jueves, abril 25, 2024
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¿Cuándo fue que te jodiste, Zavalita?

Jorge Mario Pedro Vargas Llosa (Arequipa1936): Mario Vargas Llosaescritor peruano; es uno de los más importantes novelistas y ensayistas contemporáneos. Recibió el Nobel de Literatura 2010, el Cervantes (1994) -el más importante en lengua española-, el Premio Leopoldo Alas (1959), el Biblioteca Breve (1962), el Rómulo Gallegos (1967), el Príncipe de Asturias de las Letras (1986) y el Planeta (1993). Desde 2011 recibe el tratamiento protocolar de Ilustrísimo señor al recibir de Juan Carlos I de España el título de Marqués de Vargas Llosa. Alcanzó la fama durante el boom literario latinoamericano de los sesenta con novelas como La ciudad y los perrosLa casa verde y Conversación en La Catedral. Varias de sus novelas, como Pantaleón y las visitadoras y La fiesta del Chivo, llegaron al cine.  
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Conversación en La Catedral rehuye a toda brillantez”, dice su autor, Mario Vargas Llosa y las 600 personas en el auditorio Juan Rulfo de la Feria del Libro de Guadalajara, que este sábado tuvo su primera gran jornada, nos quedamos boquiabiertos. Si ese no es un libro admirable, descollante, sobresaliente, que den por cerrada ésta y todas las ferias del libro del mundo. Pero todo tiene una explicación y acá va la del Nobel peruano: la novela, publicada por primera vez hace 50 años, la que empieza con esa pregunta que ya es un clásico de la literatura -¿En qué momento se había jodido el Perú?- ya era muy barroca y entonces había que despojarla de todos los adjetivos. “Hay un lenguaje más lujoso en otras novelas mías, pero acá es más opaco. Un profesor nos decía en broma ‘recuerden que los adjetivos están para no usarlos’”. Y lo que quiere decir es que con el contenido y la forma no hacía falta más elementos.

“Conversación en La Catedral rehuye a toda brillantez”, dice su autor, Mario Vargas Llosa y las 600 personas en el auditorio Juan Rulfo de la Feria del Libro de Guadalajara, que este sábado tuvo su primera gran jornada, nos quedamos boquiabiertos. Si ese no es un libro admirable, descollante, sobresaliente, que den por cerrada ésta y todas las ferias del libro del mundo. Pero todo tiene una explicación y acá va la del Nobel peruano: la novela, publicada por primera vez hace 50 años, la que empieza con esa pregunta que ya es un clásico de la literatura -¿En qué momento se había jodido el Perú?- ya era muy barroca y entonces había que despojarla de todos los adjetivos. “Hay un lenguaje más lujoso en otras novelas mías, pero acá es más opaco. Un profesor nos decía en broma ‘recuerden que los adjetivos están para no usarlos’”. Y lo que quiere decir es que con el contenido y la forma no hacía falta más elementos.  

Estamos en Guadalajara, México, tierra de tequila y mariachis en el festival literario más importante en lengua española. Es sábado por la tarde y bastante antes de que Vargas Llosa entre vestido de traje y usando bastón a la sala donde hablará de su obra maestra, el auditorio está repleto. Sentado o parado, un público de mediana edad o un poco más tiene en sus manos o Conversación en La Catedral, creación de 1969 sobre la dictadura de Manuel Odría en Perú, o Tiempos recios, de 2019, sobre el golpe de Estado en Guatemala en 1954. Es que Vargas Llosa, también autor de La fiesta del Chivo, sobre la dictadura de Trujillo en República Dominicana, es políticamente recurrente en los temas de sus novelas, y, claro, lo hace magistralmente. “Yo quería que la novela no invadiera el campo político, pero sí que se vieran los efectos de ese gobierno dictatorial y corrupto en toda la sociedad peruana, de todas las clases y zonas geográficas”.

Pero ¿qué queda hoy del Vargas Llosa de hace cinco décadas? Así arranca la conversación con la presentadora Laura García, que ojalá durara cuatro horas como en el libro, construido a partir de una conversación principal en el bar La Catedral, entre Santiago Zavala y Ambrosio, antiguo chofer de su padre, y nutrida de otras conversaciones de otros personajes durante cientos de páginas. “La dictadura, tema central de la novela, tuvo un efecto cataclísmico en mi generación. Odría estuvo ocho años en el poder, fue una adolescencia en un sistema violento, represor y corrupto. Fue ahí que se me ocurrió mostrar los efectos de esa dictadura en el seno de la familia, en la vida peruana, corrompida por el poder”.

Que es la novela que más le costó escribir es algo que ya contó más de una vez. Y es, de sus producciones, también la novela que salvaría en caso de catástrofe. Dice, en chiste, que es la novela que le sacó todas estas canas que vemos ahora en su tupida cabellera peinada con raya al costado. Le tomó tres años de trabajo a destajo, de alegrías y frustraciones, de siete, ocho, nueve horas de escritura a diario y a la distancia, porque esta novela que habla de Perú y que tiene mucho de Lima no fue escrita en ese país sino en diversas estadías de Vargas Llosa en el exterior, mayormente en Francia: “El haber escrito lejos de Perú me da perspectiva y nostalgia. Los escritores latinoamericanos de esa época viajábamos mucho y escribíamos mucho afuera. Y esa distancia acentuaba aquello que nos parecía lo más importante y también lo olvidable”. Hacía trabajos de periodista por la noche para France Press y Radio y Televisión francesa, y durante el día escribía: “La novela requiere continuidad, es fundamental”.

En este punto, aprovecha para opinar sobre la tarea del periodista, que él conoce de sus días en Francia. Asegura que “debe ceñirse a contar la realidad. Si bien ahora es más libre con todas las herramientas tecnológicas, también confunde hechos verdaderos con hechos ficticios, son las fake news. Esto lo describo en mi última novela, con un caso muy emblemático que fue el de un publicista que hizo creer que una república centroamericana como Guatemala estaba siendo invadida por la Unión Soviética. Este es el problema del periodismo: cómo nos defendemos de las noticias falsas, que pueden perjudicar las democracias, el menos imperfecto de los sistemas políticos de gobierno”.

Por eso, la nueva reedición de Conversación…, que se vende en esta feria recupera la tapa de la sexta impresión -dos chops de cerveza- y suma un apéndice de 32 páginas en el que el catedrático Carlos Aguirre retoma todo el proceso de elaboración de esta obra maestra a partir de las cartas que Vargas Llosa se enviaba con otros escritores y amigos y que están archivadas en el tesoro de la Universidad de Princeton. “Ya ni me acordaba por todo lo que había pasado. Ignoraba que hubiera dejado ese testimonio. Ha sido divertido descubrir los períodos de entusiasmo y depresión por los que atravesé”, se sorprende Vargas Llosa. Es que llegó a escribir en una carta “estoy harto de trabajar en este libro”.

“Yo quería que la novela no invadiera el campo político, pero sí que se vieran los efectos de ese gobierno dictatorial y corrupto en toda la sociedad peruana”

Odría tuvo un monje negro durante su gestión: fue Alejandro Esparza Zañartu, su hombre de confianza y ministro de gobierno: “Lo odiábamos más que a Odría, era un represor feroz y cuando llegó a ministro fue ‘el encuentro con su destino’, como diría Borges, era una actividad en la que era genial en lo que hacía”, recuerda Vargas Llosa, de 83 años, seguido desde la primera fila por su hijos Álvaro y Morgana. En este punto, contó cuando con sus compañeros de la Universidad de San Marcos -“una universidad para niñitos rebeldes, a diferencia de la Universidad Católica”- quisieron llevarles frazadas a otros estudiantes detenidos y tuvieron que pedirle una autorización al mismísimo Esparza Zañartu. Fueron a la casa, los recibió en una oficina, pero ni se levantó, ni los saludó, ni nada. Y cuando los jóvenes hicieron el pedido, el hombre abrió un cajón y en vez de sacar un arma como todos se imaginaban, sacó una revista editada en la universidad, en la que criticaban a Zañartu. “Haber visto a este personaje de cerca me sirvió para la novela. Aparece como Cayo Mierda. Una vez un periodista le preguntó por ese tema y él contesto ‘Si Vargas Llosa hubiera venido a consultarme, le hubiera contado cosas más interesantes’”.

Para cerrar, Vargas Llosa confiesa ser menos pesimista que Santiago Zavala -Zavalita-, el personaje de Conversación…, con quien se sintió identificado en algún momento: “Zavala está desencantado, porque entiende que el que no se jode, jode a los demás. Entonces renuncia al éxito y acepta una vida mediocre. Yo soy menos pesimista, estoy a favor de la democracia, la libertad, la diversidad”.

Fuente: Paula Conde para www.clarin.com

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