jueves, abril 18, 2024
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Tato Bores siempre actual, Roberto Alifano 

La concepción occidental judeo-cristiana sostiene como una certeza; vale decir, como un acto de fe, que la historia es lineal y el progreso humano no se detiene. Por el contrario, para el pensamiento griego y oriental la historia obedecería a un tiempo circular; o sea que los sucesos acontecen por repeticiones según los correspondientes períodos y en consonancia con las estaciones del año. Así, todo en la naturaleza atraviesa por una faz de nacimiento, maduración y declive, indefinidamente repetidos. Cumplidos los hechos involucrados, todo vuelven a ocurrir bajo otras circunstancias, pero siendo esencialmente semejantes. Por consiguiente, el tiempo cíclico no es un producto del intelecto humano, como si lo es la idea del tiempo lineal, que aparece bajo el principio del “progreso” al subordinar la concepción del tiempo a los avances sociales y al desarrollo tecnológico, creando la posibilidad de “ir hacia delante” y nunca retornar.

Friedrich Nietzsche, enrolado en el apotegma griego y oriental, agrega que no sólo son los acontecimientos los que se repiten, sino también los pensamientos, sentimientos e ideas, y plantea el principio del “eterno retorno”, de manera dramática, en su libro Así habló Zaratustra, cuando el protagonista descubre esta visión del tiempo cae desmayado por la impresión que le produce.

En la castigada Argentina, el principio del “eterno retorno” parece cumplirse inexorablemente al pie de la letra. En broma -pero no tan broma- un brillante actor cómico, llamado Mauricio Borensztein, muy popularmente conocido como “Tato Bores”, que aportó durante décadas su cuota de luminoso humor político, nos sigue mostrando ahora, en la repetición de sus desopilantes programas de televisión, después de casi cuarenta años, que la teoría de Nietzsche es parte indisoluble de este castigado país. La índole verbal del profético “Tato”, resumida en sus lúcidos monólogos, resulta tan actual como lo era por aquellos días.

En la cúspide de su fama tuve la felicidad de conocer y estrechar la mano del incomparable “Tato Bores”. Fue cuando acompañé a mi amigo Federico Manuel Peralta Ramos al canal de televisión donde se emitía el programa “Tato de América”. Federico tenía una intervención especial recitando sus propios versos y divagando sobre la realidad con una extravagancia desconcertante. Mi intención era grabar una entrevista para un programa de radio que yo conducía. Amable y predispuesto, “Tato” me dio su teléfono particular y prometió venir personalmente a la radio. “Para qué vas a grabar, pibe, decime la dirección y yo voy; las cosas en vivo son frescas y mejores”, me alentó.

Cuán no sería mi sorpresa al verlo en el café de enfrente haciéndome señas desde una mesa. En mi espacio, que duraba una escasa hora, como era su costumbre, “Tato” habló hasta por los codos y evocó preciosos momentos de su bien vivida vida. Yo le caí bien y con su picardía, propia de su personalidad expresiva, mi ilustre entrevistado tenía tantas cosas para contar que cualquier forma del tiempo, hasta la más dilatada, no era suficiente y volaba inexorablemente. Aquel hombre divertido era en el fondo un tierno melancólico, que con una gracia incomparable, evocaba no solo los momentos brillantes de su carrera, sino también los enrevesados y peliagudos. Bertha, su esposa y consecuente compañera, formaba parte de su riquísimo acervo; como también sus hijos, a los que amaba y admiraba con justa razón por el talento que ya demostraban.

Lo reencontré en un café de Florida y Paraguay cuando ya estaba retirado de la televisión y le propuse que nos visitara en la redacción de la revista Proa. Lo recuerdo con una bolsita de plástico en la mano cargando las facturas que compraba en una panadería vecina para acompañarnos en unas largas y sabrosas mateadas.

Mauricio Borensztein, había nacido en Buenos Aires el 27 de abril de 1925 y actuado en muchas películas y en obras de teatro de la llamada “revista porteña”; pero fue en televisión donde con su humor político deslumbró a generaciones de argentinos. Se lo apodó “El Actor Cómico de la Nación” e hizo pensar y reír a varias generaciones a lo largo de una carrera que lo llevó a ser una de las figuras más respetadas y queridas de la Argentina. En 1992 merecidamente fue declarado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires.

A través de su muy particular humor, “Tato” dijo lo que nadie podía o se atrevía a decir. La sagacidad de sus comentarios, la crítica sutil que tentaba a la censura de algunos gobiernos no impidió que cautivara a los televidentes. Con una personalidad incomparable, renovó el lenguaje del humor político. Sus monólogos, eran un torrente frenético y casi surrealista de escenas con los personajes destacados del momento, que casi no se negaban a sus interrogatorios; también, como otro inmortal, el español Miguel Gila, que vivió varios años entre nosotros y fue su amigo, “Tato” usaba el teléfono para construir su personaje.

Descendía de una familia judía de bajos recursos que habitaba en el centro de Buenos Aires. Su padre era un vendedor de pieles, devoto lector de la Biblia y seguidor de la religión de sus mayores. Con poco interés por el estudio, Mauricio fue repetidamente expulsado de la escuela donde realizó su colegio primario. A la edad de 15 años empezó a desempeñarse como ayudante de una orquesta de jazz; estudió clarinete y siendo aún muy niño tuvo pequeños trabajos en el Teatro Nacional Cervantes “como acomodador del público, te aclaro. Allí descubrí que mi vida estaba en ese mundo apasionante y nunca más me aparté de él”, recordaba con entusiasmo.

En la despedida de soltero de un músico amigo le propusieron contar unos chistes que causaron la hilaridad de los presentes, entre los que se hallaba el cómico Pepe Iglesias, famoso bajo el apodo de “El Zorro” (también gran triunfador en los escenarios españoles). Se hicieron amigos y “El Zorro” lo convocó para que fuera su partenaire en un programa de radio, y a partir de ese momento empezó a usar el seudónimo “Tato Bores” por el cual fue unánimemente conocido por el público.

En 1954 contrajo matrimonio con Berta Szpindler, a quien había conocido cuando era empleada en un negocio de discos de su hermano menor. Sin embargo, el severo padre de Berta le advirtió a “Tato” que debería dejar “ese trabajo impúdico” y buscar otro si se quería casar con ella; asunto ya imposible, pues empezaba a triunfar como figura del Teatro Maipo. “La luna de miel duró apenasen cinco días -evocaba con un gesto de desconsuelo-. Eso era lo que imponía la licencia por casamiento de la empresa. ¡Pobre Berta, no tuvo más remedio que resignarse!”. No fue todo, en el espectáculo del que formaba parte no pagaban muy bien y la pareja empezó a vivir con grandes dificultades económicas.

La consagración llegaría hacia fines de la década del 50’ cuando acompañó en televisión al actor cómico, Dringue Farías, al que reconocía como otro de sus impulsores. Al año siguiente debutó por el mismo canal en “Caras y morisquetas”, un espectáculo con libretos de Landrú, donde realizaba monólogos y comenzó a utilizar el frac, la peluca y el habano, que después lo caracterizaron. “Con Landrú nos divertimos como locos, podíamos decir cualquier cosa; menos, claro, mencionar a Perón ni al peronismo, que habían sido echados por otros milicos, pero todas las demás cosas nos eran permitidas”.

Empezó luego en el Canal 9 con “Tato, siempre en domingo” con libretos de César Bruto y, fue donde dijo las recordadas frases que lo caracterizaron a lo largo de su trayectoria. “La idea de que usara frac me la propuso César Bruto, ya que -como él decía- había que diferenciarse teniendo otro traje puesto porque quizá con el constante cambio de ministros durante el gobierno de Arturo Frondizi, se podían confundir y yo podía ser elegido para ocupar un cargo”. Durante esa temporada batió récords de audiencia con su monólogo, en el que empezaba diciendo: “Yo sé que ustedes estarán esperando que yo hable de la que se armó. Pero de la que se armó no pienso hablar y de la que se va a armar mucho menos”. Entre 1971 y 1973, siendo una de las figuras más populares de la televisión argentina retornó al Teatro Maipo con espectáculos de revistas.

“El monólogo tiene una clave -confesaba-. Es como una suerte de reportaje político; yo leo los titulares de los diarios y cuento las noticias en el escenario agregándole un cierre jocoso. Pero siempre hay que estar al día; un chiste político del jueves no hace reír el viernes. Es algo que ya fue”. Sincero, siempre elocuente y preciso en sus definiciones, “Tato” reconocía no tener miedo de opinar. “Lo hago sin ánimo de ofender. Aunque sí, de lo que tengo miedo es de convertirme en un idiota útil; más que por el hecho de ser notorio por el de creerme que al público le interesa mi opinión. Ahora, yo pregunto, ¿por qué un artista o un tipo notorio tiene que andar diagnosticando lo que va a suceder? ¿Acaso uno por tener un poco de fama sabe más que un albañil, un colectivero o un taxista? ¡Por favor, dejémonos de jorobar, che!”

Agreguemos que “Tato” fue el precursor, con la señora Mirtha Legrand, de comer delante de las cámaras. Compartió mesas con invitados como los presidentes Raúl Alfonsín, Carlos Menem y Fernando de la Rúa; también con famosísimos actores, como Marcello Mastroianni.

Se han sucedido los años y la corporación política argentina, como un acto de fe, apuesta por una idea lineal de la historia y, cándidamente, aunque no dejando de beneficiarse a sí misma, espera el milagro de que con los ya probados procedimientos erróneos, aparezcan, como por arte de magia, las improbables soluciones. Los hechos, sin embargo, vienen demostrando que las reglas del acontecer social no están al servicio de ingenuas y meras expresiones de deseo.

En estos repetitivos tiempos que vive la castigada Argentina, como un llamado de atención, todas las semanas, un canal llamado Volver, dedicado a las evocaciones, emite los siempre actuales programas del entrañable y admirado “Tato Bores”. Han pasado más de cuarenta años y parecen haber sido grabados ahora. Las complicidades de las corporaciones que manejan el poder, la imparable inflación, la creciente pobreza, la especulación financiera y el dólar paralelo siguen siendo los mismos enojosos asuntos que abochornan a un país que lo tiene todo y es como si no tuviera nada; eso sí, los problemas se han agravados y son mucho más inquietantes.

Nuestro gran “Tato” sigue vigente y es acaso una demostración más del tiempo cíclico que se repite (en nuestro caso) de un modo dramático. Si viviera entre nosotros Zaratustra no se desmayaría. Moriría de un síncope fulminante.

A los setenta años, el 11 de enero de 1966, el inmortal “Tato Bores” se sumó a los más. Como un permanente llamado de atención, sus monólogos están vigentes y sin dejar de hacernos matar de la risa, forman parte indisoluble de un pueblo que lo sigue amando y al que, de alguna manera, representó. Y sigue deslumbrando.

Fuente: www.elimparcial.es

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