Enseñar a pensar, Alberto Sois Rodríguez-Candela

Hace 2,5 millones de años surgió el género Homo en África, donde 2 millones de años después evolucionó el denominado Homo Sapiens. Según los actuales registros disponibles, hace aproximadamente 12.000 años se produjeron los primeros asentamientos estables. El paso de los cazadores-recolectores a agricultores y ganaderos trajo las primeras formas de sociedad y, con ellas, la especialización en los trabajos. 

El ser humano pasó de ser casi autosuficiente, en el primitivo estilo de vida que llevaba, a especializarse en alguna tarea o actividad dentro de las sociedades que se formaron. Surgieron los oficios, actividades habituales que requerían habilidades manuales y, con frecuencia, esfuerzo físico. El conocimiento era transmitido de maestros a aprendices.

Las primeras universidades surgieron en Europa hace unos 800 años. Eran centros dedicados al estudio y a la enseñanza. Las universidades permitieron un avance significativo del saber en todos los ámbitos, así como una mayor difusión del conocimiento. El resultado fue una mayor especialización en las áreas del saber.

A pesar de las enormes facilidades con las que contamos hoy para estudiar y aprender, tanto en la universidad como en otros entornos, en términos relativos somos cada vez más ignorantes. Es cierto que a título individual nuestros conocimientos son cada vez mayores, pero la frontera del conocimiento global se expande tanto y lo hace tan rápidamente que lo que la gran mayoría sabemos es una fracción cada vez menor de lo que el conjunto de la humanidad sabe. Más aún, mucho de lo que aprendemos tiene fecha de caducidad, más o menos cercana en el tiempo. En las ciencias básicas el avance no es tan rápido, aunque cada vez los modelos existentes se refinan o incluso se sustituyen por otros que son más correctos con gran rapidez.

Durante décadas, el modelo educativo de muchas universidades e instituciones formativas ha llevado a sus alumnos a aprender a aprobar, más que a aprender a pensar. Especialmente en carreras técnicas, el alumno aprendía a resolver problemas tipo, con frecuencia sin llegar a entender realmente el porqué de lo que hacía. En el mejor de los casos uno podría resolver problemas exactamente iguales a los aprendidos, cosa poco probable que ocurriera. En cuanto la naturaleza del problema sea diferente, o cuando los métodos disponibles hayan evolucionado, lo aprendido no podrá ser directamente aplicado.

Para hacer hay que entender

Para que un profesional añada valor a su empresa o institución, a sus clientes y a la sociedad en general, debe ser capaz de contribuir a resolver con éxito problemas socio-técnicos complejos. La capacidad de análisis es esencial. Ante todo, el profesional debe ser capaz de pensar. No se trata de aplicar métodos como si fueran recetas; se trata de poner en práctica el conocimiento adquirido. Difícilmente puede ponerse en práctica lo que antes no se ha entendido. Mientras que en muchos entornos se siga educando a los futuros profesionales a base de aplicar de forma más o menos mecánica métodos o técnicas no siempre del todo bien entendidas, no se estará educando a los profesionales que la sociedad moderna demanda.

En el ámbito académico es relativamente fácil comprobar si la solución a un problema es la esperada o no, pero que alguien haya sido capaz de resolver bien un problema no garantiza per se que haya adquirido los necesarios conocimientos. El reto de la universidad es enseñar a pensar. Pensar es ser capaz de analizar un problema o situación para entenderla bien y poder tomar las decisiones pertinentes, empleando los métodos adecuados, conociendo sus ventajas y ámbito de aplicación, y siendo plenamente consciente de sus limitaciones y riesgos asociados.

No es fácil enseñar a pensar y, mucho menos, evaluar a un alumno sobre la manera en la que haya abordado el análisis y la resolución de un problema. Sin embargo, el valor añadido de los profesionales está en su capacidad de raciocinio y análisis, no en la cantidad de métodos que sean capaces de aplicar de manera cuasi automática. Por eso la universidad se enfrenta a un cambio de paradigma. No se trata de lograr que los alumnos adquieran cierta destreza en aplicar métodos o técnicas cuyos verdaderos fundamentos no siempre entienden. Resolver problemas tipo es algo relativamente sencillo de enseñar, de aprender y de calificar. Sin embargo, su utilidad es extremadamente reducida.

Otra enseñanza, otros docentes

Enseñar a pensar requiere otro tipo de docentes y otro tipo de metodología, en la que el alumno es enseñado a plantearse las preguntas correctas, a validar su propias hipótesis, a buscar los métodos o técnicas que puedan ser adecuados y a validar la efectividad de las posibles soluciones, en un proceso de aprendizaje continuo. En definitiva, aprender a pensar es cuestionarse todo, no dando nada por hecho. Esa es la esencia del método científico, que ha permitido la eclosión vivida por la ciencia en los últimos siglos.

La enseñanza universitaria no ha ido pareja, en cuanto a metodología, con la actitud que ha permitido ese espectacular desarrollo de la ciencia. Es hora de que las universidades centren sus esfuerzos en enseñar a pensar de verdad a sus alumnos. El aprendizaje basado en proyectos representa un papel determinante en cuanto a enseñar a pensar. Ser capaces de analizar y decidir es lo que convertirá a los alumnos en los profesionales que la sociedad necesita, pues serán capaces de contribuir a resolver problemas complejos añadiendo valor a los diferentes grupos de interés o stakeholders.

El conocimiento disponible evoluciona y se expande de manera tan rápida que es necesario primero adquirirlo para saber aplicarlo, y después saber desecharlo cuando ha sido reemplazado por formas de conocimiento más avanzadas o desarrolladas. Nada se hace de manera automática. Es necesario saber decidir y para ello hay que saber pensar. Ese es el gran reto de enseñanza de las universidades.

Fuente: https://theconversation.com

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