jueves, marzo 28, 2024
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«Seño, me dá pan que es lo único que como»

Se me estrujaron el corazón y el estómago, fue como una puñalada en el pecho. Lo único que me salió en el momento fue abrazarlo fuerte, para que supiera que lo escuchaba, que entendía el sufrimiento por el que tiene que pasar día a día.

Era un día como tantos otros en la escuela de Merlo, provincia de Buenos Aires. Empezó con la formación antes de entrar a clases. En los ojos de las maestras ya se podía ver el cansancio del primer turno. Esas jornadas agotadoras al frente de aulas superpobladas con casi 40 chicos curiosos e inquietos. Pero es un cansancio que no opaca las ganas con las que damos lo mejor de nosotras frente a los chicos. Y ojalá fuera sólo dar clases.

Además tenemos que contener y tratar de dar respuesta a las más variadas situaciones que trae consigo la crisis, que si golpea nuestras vidas, en la de ellos es aun más grave.

Entramos al aula y mientras tomaba lista a los chicos, ellos jugaban y hacían travesuras. Con su calidez e inocencia, iluminaban las ganas de dar pelea a las injusticias, por construir un futuro que merezca ser vivido. Entonces, antes de empezar la clase comencé a repartir el pan entre los chicos y ahí fue cuando sentí como una cachetada cuando uno de los pequeños me dijo «Seño, me da el pan que es lo único que tengo para comer a la noche». Se me estrujaron el corazón y el estómago, fue como una puñalada en el pecho. Lo único que me salió en el momento fue abrazarlo fuerte, para que supiera que lo escuchaba, que entendía el sufrimiento por el que tiene que pasar día a día. Tuve que continuar la clase y saqué fuerzas hasta de donde no tenía.

Mientras los chicos trabajaban en sus carpetas, no podía evitar pensar en la injusticia de tener que soportar la miseria a la que nos someten siendo niños, cuando no entendemos las razones. Me hacía acordar a mi infancia en Santiago del Estero, cuando no comprendía por qué tenía que vivir en la pobreza mientras otros vivían como reyes. No entendía como podía ser que los gobiernos que fueron pasando aparecían cada cuatro años con un paquete de azúcar para que los votáramos, y el resto del año nos teníamos que arreglar como podíamos. Luego vine a vivir a Buenos Aires pero acá tuve que trabajar muchos años limpiando casa cama adentro o por horas para poder vivir. Luego logré estudiar y ahora como docente tengo que andar semana a semana consiguiendo las horas que me permitan comer a fin de mes. Una verdadera injusticia.

Al terminar la clase, salí y tuve la necesidad de compartirlo con mis compañeros. Entonces vi su indignación y los gestos de bronca ante la cruda realidad. Pero otros expresaban cierta resignación, porque esto es algo por lo que ya pasamos hace varios años, y para algunos ya se hizo costumbre que los diferentes gobiernos defendieran los intereses de las empresas, los bancos y los verdaderos ladrones, en vez de los nuestros. Cómo no estallar de rabia si cuatro de cada diez niños viven en la pobreza y hay pibes que no pueden comer más que un pan por día, mientras que los bancos tienen ganancias siderales. Si naturalizamos que se vuelva cotidiano, estamos perdidos.

Porque lo único que tienen para ofrecernos es miseria y hambre, es que milito en el partido que propone una salida de fondo. El acuerdo con el FMI que llevó adelante el macrismo, la oposición sólo se propone renegociarlo, como ya anunciaron Kicillof y Lavagna. O sea pagar esa estafa a costa del hambre y la precarización de la vida de millones.

Lo que buscan ocultar es que la clase trabajadora y el pueblo tiene la fuerza para derrotar al FMI, Macri y los gobernadores, y así parar de una vez con semejantes sufrimientos. Para eso tenemos que organizar la fuerza de esta juventud que salió a las calles con la marea verde o en defensa de la escuela pública. De los docentes que en Salta consiguieron un importante triunfo con la lucha, de quienes rechazaron el acuerdo de miseria que firmó Baradel con Vidal. Tenemos que construir una fuerza arrolladora junto a nuestros alumnos y sus familias que sufren la decadencia de la educación pública, junto a los trabajadores que padecen las consecuencias de este ajuste. De esta forma lograremos que la crisis la paguen los grandes empresarios, banqueros, terratenientes, y que esta vez no seamos nosotros quienes paguemos la crisis.

Fuente: Natalia Rodríguez, maestra de Primaria en Merlo, provincia de Buenos Aires, para http://www.laizquierdadiario.com


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