Pablo Urbanyi, escritor de exilio allí donde se encuentre –hoy en Canadá, “había una vez” en Hungría y, como si esto fuera poco, también “había una vez” y muy profundamente en la Argentina hasta 1977–, observa el mundo de todos los días, el único que por ahora conocemos, con una sonrisa socarrona, a medio camino entre la ironía más despiadada y la piedad más entrañable. Cada vez que nos miramos al espejo, Urbanyi se las ingenia para asomarse por alguno de los costados y nos dice: “Ese sos vos… Eso somos nosotros…”.
Tal como puede verse en su último libro, Cuentos desagradables (Ed. Catálogos, Buenos Aires, 2013), Urbanyi ni siquiera intenta dejar de ser “Ese” ni sustraerse de ser “Eso” que señala. No se salva ni quien se observa en el espejo ni tampoco el autor de los Cuentos, o sea, todo ese ente anónimo que suele simbolizar a la humanidad que es –o será, si el Mesías nos salva…– receptora de la literatura y que, por ahora, tan sólo es mero público consumidor. Como el que avisa no es traidor –por algo Cuentos desagradables se llama Cuentos desagradables–, en el espejo, auque no nos guste –porque el chiste de mirarse al espejo es no verse–, se aprecia un creciente vertedero, en el cual no sólo se entremezclan plásticos desgarrados y grasientas bandejas de tergopol con envases de gaseosas y pueblos despanzurrados y restos de comida, sino también ávidas ratas, moscas doradas pero excesivamente zumbonas y condecoraciones de latón que son demasiado fugaces para ser estrellas, verdaderos soles, galaxias. Algunas de estas curiosas alimañas –¿saben o no saben lo que hacen?– pululan en foros y ferias internacionales, concursos truchados, premios consagratorios, best-sellers arrolladores, maquinarias editoriales, publicidades encubiertas, monopolios mediáticos y recortes neoliberales.
Cuando Urbanyi nos dice “Ese sos vos… Eso somos nosotros…”, el espejo salta, se hace añicos y se convierte en ventana, agujero, buraco… En realidad, cráter volcánico… Por eso, ¡ojo con Cuentos desagradables! La mosca que se cuela por entre las astillas no es una mosca: es un drone, término que no en vano proviene de la música minimalista y se caracteriza por su prolongada monotonía… Como este avión no es tripulado pero sí “políticamente correcto”, todo lo que ocurre después de la lectura no son más que “daños colaterales”, es decir, un simple libro de cuentos que, por las dudas, vale la pena leer…
Fuente: Alberto Szpunberg para www.pablo-urbanyi.org | www.ahoraeducacion.com