Marguerite Cleenewerck de Crayencour (Bruselas, Bélgica, 1903-Bar Harbor, Mount Desert Island, Maine, Estados Unidos, 1987), conocida como Marguerite Yourcenar fue una novelista, ensayista, poeta, dramaturga y traductora belga nacionalizada estadounidense en 1947. Sobresale por sus novelas históricas escritas con un tono poético y rasgos de erudición. Fue una de las escritoras más respetadas en lengua francesa y la primera mujer en entrar en la Academia de ese país. Publicó novela, ensayo, poesía y tres volúmenes de memorias familiares que tuvieron una gran acogida por parte de la crítica y los lectores. Su obra más famosa es la novela histórica Memorias de Adriano (1951).
En 1951 apareció la considerada obra cumbre de la escritora francesa de origen belga Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano, las confesiones, consejos y reflexiones del emperador Adriano a quien habría de sucederle, Marco Aurelio, y a la que la escritora -primera mujer elegida para formar parte de la Academia Francesa, en 1980- dedicó casi treinta años de su vida.
Memorias de Adriano es, sin duda alguna, uno de los textos más brillantes y profundos de la literatura del pasado siglo XX, y precursora en gran medida del prestigio que el género histórico ha gozado en las últimas décadas. La forma que le confiere Marguerite Yourcenar, la de una larga epístola dividida en capítulos y dirigida a Marco, permite que la voz del emperador Adriano fluya sin intermediarios y nos revele los acontecimientos de su vida pasada y su interioridad.
En esta novela, Yourcenar reconstruye la biografía del emperador y el contexto histórico en el que surge y se desarrolla, pero también recrea un modo de ver el mundo y las formas en las que una mente como la de Adriano se relaciona con él, es decir, una filosofía de la vida.
A ello habría que añadir las reflexiones de la propia autora sobre la escritura. La confluencia de sus estudios históricos, de sus indagaciones sobre la forma de relacionarse Adriano con las instituciones sociales y políticas de su tiempo, la descripción de sus sentimientos personales en los que el esclavo Antínoo es protagonista esencial, y la larga y constante lucha de Marguerite Yourcenar con un personaje que se impone a sus iniciales propósitos, hacen de Memorias de Adriano -que Julio Cortázar tradujo al español- una joya de la literatura.
Como ella misma señaló en cierta ocasión: “He pasado una gran parte de mi vida tratando de definir y luego de describir a este hombre solo y, por otra parte, en relación con todo”.
En sus cuadernos de notas a las Memorias de Adriano, Marguerite Yourcenar recupera una frase inolvidable de Flaubert: «Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, desde Cicerón hasta Marco Aurelio, en que solo estuvo el hombre». Y añade: «Gran parte de mi vida transcurriría en el intento de definir, después de retratar, a este hombre solo y al mismo tiempo vinculado con todo».
Solo con su interioridad, vinculado con todo gracias a la posición privilegiada de quien puede abarcar en una mirada las fronteras de su imperio y la civilización, clásica y amada, que Roma extiende por el mundo, Adriano no se detiene en la narración de los hechos que se suceden en su vida: el yo examina su reinado y las campañas militares, reflexiona sobre las artes, recupera sus viajes, revive la pasión por el joven Antínoo y se enfrenta a la muerte.
Y si uno de los aciertos de Yourcenar consiste en «elegir el momento en el que el hombre que vivió esa existencia la evalúa, la examina, es por un instante capaz de juzgarla», no cabe duda de que en el juicio que Adriano hace de su existencia a las puertas de la muerte afloran las distintas visiones del pensamiento antiguo, inflamadas, a su vez, de un amor exaltado por el ser humano y por el mundo.
«Mínima alma mía, tierna y flotante, huésped y compañera de mi cuerpo, descenderás a esos parajes pálidos, rígidos y desnudos, donde habrás de renunciar a los juegos de antaño. Todavía un instante miremos juntos las riberas familiares, los objetos que sin duda no volveremos a ver… Tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos…».
Puede que, en el fondo, no sea Marco el destinatario de la epístola; puede que lo sea esa alma que es parte de uno mismo, tierna, flotante, huésped y compañera; ese espíritu con el que dialogamos con cierta nostalgia, deseosos de perpetuar las cosas amadas. La memoria, de alguna manera, contribuye a hacer de este anhelo una realidad; pero es la escritura, esta vez la de Yourcenar, la que garantiza a la última visión de Adriano la perpetuidad ansiada.
Fuente: https://culturainquieta.com/es