La nota más íntima y extraña que leí sobre Ernesto Guevara. Y la publicó Ricardo Piglia en su libro de ensayos “El ultimo lector”, donde trata muy a fondo sobre diversos escritores, e imprevistamente para mí, le dedica más de treinta páginas al Che, que me parecieron excepcionales, porque no tienen nada que ver con todo lo que se ha escrito sobre él, para ensalzarlo o para denostarlo. Como simple muestra -escribe Albino Gómez– voy a transcribir simplemente las líneas del final.
“…Paralelamente persiste en Guevara lo que he llamado la figura del lector. El que está aislado, el sedentario en medio de la marcha de la historia, contrapuesto al político . El lector que persevera , sosegado, en el desciframiento de los signos. El que construye el sentido en el aislamiento y en la soledad. Fuera de cualquier contexto, en medio de cualquier situación, por la fuerza de su propia determinación. Intransigente, pedagogo de sí mismo y de todos, no pierde nunca la convicción absoluta de la verdad que ha descifrado. Una figura extrema del intelectual como representante puro de la construcción del sentido (o de cierto modo de construir el sentido, en todo caso).
“Y en el final de Guevara las dos figuras se unen otra vez, porque están juntas desde el comienzo. Hay una escena que funciona casi como una alegoría antes de ser asesinado. Guevara pasa la noche previa en la escuela de La Higuera. La única que tiene con él una actitud caritativa es la maestra del lugar, Julia Cortés, que le lleva un plato de guiso que está cocinando la madre. Cuando entra, está el Che tirado, herido, en el piso del aula. Entonces –y esto es lo último que dice Guevara, sus últimas palabras-, le señala a la maestra una frase que está escrita en la pizarra y le dice que está mal escrita, que tiene un error…
“… Ël con su afán de perfección, le dice : Le falta el acento. Hace esta pequeña recomendación a la maestra. La pedagogía siempre , hasta el último momento. La frase escrita en la pizarra de la escuela de La Higuera es *Yo se leer* (sin el acento en sé) Que esa sea la frase, que al final de su vida lo último que registre sea esa una frase que tiene que ver con la lectura, es como un oráculo. Cristalización casi perfecta. Murió con dignidad, como el personaje del cuento de London. O, mejor, murió con dignidad, como un personaje de una novela de educación perdido en la historia.”