No puedo más que evocar perpetuamente la muerte de Tom Lupo como un destino desgraciado. Todos sabemos que vamos a terminar de esa manera, con mayor o menor dramatización. Pero en el caso de Tom fue desgraciado para todos. Tom murió este lunes (4/4/20) en Buenos Aires.
Su forma de hacer literatura y de hacer radio hacen que el accidente que lo alejó del éter aparezca muy tremendamente, muy lleno de negatividad. Justo a él, piensa uno, que todo el tiempo pensó la muerte como eje de su propio arte. Esa era su veta artística. En cierta forma, en Lupo el arte sirvió como la explicación de la muerte. Tom indagó en lo efímero, en el lenguaje, en la noche, en la posibilidad o la imposibilidad del diálogo, en la finitud de la vida. Su arte consistió un poco en explicar su muerte, a la vez que esa explicación constituyó buena parte del contenido de su arte. El accidente que lo silenció significó todo su arte.
He tenido una relación de vecindad artística, cultural e ideológica con Tom. En muchas radios, hemos compartido espacios de programación. En Radio Nacional, en Del Plata y en algunas otras. No creo que esa compañía haya sido resultado de la casualidad. Tenía, como yo, hábitos nocturnos. Hemos estado siempre ejerciendo la amistad desde esa metonimia laboral: él tipo llegaba y yo me iba, o al revés. Con los años esa vecindad de horarios se convirtió en una vecindad de ideas, de acción, de géneros artísticos, de maneras de sentir y ver el mundo. Todas similitudes que son mucho más fuertes que lo político.
Lo que nos separa a Tom y a mí de ciertos periodistas que hacen tanto ruido en el éter hoy en día no es una concepción política, o una idea acerca del Estado, va mucho más allá de eso, de la discusión militante. Hay cierta manera de discutir la política que afecta la moral. En la Argentina la diferencia política es algo parecido a una ofensa. En el sentido de que se vuelve intolerable. Y la realidad es que cada uno puede pensar lo que quiere, lo que no se puede es utilizar todo un arsenal de indecencia para hacer mella en las ideas del otro. Lupo era una persona de una deliciosa moral. Y eso es lo que lo separaba de gente que no pensaba como él.
En mi vida, Lupo fue una asociación afortunada de vecindades. Una sucesión causal de coincidencias que por tanto repetirse construyeron un mismo efecto, una misma línea de pensamiento y, probablemente, una similar manera de hacer radio.
Fuente: Alejandro Dolina para www.pagina12.com.ar