En 1966, María Elena Walsh inventó una letra: la Plapla, que bailaba por los renglones mientras que las autoridades querían encerrarla en una cajita. Similitudes y ¿diferencias? con la prohibición del lenguaje inclusivo.
Había una vez una letra caminadora, patinadora, saltarina. Una letra que jugaba a la rayuela. Se llamaba La Plapla y la inventó María Elena Walsh (1930-2011), la escritora y compositora que marcó y sigue marcando a generaciones de argentines. En el cuento “La Plapla”, incluido en el libro Cuentopos de Gulubú, publicado por primera vez en 1966 (hoy se consigue en una edición de Alfaguara), a Felipito Tacatún, un chico “un poco miope”, la coprotagonista se le aparece en su cuaderno, desplazándose por los renglones.
“Felipito no lo podía creer, y sin embargo era cierto: la letra, como una araña de tinta, patinaba muy contenta por la página.
Felipito se puso otro par de anteojos para mirarla mejor.
Cuando la hubo mirado bien, cerró el cuaderno asustado y oyó una vocecita que decía:
–¡Ay!
Volvió a abrir el cuaderno valientemente y se puso otro par de anteojos, y ya van tres. Pegando la nariz al papel preguntó:
–¿Quién es usted, señorita?
Y la letra caminadora contestó:
–Soy una Plapla.
–¿Una Plapla? – preguntó Felipito asustadísimo –¿Qué es eso?
–¿No acabo de decirte? Una Plapla soy yo.
–Pero la maestra nunca me dijo que existiera una letra llamada Plapla, y mucho menos que caminara por el cuaderno.
–Ahora ya lo sabes. Has escrito una Plapla.
–¿Y qué hago con la Plapla?
–Mirarla.
–Sí, la estoy mirando pero ¿y después?
–Después, nada.”
La letra que el mismo Felipito crea, le dice que no tiene nada que hacer con ella. Pero Felipito, entusiasmado y orgulloso, corre a mostrarle el cuaderno a la maestra, que primero cree que se volvió loco. Hasta que ella también la ve. No solo la maestra, el colegio entero desfila para verla: “Tan grande fue el bochinche y la falta de estudio, que desde ese día la Plapla no figura en el Abecedario.
Cada vez que un chico, por casualidad, igual que Felipito, escribe una Plapla cantante y patinadora la maestra la guarda en una cajita y cuida muy bien de que nadie se entere.
Qué le vamos a hacer, así es la vida.
Las letras no han sido hechas para bailar, sino para quedarse quietas una al lado de la otra, ¿no?” Contratapa del disco Cuentopos donde aparece el dibujo de La Plapla.
Como para ubicar a la autora de El reino del revés en contexto y puesta en valor, vale lo que el escritor argentino Lepoldo Brizuela le dijo a la periodista Julieta Roffo en una entrevista en Revista Ñ el 31 de enero de 2010: “Lo escrito por María Elena configura la obra más importante de todos los tiempos en su género, comparable a la Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll o a Pinocho. Una obra que revolucionó la manera en que se entendía la relación entre poesía e infancia”.
Cuentopos fue lanzado como disco de vinilo en 1968. En la contratapa, figura el dibujo de esa letra rara, inusual, revolucionaria. Tiene cara y pies. La voz de María Elena, que narra los cuentos, se vuelve triste cuando lee el final del cuento: esa letra que se salió de caja termina encerrada cada vez que un chico la (re)crea.
¿Les suena? ¿Qué paralelo podemos hacer entre La Plapla que María Elena creó en 1966 y la e inclusiva que ahora el Ministerio de Educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires quiere prohibir a través de una resolución apolillada? Esa letra que se sale de la fila asignada para “invadir” otros espacios en las palabras. Una letra que es descubierta por un chico con una discapacidad visual, que no se queda quieta y en su movimiento sacude los cimientos de una lengua, la que usan las nuevas generaciones, y desde ahí nos enseñan que hay Plaplas, que están vivas, que volvieron y que decidieron salir de sus cajitas.
La resolución prohibitiva del 09 de junio de 2022 establece que “los/as docentes en los establecimientos educativos de los niveles inicial, primario y secundario y sus modalidades, de gestión estatal y privada, deberán desarrollar las actividades de enseñanza y realizar las comunicaciones institucionales de conformidad con las reglas del idioma español, sus normas gramaticales y los lineamientos oficiales para su enseñanza”.
Y emiten, como “evidencia” del daño de la letra e inclusiva, su escasa inclusividad y el bajo rendimiento en las evaluaciones a alumnes de instituciones educativas porteñas.
Voces de adultes que acompañan a esta nueva Plapla se hacen escuchar desde esas otras academias (ni la Real, ni la Argentina de Letras que esgrimen como criterio de autoridad las autoridades porteñas) y desde el ancho mundo de trabajadorxs docentes y de la palabra.
El Colectivo de trabajadoras y trabajadores de la Unidad de Evaluación Integral de la Calidad y Equidad Educativa (UEICEE) del Ministerio de Educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires se expresó a través de un comunicado en el que muestra preocupación y se declara en estado de alerta, aclara que no se le ha convocado en su función evaluadora, y señala: “Rechazamos la resolución que desestimula y acota el uso del lenguaje inclusivo en las escuelas, desconociendo el estado del debate actual sobre esta temática”.
El Círculo de Análisis del Lenguaje en Uso (CALU) del Instituto de Lingüística de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA), integrado por Julia Zullo, Gilda Zukerfeld, Alana Venturini, Federico Testoni, Alejandro Raiter, Maite Martínez Romagosa, Lucía Polanco, Daniela Ianinni, Gabriel Hernández, Lucía Hellín, Rocío Flax y Lucía Couso, firmaron una dura crítica a la medida inconsulta del gobierno porteño, en la que aclaran: “Desde nuestro lugar como docentes, lingüistas, investigadores y usuaries del lenguaje nos vemos en la obligación de alertar que la verdadera deformación está en la utilización de la gramática con el fin de perseguir hablantes: una gramática es una descripción de un estado de la lengua, no una ley”.
En tanto, un documento elaborado y firmado por escritorxs como Julián López, Sergio Olguín, Claudia Piñeiro, Guillermo Martinez, Marcelo Figueras, María Inés Krimer, Débora Mundani, Enzo Maqueira, Julia Magistratti, Claudia Aboaf y otrxs, concluye: “Que el lenguaje nos incluya y nos nombre a todes, a todas, a todxs, a todos, en las aulas, en todas las reparticiones oficiales, es la manera que ganamos en y como comunidad. La riqueza de nuestra lengua nos permite expresarnos de muchas maneras. El lenguaje inclusivo es una de ellas. Nadie está obligado a usarlo si no lo considera adecuado. Prohibirlo es absolutamente inaceptable”.Que La Plapla siga bailando le desea la escritora Gloria Peirano, autora de Miramar (Alfaguara) y docente de Morfología y Sintaxis de la Licenciatura de Artes de Escritura de la Universidad Nacional de las Artes (UNA), en su posteo en Facebook:
“Prohibir la vida propia y política de la lengua desde el Estado es un acto de peligrosa estupidez. El festival no termina, ni por lejos, con prohibiciones. El festival sintáctico, digo, que hace temblar, que corroe, que corrompe, que subvierte, que reinventa toda una categoría morfológica: la de género. El festival sintáctico nos atañe a todxs en la arena política que es todo lenguaje y nada tiene que ver con las reglas, pero todo tiene que ver con esta hermosa cita de Henri Meschonnic: ‘Pisoteo la Sintaxis porque debe ser pisoteada. Es uva. Ustedes entienden». Por más uvas, entonces. Por más pies descalzos, felizmente descalzxs sobre ellas, en el esplendor irrenunciable del baile’.”
La Plapla, la e inclusiva, son letras que se salen de caja y bailan el baile de los tiempos que corren. Pero también pueden leerse como salidas del closet: lo que reclamaron quienes hacia 2017 empezaron a usar la e fue el derecho de hablar(se) y escribir(se) desde una identidad de género autopercibida.
Por eso, cuando el Ministerio de Educación porteño pretende suprimir a esta Plapla, volverla a guardar en una caja, no solo avala una discriminación identitaria sino que desvía su función: educar, formar docentes, pero también, como lo señaló Isabella Spatolla desde el Centro de Estudiantes del colegio Mariano Acosta en una entrevista por canal IP, se distrae de entregar las viandas que escasean, de asegurar el funcionamiento de las calderas, de mejorar el estado edilicio de los colegios. “Con hambre no podemos estudiar, con lenguaje inclusivo sí, siempre respetando a les compañeres”, dijo Isabella. No es la e inclusiva la que daña (cómo una letra podría dañar). Es la mala distribución del presupuesto educativo. Por eso: no culpen a La Plapla. No la prohíban ni la encierren. Déjenla bailar.
Fuente: Gabriela Saidon para https://elgritodelsur.com.ar/