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Estudia «la» universidad 

La universidad pública como objeto de estudio: desde distintos ángulos, historiadoras e historiadores analizan el sistema universitario argentino a través de un recorrido signado por hitos decisivos –Reforma de 1918, gratuidad, ingreso irrestricto– y por un presente que plantea desafíos, como el crecimiento de la matrícula de alumnos y la creación de nuevas instituciones.

Las universidades públicas hacen historia de muchas maneras: allí se forman profesionales, se gestan y promueven investigaciones y se albergan los archivos que desgranan los académicos. Pero el tenor de su importancia no se limita a esa dimensión institucional; como actores sociales de relevancia en la comunidad, constituyen en sí mismas un objeto de estudio que atrae a más historiadores e historiadoras en los últimos tiempos.

A pocas semanas de haberse celebrado el 104° aniversario de la Reforma Universitaria –un hito que aún seduce a los analistas–, crecen las líneas de investigación orientadas a analizar el sistema universitario y los profesionales que se lanzan a su desarrollo.

La historia institucional, su incidencia política, el movimiento estudiantil y la producción intelectual son algunos de los núcleos de estudio que han tomado fuerza y que nutren los debates acerca del futuro de la educación pública, afianzando discursos y derribando mitos.

Aunque la rebelión estudiantil había dado sus primeros pasos algunos años antes, el 15 de junio de 1918 fue el día en que cambió todo. En esa fecha los reformistas irrumpieron en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) e iniciaron una huelga general para impedir la elección de las autoridades que planeaban sostener la herencia colonial, anacrónica y autoritaria en la gestión.

El movimiento no tardaría en generar la adhesión del resto de las instituciones nacionales y de varios países de América Latina, poniendo una de las piedras fundantes de un activismo estudiantil con ecos medio siglo más tarde en el Mayo Francés y ya en este milenio, en 2006 y 2011, en las movilizaciones de jóvenes chilenos –solo por nombrar dos acontecimientos en diferentes latitudes–, e inaugurando una corriente historiográfica con foco en la educación superior.

“La Reforma genera un modelo de organización de gobierno de las universidades en el que se incluye por primera vez a los estudiantes y, en ese sentido, marca un hito”, explica Pablo Buchbinder, doctor en Historia e investigador principal del CONICET, en diálogo con el Suplemento Universidad.

El autor de Historia de las universidades argentinas puntualiza que, durante el estallido de 1918, se “profundizaron tendencias que ya existían” frente a una tradición educativa colonial-escolástica.

Al “antiguo modelo inspirado en las funciones que cumplía la universidad medieval”, que había sido el andamiaje sobre el que se edificó la casa de estudios cordobesa, en 1613, Buchbinder opone el paradigma fundante de la Universidad de Buenos Aires (UBA), nacida en 1821, “cuando el modelo anterior estaba en crisis, proponiendo una alternativa”.

La nacionalización de la UBA y la promulgación de la Ley de Estatutos de las Universidades Nacionales –conocida como Ley Avellaneda–, ambas promulgadas durante la década de 1880, suponen cambios importantes para las únicas dos casas de estudios del país hasta ese momento; habría que esperar hasta 1905 para que la Universidad Nacional de La Plata se sumase a ese panorama y representase “un intento de crear una institución diferente, en sus características, a las universidades metropolitanas”, señala el investigador del Instituto Ravignani.

En declaraciones a este suplemento, Natalia Bustelo, doctora en Historia e investigadora especializada en el campo intelectual, sugiere que el proceso que culmina en la Reforma significa una ruptura en tanto que “la extensión, la identidad de los estudiantes y la producción de conocimiento” se acoplan a prácticas políticas de izquierda.

“La idea de estudiantado que se va construyendo se vincula con los reclamos y demandas de la izquierda, de justicia social, emancipación e igualdad”, profundiza la autora de Inventar a la juventud universitaria y agrega que, en el plano institucional, ese impulso se tradujo en proyectos de extensión que reafirmaron el rol social de las universidades.

La universidad entendida como actor social con pies sobre el territorio en que se enclava nace de la mano de este proceso.

Recientemente, Buchbinder participó de la mesa de debate “Historia del Sistema Universitario Argentino”, en el marco de las Jornadas Interescuelas, uno de los encuentros de historiadores de mayor relevancia en el país, cuya última reunión se celebró en la Universidad Nacional de Santiago del Estero (UNSE). Allí también estuvo Osvaldo Graciano, investigador independiente del CONICET con amplia trayectoria en el estudio del campo universitario. “Ya se puede decir que existe una tradición de historia de las universidades, con momentos muy atendidos y otras temáticas que atraviesan no solamente lo cronológico”, afirma el docente de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ).

El eje central de la mesa estuvo atravesado por el interrogante acerca de qué tipo de conocimiento se produce sobre ese objeto de estudio y contó con una participación amplia, federal y etariamente variada.

Por sobre los diferentes recorridos teóricos, Graciano subraya la importancia de aquel que apunta a estudiar el vínculo entre “la labor científica y su posible transferencia al sistema productivo”. “Son muy importantes los logros que estamos teniendo en esta dimensión de análisis, porque estamos demostrando que las investigaciones que se producen en las universidades tienen resultados en materias muy diversas”, remarca al Suplemento Universidad.

Para Bustelo, el pilar investigativo es uno de los tres que no se deben descuidar a la hora de examinar la historia de la educación superior. Los otros son la extensión y la función pedagógica. “La producción científica va a tardar en desarrollarse. Se tendrá que esperar hasta las décadas del cuarenta y cincuenta porque antes de eso no había dedicación exclusiva, a causa de los magros sueldos que no incentivaban a los profesionales”, aclara la investigadora del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (Cedinci).

En 2006, cuando Buchbinder publicó su libro sobre el tema, el horizonte académico era todavía muy escueto. Comparado con el actual, el especialista define como “limitado” a aquel panorama investigativo y festeja “la gran cantidad de trabajos notables” que han engrosado el repertorio en estos últimos años.

El incremento sustantivo de artículos y publicaciones sobre el sistema universitario nacional proviene de ángulos y perspectivas diversas: “La mirada institucional, política, el movimiento de estudiantes, la producción intelectual, la historia de las distintas disciplinas y de las facultades”, enumera el investigador.

Dentro de este contexto, en 2019 el Canal Encuentro emitió un documental acerca del tema, producido por el Consejo Interuniversitario Nacional (CIN). Muchos de los testimonios y datos recabados para la serie fueron compilados por Juan Carlos del Bello y Osvaldo Barsky, quienes lo volcaron en el libro Historia del sistema universitario argentino, de reciente aparición.

La obra propone algunas miradas divergentes a las lecturas más divulgadas acerca de ciertos acontecimientos históricos –el alcance de la Reforma, por ejemplo– y se cierra con un debate acerca del concepto de accesibilidad a la educación superior.

“Es un sistema abierto, que permite una participación de muchos estudiantes, pero que no necesariamente es un sistema eficiente, en materia de la calidad de gente que se gradúa”, evalúo Barsky en diálogo con el programa radial “Foco Universitario”, perteneciente a la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN), y agregó que el ámbito académico “tiene calidades heterogéneas que tienen que ver con los distintos tipos de tradiciones disciplinarias”.

En línea con estas declaraciones, Buchbinder advierte acerca de las altas tasas de deserción y sobre la cantidad de años que los estudiantes insumen hasta su graduación, que muchas veces superan los especificados, aunque destaca la “idea cada vez más asumida en estamentos políticos acerca de la condición de derecho a la educación superior”.

Bustelo, por su parte, propone que más allá de la falta de restricciones para cursar estudios, “si el país no ofrece estabilidad económica, las nuevas generaciones no pueden pensar en dedicarse a estudiar durante años”; y asoció las complicaciones a la hora de transitar la formación superior a problemáticas económicas y políticas que “dificultan el desarrollo del sistema universitario argentino”.

El estudio en profundidad del sistema universitario revisa la historia, pero no descuida el futuro. Teniendo en cuenta el acelerado crecimiento de la matrícula universitaria y la creación de nuevas universidades a lo largo del país a partir de la entrada en el nuevo milenio, los investigadores proponen algunas cuestiones que deben atenderse, en línea con los desafíos de los próximos años.

Si en 1983, con el regreso de la democracia, había cerca de medio millón de estudiantes sobre una población de 27 millones de personas, hoy, sobre 47 millones de habitantes, el país supera los dos millones de alumnos, según los datos manejados por Buchbinder.

“En ese contexto, uno debiera subrayar el crecimiento del número de instituciones. El sistema en la actualidad, comparado con el de hace 40 años, es mucho más diversificado y heterogéneo. En eso tuvo que ver el proceso de creación de nuevas universidades que se inició a partir de los años noventa y que continuó después durante las décadas siguientes”, sostiene el investigador.

Graciano celebra también la expansión del sistema y su crecimiento en términos presupuestarios y remarca la importancia de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández que impulsaron la creación de nuevas universidades. “Eso ha sido una política de fortalecimiento del sistema universitario que se asoció con medidas que robustecieron todo el sistema de ciencia y tecnología. Estas políticas son claves. Tenemos hoy un muy importante sistema universitario público estatal”, indica el profesor de la UNQ.

Sin embargo, la ampliación del aparato alcanzada en los últimos años no debería solapar las limitaciones que siguen desafiando a la educación pública superior.

Al margen de la deserción, algunas problemáticas que afectan a las casas de estudios son la falta de articulación entre el ámbito científico y el académico, la dedicación parcial del cuerpo docente, la concentración del estudiantado en carreras tradicionales y los acotados procesos de internacionalización e integración regional.

“Estoy a favor de que se haga valer el derecho de cada ciudadano a la educación universitaria, pero los centros de formación tienen que apuntar a la excelencia”, advierte Graciano.

Al servicio de esa excelencia, podrían funcionar los estudios sobre el sistema para que las expansiones respondan a las potencialidades regionales y a las necesidades provinciales; “es necesario que se hagan estudios muy precisos”, aclara.

Para Buchbinder, “si uno quiere tener una mejor universidad, en términos generales”, se debería incrementar el número de profesores con dedicación exclusiva y la cantidad de docentes con formación de posgrado y de doctorado.

A más de un siglo del movimiento que le dio forma, Bustelo reivindica el modelo de organización basado en la autonomía universitaria, con cogobierno representativo para distribuir un financiamiento que, a su entender, debe ser estatal. Ante la amenaza de privatizaciones, enfatiza que “la entrada de una dinámica económica no favorece un buen desarrollo de las dimensiones fundamentales del campo universitario”.

En tiempos en que el discurso neoliberal contra el sistema educativo público intenta ganar espacio en la sociedad, la universidad pone sus ojos sobre sí misma, consolida un campo de estudio interdisciplinar y de rápido crecimiento en las últimas décadas, y refuerza sus vínculos con una tradición ampliadora de derechos.

Fuente: Marcos Stábile para www.pagina12.com.ar

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