La escuela peligrosa

5 - TendenciasEn uno de los vecindarios más pobres de Bengasi, en todo el frente de la batalla de Libia contra en autodenominado Estado Islámico (EI), una valiente maestra mantiene su escuela abierta.

Dicta clase a pesar de la amenaza de explosiones de misiles y fuego de francotiradores, determinada de que éstos no serán obstáculo para la educación de sus alumnas.

“Tengo miedo, miedo, miedo. Temo que –y espero que no suceda- nos caiga una bomba, porque la mezquita al lado de nuestra escuela fue atacada hace poco. Le dispararon cuando unos estudiantes iban a tomar sus lecciones del Corán. La primera bomba cayó cerca de un niño y otro corrió para ayudarlo. Entonces, cayó otra bomba que le voló una pierna. El primer muchacho también perdió una pierna. Fue absolutamente horroroso”.

Fauzia Mukhtar Abeid tiene todo el derecho a sentir miedo. Ella trabaja en una escuela en el distrito al Sulmani, de Bengasi, un vecindario de clase trabajadora que, durante los últimos dos años, ha estado en el frente del conflicto armado en Libia.

A menos de un kilómetro del patio de la escuela, escondidos entre las ruinas de un destrozado conjunto de apartamentos, se parapetan combatientes de EI y otros milicianos islamistas.

Reconstrucción

La escuela fue clausurada en mayo de 2014, cuando la zona de al Sulmani se vio envuelta en los combates que siguieron el lanzamiento de la Operación Dignidad, una ofensiva militar para despejar a las milicias islamistas de Bengasi.

Las familias más acomodadas del vecindario abandonaron el lugar rápidamente o enviaron a sus hijos a colegios privados, a salvo del alcance de las bombas y las balas.

Los niños pobres no tuvieron más opción que quedarse en sus casas.

Alrededor de un año después, hartos de ver desvanecer sus perspectivas educacionales, algunos de los estudiantes y sus padres empezaron a preguntarle a Fauzia si abriría la escuela otra vez.

Los predios habían sido bombardeados y saqueados, así que los padres establecieron un fondo para pagar por los arreglos.

“Algunas familias contribuyeron con 50 dinares (unos US$35), otros con 20 o 5”, dice Hassan Omar, un miembro del consejo local.

“Al final, recaudamos unos 1.000 dinares (US$750) de las familias y recibimos otros 3.000 (US$2.140) del comité de crisis del gobierno”.

Al tiempo que reemplazaron los vidrios rotos, los trabajadores abrieron una brecha en la pared trasera de la escuela para que las alumnas tuvieran acceso a las aulas por una vía más protegida de los disparos.

“Hay francotiradores como a unos tres kilómetros de distancia”, explicó Omar. “Así que abrimos esta entrada para evitar problemas”.

“Queremos aprender”

Las clases empezaron otra vez en diciembre de 2015. La electricidad es intermitente, aguas negras se han acumulado frente a la entrada y algunos maestros han rehusado regresar a trabajar en un edificio que está al alcance de los militantes islámicos.

Pero los niños están decididos a continuar con su educación. “No, no, no tenemos miedo”, manifiesta una niña de unos 15 años. “Queremos aprender”.

Walid al Furjani, que envía a sus tres niños a la escuela, está de acuerdo. “Mis hijos han estado sentados en la casa por dos años sin hacer nada. Por supuesto que me preocupo por ellos pero es importante que estudien”.

Muchos en Libia pensaron que, tras el derrocamiento del coronel Muammar Gaddafi, en 2011, gozarían otra vez de las libertades políticas básicas y mejores perspectivas para sus hijos.

A cambio, han visto su país fracturarse en decenas de facciones enfrentadas.

Según el sitio web Libya Body Count, que contabiliza los muertos en base a los informes de prensa, más de 4.000 personas han perdido la vida en los últimos dos años.

Algunos estiman que, actualmente, hay 2.000 milicias separadas operando en territorio libio.

Comerciantes de armas, yihadistas, guerreros tribales y traficantes humanos han prosperado entre el caos.

Armamento y municiones saqueadas de los arsenales de Gaddafi han sido comerciados a lo largo del desierto para impulsar insurgencias islamistas en el Sahel (la región subsahariana de África).

En la dirección contraria, centenares de miles de migrantes y refugiados se han lanzado desesperadamente hacia Europa, así como yihadistas africanos decididos a unirse a EI precisamente cuando empieza a asentarse en Libia.

Por un mejor futuro

La ONU estima que actualmente hay hasta 3.000 combatientes de Estado Islámico en Libia.

Uno de los distritos en Bengasi donde han establecido una presencia es en al Sabri, a la vista de la escuela de Fauzia.

Ella no tenía por qué regresar al trabajo, teniendo en cuenta que sus hijos están crecidos y le falta poco para jubilarse.

Pero, cuando los padres le pidieron que reabriera la escuela, dice que no pudo rehusar.

“No podía decirles que no, a sus hijos. Sentí que era un deber nacional enseñarles a estos niños. Mi conciencia me lo exigía, aun cuando las condiciones fueran peligrosas”, expresó.

“Espero que mi país pueda encontrar un camino hacia adelante. Al abrir la escuela, intentamos establecer un poco de normalidad aquí. A pesar de esta guerra, a pesar de toda la destrucción, seguimos adelante. Necesitamos vivir. Necesitamos un futuro para nuestro país. Necesitamos paz y seguridad. No más guerra, basta. Por el futuro de nuestros hijos, ya basta”.

Fuente: http://www.bbc.com/mundo

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