Las becas Manuel Belgrano son un impulso para crecer: la flamante iniciativa oficial se enfoca en quienes deseen estudiar carreras esenciales para el desarrollo económico en universidades públicas. Tres historias de estudiantes contadas en primera persona.
Manuel Belgrano sostenía que “el origen verdadero de la felicidad de los pueblos es la educación de sus hijos”. A más de dos siglos de distancia, el nombre del prócer encabeza el nuevo programa de becas estratégicas con las que el Ministerio de Educación, a través de la Secretaría de Políticas Universitarias, aspira a lograr que miles de estudiantes universitarios puedan acceder, permanecer y finalizar carreras de grado y pregrado consideradas clave para la igualdad social y el desarrollo económico.
El Programa de Becas Estratégicas Manuel Belgrano, que cuenta con una inversión de más de 5 mil millones de pesos, alcanzará a 24 mil estudiantes de universidades públicas de todo el país que estén cursando carreras vinculadas a sectores estratégicos –Petróleo, Gas, Minería, Energía Convencional y Alternativa, Alimentos, Computación e Informática, Medioambiente y Logística y Transporte–.
El monto mensual de cada incentivo es de 17.700 pesos, que se abonarán durante un año con posibilidad de renovar por otros cuatro en las carreras de grado y dos más en las de pregrado. La suma equivale a la remuneración neta de dos ayudantías de segunda simple, que se podrá ajustar anualmente con el acuerdo paritario docente.
Para poder inscribirse en el programa, es necesario ser argentino nativo o naturalizado con posesión del DNI, estudiante regular de una universidad pública, ya sea nacional o provincial, y estar anotado en una de las carreras de grado o pregrado autorizadas por el programa de becas. Además, al momento de la adjudicación, los hogares de los y las postulantes deberán contar con ingresos totales que no superen tres salarios mínimos.
Este programa, que debió ampliarse y relanzar debido a que duplicó el límite de 12 mil postulantes previsto para la primera convocatoria, tiene una edad tope para los estudiantes ingresantes de 30 años, así como para los avanzados, que podrán solicitar la subvención antes de cumplir los 35. Por otro lado, para aquellos candidatos que tengan alguna discapacidad o que pertenezcan a pueblos originarios, no habrá límite de edad.
Si bien las becas Manuel Belgrano pueden complementarse con otro tipo de subvenciones, como la Asignación Universal por Hijo (AUH) o el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), no pueden sumarse a otros subsidios educativos. Por lo tanto, aquellos estudiantes que, al momento de ser aceptados por el programa, perciban otro tipo de ayudas a nivel académico, como la beca PROGRESAR o cualquiera de las retribuciones del Consejo Interuniversitario Nacional (CIN), deberán decidirse por uno de los programas estatales.
Según datos oficiales, el 70% de los becarios son estudiantes universitarios avanzados, mientras que solo el 28% son ingresantes. En cuanto a las áreas estratégicas alcanzadas, la mayoría responde al rubro Informática, con el 28% de los adjudicados, seguida por Energía, con el 21%, Alimentos, con el 20%, Ambiente, con el 13%, Logística y Transporte, con el 9%, Minería con el 6% y, finalmente, las carreras relacionadas con Gas y Petróleo, con el 3% restante.
“Estas becas están programando el futuro de la Argentina. Estamos promoviendo que se estudie lo que la Argentina necesita que se estudie”, sostuvo el presidente Alberto Fernández el 22 de julio pasado, durante la presentación del programa realizada en la Universidad Nacional Arturo Jauretche, en la localidad bonaerense de Florencio Varela.
Aldana, en la capital de la Puna
Ni bien terminó sus estudios secundarios en el Bachillerato Provincial Nro. 6 de San Salvador, Aldana Beatriz Camila Gutiérrez empezó a cursar la Licenciatura en Biología en la Universidad Nacional de Jujuy (UNJu). Por problemas familiares, sumados a las dificultades del transporte en la ciudad y la necesidad de priorizar su actividad laboral, debió abandonar temporalmente la carrera. “Estudié dos años y la dejé, capaz por un capricho”, desliza Aldana, con algo de vergüenza, disimulando que ese “capricho” era un trabajo como empleada comercial, al que no podía darse el lujo de renunciar.
En la ciudad capital, Aldana vivía con su familia más cercana: su mamá y sus cuatro hermanos –Emilia, Ramiro, Fabiana y Carla–. Aún extraña a su padre, fallecido hace diez años. Tanto Emilia como Carla son empleadas de comercio, mientras que Ramiro, se gana la vida como ayudante de albañil. Fabiana, “la del medio”, es enfermera.
Tiempo después de abandonar Biología para priorizar su empleo, Aldana se enteró de que la UNJu abriría una sede en la Puna que incluía la Licenciatura en Gestión Ambiental, la carrera que siempre le había quitado el sueño, pero que nunca había podido cursar, ya que en ese entonces solamente se dictaba en Humahuaca. Decidida a perseguir su anhelo, Aldana dejó su hogar en San Salvador y se mudó a la casa de Estefanía, su abuela, ubicada a dos kilómetros de la sede que la UNJu posee en Abra Pampa. Conocida como “la capital de la Puna” o “la Siberia argentina”, Abra Pampa es un pueblo de menos de 10 mil habitantes, al sur del altiplano boliviano, a casi 3.500 metros sobre el nivel del mar. Está ubicado en el departamento de Cochinoca, a 73 kilómetros de La Quiaca y a poco más de tres horas de viaje en auto, bordeando el río Grande por la ruta nacional 9, de la capital provincial.
En la actualidad, con 26 años, Aldana está en la mitad del segundo año de la Licenciatura en Gestión Ambiental. Ansiosa por comenzar con la presencialidad bimodal, que combinará teóricos virtuales con prácticas presenciales, opina que le “costó bastante” el primer año de cursada online. Algunas materias prácticas de primer año, como Biodiversidad, no pudo cursarlas porque debían hacerse de forma presencial en el laboratorio de la UNJu.
El hogar que comparten Aldana y Estefanía se sostiene gracias a la jubilación de su abuela, que trabajó gran parte de su vida como maestra en “la capital de la Puna”, y se complementa con los ingresos de la nieta, que trabaja medio tiempo vendiendo cosméticos y perfumes entre sus contactos en las redes sociales. Ahora, se suma la Beca Manuel Belgrano, “una gran ayuda” no solo para ella, sino también para “tantas personas a las que no se les hace fácil el tener que trabajar y estudiar a la par”.
Aldana quiere “hacer muchos trabajos de investigación” medioambiental, porque en Jujuy “hacen mucha falta”, en especial por la problemática minera: según las denuncias de organizaciones ambientalistas, desde hace años las aguas de los ríos de la zona están contaminadas con plomo y plata. Sin embargo, lejos de conformarse con una única labor, confiesa que, al igual que su abuela, le “gustaría enseñar” y, en algún momento, llegar a ser docente de la universidad.
Jorge, del Chaco a Berazategui
En julio, Jorge Busqued tuvo el honor de recibir la Beca Manuel Belgrano de manos del Presidente. Este acontecimiento es una anécdota que se suma a sus intensos 49 años. Nacido en Chaco, en 1972, es el menor de cuatro hermanos. Uno de ellos, Eduardo, falleció a los 26 por una rara enfermedad renal que, al día de hoy, resuena en su memoria como un motor que lo impulsa a alcanzar cada una de sus metas. Luego, María Elena, la mayor, y el recientemente fallecido Carlos, el escritor cuya novela Bajo este sol tremendo sirvió de inspiración para la película El otro hermano, dirigida por Adrián Caetano y protagonizada por Leonardo Sbaraglia, Daniel Hendler y Ángela Molina. Hijo del suboficial de la Fuerza Aérea Esteban Nicolás Busqued y de la ama de casa Ana Mutka, Jorge refiere entre risas que, si bien todos se llevaban muy bien, su familia estaba “medio loca”. “Andábamos uno por una provincia, otro por otra y nos cruzábamos de vez en cuando, cada uno haciendo lo suyo”, explica.
“Mi primer laburo fue a los 14 años en Córdoba, cobrando las cuotas en un centro vecinal; luego fui administrativo en un supermercado y después hice de todo: panadero, parrillero… Nunca le hice asco a nada”, repasa. De todos los trabajos realizados a lo largo y ancho del país, el que más recuerda es como apicultor en el campo de su tío, en Chaco. Desde los 28 a los 35 años, trabajó en toda la cadena de la apicultura, desde la fábrica de colmenas hasta la venta de la miel.
A lo largo de su vida, desde el Chaco hasta Berazategui, donde vive actualmente con su esposa, Mariela, y su hija, Luciana, pasando por Córdoba y el sur argentino, cualquiera que lo frecuentaba lo reconocía por dos características: su simpatía y su torpeza. “En el campo me pasaban las mil y una. Se me caían las colmenas con las abejas, me picaban y yo me decía ‘¿cómo puedo ser tan torpe?’. Por más de veinte años pensé que era lo más torpe que había en el mundo”, cuenta divertido.
En 2012, luego de décadas sin saber qué le sucedía, un neurólogo del Hospital El Cruce de Florencio Varela, que de casualidad había ido a tomar un café con el director de ese establecimiento, diagnosticó a Busqued por primera vez con una enfermedad que ningún otro médico había podido nombrar. Ese día descubrió que lo que tenía desde su nacimiento no era torpeza, sino una “neuropatía motora sensitiva”, también conocida como “polineuropatía sensitivomotora”, que le generó complicaciones a lo largo de su vida, pero jamás logró detenerlo.
Busqued explica que se trata de una enfermedad degenerativa “desmielinizante”. “Lo que hace mi cerebro es autodestruir la vaina de las células, lo que es la milina y el axion de las células”, precisa sobre esa rara “neuropatía idiopática”, de la que se desconoce su origen y que recién se encuentra en fase de estudios. “Desde 1972 hasta 2012 mi vida fue una odisea, porque nunca supe qué tenía”, enfatiza.
A partir de su “renacimiento” en un hospital del conurbano bonaerense, Jorge tuvo la decisión de que iba a empezar a estudiar. Primero cursó dos años de Ingeniería Química en la Universidad Tecnológica Nacional, pero como se le hacía difícil viajar hasta Villa Domínico, decidió cambiarse a la Licenciatura en Bioingeniería de la Universidad Nacional Arturo Jauretche, que no solo le quedaba más cerca de su casa, en el barrio Los Pinos, sino que además, gracias a una especialización relacionada a la producción de implantes médicos, coincidió por completo con su verdadero objetivo: “Primero, mi sueño es recibirme y después poder investigar cómo hacer para mejorar la calidad de vida de las personas que están peor, a mi misma altura o mejor que yo. Si tuve la suerte de descubrir qué tengo, a ver si por lo menos puedo darle una mano a alguien que está viviendo algo similar. Ese es mi ideal”.
Milagros, desde las sierras cordobesas
“Cuando empiecen las clases presenciales, voy a conocer la facultad. Estoy ansiosa porque desde chica quise ir a la universidad”, afirma Milagros Carbone, ilusionada por asistir a la sede que la Universidad Nacional de Córdoba posee en su tierra natal, Santa Rosa de Calamuchita, donde vive con su mamá, Patricia, para seguir la Licenciatura en Ciencias Biológicas.
Con orgullo, Milagros subraya que es “la primera” en su familia que “va a la universidad” y cuenta que ya en la escuela, desde muy chica, demostró un amor sin igual por las ciencias naturales, en general, y por la biología, en particular. “Siempre me gustó estudiar y aprender un poco más de ciencia”, confiesa. Lo curioso es que a pesar de llevar un historial perfecto en cuanto a materias cursadas y aprobadas, como entró a la universidad en el segundo año de pandemia, todavía no pudo conocer la casa de estudios que ya ha comenzado a formarla como profesional.
Además de recibir la Beca Manuel Belgrano que, según ella, le “ayuda bastante”, en sus ratos libres, cuando no está estudiando ni mateando con sus amigas y amigos a orillas del río Santa Rosa, Milagros trabaja medio tiempo como niñera de una pequeña de 3 años, a quien cuida tres días a la semana. En sus ratos de ocio, busca lo simple: una novela de ciencia ficción o una tarde de relax con su mamá, entre charlas y mates, aprovechando las horas en que Patricia se libera de su trabajo como pedicura.
Cuando le preguntan sobre el futuro, Milagros se imagina como una exitosa bióloga marina. Su sueño es investigar las ballenas en el sur argentino o viajar a un país exótico para cuidar animales en reservas naturales. Ejemplifica emocionada que “Australia es un parque de diversiones para los biólogos, porque hay un montón de especies y faltan encontrar un montón más”. Pero aclara que cualquier lugar donde pudiera conseguir una beca para investigar a animales salvajes, como leones, tigres o lobos, para ella sería el paraíso en la tierra.
Fuente: Juan Manuel Romero para www.pagina12.com.ar