viernes, abril 26, 2024

Siempre Borges

 Su obra marcó un antes y un después en el mundo de las letras y en el de las ideas. Una obra erudita que sabe hablar el lenguaje del pueblo, pensar los problemas de la filosofía y plantearse para siempre como referencia imprescindible y universal. A 120 años de su nacimiento, Jorge Luis Borges sigue interpelando lectores.

Como pocas, la vida y las alternativas de la vida de Jorge Luis Borges se resumen en sus trabajos literarios, sus reflexiones literarias, su actividad literaria y vinculada con la literatura, su producción, su pensamiento literario. Pocos hechos de su biografía están fuera de la permanente ligazón que estableció Borges entre lo vivido y lo leído y escrito. Pasaron cosas interesantes en su transcurso, como en el de todas y todos los mortales, pero él mismo escribió alguna vez que era al otro, a Borges, a quien le sucedían, y no a él, que sólo es el que escribe.

Nació en Buenos Aires el 24 de agosto de 1899, a poca distancia del actual edificio de Tribunales, en la calle Tucumán entre Esmeralda y Suipacha, y prontamente sus padres se mudaron a Palermo, a la calle Serrano, en “la manzana pareja que persiste en mi barrio: Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga”. Allí se crió, con la mirada puesta en un jardín y, sobre todo, en una biblioteca, la de su padre, “de ilimitados libros ingleses”, donde él, que no asiste a la escuela hasta la edad de nueve años, aprende las primeras letras y gusta las primeras lecturas: Las mil y una noches, en la versión de Burton; los cuentos y novelas de Kipling, Dickens, Mark Twain; las leyendas de la literatura griega y escandinava; La isla del tesoro, de Stevenson; los cuentos de hadas de los hermanos Grimm; Los primeros hombres en la Luna, de H. G. Wells. Se iniciará en la lectura del español con el Poema del Cid Don Quijote de la ManchaJuan Moreira, de Eduardo Gutiérrez, será el primer libro de literatura argentina que leerá.

Conoció el campo en los alrededores de San Nicolás, pasó algunas temporadas de descanso en una casa con espejos de la localidad de Adrogué, y a los 14 años acompañó a sus padres y a su hermana Norah en un primer viaje a Europa; conoce París, el norte de Italia y van a la ciudad de Ginebra, donde el padre debía tratarse del mismo mal que él después padeció, la pérdida paulatina de la vista, y donde debieron quedarse porque estalló la Primera Guerra Mundial. De ahí que cursara el bachillerato en Ginebra, en francés, y debiese permanecer en el Viejo Continente hasta que el conflicto terminó. Esos años le permitieron un contacto estrecho con la lengua francesa (en ella leerá por esa época Tartarín de Tarascón, de Alphonse Daudet; Los miserables, de Victor Hugo; los poemas de Verlaine, los cuentos de Maupassant, las novelas de Flaubert y de Émile Zola, sin dejar la literatura en inglés, en la que frecuentará simultáneamente a Carlyle y a Chesterton), algo con la alemana, que aprendió con un diccionario francés-alemán, “para poder leer a Schiller, a Heine”, y luego, en el viaje de regreso, nociones del árabe.

También la lectura de ciertos libros que se imprimieron para siempre en su conciencia y que marcaron su literatura, especialmente El Golem, de Gustav Meyrink (aparecido en 1916), que lo guió por los primeros caminos de la Cábala.

En 1919 llega a España. Conoce Barcelona y Palma de Mallorca. Habita más tarde en Sevilla, donde toma contacto con el movimiento ultraísta, que por entonces constituye la vanguardia poética española y para cuyas revistas (CervantesTablerosCosmópolisGreciaUltra) traduce a los poetas expresionistas alemanes, y en ellas comienzan a aparecer poemas, cuentos y notas críticas del autor. De los hombres que lo forman (Rafael Cansinos Assens, Guillermo de Torre, Gerardo Diego, Juan Larrea) se siente profundamente impresionado por el primero, aun cuando entre los sostenedores del ultraísmo se cuentan figuras como Ramón del Valle Inclán, Juan Ramón Jiménez, José Ortega y Gasset. Esa afinidad, cuyas tan personales motivaciones no es difícil intuir, fue durable, y así lo podemos leer: “Iba a ser clérigo y luego colgó los hábitos y se hizo judío. Era un hombre del que uno tenía la impresión de que lo sabía todo y que lo había leído todo”. El mismo Cansinos Assens ha llegado a afirmar: “Ese gran maestro de la literatura que se llama Jorge Luis Borges, el cual me hace el gracioso honor de proclamarse mi discípulo”.

Cuando en 1921 regresa a Buenos Aires, publica con su hermana Norah, Guillermo Juan, Eduardo González Lanuza y Guillermo de Torre, la revista mural Prisma, en la que aparece la proclama ultraísta, la que con modificaciones se repetirá en la revista Nosotros, en diciembre de 1921. Junto a los mismos Guillermo Juan y González Lanuza, y a Macedonio Fernández, antiguo amigo de su padre y uno de los hombres cuya personalidad ejercerá más influencia en él, funda la revista Proa, de la que, en su primera época, aparecen tres números entre agosto de 1922 y julio de 1923, y que reaparecerá más tarde, hasta septiembre de 1925. En 1923 se publica su primer libro de poemas, Fervor de Buenos Aires, poco advertido por la crítica del momento, aunque entusiastamente saludado en Revista de Occidente por Ramón Gómez de la Serna.

Ese año viaja por segunda vez a Europa, visita París, España y conoce Inglaterra. A su regreso, en 1924, funda la segunda edición de Proa, junto a Ricardo Güiraldes. Evar Méndez comienza la publicación de la revista Martín Fierro, donde colabora, interviniendo en la polémica Boedo-Florida. Esa publicación encabeza al grupo de Florida, en oposición al de cuentistas y poetas populares nucleados alrededor de la revista Los Pensadores. En 1925 aparece su segundo poemario, Luna de enfrente, e Inquisiciones, un libro al que el Borges posterior renuncia, que contenía sus iniciales preocupaciones por Joyce, Quevedo y Unamuno. En 1926 publica El tamaño de mi esperanza, también abandonado luego, en el que se recopilan ensayos sobre Góngora, Oscar Wilde y los argentinos Estanislao del Campo y Evaristo Carriego. En 1928 se conoce su importante trabajo sobre el habla nacional (fruto de una conferencia dada en el Instituto Popular de Conferencias en 1927) titulado El idioma de los argentinos, junto a otros ensayos y a un relato que, modificado después, dará lugar a su célebre “Hombre de la esquina rosada”. En 1929 publica Cuaderno San Martín, y entre 1930 y 1936, su Evaristo Carriego (1930), ensayos de Discusión (1932), “ejercicios de prosa narrativa” contenidos en Historia universal de la infamia (1935) y su “singular” Historia de la eternidad (1936).  En 1937 publica, en colaboración con Pedro Henríquez Ureña, Antología clásica de la literatura argentina y traduce, para la Editorial Sur, A Room of One’s Own, de Virginia Woolf, de quien ya había traducido Orlando el año anterior. Es de advertir que los tres poemarios citados, imbuidos por el localismo y el nacionalismo patriótico y lingüístico, contienen, tempranamente, algunos de sus poemas mayores (“El general Quiroga va en coche al muere”, “Muertes de Buenos Aires. I. La Chacarita. II. La Recoleta”, “Fundación mítica de Buenos Aires”).

En 1938 fallece el padre (quien nunca quiso que trabajara, sino que se dedicase a la literatura). Comienza a trabajar en una biblioteca municipal ubicada en la zona sur de la Capital. En las navidades, y debido quizás a su paulatina ceguera, sufre un accidente y una septicemia de la que tarda en reponerse. Algunos biógrafos, confirmados por él mismo, atribuyen al hecho el nacimiento de su literatura fantástica, por la circunstancia de que durante su convalecencia comienza los borradores de “Pierre Menard, autor del Quijote”, y de que en “El Sur” parece relatar el incidente con cierto detalle. En 1940 publica Antología de la literatura fantástica, en colaboración con Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, que deviene, hasta hoy, un clásico. En 1941 aparece su primer libro de cuentos, El jardín de senderos que se bifurcan, que pasará a integrar más tarde el tomo Ficciones, con el que se postulará, sin éxito, para el Premio Nacional de Literatura, dominado por el realismo casi naturalista. En 1942 la revista Sur consagra la entrega a su desagravio; le rinden homenaje conocidos escritores de entonces: Samuel Eichelbaum, Eduardo Mallea, Ernesto Sabato, el uruguayo Enrique Amorim y el español Amado Alonso. Ese mismo año publica Seis problemas para don Isidro Parodi, con Adolfo Bioy Casares, bajo el seudónimo común de H. Bustos Domecq. En 1943 aparecen Los mejores cuentos policiales, seleccio- nados y traducidos con Adolfo Bioy Casares, y una antología de cuentos de Kafka bajo el título de La metamorfosis. En 1944 publica Ficciones. Roger Caillois traduce al francés algunos de sus cuentos. Recibe el Gran Premio de Honor de la SADE, recientemente creado. En 1945 publica El compadrito en colaboración con Silvina Bullrich. En 1946, Dos fantasías memorables, con Adolfo Bioy Casares, bajo el seudónimo de H. Bustos Domecq, y Un modelo para la muerte, bajo el seudónimo común de B. Suárez Lynch. Por disposición gubernamental es trasladado del cargo de bibliotecario al de inspector de ferias y mercados, y decide renunciar al puesto, por las razones políticas de la medida. En 1949 publica El Aleph. El magnífico cuento que da título al libro lo dicta desde su original manuscrito a Estela Canto, a quien está dedicado, y a partir de allí y de otros indicios se sostiene que estuvo enamorado de ella. Al año siguiente es designado presidente de la SADE, cargo eminentemente político en la oposición al gobierno peronista. En 1951 aparece La muerte y la brújula, colección de cuentos anteriores y, en colaboración con Delia Ingenieros (hermana de Cecilia, “pionera de la danza contemporánea”, con quien se dice mantiene una relación íntima y es mencionada por él como la que le sugiere la intriga de “Emma Zunz”), Antiguas literaturas germánicas. Aparece Ficciones en Francia, traducido por Paul Verdevoye y Néstor Ibarra. En 1952, los ensayos de Otras inquisiciones. En 1953 publica El Martín Fierro, con Margarita Guerrero.

A la caída del gobierno peronista (septiembre de 1955) se produce un vuelco en las relaciones del  escritor con el mundo oficial: es nombrado director de la Biblioteca Nacional, y en 1956, profesor de Literatura Inglesa en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Ese mismo año recibe el Premio Nacional de Literatura y el título de doctor honoris causa de la Universidad de Cuyo. Mientras tanto, ha engrosado considerablemente su producción con diferentes textos: Los orilleros El paraíso de los creyentes (dos argumentos cinematográficos), y un Leopoldo Lugones. También ha sido incorporado a la Academia Argentina de Letras. En 1957 publica con Margarita Guerrero Manual de zoología fantástica. En 1960 se conoce un nuevo libro, El hacedor, que contiene numerosos poemas y escritos en prosa, y publica el Libro del Cielo y del Infierno, con Adolfo Bioy Casares. En 1961 aparece su Antología personal, colección de poemas y textos en prosa.

Con Samuel Beckett recibe el Premio Internacional de Literatura, otorgado por el Congreso Internacional de Editores reunido en Formentor. Ese mismo año, el presidente italiano Giovanni Gronchi le otorga el título de Commendatore. Es invitado a dar cursos en la Universidad de Texas y dicta conferencias en California, Columbia, Harvard, Washington y Yale. En 1962 es condecorado por el gobierno francés con la insignia de Comendador de las Artes y las Letras. Al año siguiente realiza un nuevo viaje a Europa. Visita Madrid, París, Ginebra, Londres, Oxford, Cambridge y Edimburgo, y dicta conferencias. Al regresar a la Argentina recibe el Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes. En 1964 publica una nueva selección de versos en Obra poética (1923-1964). Ese mismo año, la prestigiosa revista francesa L’Herne reúne colaboraciones de escritores argentinos y franceses dedicadas a analizar su obra en el número que le consagra.

En 1965 publica Literaturas germánicas medievales, en colaboración con María Esther Vázquez. (En más de una oportunidad, la colaboradora dará a entender que el escritor estuvo enamorado de ella.) En 1967 publica El libro de los seres imaginarios (una edición aumentada de Manual de zoología fantástica) y Crónicas de Bustos Domecq, en colaboración con Adolfo Bioy Casares. Se casa con Elsa Astete Millán, de quien poco tiempo después se separa. Viaja a los Estados Unidos, donde dicta un curso sobre poesía en la Universidad de Harvard. En 1968 aparece Nueva antología personal, y en 1969, Elogio de la sombra El otro, el mismo, “el que prefiero”. El mismo año vuelve a los Estados Unidos, donde participa en un Forum de poesía en Nueva York, y en la Universidad de Oklahoma en un seminario sobre su obra. Se inicia la publicación de sus Obras completas, en inglés.

En 1970 publica un nuevo libro de relatos, El informe de Brodie. Recibe el Premio Interamericano Matarazzo Sobrinho en Brasil. En el transcurso de 1971 viaja nuevamente a Europa; dicta conferencias en Londres; la Universidad de Oxford lo designa doctor honoris causa. Viaja a Israel, donde recibe el Gran Premio de la Ciudad de Jerusalén. Publica otro libro de poemas en 1972, El oro de los tigres. En 1973 renuncia a su cargo de director de la Biblioteca Nacional. Recibe en la Ciudad de México el Premio Alfonso Reyes. En 1974 la Editorial Emecé publica en un solo volumen de más de mil páginas sus Obras completas. Al año siguiente la editorial Torres Agüero Editor publica sus Prólogos. Ese mismo año aparecen un nuevo libro de relatos, El libro de arena, y un libro de poemas, La rosa profunda. Durante 1976 publica Qué es el budismo, en colaboración con Alicia Jurado, Libro de sueñosDiálogos Borges Sabato y un libro de poemas, La moneda de hierro. Durante 1977 pronuncia una serie de conferencias en el Teatro Coliseo de Buenos Aires, en las que habla sobre “La divina comedia”, “La pesadilla”, “La cábala”, “El budismo”, “Las mil y una noches”, “La poesía” y “La ceguera”. En junio aparecen los Nuevos cuentos de Bustos Domecq, escritos en colaboración con Adolfo Bioy Casares. Hasta su fallecimiento, el 14 de junio de 1986, en Ginebra, es de destacar su matrimonio con María Kodama, algún viaje al exterior y ciertos libros: Nueve ensayos dantescos (ensayos, 1982), La memoria de Shakespeare (relatos, 1983) y Atlas (libro de viajes, textos, 1984).

Como Virgilio, como Dante, como Shakespeare, como Flaubert, Borges es mucho más que un libro o muchos libros, una obra o una poética; es, aunque parezca altisonante decirlo, una literatura. Quizá sólo Franz Kafka comparta esa capacidad de representar en el siglo XX, con algunos textos, la literatura, sus problemas, sus interrogantes, su sentido.

Jóvenes, nuestras relaciones con él no fueron siempre unívocas ni pacíficas. El carácter ciertamente polémico de algunas de sus posturas públicas enmarañaba los contactos entre un escritor que en cada texto crecía y aquellos que lo leíamos con admiración pero queríamos leerlo también con cariño. Sólo más tarde, despejadas ciertas ortodoxias, puestas también en tela de juicio la idoneidad y, sobre todo, la coherencia y seriedad de las actitudes políticas, sociales, de Borges, comenzó a aclararse el panorama de la crítica borgeana en función de ejes más cercanos a la producción textual. Los aportes de la crítica estructuralista, menos glosadora y comentadora que descriptiva y funcional; la utilización de instrumentos que ofreció el psicoanálisis, aplicados ya no a las intenciones de un autor sino al inconsciente de la obra poética, que escribe más y diferente que lo que aquel dice o quiere decir; descongelamientos en el campo del marxismo y la consiguiente aparición de investigaciones no dogmáticas referidas a la producción artística, permitieron nuevas lecturas de su obra. Ella es hoy un componente indispensable en la formación de la conciencia estética de nuestra época y, como tal, insoslayable, omnipresente.

Pero como Borges no fue solamente un escritor de ficciones, sino también un inquisidor de la literatura y del lenguaje, abrió muchas puertas a las corrientes más avanzadas de la reflexión lingüística y filosófica, y pensadores como Maurice Blanchot, Jacques Derrida, Michel Foucault, Umberto Eco o George Steiner encontraron en su obra fuentes de inspiración, incitaciones, motivos y estímulos para sus propias búsquedas. Así como directa o indirectamente las obras literarias de mayor peso lo suponen.

Ideas como la de la función originalmente mágica y poética del lenguaje (y, en consonancia, la vivencia de nuestro idioma como “una tradición, un modo de sentir la realidad, no un arbitrario repertorio de símbolos”); debilitar las nociones de paternidad y de originalidad sugiriendo la continuidad subterránea y la unidad secreta del arte y del pensamiento (Gérard Genette); nociones como las del infinito literario, la inexistencia de un texto definitivo, las repercusiones incalculables de lo verbal, el libro no como objeto cerrado sino como pivote de las relaciones más diversas, la lectura como actividad y trabajo transformador, instalan las meditaciones borgeanas en el centro de las preocupaciones culturales de nuestro tiempo y reconocen su marca, su impulso.

Inagotable venero para pensadores, inquietante modelo para escritores, Jorge Luis Borges no deja, empero, una escuela detrás de sí, aunque su literatura, como la de Franz Kafka, la de Marcel Proust, la de James Joyce, la de William Faulkner, tampoco termina en sí misma. Creo que lo intuíamos quienes, en medio de las polémicas que muchas veces alzaron sus reaccionarias declaraciones y actitudes, nos animamos a afirmar que sus textos, viniendo de un hombre irremediablemente vuelto hacia el pasado, estaban destinados al porvenir.

Fuente: Mario Goloboff

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