Apache musical

La sinfónica de Fuerte Apache: los chicos que le ponen música a uno de los barrios más duros del conurbano. El nieto del escritor Ernesto Sabato es uno de los profesores. Son cerca de 30 niños y niñas de entre 6 y 14 años. Se juntan desde hace casi dos años para darle vida a la escuela-orquesta.

A una cuadra del nudo 1, donde se impone la torre con el mítico mural de Carlitos Tevez con pelo largo y camiseta de Argentina, está la Primaria N° 51 del barrio Ejército de los Andes. Hay que pasar un portón rojo que rechina al abrirse, cruzar el patio, avanzar un tramo derecho y después doblar a la izquierda para dar con el ensayo. Se llega siguiendo la música. “Mi, mi, sol, la, laaaa”, entona Soledad Flores (38), que es cantante y creció en la zona. Un grupo de nenes repite esas mismas notas.

“El arte es un estado del alma”, se lee en una de las paredes. Los bancos están acomodados al fondo, contra las ventanas. Hay una ronda de chicos con guitarras. El profesor les va marcando los acordes, los ayuda a corregir los dedos. Es Guido Sabato (40), nieto del escritor Ernesto Sabato. En otro sector, más niños se reúnen con violas y violines alrededor de Rubén Jurado, músico del Colón. Con un poco de ayuda, cuerdas y voces se ensamblan. Todo pasa en un aula prestada en la que cerca de 30 chicos de entre 6 y 14 años se juntan desde hace casi dos años y forman la escuela-orquesta de Fuerte Apache.

Criada en el barrio Ejército de los Andes, conocido como «Fuerte Apache», Soledad Flores (38) fundó una escuela de música infantil para que otros chicos de la zona accedan de forma gratuita a clases de violín y guitarra.

Para contar la historia de F.A.M.A. (Formación Académica Musical Artística) -como le pusieron los chicos a la orquesta- primero hay que hablar de Soledad.

Ella creció en Tres de Febrero. Pasó su infancia y adolescencia entre una casa tomada en Ciudadela y una habitación alquilada en el nudo 5 de “El Fuerte”. A los 11, tuvo que dejar el colegio para empezar a trabajar. Primero dentro de un taller de zapatos en la villa “Los Paraguayos”, pegada a Ejército de los Andes. Más adelante, en una fábrica. También juntó cartones, cuidó chicos, limpió casas y salió a cirujear. “Desarmábamos los motores de los autos para sacarle el cobre”, cuenta.

Sus ganas de retomar los estudios la llevaron a anotarse en un secundario para adultos a los 21 años. Antes de hacerlo, le pidió ayuda a su papá: “’Nena, mirá que plata no tengo´, me dijo. Él ya estaba jubilado por invalidez. Le respondí que solo necesitaba que me alentara, que me dijera ´vos podés´”.

Soledad Flores

La música estuvo siempre en ella. De chiquita ya cantaba frente al espejo y con su cepillo de dientes de micrófono. Pero hacerlo en público le daba vergüenza. “Tuve un primer casting ´simbólico´ más de grande. Fue en el barrio, arranqué con el arroz con leche”, recuerda. Lo hizo a pedido de unos conocidos que tenían una banda de rock y buscaban una voz femenina.

A los 23, empezó a formarse en técnica vocal y canto. En el conservatorio tuvo de profesor a Rubén Jurado, del que terminó enamorándose unos cinco años después. Hoy es su marido, el papá de sus dos hijos y su compañero en la escuela-orquesta.

Si bien se mudó a Capital, no se olvidó del barrio. “Uno no abandona las raíces, siempre está mirando hacia ese lugar, queriendo hacer algo”, sigue. F.A.M.A. es su sueño hecho realidad, la posibilidad de que los chicos tengan lo que a ella le faltó: un acercamiento a la música en la infancia.

Guido Sabato, el nieto del escritor Ernesto Sabato, es el profesor de guitarra de la escuela de música para chicos ubicada en la Primaria 51, en el barrio Ejército de los Andes, conocido como «Fuerte Apache».

Guido es Sabato, nieto del escritor, ensayista, físico y pintor argentino, que falleció en 2011, a los 99 años. De Ernesto, autor de “El túnel” y “Sobre héroes y tumbas”. Sin embargo, asegura que en la escuela-orquesta no habla de su parentesco. “Algunos padres saben, pero yo no lo ando diciendo, soy un profe más”, comenta.

La música lo acercó a Soledad. Se conocieron en un espacio de formación de tango. Y la conexión de ella con “el Fuerte” y las ganas de él de encarar proyectos en Tres de Febrero, donde funciona la Casa Museo de su abuelo, hicieron el resto.

Guido Sabato

“Acá los chicos aprenden tocando y lo importante no es que suene bien sino que ellos sonrían”, dice Guido. Y señala que “busca transmitirles pasión por el arte”, uno de los valores que le inculcó su abuelo.

¿Su deseo? Que la escuela siga creciendo: “Nos donaron instrumentos desde la Municipalidad pero queremos que el espacio se desarrolle más”. También piensa en llevar a los chicos a la Casa Museo, que queda en Santos Lugares, y hacer allí alguna presentación.

Guadalupe (9) canta y toca el violín. Es una de las primeras que se sumó a la escuela-orquesta. “Ya van dos años, intento no faltar. Mis papás me explicaron que tengo que aprovechar porque vienen de lejos para enseñarnos”, dice. Ella vive a dos cuadras del barrio. Tres veces por semana camina hasta “El Fuerte” por la orquesta.

Lo hace por la música y para encontrarse con Gimena (11), su mejor amiga, que acaba de entrar al aula. Guadalupe corre a abrazarla. Sonia, mamá de la recién llegada, las sigue con la mirada desde la puerta del salón. Carga en sus brazos a Mateo (3), que hace palmas cuando la orquesta entra en acción. “Gime no se pierde ninguna clase, le encanta”, cuenta Sonia, que responde con una anécdota cuando le preguntan por los instrumentos que toca su hija.

“A ella le gustaba el violín, tenía uno de juguete en casa, pero un Día del Niño le compré una guitarra y entonces arrancó con eso. No quería cambiar de instrumento porque yo había invertido en su regalo”, señala y dice que una vez llegó angustiada a confesarle que también estaba probando el violín. “Le dije que me parecía perfecto, que la idea era que hiciera lo que quisiera”, suma la mamá, que vive en la tira de departamentos 32, justo al lado de la escuela. Su hija ahora se ríe de ese episodio, cuenta que toca los dos instrumentos pero que el violín le provoca “una felicidad que no conocía”.

Luisana (8) también es del team violín. Ahora fija su atención en una fotocopia que cuelga de su atril mientras mueve suave el arco contra las cuerdas. Su hermano Lautaro (6) no lee música así que imita concentradísimo sus movimientos. “Estudiamos mucho en casa”, dice la mayor. Viven cerca, en el nudo 3.

Sale una chacarera. Las guitarras dejan todo. Empiezan siendo cinco chicos junto a Guido, para el cierre de la canción ya son ocho. Entre ellos está Dylan, nuevo en el grupo, que, de a poco, entra en confianza y logra dejar la funda de su instrumento a un costado y tirar algunos acordes.

“Se va la segunda. Un, dos, tres, un, dos, tres”, se escucha a Soledad. Eriol (13) y Nicolás (11), que asisten a una escuela en Villa del Parque y toman el 146 para llegar a las clases, se lucen en esa ronda de guitarreada.

La hermana de ambos, Akané (15), es una de las pocas violas que forman la orquesta. “Tiene talento”, desliza Rubén sobre su alumna. La adolescente no puede disimular su alegría. Sonríe, agradece y vuelve a conectar con el ensayo. Ahora suena un tango y su cuerda está por entrar.

El “tiene talento” de Rubén se parece al “vos podés” que Soledad le pidió a su papá. Y a más detalles de conversaciones ajenas que se escuchan durante ese ratito en Fuerte Apache. “Volvé la próxima ehhh, acá te esperamos”, “te sale cada vez mejor”, “¿viste que se puede?”, “suena muy lindo”.

En el imaginario colectivo, Fuerte Apache es, primero, Carlitos Tevez. Y después, un lugar inseguro, donde la delincuencia y la droga son cosa de todos los días. La serie de Netflix, que cuenta la vida del delantero de Boca, habla del peligro con el que convivió el “Apache” durante su infancia.

El barrio está formado por unas 5.000 viviendas distribuidas en 33 hectáreas. Existen tres tipos de edificaciones: nudos, que son torres unidas por puentes enrejados; tiras, departamentos horizontales; y los clásicos monoblocks. Se calcula que unas 60 mil personas viven allí.

Los primeros en llegar lo hicieron en 1973. Al lugar lo bautizaron barrio Padre Carlos Mugica. Durante la última dictadura pasó a llamarse Ejército de los Andes y a esa zona se mudaron muchos habitantes de la Villa 31, de Retiro.

El 24 de octubre de 1992, durante un tiroteo entre una banda chilena y la Policía Bonaerense, el periodista José de Zer se refirió al barrio como “Fuerte Apache”. Y así quedó.

La serie volvió a ubicarlo como ícono de la inseguridad. Muchos vecinos están enojados con la forma en la que se lo describió. Otros dicen que el momento plasmado en la producción de Netflix fue el más violento y aseguran que la situación cambió y “ya no es como antes”.

Lo cierto es que estas ideas estigmatizantes asociadas con el barrio siguen arraigadas y, hasta hoy, Fuerte Apache está “mal visto” y hay gente que debe ocultar sus orígenes para, por ejemplo, conseguir un trabajo.

“Cuando uno es chico y vive en un barrio sobre el que otra gente dice ´uy, mejor ahí no entro´, se hace todo más difícil», opina Soledad y asegura que «afecta la autoestima».

Por eso, cada vez que tiene la oportunidad, les dice a sus chicos que ellos van a poder un montón de cosas, y les pide que no se tiren a menos. “Me encantaría repetirlo todo el tiempo pero solo lo hago cuando se abren y me cuentan lo que les pasa”, comparte.

“Ahí insisto con que elijan siempre el camino de la educación y con que cualquiera puede ser lo que quiera. Realmente lo pienso: si yo pude, ellos también”, cierra.

Fuente: https://www.diariodecultura.com.ar

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