viernes, marzo 29, 2024
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¿Experiencia o repetición?

Pedro Luis Barcia: «el argentino concibe la experiencia como repetición». El intelectual argentino es un lúcido observador de la actualidad social y política; a los 80 años, estima que hay pocos oradores buenos y que «tenemos las mismas crisis con distintos personajes»

Aunque estima que hace falta introducir el «ustedear», acepta sin vueltas el «voseo». Pedro Luis Barcia habla con la misma claridad con la que piensa, aunque una cosa no puede separarse enteramente de la otra. En una época en la que el conocimiento tiende a tabicarse, Barcia enfrenta el presente con las mejores armas: las del pasado, que son las de la experiencia. Años de docencia e investigación y la presidencia de la Academia Argentina de Letras y de la Academia Nacional de Educación precipitaron últimamente en el proyecto del Instituto de Cultura Cudes. «La idea es la siguiente -explica Barcia-: usted, como argentino, tiene nociones generales, ‘masomenistas’; le falta orden. Yo lo ayudo a ordenar lo que ya sabe y al mismo tiempo lo enriquezco. El Cudes ayuda a situarse. El año que viene, cumplimos 10 años».

Barcia sabe pensar la Argentina desde una perspectiva abierta que vino a él desde las letras. Para empezar, muchos de los problemas actuales le parecen imputables a la amnesia, que nos haría proclives a la repetición de lo olvidado. Sin embargo, también podría suponerse que el problema no es que no se recuerde, sino que, lisa y llanamente, se ignora. Barcia está de acuerdo. «La ignorancia es el primer mal que padecemos. Acá no hay una renuncia a la memoria. Acá no hay memoria porque no se han fijado hechos en la memoria. Y además vivimos clamando por la memoria y pedagógicamente la condenamos. Hay que condenar el memorismo, pero no la memoria. Los griegos la tenían clara: Mnemósine era la madre de todos los dioses. Si no tenés memoria, no tenés unidad interna, no tenés coherencia. Pero lo que vos decís es cierto: no es que la gente olvide; no puede olvidar lo que no retuvo. Al no tener memoria ni conocimiento, no podés tener experiencia, que es sacarle el jugo a lo vivido. El argentino concibe la experiencia como repetición del mismo hecho. Es como casarte quince veces para saber qué es estar casado: tenés que casarte una sola vez y saber a fondo qué es el casamiento, para no incurrir más o para ser feliz, una de dos. La amnesia no es un mal nuestro, sino la inexistencia de memoria. Ni siquiera somos amnésicos».

-Es como un continuo estado adánico sin los beneficios del Paraíso.

-Hay una tendencia para explicar al argentino, que es el «sisifismo», por Sísifo. Es decir, recomenzamos siempre. Uno de los que lo desarrollan, aunque no con ese nombre, es Juan Agustín García, en La ciudad indiana, en 1900. El tipo dice que los argentinos somos como las obras de teatro de un autor italiano. Todas las obras son lo mismo con distintos personajes. Aquí, las crisis que tenemos son las mismas con distintos personajes. Esta es la situación. El «sisifismo» lleva a una refundación permanente de todo. A esto en el argentino se le suma otro rasgo peligroso: el neofilismo, o sea, entusiasmarse con lo nuevo. Eso lo vimos en la facultad con el profesor que viajaba y traía libros estructuralistas. Los enseñaba con dos características: era acrítico e inadecuado a la realidad argentina. Por lo tanto, vos aprendías algo y al año siguiente venía otro profesor con otra cosa. Este neofilismo es grave, porque no hay nada que llegue a decantar. Y en educación se confunde lo «neo» con lo «eu». La confusión de los prefijos es grave. «Eu» es lo bueno; «neo» es un dato cronológico.

-Pero tiende a imponerse la superstición de que lo nuevo es lo bueno.

-Claro. Por eso la palabra «innovación» es uno de los peligros más grandes que tenemos en la educación. La gente se ceba con la innovación sin preguntarse por la experiencia que la comprobó, si realmente es efectiva. Pero es nueva, por eso te la encajan. Para mí, la educación en estos momentos tendría que empezar con una serie de restauraciones, antes que de innovaciones. Hay que insistir en restaurar la educación que va de los 3 a los 5 años. En ese período, se tiene que aprender lo que se llama en pedagogía «actitudinales». Actitudes: de respeto, de escucha, de pedir perdón, de agradecer. Todo eso que el chico no siempre aprende. Y la oralidad, que es la base de la sociabilidad. Por decir «quiero café con leche» no estás hablando. De ahí que la pobreza lexicográfica del chico argentino haga que no pueda pensar.

-Sin variedad léxica no hay pensamiento, ¿no es así?

-Vos pensás con palabras. Si voy al campo, veo cuatro tipos de caballos: los negros, los manchados y algún otro. El criollo veía doscientos tipos de pelaje. ¿Por qué? Porque tenía los nombres adecuados. Si tenés las palabras adecuadas para discriminar en la realidad, podés distinguir más elementos y te enriquecés. Otra cosa que falla es la enseñanza de sinónimos. Los sinónimos no son palabras iguales. Son matices. Decirle a Moria Casán que es «linda», «bonita», «hermosa» no es lo mismo. A ella solo le cabe lo «hermoso», porque es lo rotundo, lo redondo. El periodismo usa negativamente «discriminar», pero discriminar es separar el trigo de la paja, lo alto y lo bajo, lo bueno y lo malo. Si no tenés matices, no hay pensamiento. Vas a los extremos.

-Ezequiel Martínez Estrada hablaba de las invariantes, como si el progreso fuera imposible.

-Yo dejé de enseñar Martínez Estrada porque es agobiador para los argentinos y quita toda posibilidad de esperanza. Porque si todo es invariante, ¿qué sentido tiene luchar para conseguir algo? Así como uno dice que sin el peronismo no se puede gobernar, también uno puede decir que esto va a ser igual siempre. Lo peor es naturalizar lo cíclico.

-Esa división que algunos llaman «grieta» ¿está también naturalizada?

-Lo que aquí existe no es una grieta que se produce por un fenómeno geológico. Es algo que fue pensado por una mente que opera con que la contraposición es positiva porque potencia a uno frente al enemigo. Esto es un invento de una ideología que avanzó. Es una dinámica de lucha. Ernesto Laclau lo puso negro sobre blanco.

-Pero después apareció otra división: la del aborto y la ideología de género.

-Con el tiempo, va a desaparecer esa oposición de kirchnerista y no kirchnerista, porque la que se va a presentar, y está ya digitada, es la de quienes están con la ideología de género y quienes no. Tiene un sustento internacional y económico que no tiene la grieta kirchnerista, que es interna. Estamos trasplantando una grieta externa, puesta al servicio de intereses políticos del momento. No te va a permitir acomodamientos como el de Macri, que dice: no estoy de acuerdo, pero abro el debate. En el futuro, va a ser: sí o no. La ideología de género es ideologista. Es también el caso del lenguaje inclusivo: una discusión de gente de salón, de universidad. El lenguaje inclusivo tomado por decreto en una universidad es lo que se llama en Entre Ríos «un baile entre primos». No genera vida después. Pero no quiero hablar de eso. Si querés que mueran algunos temas, hay que dejar de hablar de ellos.

-¿Por qué dicen que Cristina Kirchner habla bien?

-Es que es fluida como el agua, pero el agua es insípida. No hay que confundir la fluidez con la buena prosa ni con la elocuencia. Mejor prosa tiene Mario Negri: las frases son redondas, no se precipita nunca. Carrió, por ejemplo, transmite el vibrato, contagia, pero cuando termina te quedás con dos frases. Hay pocos oradores buenos en la Argentina.

-¿Y María Eugenia Vidal?

-¡Ah, sí! Es una buena oradora. Además tiene intuitivamente la sabiduría de cuándo hay que levantar el tono y ponerse enérgica y cuándo poner cara de ingenua. Tiene el discurso del cuerpo.

Fuente: Pablo Gianera para www.lanacion.com.ar

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