteligente y listo que todos los demás. Busca, una y otra vez e inútilmente, como el tonto intenso que es, ganarse la complicidad de los aliados del enemigo descubriendo a cada paso que da su estúpida estrategia. La derrota en la guerra y en la vida para el imbécil es cotidiana por todas esas cosas infantiles que va haciendo, creyendo que está llenando la arena de minas personales.
He conocido en mi ya larga vida muchos cretinos, imbéciles en grado de excelencia. Ahora, a mis años, los huelo antes de verlos. Este tipo de idiota suele ser un necio más o menos atractivo, desde el físico, en apariencia simpático, y empático, pero es en suma la adición de todas las imbecilidades: la traición. Te empiezan llamando «Comandante» cada vez que tratan de hablar contigo, porque con ese nombre creen que te engañan (y que tú te crees la lealtad del cretino), pero no se dan cuenta que es ahí donde se decantan: al proclamar una y otra vez su dócil lealtad. Hay por ahí, entre millones de cretinos (esta afirmación es atribuida al tío Albert Einstein, pero ya está en la Biblia, en el Antiguo Testamento), una última especie que tiene como lema la traición, como vengo diciendo. Traiciona cada vez que respira, trece veces por minutos, pero es una raza de piraña con sus dineritos separados y preparados para devorarte pedacito a pedacito. Pero ocurre con él lo de siempre: desde lejos se le ven las plumas de sus intenciones, y no por sinceridad sino por cretino integral, por necio en medio de una conjuración constante y universal, un juego antiguo y maquiavélico (aquí lean algunas páginas de El Príncipe, pariente posterior a El arte de la guerra) del que él no conoce ni las primeras páginas.
Ocurre, y eso es lo peor, que en estos tiempos de gran crisis, el cretino se crece (o cree crecerse ante las dificultades) y se lanza al mar adentro sin saber nadar (aquí, por favor, unas paginitas del relato El tiempo de la amistad, de Paul Bowles, vendrían bien, incluso al cretino), pierde pie y pierde el horizonte. Y se ahoga en su propia estupidez sin entender por qué el mundo lo hizo tan intenso y tan tonto. Y en esta época, ahora mismo, cada ser que no es cretino tiene por lo menos un imbécil que lo acucia. Yo tengo uno último, torpe como no había visto hasta ahora ninguno. Más bien torpísimo. Y Aramburu tiene miles, una bandada de cretinos que tratan de asustarlo. No saben que, a pesar de la leyenda, Moby Dick cayó en la batalla. No saben que Aramburu es un resistente a prueba de cretinos e imbéciles. No saben nada. Fernando, por favor, no les hagas caso: sigue adelante, diviértete y ríete. La Humanidad no tiene remedio posible.
Fuente: https://elcultural.com