George Orwell, profeta de la distopía

Eric Arthur Blair (MotihariRaj Británico, 1903-LondresReino Unido, 1950), más conocido por el pseudónimo de George Orwell, fue un escritor y periodista británico. Su obra lleva la marca de las experiencias personales vividas por el autor en tres etapas de su vida: su posición en contra del imperialismo británico que lo llevó al compromiso como representante de las fuerzas del orden colonial en Birmania durante su juventud; a favor del socialismo democrático, después de haber observado y sufrido las condiciones de vida de las clases sociales de los trabajadores de Londres y París; y en contra de los totalitarismos nazi y estalinista tras su participación en la guerra civil española. Además de cronista, crítico de literatura y novelista, es uno de los ensayistas en lengua inglesa más destacados de las décadas de 1930 y de 1940. Sin embargo, es más conocido por sus críticas al totalitarismo en su novela corta alegórica Rebelión en la granja (1945) y su novela distópica 1984 (1949), escrita en sus últimos años de vida y publicada poco antes de su fallecimiento, y en la que crea el concepto de «Gran Hermano», que desde entonces pasó al lenguaje común de la crítica de las técnicas modernas de vigilancia. En 2008 figuraba en el puesto número dos del listado de los cincuenta escritores británicos de mayor relevancia desde 1945, elaborado por The Times. El adjetivo «orwelliano» es frecuentemente utilizado en referencia al distópico universo totalitario imaginado por el escritor británico.  Si es cierto eso de que los escritores viven en sus obras, Orwell está más vivo que nunca: aunque hoy se cumplan 70 años de su fallecimiento, sus escritos y sus profecías parecen cada vez más actuales.  

George Orwell

«Era un día luminoso y frío de abril y los relojes daban las trece». Millones de personas recuerdan qué sucedió ese día de abril a las trece horas en punto, y ni un minuto más, porque fue el momento en el que conocieron a Winston Smith, el pobre hombre que mostró al mundo la distopía en la que vivía. Esa realidad paralela brotaba de la pluma de George Orwelly se convertiría en una de las novelas más terribles –y, quizá, proféticas– de la historia de la literatura. También en  una de las mejores denuncias políticas a los totalitarismos jamás escrita. Y, aunque Orwell ya había publicado en 1945 Rebelión en la granja, en 1949 daría el puñetazo en la mesa definitivo, precisamente, con la publicación de 1984.

Un año después, el sábado 21 de enero de 1950, fallecía Orwell. Aunque no hay constancia del parte meteorológico de aquella jornada, lo que es seguro es que fue un día frío y triste para la literatura. Era un adiós a medias, pues su legado era férreo, no solo por la buena pluma, sino por lo profético de su historia. 1984 presenta un régimen totalitario que ejerce un control absoluto vigilando todos los pasos de unos ciudadanos que apenas saben escribir con pluma, que se ven bombardeados por la propaganda del Gobierno y en el que la oferta cultural se destina al mero entretenimiento insustancial de un pueblo que se desea ignorante para mayor gloria de su mandatario.

«Si la libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír», decía Orwell

Quizá encuentren su paralelismo en la vigilancia que hacen de nosotros en la red, en el uso del lenguaje táctil en detrimento del lápiz, en la publicidad continua que se vale de algoritmos para dar en el clavo por todas las vías posibles y por una cultura que lucha contra el entretenimiento vacío. ¿Cómo no iba a trascender con este planteamiento distópico? De hecho, se vendieron aún más ejemplares ante el posible ascenso de Trump al poder hace ya tres años y ante el bombardeo mediático en la era de las fake news. De la misma forma se cita sin parar su otro gran título, Rebelión en la granja, ante las promesas de rebeliones por parte de políticos que, como avisa el escritor, pueden cambiar sus ideales con el subidón de poder, como le sucede al personaje de Napoleón, el jefe de los cerdos revolucionarios.

Durante su vida, además de estos dos hitos literarios, Orwell escribió innumerables artículos de periódico y reseñas de libros y trabajó en la radio de la BBC. Todos estos trabajos le han valido el aplauso de la derecha y de la izquierda: tan pronto admiraba a Churchill y el tradicionalismo victoriano inglés como afirmaba que el pueblo era más decente que las elites –a las que él pertenecía, dicho sea de paso–. Desde luego era el mejor embajador de una de sus declaraciones más célebres: «Si la libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír». Y lo hacía con su mejor arma: su máquina de escribir.

Cometió algunos errores y tenía algunas ideas un tanto vergonzantes. No era un santo, aunque nadie lo es. Pero valieron más las palabras –dicen que escribió unos dos millones– que tuvo que teclear para ganarse el sustento y dejar constancia de su rebeldía. Por eso, aquel 21 de enero quien falleció no fue el eterno George Orwell, sino Eric Arthur Blair, su nombre real. Nacido en el seno de una familia de «baja clase media alta», como a él le gustaba bromear, decidió dejar el ejército con 23 años y ser escritor. Volcó todas sus ansias revolucionarias en aquella máquina de escribir destartalada, con la voluntad de hierro de quien ha sobrevivido a una vida encorsetada por el camino marcado por el colegio católico, la universidad privada, el ejército durante la época imperialista inglesa… En cierta medida le avergonzaba su pasado, por eso hizo de su obra su vida. Respiraba para escribir, hasta que la tuberculosis se lo llevó con solo 46 años. O lo intentó: Orwell siempre será el profeta inmortal.

Fuente: María G. Aguado para https://ethic.es

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