viernes, marzo 29, 2024
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El Réquiem de Mozart

Johannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart (Salzburgo, 1756-Viena, 1791), más conocido como Wolfgang Amadeus Mozart o simplemente Mozart, fue un compositor y pianista del antiguo Arzobispado de Salzburgo -anteriormente parte del Sacro Imperio Romano Germánico, actualmente parte de Austria-, maestro del Clasicismo, considerado como uno de los músicos más influyentes y destacados de la historia.

Los motivos por los cuales el gran compositor austríaco Wolgang Amadeus Mozart compuso su última obra, el Réquiem, que Ludwig Kochel ordenó como número 626 de su catálogo, fue durante mucho tiempo tema de múltiples historias vinculadas al triste final de su vida.

Ya su primer biógrafo Franz Niemetschek en la monografía editada en el año 1798 relató algunos episodios ocurridos durante sus últimos días donde se mezclan extraños mensajeros con imaginarios intentos de envenenamiento.

La historia del presunto asesinato de Mozart fue recreada a principios del siglo XIX por el poeta mayor de Rusia Alejandro Sergeievich Pushkin. La influencia del romanticismo byroniano que reinaba en esos tiempos requería para los relatos novelescos no solo de la presencia de figuras emblemáticas sino también de enemigos igualmente arquetípicos cuya presencia por contrastes certificaba de cierta manera las virtudes del héroe.

Así pues Pushkin se sirvió del descomunal talento de Mozart frente a la notoria inferioridad artística del compositor Antonio Salieri – quien fuera un músico exitoso, propietario del principal cargo musical en la corte austríaca de aquellos tiempos y maestro de músicos de la talla de Beethoven y Schubert- para tejer una historia donde el artista italiano es señalado como el envenenador de su envidiado colega.

Este relato, con algunas modificaciones que lo adaptaron al genero, sirvió luego como libreto a una corta ópera que Nicolai Alejandrovich Rimski Korsakov escribió a fines de siglo XIX llamada precisamente “Mozart y Salieri”.

En nuestros días, gracias a la comercialmente exitosa falacia del dúo Peter Schaffer-Milos Forman“Amadeus”, obra teatral y film mediante , el tema volvió a ser revisado por aficionados y por aquellos que, después de todo, querían enterarse del verdadero desenlace de la vida del genio de Salzburgo

Leyendas al margen, en verdad la muerte de Mozart a los 35 años de edad fue totalmente inesperada. No es de extrañar entonces que haya quedado campo libre a la imaginación de quienes quisieron adjudicar su imprevista desaparición a conjuras o atentados.

El haber sido enterrado en una fosa común y que el lugar donde reposan sus restos se haya perdido para siempre ayudó no poco a la difusión de todo tipos de historias donde hasta la masonería, de la que Mozart formaba parte, jugó ciertamente algún rol.

Para colmo de males su última composición fue un Réquiem, forma musical que se ofrece en las misas a los difuntos, lo que dio pié a que se pensara que la obra no era otra cosa que una autodedicatoria del compositor quien habría presentido su próximo fin.

Hoy sabemos que el Réquiem fue el encargo por interpósita persona de un noble vienés, el Conde de Walsegg, quien pretendía ofrecer la obra como propia en la misa del primer aniversario de la muerte de su esposa acaecida en febrero de 1791. De ahí el motivo por mantener el anonimato de su pedido.

El Conde dirigió la obra como de su autoría en Viena-Neustadt el 14 de diciembre de 1793.

Mozart que tenía escaso interés en la música religiosa y veía en ella solo un género musical más a desarrollar, tomó el encargo tal vez abrumado por sus angustias económicas y lo llevó adelante con muchas dificultades y sin gran entusiasmo. Cuando falleció el 5 de diciembre de 1791 apenas había escrito unos pocos fragmentos aunque posiblemente ya tendría mentalmente resuelto el armado de la composición.

Cuando comenzó su trabajo decidió escribir dos partituras originales. Una para el compromiso con su cliente y la otra seguramente para venta posterior, a pesar de que el convenio con el Conde le prohibía revelar su autoría de la obra.

Del primer manuscrito solo alcanzó a componer los 48 compases del introito con que comienza el Requiem. Del “ Kyrie” que continúa dejó escritas las partes del coro, voces y órgano. El resto de ese movimiento fue completado por su alumno Franz Jacob Freystadler.

Desde “Dies Irae” que sigue al “Kyrie” hasta el octavo compás de “Lacrimosa” Mozart solo escribió la parte de las voces y fragmentariamente algún pasaje instrumental.

La composición definitiva a partir de “Dies Irae” hasta el número final “Agnus Dei” pertenece a Franz Xavier Sussmayr, discípulo y amigo de Mozart. Para realizar su difícil trabajo Susmayr se ayudó con algunas partes del segundo manuscrito de la obra –elaboradas por el compositor Joseph Eybler – y de ciertas indicaciones directas de Mozart quien en ese segundo manuscrito había dejado escrito solo 8 secciones, desde “Dies Irae” hasta “ Hostias “, y únicamente las principales voces y el órgano.

Luego de la muerte de Mozart su esposa Constanza vendió el “Réquiem” varias veces.

Primeramente cumplió el compromiso con el Conde Wallsseg . Luego envió una copia a Federico Guillermo II de Prusia, otra a los editores Breitkopf and Hartel, una tercera fue vendida para el estreno oficial de la obra en Viena y una última fue comprada por el editor Johann Antón Andre. No debe de extrañar esta conducta en una época en que los derechos de autor no existían.

Actualmente los dos manuscritos originales del “Réquiem” se guardan en la Biblioteca Nacional de Austria.

Aunque la última obra que Mozart registró en su propio catálogo fue la “Pequeña Cantata Masónica” que Koechel numeró 623, se conviene en que el “Réquiem” ha sido su composición final.

En la hoja 99 del segundo manuscrito cuando finaliza “Hostias” Mozart escribió “quam olin/da:capo” lo que significa que debía repetirse la fuga de “Domine Jesu”. Ese fue el último trazo que nos quedó registrado de sus propias manos.

En la Feria Mundial de Bruselas del año 1958, otras manos, anónimas y escasamente generosas, arrancaron del original de la partitura esas pocas palabras finales.

Coincidencias

El “Réquiem” de Mozart junto con la “Misa Solemne” de Ludwig van Beethoven y el “Réquiem” de Giuseppe Verdi son consideradas las composiciones más oídas del repertorio musical religioso de nuestro tiempo. Al margen de la identificación de género que las hermana, no deja de ser curiosa coincidencia el que ninguno de los tres compositores mencionados disfrutaron de una buena relación con la iglesia católica.

Mozart asumió la composición de su “Réquiem” como un trabajo bien remunerado. En esos momentos de su vida sus energías e intereses estaban volcados a la resolución de la que sería su última ópera, “La Clemenza de Tito”, próxima a estrenarse en Praga.

Son conocidas sus continuas desventuras con los funcionarios eclesiásticos con los que le tocó lidiar en la Corte austríaca quienes, por otra parte, lo identificaban como un connotado miembro de la masonería vienesa.

La “Misa Solemne” de Beethoven también fue un trabajo por encargo que el músico dedicó a su alumno el Archiduque Rodolfo para la ceremonia en que éste sería ungido Arzobispo de Olmutz, prevista para el 19 de marzo de 1820.

El compositor presentó el original terminado de la “Misa” tres años más tarde de la fecha acordada. En tales circunstancias, lejos de cumplir con el objetivo inicial a que había sido destinada, su estreno se llevó a cabo el 24 de marzo de 1824 en la lejana y ortodoxa San Petersburgo, a cuya Filarmónica Beethoven había vendido la partitura.

Viena debió esperar hasta 1845 para oír por primera vez y en forma integral la maravillosa obra del Maestro de Bonn.

Beethoven, que también era masón, mantuvo siempre frente a la iglesia una actitud distante que conservó hasta el fin de sus días.

Giuseppe Verdi fue un garibaldino anticlerical que dedicó su “Réquiem” a la memoria del notable político Alejandro Manzoni, uno de los héroes de la reunificación italiana, fallecido en Milán el 22 de mayo de 1873.

La lucha por el nacimiento de la nación no contaba entonces con los auspicios de la Roma papal partidaria del absolutismo austrohúngaro.

Verdi, como tantos otros patriotas, veía en la iglesia de aquel momento un enemigo de las ansias libertarias de su pueblo. No es de extrañar entonces su respetuosa distancia del poder eclesiástico.

Fuente: Miguel Levy para www.ahoaeducacion.com

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