jueves, marzo 28, 2024
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¿Quiénes están pensando la nueva educación?

¿Qué sabe la neurociencia de cómo aprendemos y enseñamos? ¿Puede un videojuego ser la herramienta para desplegar contenidos curriculares y habilidades personales? ¿Está en la creación y la edición colectiva de conocimientos el futuro de los contenidos? ¿Estamos estudiando lo que necesitaremos para afrontar los empleos del 2040?

La investigación educativa muestra que todavía en la Argentina la mayoría de las clases se basan en que los chicos y jóvenes adquieran y repitan conocimiento enciclopédico, al que no terminan de comprender o de encontrarle sentido. Para Melina Furman, bióloga y doctora en Educación, e investigadora del Conicet, la buena noticia es que ya tenemos herramientas para innovar. «Se trata de potenciar a los docentes fortaleciendo su formación con estrategias de enseñanza más activas, con las que puedan reposicionar a los chicos del rol de meros consumidores. La investigación muestra que cuando la escuela se convierte en el centro de la innovación los cambios son auténticos y se sostienen en el tiempo», explica.

Con miradas provenientes de la economía, la neurociencia, el arte, las ciencias computacionales, la educación formal y no formal, entre otras, referentes argentinos hablaron con La Nación revista sobre las múltiples dimensiones que implica innovar en educación. Innovar en el qué (contenidos, programas), en el cómo (técnicas, formatos), en quiénes (estudiantes y docentes) y en un contexto histórico determinado y determinante. Más allá de los diversos abordajes hay cierto consenso: la educación del futuro tendrá que ser flexible, inclusiva, de calidad y adaptable a un paisaje laboral que no cesará de cambiar.

La escuela y sus logros indiscutibles

Eduardo Levy Yeyati

«La innovación exitosa suele combinar dosis pequeñas de disrupción con una revalorización de lo que hay».

Con 25 años frente a aulas universitarias, aún se fascina con lo dinámica que es la educación. «Cuando creo que aprendí a enseñar algo, me doy cuenta de que el objeto cambió y tengo que volver a entrenarme. La transmisión de conocimiento y experiencia es una de las actividades más esencialmente humanas», dice Eduardo Levy Yeyati, economista, hoy director en el Banco de Inversión y Comercio Exterior (BICE), presidente de Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec) y profesor en la UBA, Harvard y la Universidad Torcuato Di Tella. Yeyati está convencido: si la educación no innova, es decir, si no empezamos a pensar al alumno fuera del aula y después de la escuela, no tendremos chance.

¿Qué rol juegan las políticas educativas en relación con la economía presente y futura?

Varios, todos esenciales. Sólo dos ejemplos. Se sabe que el ingreso correlaciona fuerte con el nivel de educación, por lo que el acceso a la educación pública de calidad es el principal instrumento de movilidad social. Una buena educación iguala; una mala genera pobreza y desigualdad. Además, si los jóvenes están bien formados, se suman a la fuerza laboral con empleos productivos y hay más crecimiento. En cambio, si están mal formados, consiguen empleos menos productivos, peor aun, se desalientan. Con una economía mundial que compite en conocimiento, la innovación educativa es nuestra mejor apuesta al crecimiento inclusivo, y tal vez la única.

Sobre cómo debe ser la educación para responder a los empleos del futuro, su única certeza es que deberá ser flexible y adaptable. «Hace unos años se pedían más ingenieros. Los ingenieros son muy necesarios hoy, pero es probable que en diez años las máquinas terminen sustituyendo también mucha de su tarea. Hay que pensar la innovación educativa en el marco de una carrera, cada vez más cerrada, entre educación y tecnología», opina. Eduardo, además, escribe ensayo y ficción (publicó más de cinco libros), toca la guitarra (mal, dice) y ama el cine (tiene un guión que querría dirigir algún día), entre muchos gustos más.

Al pensar en la educación del futuro hace foco en el docente: «Para modernizar la enseñanza hay que modernizar al docente, formándolo y cuidándolo, pidiéndole y dándole más. Lamentablemente, el costo político de este proceso es inmediato y sus frutos son a largo plazo; de ahí que la innovación educativa sea políticamente poco redituable y vaya tan lento». Por ejemplo, modernizar formatos no es eliminar el aula, flexibilizar contenidos no es jubilar a la educación formal. «La innovación exitosa suele combinar dosis pequeñas de disrupción con una revalorización de lo que hay».

Por ejemplo, en educación superior, propone innovar flexibilizando las currículas, acortándolas y combinándolas. Pero también se innova incorporando medios virtuales en la enseñanza y en la evaluación, o convirtiendo a los trabajos prácticos en talleres en los que el alumno se entrene en la aplicación del conocimiento a la solución de problemas. «Un formato como éste pensamos para el Instituto de Innovación que diseñamos para el Ministerio de Desarrollo de la ciudad de Buenos Aires, con la premisa de que la innovación educativa estimule la innovación laboral y productiva», explica Yetati.

¿Cómo se transforma un sistema educativo completo? A partir de esa pregunta Axel Rivas, director del Programa de Educación de Cippec, define todos los días su trabajo. «Hace años que vengo juntando respuestas parciales y contradictorias. Ahora tengo un bosquejo más claro, que cambiará en el tiempo, pero que ya puede comenzar a develarse», dice. Desde Cippec ha impulsado www.las400clases.org, una plataforma de videos educativos para enseñar y aprender. Este año abrirá el Laboratorio de Innovación Educativa para ayudar a desarrollar y juntar el mundo pedagógico y tecnológico, lograr masividad y redistribución justa, las cuatro patas que considera necesarias para apoyar un nuevo modelo de sistema educativo.

Oscar Ghillione

«Hay que trabajar en una educación integral y contextualizada y que dé cuenta de los desafíos futuros que encontrarán los estudiantes»

Una experiencia de trabajo en la localidad de Añatuya, en Santiago del Estero, y en la villa 31 de Retiro, le dieron a Oscar una certeza que marcó el rumbo de su trabajo y vocación: la educación es la única oportunidad que tienen los niños para progresar. En febrero de 2009 comenzó el desarrollo del plan de acción necesario para ser parte de la organización Teach For All, que reúne organizaciones independientes en 36 países, dedicadas a disminuir las desigualdades educativas y crear un movimiento de jóvenes profesionales comprometidos con la educación de su país. Así cofundó Enseñá por Argentina, que en la actualidad impacta en el aprendizaje diario de más de 6000 alumnos en Buenos Aires, Salta y Córdoba.

Para Ghillione -que cuenta con especialización en Políticas Educativas y se encuentra cursando el profesorado de nivel secundario y superior en la Universidad Austral, hay que trabajar en una educación integral, transversal, contextualizada y que dé cuenta de los desafíos futuros que encontrarán los estudiantes a medida que crecen. «Si educamos para la respuesta a la pregunta que está en el segundo título de la página 326 del manual, estamos educando una mínima parcela de la persona», dice.

¿Cómo es un espacio de educación ideal para vos?

Me imagino una escuela (y sistema educativo) integrado por las familias, donde su voz y experiencia sea relevante y colaborativa al propósito compartido. Me gustaría ver muchas personas aprendiendo unas de otras, en donde se desarrollen competencias académicas y emocionales que potencien el crecimiento de las personas.

Enseñá por Argentina selecciona a profesionales de distintas carreras universitarias para que se dediquen a dar clases durante dos años en las escuelas que trabajan con la ONG, poniendo especial foco en la calidad educativa y el desarrollo de las competencias académicas esenciales y socio-emocionales del alumno. La fundación los acompaña con una formación en pedagogía que complementa su desempeño en el aula.

Oscar recuerda un diálogo reciente con dos alumnos de Villa Soldati donde funciona una escuela de verano. Nahuel de 9 años y Jonás de 13. Están en la Argentina desde hace seis años y nacieron en Bolivia. Su padre trabaja como costurero de lunes a viernes, de 6 a 18, y los sábados y domingos, de 5 a 22, como enfermero. Profe, venimos a la escuela para tener en el futuro un trabajo que, además de llevar comida a la casa, nos deje tiempo para estar con las personas que queremos. Mi papá nos dijo que para eso tenemos que estudiar mucho, le dijeron. «Muchos chicos entienden perfectamente lo que está en juego para ellos en la escuela. Tenemos la responsabilidad de ser nuestra mejor versión para estar a la altura de su compromiso», cierra.

Melina Masnatta

«El riesgo es pensar que lo que enseñamos es un contenido, y no una forma de ser y de estar en el mundo»

Cuando en su adolescencia terminó la carrera de bailarina clásica, algo que amaba profundamente, Melina se dio cuenta de que el modo de enseñanza había transformado la actividad en algo tedioso y frustrante. A partir de ahí, decidió que sería protagonista de la educación que soñaba.

Hoy está encargada del programa de educación de Wikimedia Argentina, donde diseña, implementa y evalúa cómo acercar experiencias educativas activas en relación a Wikipedia, que tienen como base la construcción colectiva de conocimiento. «Por ejemplo, en la Argentina buscamos digitalizar y aportar con información local en una plataforma mundial. Eso que no está o que está escueto, tiene que ser mejorado para que lo lea otra persona en el mundo. Es romper con un esquema compulsivo de consumo digital, es ser protagonista de la mayor obra colectiva», dice. Por ejemplo, en una escuela pública histórica de La Plata, su artículo era pobre en la enciclopedia digital, pero los chicos fueron a la biblioteca y descubrieron que tenían hasta un himno propio que estaba poco difundido, lo escanearon y subieron a la plataforma. «En el proceso encuentran las formas de fundamentar su conocimiento con una fuente primaria, de usar las tecnologías para otra cosa. En ese horizonte el celular es el objeto unificador de jóvenes con o sin recursos económicos -destaca y advierte-: el riesgo es pensar que lo que enseñamos es un contenido, y no una forma de ser y de estar. Es muy común que si queremos innovar con tecnologías, dotemos de dispositivos sin pensar los existentes, sin dar un marco claro de para qué y sin dar el espacio de experimentación».

También es miembro del board de Girls in Tech Argentina -donde trabajan con programas para que niñas y adolescentes, a través de experiencias como el aprendizaje de programación de apps para celulares con fines sociales, se vean estimuladas a estudiar carreras técnicas- y es coordinadora de contenidos en el portal educativo 400 clases del Cippec, entre varias actividades más. Para Masnatta la innovación debe incluir un consenso de intenciones y actores. «Muchas veces se diseñan las propuestas de innovación en contextos alejados donde se aplicarán; no se consideran los recursos ni trayectorias existentes o las necesidades reales, lo que avisora un fracaso y desinterés».

¿Por qué cuesta innovar?

Cada vez que se habla de innovación se habla de un cambio radical, cuando en realidad sólo debería ser un pequeño y estratégico cambio. Los docentes están agotados de la nueva solución mágica e innovadora. Así como también la sociedad proyecta la culpa a la escuela como si fuera el único espacio educativo. Lo más difícil es unir las partes de un engranaje y sobre todo que todos se comprometan y crean que son parte de un proyecto social más grande. ¿Cómo se hace? Recuperando la experiencia de los que están frente al aula, involucrando a las familias, leyendo el contexto y las necesidades.

Cecilia Calero

«La emoción que sienten los niños cuando ellos son los que pasan el conocimiento, y no sólo lo reciben, es muy fuerte»

La neuroeducación busca entender cómo ocurren los procesos cerebrales que tienen relación con la educación. Por ejemplo, cómo aprendemos a leer, a sumar, a escribir. Y también qué cosas pueden afectar para que esos procesos ocurran naturalmente. En los últimos años la neurociencia ha tenido numerosos avances de relevancia en este campo.

En la familia de Cecilia Calero casi todos son docentes. Su madre, su madrina, su tío Juan y su tía Martina. Creció literalmente en aulas. Hoy, con un posdoctorado en neurociencia cognitiva y educación de la UBA, lleva adelante el proyecto Pequeños Maestros, en el Laboratorio de Neurociencias de la Universidad Torcuato Di Tella que dirige Mariano Sigman. Allí estudian cómo suceden los eventos de enseñanza entre chicos, es decir, ¿qué hacen los chicos para enseñarse? Entre los principales hallazgos encontraron que los niños son capaces de enseñar tanto a un adulto como a otro niño desde edades muy tempranas. «De hecho les gusta más enseñar que jugar, muchas veces. También encontramos que la forma de enseñar, si bien va cambiando con la edad, se va haciendo más compleja, usan los mismos canales de comunicación que usamos los adultos», explica Calero. Los chicos van combinando las palabras, los gestos y otros tipos de lenguaje no verbal, como las miradas, los cambios en el tono de vos, etc.

Se busca revelar qué entendemos de lo que estamos enseñando y cómo se modifica lo que entendemos cuando enseñamos. «Creemos que a la luz de los resultados se podrían revisar las ideas de tutorías entre pares, la forma en la que se organizan las clases; si siempre enseñan los maestros o también puede haber instancias en las que se enseñen los chicos entre ellos», dice. El trabajo en la Argentina se complementa con dos colaboraciones con laboratorios de Harvard y Washington University sobre cómo los niños se enseñan geometría y probabilidades.

Según la investigadora, todavía en muchas escuelas el niño aprende sin que importe mucho su propia producción con el conocimiento que adquiere. «Innovar sería que los niños sean realmente parte en los procesos de aprendizaje propio y de sus pares. Un camino es generar más espacios de diálogo entre la neurociencia y los educadores».

¿Qué es lo que más te sorprende al trabajar con chicos?

Cuando te encontrás en la situación de decirles: Bueno, ahora vos le vas a enseñar a ély ves lo que pasa con ese chico, se te vuela la cabeza. Los chicos cambian adelante de tus ojos, la postura corporal, el tono de voz, la sonrisa, la posición con la que estaban sentados (los de 6 años automáticamente se paran). La emoción que sienten los niños cuando son ellos los que pasan el conocimiento y no sólo lo reciben, es muy fuerte.

De los 700 chicos que participaron del proyecto Pequeños Maestros (nombre elegido por uno de los niños) no hubo uno sólo que no quisiera enseñar. Podían no querer jugar, pero cuando les tocaba enseñar el juego, siempre estaban felices de hacerlo. Porque cuando uno enseña, aprende.

Fernando Schapachnik

«El estudio de las ciencias de la computación es un ladrillo fundamental de la ciudadanía de calidad del siglo XXI»

No es lo mismo usar un buscador que preguntarse (y saber responder) cómo hace para encontrar en fracciones de segundo esa aguja en el pajar, relevante entre las miles de millones existentes. Para entender la lógica y el lenguaje de las máquinas existe la programación, que es una parte fundamental de las ciencias de la computación. Fernando Schapachnik está convencido. «Necesitamos contar con los conocimientos que aporta esa disciplina para comprender e impactar sobre el mundo que nos rodea. Por eso es fundamental que todos los chicos y chicas del país aprendan a programar en la escuela», afirma.

Doctor en computación, Fernando es el director del programa de vocaciones en TIC de la Fundación Sadosky, dependiente del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación y forma parte de Program.AR, una iniciativa que trabaja para que el aprendizaje de computación esté presente en todas las escuelas argentinas. «Que los chicos sean usuarios hábiles no debe confundirnos -advierte-. El usuario sin conocimientos de programación, por más destreza que alcance, no puede pasar al rol de productor en toda su dimensión». Desde la página Programar.gob.ar se despliegan materiales para la enseñanza de la programación en niveles primarios y secundarios, y también herramientas de formación docente.

¿Es como aprender otro idioma?

No se trata de un lenguaje en particular, sino de los fundamentos que no cambiarán por más que la tecnología evolucione, y que seguirán vigentes cuando el alumno egrese, a diferencia de las tecnologías específicas, que probablemente ya no lo estarán. Con las ciencias de la computación con base en la programación se puede abordar la especificidad de estas cuestiones. Es un ladrillo fundamental de la ciudadanía de calidad del siglo XXI. Es propiciar el aprendizaje por indagación y por proyectos.

Fernando es, además, bailarín amateur de tango y corredor, pero si tiene que elegir una pasión, no duda en quedarse con su trabajo en la fundación. El año pasado capacitaron a cientos de docentes en varias provincias, que a su vez debían probar lo aprendido con sus propios alumnos. «Nos contaron un montón de historias, pero me impactó la de un chico de 9 años que, producto de algunas dificultades de aprendizaje, no había todavía aprendido a leer. El curso de programación lo entusiasmó tanto que quiso leer las instrucciones que veía en la pantalla y ese fue el empujoncito que necesitaba para largarse», cuenta.

Para este docente, si la educación no es inclusiva, no es realmente de calidad. El desafío profundo de la innovación es que las buenas ideas no queden en un maestro o en una escuela. «Lo más difícil es desplegar el programa multinivel necesario para pasar de la experiencia anecdótica al cambio sistémico y capear ansiedades -subraya-. Las reformas educativas toman tiempo y deben desplegarse por etapas».

Ariel Merpert

«Yo me dedico a lo que mi educación me enseñó a amar. La educación que elegís para tus hijos no da lo mismo»

Fue a los 15 años cuando se pensó por primera vez como educador. Había tomado en un club de barrio un curso de líderes que, luego, entre los 17 y 21 años, lo impulsó a coordinar grupos de educación no formal. «Me di cuenta de que el sólo hecho de planificar una actividad me hacía aprender mucho más sobre eso que quería enseñar. Sentía que algo emocionante pasaba», cuenta Ariel Merpert, diseñador multimedial y docente que hoy concentra todos sus esfuerzos en el desarrollo de los adolescentes.

Ariel coordina Clubes de Ideas, una iniciativa del foro de charlas TEDxRíodelaPlata que nació al ver el profundo impacto en los oradores que tenía el camino de armar una charla. El Club propone a las escuelas secundarias dar lugar a un espacio, dentro o fuera del tiempo curricular, donde un grupo de estudiantes atraviese un proceso de diez encuentros en los que abran sus cabezas a diferentes temas con charlas y materiales innovadores. «Luego de que encuentran algo que realmente los apasiona y una idea que quieren contar, adquieren herramientas expresivas para hacerlo», describe. Durante 2015 hubo una primera edición con algunas escuelas pioneras con resultados excelentes. «No sólo los docentes que facilitaron los espacios descubrieron nuevos aspectos de sus estudiantes, sino que los alumnos manifestaron haber aprendido muchísimo». Este año Clubes de Ideas va a expandirse a 80 escuelas de gestión pública y privada en la ciudad de Buenos Aires, el GBA y la ciudad de Córdoba. Innovar, para Merpert, es acercarse al conocimiento de maneras distintas.

¿Cómo se despierta interés en lo desconocido?

Primero les pedimos a los chicos que con el famoso aplausómetro ordenen, de más interesante a menos, una lista de cinco temas: cine, fútbol, música clásica, matemática y movimientos sociales. Como era de prever, fútbol, cine y movimientos sociales quedaron entre los primeros. Después de hacer ejercicios y mostrarles dos charlas TED en donde presentan la música y la matemática de maneras muy divertidas, los resultados se invirtieron totalmente. Nunca me quedó más claro la enorme influencia del docente y su estrategia para lograr interesar a los adolescentes en distintos temas.

Además, Ariel es miembro del equipo del Proyecto de Educación y Nuevas Tecnologías de Flacso Argentina y se desempeña en la ONG Chequeado como responsable del área de educación, donde se busca darles a los adolescentes más herramientas para participar en el debate público en su casa, la escuela y entre amigos. «Aprenden a diferenciar qué es un dato y un hecho y qué no. Esta actividad la hicieron ya más de 1300 adolescentes en distintos ámbitos», describe.

Innovar para este docente es hackear el sistema educativo para que la burocracia no le gane a la creatividad. «La clave está en los docentes. Si conseguimos que sean los ciudadanos mejor calificados, que ser docente sea un aspiración para cada chico o chica, si priorizamos su bienestar, su formación, probablemente logremos innovar mejor», explica. Hace un par de años Merpert estaba en una reunión hablando de innovación en educación y la interlocutora contaba una historia que él sentía propia. «Me cayó la ficha, era la directora de mi jardín de infantes. Yo me dedico a lo que mi educación me enseñó a amar. Esa mujer puso a mis cuatro años la semilla de mi pasión. Y lo siguiente que pensé fue: fueron mis viejos. La educación que elegís para tus hijos no da lo mismo».

Melania Ottaviano

«Nos perdemos mucho del potencial de cada alumno con el formato de escuela actual»

Hace tres años, en el Colegio Benito Nazar de Almagro, Melania Ottaviano lanzó la pregunta: ¿Qué les parece si usamos Minecraft para aprender algunas asignaturas?La respuesta de los alumnos fue un sííííí sostenido seguido de aplausos. Minecraft es un videojuego con más de 110 millones de jugadores en el mundo. En él se puede realizar cualquier tipo de construcción mediante bloques con texturas tridimensionales, explorar el entorno, recolectar recursos y crear objetos con distintas utilidades como combatir criaturas y procurar sobrevivencia, principalmente.

Con más de 25 años como especialista en TIC (tecnologías de la información y comunicación) y plataformas de e-learning, hoy Ottaviano se encuentra haciendo un doctorado de Videojuegos en la Educación en la Universidad de Extremadura, en España. «Me ha pasado con otros recursos digitales que los chicos usaban fuera de la escuela y que luego cobraron gran valor didáctico y pedagógico, es una de los grandes desafíos y oportunidades que tenemos en educación», explica. Entre las razones que la llevan a elegir esta metodología, destaca el clima de alegría que se da en cada clase con un formato de aprendizaje distendido, colaborativo, orientado más a cómo a los chicos les gustaría aprender en la escuela, con narrativas digitales afines a sus formatos cotidianos.

Por ejemplo, dentro del juego los chicos han construido un polo industrial, comercial, tecnológico y de recreación con un referente de cada sector para el que luego desarrollaron una microeconomía de interacción entre estos sectores. También el «viaje de egresados a la Luna», donde aprendieron sobre la gravedad y el sistema solar, diseñaron sus trajes espaciales y generaron el combustible para que el cohete pudiera despegar. «El momento del despegue fue uno de los más esperados y divertidos», cuenta.

¿Es necesario que los docentes sean expertos en TIC?

No, los alumnos ya lo son (y si no, buscan un tutorial en YouTube), lo que sí es importante para el docente es conocer el recurso digital o investigarlo junto con los alumnos, considerar el por qué y para qué para poder integrarlo en la planificación de forma productiva.

El uso del juego posibilita no sólo integrar contenidos curriculares, sino también la posibilidad de profundizar sobre competencias del siglo XXI. «Se dan debates sobre los valores que se ponen en juego, sobre solidaridad, intereses particulares y sociales. El ponerse de acuerdo en cada tarea lleva a los alumnos a conocer sus habilidades y destrezas, a aprender a escuchar al otro, a llegar acuerdos», describe.

Microsoft, que compró el juego en el año 2014, trabaja junto a Melania y otros docentes en los usos pedagógicos del juego en la Argentina y en todo el mundo. «Nos perdemos mucho del potencial que tiene cada alumno con el formato de escuela actual. Llegó el momento de los videojuegos en el aula», enfatiza. Eso sí, una advertencia: «Innovación no es sinónimo de éxito y tampoco tiene que ver solamente con inclusión de TIC. Si los docentes y directivos tienen como impronta la innovación, será de gran inspiración para su comunidad».

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