Invitado por el CIMA/DCAO, el investigador y activista de la conservación Claudio Campagna brindó una charla en la que trazó un crudo diagnóstico de la situación de los océanos en general y del mar patagónico en particular, alertó sobre el número cada vez mayor de especies amenazadas e insistió en la necesidad de crear nuevas herramientas para preservar el ambiente: las áreas protegidas en el mar abierto.
“La mía ha sido una vida de transiciones”, reflexiona Claudio Campagna en lo que parece una descripción acertada a juzgar por el devenir de su carrera profesional. Su primer interés aparentaba estar centrado en el hombre y por eso se graduó como médico en la UBA. “Estudié medicina porque era lo que mi madre quería, no porque a mí me interesara. Por eso no es sorprendente que no la haya ejercido”, confiesa. Luego llegó a su verdadera vocación, estudiar el comportamiento animal. Entonces se doctoró en Biología en la Universidad de California, en Santa Cruz, Estados Unidos. Ingresó a la carrera de Conicet y se fue a trabajar al Centro Nacional Patagónico (CENPAT) de Puerto Madryn, del que llegó a ser director.
“El estudio del comportamiento animal me llevó a trabajar en áreas ambientales de privilegio y cuando uno trabaja intensamente en zonas tan maravillosas desarrolla, casi naturalmente, un interés hacia la conservación”, explica. Así, Campagna se convirtió en co-fundador de la Fundación Patagonia Natural, integrante de la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN), investigador de la Wildlife Conservation Society y miembro de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), entre otras organizaciones.
En 2004 recibió el Pew Marine Conservation Fellowship, el premio a la conservación marina más prestigioso del mundo. A partir de esa distinción Campagna utilizó los fondos obtenidos para fortalecer y difundir el proyecto “Mar y Cielo” cuyo objetivo es establecer una red de áreas protegidas oceánicas para conservar la biodiversidad.
Dado que la falta de información es uno de los más graves problemas que existen para trabajar en conservación, Campagna comenzó a elaborar diversas herramientas con el fin de aportar argumentos científicos para identificar cuáles deberían ser las localizaciones de las zonas a preservar. En esa línea se destaca el Atlas del Mar Patagónico, en el que colaboraron decenas de científicos de distintos países, que constituye una compilación exhaustiva de la biodiversidad del Atlántico Sudoccidental. “Lo más importante de este trabajo es un mapa que combina la información sobre 16 especies de predadores “tope” (los que se encuentran en la cima de la cadena alimentaria marina) y grafica cuáles son las áreas más significativas para su conservación”, detalla.
Actualmente, Campagna ha puesto una pausa en su actividad como investigador y dedica todo su tiempo a las distintas tareas relacionadas con el activismo en conservación. “Piensen que no podemos resolver el problema del Riachuelo y tenemos que generar áreas protegidas en pleno océano. Esa es la distancia que estamos teniendo entre las necesidades de la conservación y la realidad”.
Un mar enfermo
Campagna comenzó su exposición, que tuvo lugar en el aula 8 del Departamento de Ciencias de la Atmósfera y los Océanos, citando un artículo publicado en 2008 en la revista Science, en el cual, a partir de la integración de numerosas variables, se observaba la presión de las actividades humanas sobre los distintos mares del mundo. “Se aprecia que prácticamente no hay sector de los océanos donde el impacto humano no sea alto o muy alto”. El trabajo demuestra que la concepción de que el Atlántico Sudoccidental es un lugar más bien aislado, en el cual la acción del hombre todavía no generó consecuencias graves, es equivocada. “El mar patagónico está siendo afectado. Tiene todas las debilidades y todas las amenazas que se encuentran en los mares más complicados del mundo, como el mar de la China y parte del Atlántico Norte, y que destruyen la abundancia de especies y la biomasa. Nos encontramos con un diagnóstico en el cual el paciente está, no te digo que para la terapia intensiva, pero sí, como mínimo, para internarlo”.
El experto especificó que, en términos de espacio, su mayor interés está puesto en el Atlántico Sudoccidental y, a nivel de especies, en los mamíferos marinos. Estos animales son considerados “carismáticos” desde el punto de vista de la conservación debido a la empatía que producen en los seres humanos. “Nosotros nos relacionamos con lo que es grande, lo que se ve bien, lo que tiene ojos importantes, con lo que se parece a nosotros, mucho más que con el fitoplancton. Por más importante que sea no conseguiríamos un centavo para trabajar en conservación de fitoplancton”, se sincera.
En seguida mostró que, de acuerdo con la lista roja elaborada por la UICN -la fuente más confiable para conocer el estado de conservación de las especies- de poco más de un centenar de mamíferos marinos, 31 especies se encuentran amenazadas. Asimismo, algunas especies, como las focas monje, ya se han extinguido y se proyecta que otras más van a desaparecer en los próximos quince años porque quedan apenas unos pocos ejemplares viviendo en libertad. Por otro lado, la tendencia indica que entre 1996 y 2008 se pasó de 29 a 31 especies amenazadas, y que, de esas 29, dieciocho están en peor situación. “Podemos concluir que ser carismático no alcanza para asegurar la supervivencia y que las amenazas avanzan mucho más rápido que la conservación”, afirmó.
Entre las actividades que representan un peligro para la biodiversidad, Campagna enumeró la sobrepesca, el descarte pesquero, la contaminación, el enmallamiento, la captura incidental y la introducción de especies exóticas. De este conjunto, el experto consideró como las más dañinas a la sobrepesca –“ya que quita del sistema cantidades no reemplazables de biomasa-, y sobre todo al descarte pesquero. “Es nocivo a un nivel que es difícil imaginar algo peor. Son centenares de especies que sin dar ningún tipo de servicio al ser humano son afectadas por el proceso. Se mueren en las redes pero no se las consume. Se calcula que por cada kilo de langostinos se desperdician diez kilos de otras especies. Son treinta millones de toneladas anuales que se tiran al agua. Es realmente dramático”, se lamenta.
La ruta de las especies
Entre las distintas herramientas que se fueron elaborando para generar conocimiento que pudiera ser utilizado para proteger tanto los espacios oceánicos como las especies que viven en él, Campagna destacó el Atlas del Mar Patagónico. Esta iniciativa permitió cartografiar, por primera vez, los movimientos de 16 especies de predadores “tope”, a partir de 250 mil registros satelitales de localización procesados por decenas de científicos a lo largo de décadas. De esta manera se pudieron identificar las áreas más significativas para cada una de estas especies que deberían ser protegidas.
En el caso de los elefantes marinos, por ejemplo, se logró establecer que a lo largo del año, realizan una trayectoria de aproximadamente doce mil kilómetros lineales. El viaje se inicia en Península Valdés. De allí se dirigen hacia las Islas Malvinas. Luego, por el pasaje de Drake, llegan al Océano Pacífico. Se quedan cerca de la costa chilena y después vuelven por el estrecho de Magallanes hasta la Península Valdés. “Estudiando a los elefantes marinos vi que su área de distribución abarcaba millones de kilómetros cuadrados. Me pregunté entonces de qué sirve proteger una pequeña franja de mar alrededor de la Península si estos animales pasan el 80 por ciento de su tiempo en el mar. Es necesario protegerlos en el lugar adonde pasan la mayor parte de su vida, que es adonde comen”, recordó Campagna. La situación es similar en el caso de los lobos marinos, pingüinos, petreles, albatros y demás especies.
Al integrar el conjunto de datos recolectados se pudo establecer que para el conjunto de especies, residentes y visitantes, que se alimentan en el mar patagónico, algunas áreas tienen una particular importancia, como la zona alrededor de las Islas Malvinas, el mar que rodea la Península Valdés y los bordes de la plataforma continental de nuestro país. “Allí se concentran muchos animales que conforman la biodiversidad que queremos preservar”.
El problema es que aquellas zonas elegidas por los animales para alimentarse son las mismas a las que se dirigen las flotas pesqueras para desarrollar su actividad. Las imágenes satelitales demuestran una superposición casi absoluta entre las áreas que eligen los animales para comer y las empresas para tirar sus redes. “Queda claro que la actividad de extracción es coherente con el espacio de distribución de millones de kilómetros cuadrados que utilizan los animales. Lo que no funciona es el paradigma de los conservacionistas de crear pequeñas áreas protegidas costeras. Mientras que la conservación está pensando en el orden de los kilómetros cuadrados, las pesqueras trabajan en el orden de los millones de kilómetros cuadrados. Las herramientas que estamos manejando no sirven”, se preocupa Campagna.
La esperanza azul
En línea con la necesidad de generar dispositivos novedosos que permitan la conservación, Campagna junto con la WCS están proponiendo la creación de un área oceánica protegida a la que bautizaron “el agujero azul”. Se trata de una zona de 6632 km2 de aguas internacionales ubicada frente al Golfo San Jorge entre la isobata de 200 metros de profundidad y la línea que limita la plataforma económica exclusiva de la Argentina. Entre los paralelos 45ºS y 47ºS y los meridianos 60ºO y 61ºO. Actualmente constituye un espacio particularmente vulnerable a las actividades pesqueras no reguladas y tiene la particularidad de encontrarse sobre la plataforma continental patagónica pero fuera de la zona económica exclusiva por lo tanto nuestro país no tiene jurisdicción sobre sus aguas.
“Estamos impulsando que Argentina cree un área de protección marina adyacente al ‘agujero azul’, dentro de su zona económica exclusiva y que, con esa herramienta, se dirija a Naciones Unidas para negociar la creación de este parque oceánico. Esto existe, ya se han creado espacios similares”, señala Campagna y añade, “nos parece que crear un área protegida de estas características permitiría generar un concepto de protección que hoy no tenemos”.
En el orden internacional el establecimiento de zonas protegidas en las aguas marinas avanza lentamente. Algunos países como Australia ya cuentan con enormes parques oceánicos, incluso en mar abierto. “El tema es que no hay tiempo. Los que estamos trabajando en esto tememos que estas herramientas estén llegando tarde. Pero hay que seguir, no queda otra. Aunque terminemos creando áreas protegidas adonde no hay nada debemos generarlas igual”, cerró Campagna combinando el optimismo de la voluntad y el pesimismo de la razón.
Fuente: Gabriel Rocca para http://noticias.exactas.uba.ar/parques-de-mar-y-cielo