El economista francés Thomas Piketty, autor de “El capital en el siglo XXI”, publicó un nuevo ensayo sobre las desigualdades: “Capital e ideología”. En este libro de 1.232 páginas, traza la historia mundial de la desigualdad y las teorías económicas y políticas que la justifican.
Thomas Piketty, director de estudios en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales (EHESS) y profesor de la Escuela de Economía de París, publicó Capital e ideología (Editorial Seuil, 1.232 páginas), un libro que investiga sobre la formación y la justificación de las desigualdades en el mundo.
Cabe recordar el entusiasmo que provocó el primero, El capital en el siglo XXI: a finales de 2017, había vendido 2,5 millones de copias en el mundo desde su publicación en 2013. Una verdadera excepción de difusión en el entorno más bien confidencial de las obras económicas.
En este nuevo libro, Piketty explora las ideas que han justificado la desigualdad en la historia mundial, critica la poca efectividad de los partidos tradicionales para dar soluciones al problema de la distribución de la riqueza, y presenta sus propias ideas sobre el modo de construir economías más justas.
Las desigualdades son ideológicas y políticas
La premisa básica es que las desigualdades no son naturales, sino construidas por una ideología que crea categorías: “el mercado y la competencia, los beneficios y los salarios, el capital y la deuda” son “construcciones sociales e históricas que dependen enteramente del sistema legal, fiscal, educativo y político”, afirma Piketty.
Por lo tanto, no son una fatalidad, y las instituciones actuales no son las únicas posibles. Hay “siempre varias vías posibles de organizar una sociedad y las relaciones de fuerza y propiedad dentro de ella”. En particular en nuestra época, algunas de estas vías pueden constituir “una superación del capitalismo mucho más real que la que consiste en prometer su destrucción sin preocuparse por lo que vendrá después”.
La desigualdad no es económica ni tecnológica: es ideológica y política. Esta es quizás la conclusión más obvia de la investigación histórica presentada en este libro. En otras palabras, el mercado y la competencia, los beneficios y los salarios, el capital y la deuda, los trabajadores cualificados y no cualificados, los nacionales y los extranjeros, los paraísos fiscales y la competitividad, no existen como tales. Son construcciones sociales e históricas que dependen enteramente del sistema legal, fiscal, educativo y político que elegimos implementar y de las categorías que establecemos. Estas elecciones se refieren ante todo a las representaciones que cada sociedad tiene de la justicia social y de la economía justa, y de las relaciones de fuerza político-ideológicas entre los diferentes grupos y discursos implicados. Lo importante es que estas relaciones de fuerza no son sólo materiales: son también y sobre todo intelectuales e ideológicas. En otras palabras, las ideas y las ideologías importan en la historia. Permiten constantemente imaginar y estructurar nuevos mundos y sociedades diferentes. Múltiples trayectorias son siempre posibles.
Si bien el economista no niega los “progresos reales realizados en términos de salud, educación y poder adquisitivo” durante los últimos tres siglos, señala “inmensas desigualdades y fragilidades”. Por ejemplo, en 2018, la tasa de mortalidad infantil antes del primer año de vida era inferior al 0,1% en los países más ricos de Europa, América del Norte y Asia, pero llegaba a casi el 10% en los países africanos más pobres. Y mientras la renta mundial promedia era de 1.000 euros al mes y per cápita, apenas era de 100/200 euros en los países más pobres, y superaba los 3.000/4.000 euros en los países más ricos.
Para Piketty, “el progreso humano no es lineal, y sería erróneo asumir que todo saldrá bien siempre, y que la libre competencia de los poderes estatales y de los actores económicos es suficiente para conducirnos como por milagro a la armonía social y universal”. El progreso humano sí existe, pero es una lucha “que debe basarse en un análisis razonado de las evoluciones históricas pasadas, con sus aspectos positivos y negativos”.
En la última parte del libro, el economista hace propuestas para reducir las desigualdades. Entre ellas, sugiere que los representantes de los trabajadores tengan una mayor participación en los directorios de las empresas, algo que en Alemania ha permitido que haya “menos excesos en la fijación de los salarios de los ejecutivos”.
También propone volver a la progresividad del impuesto, tal y como se había introducido después de la Primera Guerra Mundial en la mayoría de los países industrializados, y aconseja restaurar en Francia el ISF (Impuesto de Solidaridad sobre la Fortuna), con progresividad. Todo ello con el objetivo de restablecer una redistribución equitativa.
Así, afirma Thomas Piketty en Capital e ideología, otro modelo es posible, y existen alternativas, “múltiples maneras de estructurar un sistema económico, social y político”. Y para ello, conviene apoyarse en las lecciones de la historia.
Fuente: https://www.rfi.fr/es