viernes, julio 26, 2024
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Decae la producción científica, Mario Albornoz

“Si queremos que todo siga como está -decía el joven Tancredi en Il Gattopardo de Lampedusa- necesitamos que todo cambie”. En resumen, cambiar para que nada cambie. En este texto reflexionaré sobre el gatopardismo y sus consecuencias negativas para el desarrollo del país, aunque me limitaré a focalizar mi análisis sobre la política científica y tecnológica. Es necesario que haya cambios reales: cambiar para cambiar y no lo contrario. El modelo no va más, y es curioso que muchos investigadores, como lo señalé en una entrada anterior, no se hayan percatado de ello.

Como señala acertadamente Lucas Luchilo, el “modelo Barañao”, que acentuó tendencias que ya venían de lejos, hoy está agotado. Entre las evidencias de agotamiento señala su escasa dinámica innovativa, la imposibilidad de financiar la expansión y la burocratización de la profesión académica. El modelo dotó de infraestructuras, equipamiento y recursos suficientes a algunos grupos prestigiosos, pero permitió un crecimiento desmedido del CONICET, concentrando en él funciones que podrían ser mejor cubiertas por otros organismos. Es preciso establecer con claridad que la política de ciencia y tecnología es mucho más que una “política para los investigadores”. Forma parte de una política global que ofrezca al país un rumbo de desarrollo equitativo y sostenible ambientalmente. De lo que se trata es de crear las condiciones para que los resultados de las investigaciones, como así también la adaptación de conocimientos generados fuera del país se traduzcan en impulsos a la innovación. Por eso, los protagonistas de las experiencias de creación, difusión, adaptación y aplicación de conocimientos son muy diversos: obviamente, los investigadores, pero también los tecnólogos, los gestores y los empresarios, entre otros.

La ciencia y la tecnología son transversales a todos los ámbitos de acción del estado. En una organización matricial, las políticas públicas orientadas a problemas como la educación, salud, producción, comunicaciones y ambiente, entre otros, merecen ser atendidas por ministerios u órganos equivalentes. Pero las políticas de ciencia y tecnología son transversales a la mayoría de las políticas públicas, por lo cual los problemas a resolver requieren la interacción en todos los niveles. Es por eso por lo que la forma institucional del órgano estatal que las impulse debe ser también transversal y flexible. Esto no parece requerir necesariamente la conformación de un ministerio dedicado exclusivamente a la comunidad científica. Hay que discutir la forma más adecuada y cómo se produciría la gobernanza de la nueva estructura institucional, pero ese es un tema que reservo para un texto próximo.

El problema que me propongo abordar es de tal amplitud que me veo obligado a hacerlo en varias entregas, comenzando en este caso por la producción de la ciencia académica y su retroceso relativo frente a otros países latinoamericanos que ya superan la producción media de los investigadores argentinos. Agradezco la colaboración de Rodolfo Barrere, coordinador de la RICYT y del Observatorio de la OEI, en los análisis de los que doy cuenta en los textos que siguen.

¿Un derrumbe de la ciencia argentina?

Luis Quesada Allué, profesor de la Facultad de Ciencia Exactas de la UBA, investigador del CONICET y Jefe de Laboratorio de Bioquímica y Biología Molecular del Desarrollo de la Fundación Leloir ha dado a conocer mediante un tweet el borrador de un estudio sobre las publicaciones argentinas en SCIMAGO (SCOPUS) en el que se refiere al “derrumbe de la ciencia y la tecnología argentina”. Por mi parte quizás no sería tan enfático, pero lo cierto es que usando la misma fuente y datos de SCOPUS para el decenio 2011 – 2020, se observa que de los cinco países latinoamericanos con mayor producción científica, Argentina es el que publica menos artículos en revistas registradas en bases de datos internacionales. Esto no era así en un pasado relativamente reciente. ¿Cuál es la explicación?

Soy consciente de que hay quienes objetan las mediciones bibliométricas basadas en publicaciones internacionales, como las que registran SCOPUS o el Science Citation Index a través de la Web of Science, por considerarlas como expresión de una agenda exógena y, por lo tanto, ajenas a las problemáticas locales. Más allá, incluso, de algunas visiones conspirativas, lo cierto es que la comunicación de los resultados de las investigaciones científicas admite diversas vías, destinadas a distintos públicos. Todas ellas deben ser respetadas y alentadas. En esta paleta de alternativas, las bases de datos internacionales reflejan lo que algunos denominan como la “corriente principal” de la ciencia. La participación en redes y proyectos internacionales conlleva la necesaria publicación en revistas internacionales y las bases de datos que así se generan son una fuente de conocimiento utilizable para abordar problemas locales. Permiten además realizar comparaciones internacionales por disciplinas o áreas problemáticas. La pandemia mostró hasta tal punto la utilidad de ciertas publicaciones para validar conocimientos, que hasta los medios públicos de comunicación se hicieron eco de los artículos publicados en The Lancet, por ejemplo.   

Dicho esto, de acuerdo con los datos de SCOPUS, en valores totales de artículos científicos, el primer lugar le corresponde a Brasil, lo cual es obvio, debido a su tamaño, con casi noventa y cinco mil artículos en 2020, seguido por México con más de treinta y un mil, Chile con más de dieciocho mil y finalmente Argentina y Colombia empatando en dieciséis mil, con una diferencia menor a favor de Argentina. Esta pequeña diferencia, de unas doscientas publicaciones, se licuó al año siguiente (dato no incorporado a la tabla) pasando Colombia a estar por delante. Diez años antes (2011), sin embargo, Argentina superaba ampliamente el número de publicaciones de Chile y Colombia, por lo que la trayectoria seguida por estos cinco países muestra claramente el desempeño inferior de los investigadores argentinos en este rubro. En resumen, durante el decenio la producción de artículos de Colombia prácticamente se triplicó, la de Chile creció un doscientos treintaicinco por ciento, la de México más de un ochenta por ciento, la de Brasil un setenta y tres por ciento, mientras que la de Argentina creció, sí, pero tan solo un cuarenta y tres por ciento. Eso es lo que se grafica en el Gráfico 1.

Gráfico 1: Número de publicaciones registradas en SCOPUS                     

Fuente SCOPUS procesado por RICYT

Buscando explicaciones a la menor tasa de publicaciones de los investigadores argentinos, el primer intento es correlacionar las curvas de producto con las de insumos que, siguiendo el Manual de Frascati, son la inversión y el número de investigadores

Inversión. Una primera aproximación no arroja una luz nítida, ya que a excepción de México, que desde 2016, en PPC, y desde 2015 en dólares corrientes viene registrando una disminución pronunciada de lo que invierte en I+D, los otros cuatro países tiene comportamientos previsibles.

Argentina y Brasil tuvieron una evolución similar entre los extremos del decenio 2011 – 2020, durante el cual los dos países crecieron un 9% aunque, claro está, sobre una base diferente. Por eso Argentina pasó de cuatro mil quinientos millones de dólares PPC en 2011 a cuatro mil novecientos en 2020; en cambio Brasil, que había empezado el mismo período con casi treinta y cuatro mil millones se aproximó a los treinta y siete mil millones de dólares PPC en 2020. Por su parte, Colombia aumentó un 27% su inversión a lo largo del decenio y Chile lo hizo en un 31%. Es decir, que en estos dos países el aumento del número de publicaciones tuvo un crecimiento pronunciado que también puede ser visto en la curva de la inversión. La anomalía en este caso es México, ya que su producción de artículos aumentó pero la inversión en I+D se contrajo un 20%.

En resumen, esta explicación no es completamente satisfactoria ya que, a excepción de Chile y Colombia no se percibe en todos los países una clara correlación entre la inversión y el número de publicaciones.

Si estos valores no nos han dado la explicación satisfactoria, ésta quizás surja de la correlación con el otro indicador de insumo, es decir, el número de investigadores

Investigadores. A primera vista, los valores a 2020, medidos en personas físicas (no en equivalencia a jornada completa) son parecidos a los que podría esperarse. El mayor contingente corresponde a Brasil con más de cuatrocientos cincuenta mil investigadores, seguido por Argentina con algo más de noventa mil y México con sesenta y dos mil. Les siguen Colombia (veintiún mil) y Chile (quince mil setecientos), con la particularidad de que estos dos países invirtieron su orden en el decenio, ya que en 2011 Chile superaba claramente a Colombia.

Argentina, cuyo número de investigadores es el segundo después de Brasil, es el que tiene un mayor número de investigadores con relación a la población económicamente activa (PEA). Con más de cinco investigadores cada mil personas de la PEA, Argentina supera los cuatro de Brasil y muy ampliamente a los otros tres (Chile con menos de dos, Colombia con menos de uno y México con poco más de uno). Llama la atención que pese a la amplitud de la base científica argentina, los cuatro países hayan logrado una tasa de publicaciones en revistas internacionales más altas que Argentina. A lo largo del decenio Argentina aumentó su número de investigadores un 17%, en tanto que Brasil lo hacía en un 84% y Chile casi un 68%. El dato que salta a la vista es que Colombia prácticamente triplicó su base de investigadores. México, en cambio, crecía menos: un 10% ente puntas. 

En resumen, esta segunda variable tampoco explica suficientemente la evolución de las publicaciones en cada país; particularmente en el caso de Argentina y México. 

Publicaciones por investigador. Otra aproximación a la productividad es comparar el número de publicaciones con el de investigadores. En el caso de Argentina, registró en 2020 un promedio de dieciocho artículos por cada cien investigadores. Un valor parecido, aunque algo superior (veinte artículos cada cien investigadores), registró Brasil. A partir de allí, los número crecen: cincuenta artículos cada cien investigadores en el caso de México, ochenta en el de Colombia y ciento diecisiete en Chile. Claramente, la productividad per cápita es mucho más elevada en los países más pequeños. Pero por otra parte, llaman la atención una vez más los valores de México, dado que el crecimiento del número de sus investigadores fue el más bajo de este conjunto de países. 

Inversión por investigador.Cruzando ambas variables de insumos, se encuentra algún sendero para la explicación del fenómeno, ya que Argentina es, con mucha diferencia, el país que menos invierte por investigador. En 2020 Brasil invirtió 387.620 dólares PPC, México 234.002, Colombia 90.544, Chile 87.581 y Argentina 54.183, muy por debajo de los otros países. De acuerdo con estos valores, los investigadores argentinos son los que disponen de menos recursos, lo cual debe traducirse en su productividad. 

Costo por artículo.Sin embargo, una vez más las explicaciones lineales fallan, ya que si bien Argentina es el país (de estos cinco) que menos invierte por investigador, el indicador de costo por artículo muestra una relación diferente. Cada artículo de autor brasileño costó en 2020 ciento setenta y ocho mil dólares corrientes y cada artículo argentino ciento veintiún mil dólares. Menos costosos son los artículos de autores mexicanos (poco más de cien mil dólares) y definitivamente menos costosos los de Chile (cuarenta y seis mil) y los de Colombia (treinta y dos mil). Es decir que Argentina, siendo el país con menos recursos relativos invierte por artículo científico casi tres veces más dólares que los chilenos, cuatro veces más que los colombianos y un veinte por ciento más que los mexicanos.

Investigadores y autores.Argentina tenía en 2020 algo más de noventa mil investigadores pero no todos ellos eran autores o coautores de artículos registrados en SCOPUS. De hecho, el número de autores de aquel año era de 28.695, es decir, un 32% del total de investigadores. Dicho de otro modo, casi dos tercios de los investigadores argentinos no publicaron o copublicaron ningún artículo registrado en SCOPUS aquel mismo año. Por otra parte, dos tercios de los que sí publicaron (61.702) sólo registraban un artículo en aquel año. Estos datos, que son llamativos, pueden tener distintas explicaciones, ya que no sería lo mismo que el tercio que publicó en 2020 fuera el mismo conjunto de investigadores todos los años, es decir, que se repitieran tanto los que publican como los que no publican. En cambio, si un número importante publicara cada dos años o tres, y no se repitieran los autores, el promedio tendería a dar un numero de autores parecido al de investigadores. Estas hipótesis deben ser verificadas.

Una conclusión provisional

En noviembre de 2017 el Centro REDES realizó un estudio de producción bibliográfica para el MINCYT. Las conclusiones de entonces reconocían el menor crecimiento relativo de la producción científica argentina pero afirmaba que no había una explicación unicausal. Por el contrario, el fenómeno parecía tener varias explicaciones posibles que se combinan.

Un aspecto importante que se señalaba en aquel informe y que no se ha considerado en este texto (lo será en la próxima entrega) es que se verifica una cierta correlación entre la cantidad de revistas nacionales y la cantidad de artículos totales de cada país. El bajo crecimiento de las revistas argentinas indexadas en SCOPUS parece ser un factor muy relevante en la baja tasa de crecimiento de la producción científica del país. Es decir, que la escasez de revistas argentinas indexadas parecía tener un peso significativo en el bajo crecimiento de los artículos nacionales en SCOPUS. Esta idea se refuerza al considerar que Chile y Colombia fueron los países que más crecieron en cantidad de publicaciones y son también los que más publican en español.

Otro aspecto importante que se señalaba en aquel informe era el mayor peso relativo de las ciencias sociales en los países cuyos artículos científicos aumentaron en forma más acentuada. Los dos países que más habían crecido entre 2010 y 2015 eran también los que más publican en revistas de ciencias sociales indexadas en SCOPUS.

Casi seis años después del informe del Centro REDES sigue vigente la idea de que la explicación del hecho de que la producción científica argentina sea inferior a la de otros países latinoamericanos no es lineal sino que expresa un fenómeno multidimensional. Entran en juego aspectos centrales de la política científica imbricados en los diseños institucionales y en los incentivos que se aplican. También entran en juego aspectos culturales: ¿acaso será refractaria en alguna medida la comunidad científica argentina a publicar en las principales revistas internacionales? ¿Prefieren quizás hacerlo en revistas latinoamericanas? Estos aspectos serán analizados en las próximas entradas.   

Fuente: https://www.marioalbornoz.ar/2023/06/cambiar-para-cambiar-parte-1-la.html#morea

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