viernes, marzo 29, 2024
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Modesto López, militante cultural 

Hasta el 23/10/22 puede verse en el cine Cosmos de la Universidad de Buenos Aires, en la avenida Avenida Corrientes 2046 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, diariamente a las 19, el documental sobre la cantante mexicana Amparo Ochoa, del argentino Modesto López.

Nació en Galicia. Creció en Argentina. Y desde 1979 vive en México. Como actor, director de cine y promotor cultural, Modesto López se ha convertido en uno de los referentes más representativos de la cultura popular latinoamericana.

Autor de los documentales Ernesto Cardenal-Solentiname (2006) o Todavía cantamos: coro Quiero Retruco (2012), entre otros, Modesto es un hombre inquieto, que se mueve por las pulsaciones políticas y culturales.

En 1980, junto a su inseparable compañera Marta De Cea, fundó Ediciones Pentagrama, uno de los sellos musicales independientes más relevantes de América Latina. En este tiempo han grabado 776 títulos de los más diversos géneros. Asimismo, hicieron 440 producciones culturales para diferentes instituciones, gobiernos y universidades.

Durante la pandemia, encerrado en su casa de la Ciudad de México, escribió su libro autobiográfico Morriñas, el cual presentará este 14 de octubre en la Casa de Solidaridad Cubana Argentina, de Buenos Aires. En entrevista con COOLT hacemos un recorrido por su recorrido cultural y político.política de privacidad.

– ¿Por qué se titula Morriñas el libro?

– Según Ramón Piñeiro: “(…) El sentimiento de morriña comienza a salir en un gallego cuando éste deja atrás todo lo que ama (hijos, hombre, mujer, país…) y emprende viaje para tierras desconocidas, donde los años transcurren en un silencio cómplice con la tristeza…”.

– ¿Cómo surge el libro?

– A partir de la pandemia. Cuando comenzó me planteé qué hacer para ocupar el tiempo de la forma más simple posible. Se me ocurrió empezar a escribir sobre mi vida. Es un libro que me obligó a recorrer mi pasado, a replantearme cosas, a volverme a comunicar con amigos con los que hacía muchos años no hablaba. Fue escrito con alegrías y tristezas porque en medio se iban muriendo por la pandemia distintos compañeros. Marta, mi compañera, me guardó las cartas manuscritas que envié y recibí durante muchos años. Ahí encontré fechas y datos que me ayudaron a estructurar el libro; también los pasaportes donde tengo documentado mis viajes y las fotos insólitas a las que nunca les presté atención. Fue desgarrador y emocionante.

– ¿Qué recuerdos tiene de sus padres?

– Recuerdo permanentemente imágenes de ellos cargándome al hombro mientras araban la tierra en Galicia. Tendría tres años. También cuando nos embarcamos para Argentina en el puerto de Vigo y donde ellos iban a buscar algo de comer porque no teníamos pan o leche. Me acuerdo que mi papá siempre me decía: “Hijo lo más importante de un hombre, de un ser humano, es la palabra. Si tú das la palabra por algo, trata de cumplirla toda la vida. No importan los papeles o documentos”. Con esa idea fue con la que vivió siempre: honestidad y compromiso político. Fue republicano. Estuvo en la cárcel después de la Guerra Civil. En Argentina se afilió al Partido Comunista y en el bar que tenía se hacían las reuniones clandestinas cuando éste se encontraba proscrito. Yo tenía 11 ó 12 años y tocaba el acordeón para disfrazar las reuniones como si fueran despedidas de soltero o una fiesta cualquiera. A mi madre la recuerdo siendo como buzón clandestino en las épocas duras de las diferentes dictaduras.

– ¿Y qué recuerda del viaje del puerto de Vigo a Buenos Aires?

– Tenía 5 años. El dinero para los pasajes lo mandaron las dos hermanas de mi papá que ya vivían en Argentina. Viajamos 25 días en un barco de carga adaptado para pasajeros. A mis padres les encantaba jugar a las cartas, pero como mi mamá sufría mucho por los vaivenes del barco, siempre estuvo descompuesta en el camarote. Un día, mientras mi papá jugaba y sostenía la baraja en una mano, con la otra me tenía agarrado a mí porque era muy inquieto. En un momento dado desaparecí y todo el mundo empezó a buscarme. Mis padres estaban desesperados. Creían que me había caído del barco. En fin, ya muy noche unas chicas me encontraron llorando debajo de una de las camas de su camarote.

Modesto López Morriñas portada

– Hábleme de sus primeros años en Argentina.

– El primer año me crié en Mataderos, un barrio bien popular de Buenos Aires. Después nos fuimos con mis padres a un almacén que tenía atrás un pequeño cuarto a una cuadra de la cancha de La Bombonera, en el barrio de La Boca. Mi padre se daba maña para la albañilería, zapatería y carpintería. Convirtió el almacén en restaurante. Entré en contacto con el barrio. Hice mis primeros amigos. Empecé a jugar a la pelota y a estudiar en la Escuela Benito Quinquela Martín, un prócer de la pintura y la solidaridad argentina. Me gustaba mucho andar en peleas y hacer barriletes. Inventamos todos los juegos posibles. Me hice fanático Elvis Presley. Íbamos a los bailes. Nos enamorábamos. Hacíamos lo que podíamos.

De ahí me fui a vivir al barrio de Constitución, muy popular de aquella época; hoy se ha deteriorado bastante. Llegué cuando tenía 14 años más o menos. Empecé a trabajar en una fábrica de engranaje para cajas de velocidad. Tuve todo un encuentro con personajes relacionados con la historia del barrio, me tocaron vivir muchas situaciones: mis primeros grandes amores, mi vínculo con la lucha política, mi relación con la cultura de manera más definitiva y el ingreso a la escuela de teatro. Luego me fui a vivir a San Telmo, donde pasé grandes momentos de mi vida, como la militancia por las luchas estudiantiles.

– ¿Cómo fue ese ingreso a la escuela de teatro?

– En realidad tuvo que ver Amadeo Gravino, un excompañero de trabajo de la fábrica de engranaje. Yo era un muchacho de barrio, sin ningún interés por la cultura, y él tenía una formación que venía de sus padres, en la que escribía poesía y leía libros importantes. Un día se me acercó y me preguntó qué es lo que me gustaba hacer. Le dije que nada. Entonces empezó a acercarme libros, entre ellos uno de Pablo Neruda que me emocionó. Me alentaba a escribir y a leer. Aunque lo hacía, todo lo que escribía me parecía ridículo. Él me decía que no importaba, que siguiera intentándolo. En otra ocasión volvió a preguntarme qué me gustaba hacer y le respondí: “Jugar al futbol, ir a las milongas y estar con una mina”. Entonces me invitó a inscribirme en la  Escuela de Teatro Casacuberta. Amadeo me embaucó porque dejó el teatro al poco tiempo, pero yo seguí porque me gustó. A partir de eso, cambió mi mundo. Me embanderé con el teatro y la militancia política.  

– ¿Cómo comenzó a militar políticamente?

– Antes de la dictadura de Juan Carlos de Onganía (1966-1973), cuando tenía 17 ó 18 años, en el Partido Comunista y en la clandestinidad. En 1969, había ido a Finlandia al Encuentro de la Juventud en Solidaridad con el Pueblo Vietnamita. Después viajé a la Unión Soviética. Eso me hizo replantear mi militancia. Necesitaba encontrar nuevamente mis orígenes. Viajé a la España franquista de aquel entonces. Me vinculé con Los Goliardos, un grupo teatral maravilloso con el cual viví un tiempo, y después me fui a Galicia, con mi familia campesina. En 1973, regresé a Argentina, tomé una cámara fotográfica y con 100 dólares recorrí Latinoamérica.     

– Formó parte del grupo teatral Siripo, como actor y director…  

– El nombre lo tomamos de la primera obra teatral escrita por Manuel José de Lavardén. La puesta en escena hablaba del conflicto entre el indígena y el conquistador. La agrupación la creamos en 1975. Era de teatro, títeres y música. Con ella hicimos una gira por 10 países de América Latina, entre 1976 y 1977. Después, otra de seis meses más por tres naciones de Sudamérica, en 1978. Realizamos alrededor de 350 presentaciones. Fue una experiencia muy fuerte que nos ayudó a tener una mayor claridad en los objetivos culturales y políticos que perseguíamos.  

¿Cómo vivió su exilio político?

– No me exilié. Pero, llegó un momento que la situación era muy difícil para mí. Me había ido a buscar la Triple A varias veces. Aparecía en la lista del Sindicato de Actores con amenazas de muerte. No tenía trabajo ni ingresos. Vivía clandestinamente. Entonces me fui a Ecuador en 1979. Estuve un tiempo ahí y con el cantante uruguayo Manuel Capella montamos un espectáculo con el que decidimos salir de gira por América Latina. Llegamos a México el 2 de septiembre de ese año. Aquí me reencontré con Marta y me quedé a vivir. Empecé a trabajar en el sello discográfico independiente Fotón, hasta que creamos Ediciones Pentagrama el 6 de octubre de 1980.

– ¿Que ha representado Ediciones Pentagrama para usted?

– Representa un cambio fundamental en mi vida. Aunque me aleja poco a poco del teatro, me acerca al mundo de la música y de lo que se produce en México, Latinoamérica y otras partes del mundo. Intentamos enriquecer al pensamiento del ser humano. Nunca le apostamos a lo banal. Tratamos de ser coherentes con el compromiso que tenemos en esta vida. Hemos grabado a Margie Bermejo, Eulalio González (Piporro), Oscar Chávez, Amparo Ochoa, Lito Nebbia, Rodolfo Mederos, Mercedes Sosa, Daniel Viglietti, los hermanos Rincón (Gilda, César y Valentín), Carlos y Luis Enrique Mejía Godoy, así como a poetas como Antonio Preciado, Alí Chumacero y Ernesto Cardenal, entre otros.

– A lo largo de su trayectoria artística y como promotor cultural tuvo una relación cercana con las revoluciones centroamericanas. ¿Cómo fue esa experiencia?

– Para nosotros, la revolución nicaragüense fue importantísima. Dimos lo que estaba a nuestro alcance para apoyarla. Soñábamos con esa revolución que fue traicionada por este Gobierno de Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo, que crearon otra dictadura. Este Gobierno representó una derrota moral, pero en su momento dimos lo mejor que teníamos. Colaboramos mucho con Luis Enrique y Carlos Mejía Godoy e hice un trabajo con niños combatientes sandinistas, entre otras cosas. Lo mismo ocurrió con El Salvador y Guatemala, y las luchas que libraban esos pueblos. Grabamos discos del grupo salvadoreño Yolocamba I Ta y otras agrupaciones. Hace unos años se le hizo un homenaje a Roque Dalton en El Salvador y me invitaron a dirigir un espectáculo sobre la historia política y social de ese país vinculada al poeta. 

– En el libro menciona que hay una película que siempre quiso hacer, pero que nunca hará. ¿Cuál es?

– Es sobre la vida del joven anarquista Arturo Dupont, precursor del comunismo argentino. La Comuna de París sería parte de su origen. Podría titularse: Arturo Dupont: “La Comuna de París en Argentina”. Considero que debería hacerse una película argumental, con locaciones en Francia, Chile y Argentina. Se requiere una gran producción y eso lleva tiempo. Tengo 76 años. Creo que ya no puedo pensar a largo plazo. Pero, a pesar de todo, sigo en pie y soñando que, alguna vez, mucha gente gozará de esa cinta.

Fuente: Emiliano Balerini Casal, periodista especializado en temas culturales y de derechos humanos, para https://www.coolt.com/artes/modesto-lopez-memorias-militante-cultural_759_102.html

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