Me gusta tener un espacio permanente para reflexionar sobre lo que hago en mi profesión. Ya sea cuando estoy de profesora o de rectora, necesito siempre pensar sobre lo hago y lo que hice. Ya lo decía Donald Schönn en ese maravilloso libro “La formación de profesionales reflexivos”: necesitamos reflexión EN la práctica que sólo podemos conseguir instalar cuando reflexionamos SOBRE la práctica. La última es el después, la primera en el momento que actuamos. Claro que no siempre llegamos a darnos cuenta de las cosas en el momento que actuamos y por eso necesitamos aún más de ese espacio posterior.
Las últimas semanas en mi cargo de rectora no fueron sencillas: excesiva sobrecarga burocrática; permanentes discusiones de quienes deben hacerse cargo de que las condiciones de infraestructura del edificio escolar sean adecuadas; falta de cargos docentes para absorber la enorme demanda en las carreras del profesorado; carencia de personal auxiliar suficiente para mantener la limpieza; y no voy a agobiarlos con la interminable lista que podría enumerar. Estos últimos días sentí el agobio: por momentos el cansancio físico me superó y sentí que el cuerpo no me daba para afrontar tanta movida y stress.
Sí, ya sé que la gestión tiene estas cosas. Pero siempre me gusta pensar que tiene otras que ejercen un “contrapeso” ante semejante desgaste, aunque a veces me cuesta encontrarlas. Me pregunto si este esfuerzo de buscar las cosas buenas, por desarrollar una permanente capacidad de resiliencia, es lo que tenemos que tener en común todos los que ejercemos un rol en un equipo de conducción.
Tal vez son cosas muy simples que van apareciendo en el día de hoy, pero siento que son las que nos sostienen y nos permiten recargar energía para seguir, porque de verdad que los roles directivos cuentan con tan poco reconocimiento y con tan malas condiciones de trabajo (especialmente salariales), que si no encontramos estas pequeñas difícilmente haya como sostenerlos. Cada cual tendrá las suyas, yo voy a compartir aquí las que me alientan.
Hace unos días caminando por un pasillo encontré a Clara, una estudiante de profesorado que fue mi alumna y que tiene esa capacidad de darte siempre un ángulo diferente para mirar las cosas. Me preguntó cómo iban mis cosas con el cargo, y pobre de ella porque me agarró en uno de esos momentos a donde le relaté toda la serie de cosas malas que habían pasado esos días. Me escuchó pacientemente y cuando terminé me dijo: “-¿Y lo lindo?”. La pregunta llegó justo para hacerme entender todo de otra manera. Tal vez ella no lo sepa, pero ese día torció mi mirada hacia un lugar que necesitaba. ¡Maravillas que sólo consiguen estos futuros maestros!
En otro ámbito ya, realizamos una de las tantas reuniones que hacemos de profesores. Muchas transcurren sólo transmitiendo informaciones, otras (para mí las mejores) se suscitan intercambios y debates. Al terminarla, luego de contar algunas propuestas e ideas para el inicio de esta segunda parte el año, se me acercó una colega con la que compartimos muchos años en la escuela, Karina, y lo primero que hizo fue abrazarme y decirme “gracias”. Inmediatamente me conmoví por su gesto. A continuación me dijo:
“-Hacía mucho que había perdido las ganas de venir a trabajar a esta escuela y me hiciste recuperarlas”.
Me emocioné como hacía mucho no lo hacía: la generosidad de acercarse y decirme esto se juntaron de pronto con mi conciencia de los tan sólo 4 meses que pasaron desde que asumí la función directiva y me dí cuenta de cómo se pierden de vista los avances en medio de la vorágine cotidiana de todos los problemas que nos tapan. Le agradecí mucho a Karina, quizás no lo suficiente para el impacto que tuvieron en mí sus palabras. En instituciones a donde un gran número de personas se queja pero no quiere hacer cosas para cambiar y sólo busca echar culpas a otros; el gesto generoso destaca aún más.
Una de las cosas que más me alienta es simplemente el día por semana que nos tomamos unos minutos con mis compañeros del colectivo docente que armamos, para pensar más proyectos. A veces deliramos con cosas que parecen imposibles y después le encontramos alguna vuelta para hacerlas. Estamos convencidos de que tenemos que crear espacios disruptivos y poco convencionales para mover los “usos y costumbres”. Ahora estamos diseñando una jornada de escuela abierta un sábado de “arte colectivo” para toda la comunidad. Nos entusiasmamos imaginando escenarios y propuestas, aunque no sabemos aún cómo las vamos a concretar del todo.
Otra de las cosas que me ayudaron a pilotear el agobio por estos días fue también la posibilidad de poder ver reír a los cientos de chicos de primaria y jardín con las obras de teatro que la Cooperadora trajo para festejar el Día del Niño. Creo que no hay nada más alentador que ver reír en la escuela a tantos chicos al mismo tiempo. La organización del evento había resultado sumamente compleja, pero cuando viví esas escenas pude darme cuenta de que habían valido la pena atravesar esa complejidad.
Tal vez alguien piensa que estas cosas son sólo como las “zanahorias que se le pone al caballo para que camine”. Pero para mí representan lo que da sentido a mi elección de estar en la conducción: esas pequeñas motivaciones frente al elefante blanco que intentamos mover muchas veces infructuosamente.
¿Exceso de optimismo? ¿Conformismo? No lo creo. Pero si así fuera no creo que importe demasiado. Agradezco a esas personas que me hacen recuperar la dimensión del por qué tomé la decisión de estar donde estoy. Y me impongo la necesidad de tomar distancia de lo que me desalienta y tomar lo que me impulsa, aunque a veces resulte mejor y a veces no resulte.
Fuente: Débora Zozak para https://pensarlaescuela.