Ciencia con pasaje de vuelta: unos ochenta científicos que trabajaban en el exterior regresaron al país en el último año, tras el relanzamiento del programa Raíces. Las historias de Alejandro Buren y Ana Sol Peinetti, dos de los destacados investigadores que decidieron volver para seguir con el desarrollo de sus carreras.
A menos de un año del relanzamiento del programa de repatriación RAÍCES, unos 80 científicos que desarrollaban sus carreras en otras partes del mundo regresaron a la Argentina y se incorporaron al sistema científico nacional para impulsar así el desarrollo tecnológico local.
La Red de Argentinos Investigadores y Científicos en el Exterior (RAÍCES), creada en el 2003 durante la presidencia de Néstor Kirchner, busca “fortalecer las capacidades científicas y tecnológicas del país por medio del desarrollo de políticas de vinculación con investigadores argentinos residentes en el exterior”, destaca el sitio oficial del Gobierno. Desde el relanzamiento del programa, que recuperó a los primeros ocho investigadores en diciembre del año pasado, fueron repatriados 22 científicos en 2020 y 59 en lo que va de 2021. Además, del total de científicos que retornaron al país, el 79 por ciento pudo incorporarse a la carrera de investigación del CONICET, ya sea por medio de institutos de investigación o de universidades nacionales.
La puesta en valor del programa se da en un contexto de resignificación de la ciencia nacional que, en busca de la soberanía tecnológica, incentiva las investigaciones argentinas a través del Plan Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación 2030 y de la Ley de Financiamiento de la Ciencia, que establece que el presupuesto para el área deberá aumentar año a año, entre 2021 y 2032, para pasar del 0,28 por ciento del PBI, que se destina actualmente, al 1 por ciento del PBI, que se pretende alcanzar en 2032.
Este programa, que fue reconocido como política de Estado por el Congreso de la Nación en 2008 a través de la Ley N° 26.421, logró repatriar a más de 1.300 científicos argentinos hasta diciembre de 2015. Luego, la cantidad de repatriados cayó estrepitosamente entre 2017 y 2019 debido a un desfinanciamiento provocado, entre otras cosas, por la voluntad política de dejar de invertir en la ciencia argentina mientras la inflación y la devaluación de la moneda se comían el presupuesto del programa, que en 2019 tuvo su peor pico histórico con tan solo tres repatriados en todo el año.
En diciembre de 2020, luego de cuatro años de ajuste y desjerarquización, el programa RAÍCES fue relanzado con importantes actualizaciones. En primer lugar, se aumentó el presupuesto destinado al programa, que cuenta con varios subsidios para cubrir los gastos necesarios de la repatriación, ya sean los costos internacionales de traslado o de mudanza internacional como los pasajes de la familia de las y los investigadores. Según informaron fuentes del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación, el total de las repatriaciones del año pasado tuvieron un costo estimado de unos 3,6 millones de pesos, ya que cada uno de los investigadores retornados percibió unos 200 mil pesos para costos de traslado y otros 250 mil para su instalación.
Dentro de las nuevas modificaciones, en febrero de este año, el programa multiplicó por cinco los fondos de ayuda para la repatriación de científicos que estudian en el exterior.
RAÍCES cuenta, además, con 17 redes conformadas por científicos argentinos en distintas partes del mundo. Cada una de ellas tiene alrededor de 100 investigadores nacionales. Recientemente, luego del relanzamiento del programa, se incorporaron cuatro nuevas redes en España, Brasil, República Checa y Nueva Zelanda, que se suman a las más antiguas, vigentes hace una década aproximadamente, en Estados Unidos, Alemania, Australia, Reino Unido, Chile, Italia e Israel, entre otras partes del mundo. Estas redes buscan sumar recursos e iniciativas que ayuden a fortalecer al sistema científico nacional acompañado de un trabajo activo para la elaboración de una agenda política científica, a través del Plan Nacional Ciencia, Tecnología e Innovación (CTI) 2030.
A la hora de trabajar con los científicos, RAÍCES reconoce dos perfiles distintos de investigadores: por un lado, están aquellos que tienen entre 20 y 30 años residiendo en el exterior. Muchos de ellos son, según indicó la Coordinadora General de RAÍCES, Diana Español, “los que emigraron en los 90 cuando Cavallo los mandaba a lavar los platos”. Y, por otro lado, están los científicos jóvenes que tienen menos de 10 años viviendo afuera. Con el primer grupo, el programa trabaja a partir de las redes de científicos en el exterior, involucrándolos en la construcción de política nacional. Con el segundo grupo, que está conformado en su mayoría por científicos jóvenes, se busca incentivarlos a que regresen al país para que terminen sus carreras en la Argentina. “De los 79 que repatriamos, el 70 por ciento tienen menos de 40 años”, precisó Español.
Luego de haber pasado casi la mitad de su vida estudiando y trabajando en Canadá, Alejandro Buren, de 42 años, regresó al país con la ayuda del programa RAÍCES. Licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de la Patagonia San Juan Bosco, confiesa que fue su “pasión por el mar” la que lo impulsó a seguir esa carrera.
Alejandro es de Rada Tilly, la ciudad balnearia más austral de América, ubicada a solo 15 kilómetros de la petrolera Comodoro Rivadavia. Cuenta que ya de muy chiquito pasaba mucho tiempo en la playa, ya sea admirando la colonia de lobos marinos de la ciudad chubutense o ejerciendo de marinerito con su padre, que ya de muy chico lo llevaba a navegar en su gomón, cuando él tenía menos de cuatro años. Ese amor por el mar lo acompañó en su adolescencia, cuando realizó un curso de timonel, y lo siguió hasta los últimos momentos de la Licenciatura, que finalizó en Puerto Madryn para especializarse como Biólogo Marino. Allí se enamoró del buceo sin tanque, práctica que realizaba junto a sus compañeros universitarios, y que al día de hoy le sigue quitando el sueño. Luego de recibirse, y tras haber trabajado un tiempo con investigadores de la casa de estudios superiores, Buren recibió una beca para realizar un máster, primero, y un doctorado, después, sobre Ecología Cognitiva Conductual en la Memorial University of Newfoundland, ubicada geográficamente en la gran isla de Terranova, rodeada por el Océano Atlántico, al extremo este de Canadá. Allí permaneció 17 años, en los que logró estudiar, doctorarse y dar clases en la misma universidad. Hasta que un día consiguió un trabajo en el Ministerio de Pesquería y Océanos del país del norte, donde ejerció primero como biólogo y después como investigador, aconsejando al equipo técnico del ministerio acerca de la mejor forma de aprovechar los recursos pesqueros de la zona, como el Catalan Fish, el bacalao y las focas blancas, también conocidas como focas de arpa. A pesar de vivir allí durante 17 años donde, además de crecer profesionalmente, logró formar una familia con tres hijas, consideró que en otro país “siempre sos un visitante”. Además, contó que “las ganas de volver siempre estaban ahí latentes”. Por esa razón, y motivado por la ayuda del programa RAÍCES que costeó los pasajes de su familia y que además lo ayudó a conseguir las vacantes escolares para sus hijas, en septiembre de este año Alejandro volvió al país para sumarse al equipo de trabajo del Instituto Antártico Argentino (I.A.A.), en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), que no solo lo recibió con los brazos abiertos, sino que además le confirmó que, en septiembre del año próximo, formará parte de la expedición a la Antártida que trabajará con un grupo de elefantes marinos para examinar en primera persona de qué manera viven y se alimentan durante la época de cría.
Orgulloso de las nuevas políticas de promoción científica, reveló que está compartiendo con sus ex colegas de Canadá la nueva iniciativa de RAÍCES para mandar estudiantes al exterior “a ver si les interesa recibir estudiantes argentinos”, y considera que “todas estas iniciativas del programa son realmente muy valiosas para la inserción de la ciencia local”.
Ana Sol Peinetti tiene 32 años y es doctora en Ciencias Químicas de Materiales por la Universidad de Buenos Aires. En agosto del año pasado, regresó al país para trabajar en la misma institución que la formó, la Facultad de Exactas y Naturales de la UBA, luego de haber vivido cerca de tres años formándose en la Universidad de Illinois, Estados Unidos.
Según cuenta, ella siempre fue científica, aunque no siempre lo supo. Ya desde su infancia en General Pico, La Pampa, Anita curioseaba con las cosas que más le llamaban la atención. Cuenta que, de chiquita, se obsesionó con los hipocampos y no paró hasta ir a la biblioteca a elaborar un informe completo sobre caballitos de mar. Silvia, su mamá, que es investigadora de historia, se ocupó de direccionar esas “ganas de inventar cosas nuevas” que demostraba su hija y un día le dijo: “Eso que te gusta hacer se llama investigar”. En ese momento, entendió perfectamente a qué había venido al mundo: a hacer ciencia.
En 2017, luego de doctorarse y de estudiar seis meses en España, Peinetti obtuvo una beca PEW Latin American Fellowship, que se otorga a diez latinoamericanos por año para hacer el posdoctorado en Estados Unidos en el área Biomédica. Allí, se dedicó a la bioingeniería de moléculas de ADN y su uso para el desarrollo de un método de detección de patógenos. En febrero de 2020, se encontraba trabajando en el laboratorio de la Universidad de Illinois en busca de un método rápido de detección de virus cuando resonó en sus oídos la primera noticia acerca del COVID-19. Rápidamente, dejó de lado el adenovirus en el que trabajaba y se metió de lleno en este temible villano invisible que tenía conmocionado a todo el planeta. Gracias a su investigación, Peinetti consiguió elaborar un test rápido sumamente novedoso, capaz de detectar si el virus se encuentra o no en estado infeccioso. Es decir, no solo dice si la persona tiene el virus, sino que además avisa si ese virus aún es capaz de contagiar.
Gracias a un subsidio de la fundación PEW, que le permitió comprar equipamiento, y al programa RAÍCES, que no sólo costeó su pasaje de vuelta, sino que también invirtió en el traslado logístico de sus herramientas y de sus equipos, tomó la decisión de volver al país para sumar a la ciencia nacional desde el Instituto de Química Física de los materiales, Medio Ambiente y Energía (INQUIMAE), dependiente de la UBA y del CONICET.
Destacó que “ese lado simbólico” del programa RAÍCES, que en cierta manera dice “quiero que vuelvas”, fue muy valorado al momento de tomar la decisión de volver al país.
Actualmente, su investigación está centrada en incorporar a su test la capacidad de poder identificar el tipo de variante del virus, lo que significaría una importante novedad en el mundo científico. Gracias a este trabajo, el mes pasado, Ana ganó el premio beca “L’oreal-UNESCO por las mujeres en la ciencia”, que premió a este proyecto que desarrolla moléculas de ADN, llamadas aptámeros, para reconocer distintas variantes del virus y, de esa manera, incorporarlas en estos test de antígenos que, además de rápidos, son muy económicos. Ana cumplió un sueño: “Hacer ciencia aplicada para resolver un problema urgente con impacto en la sociedad”.
“Si bien me gustaba la idea de irme, aprender cosas y estar varios años afuera, a la larga hacer ciencia en el país tiene mucho más sentido. Responder preguntas o buscar soluciones a problemas de nuestra sociedad, de la sociedad, de donde soy y de donde nací, a mí me motiva mucho más”, remarcó.
Fuente: Juan Manuel Romero para www.pagina12.com.ar