Ex compañeros de los estudiantes secuestrados y asesinados bajo el terrorismo de Estado reclaman “memoria y justicia” y advierten sobre la falta de colaboración de la escuela.
Son quince jóvenes desaparecidos, una escuela y la historia que los une entre memorias y justicias incompletas. El caso del Colegio Nacional de Vicente López es todavía un rompecabezas que se parece a otros episodios de ensañamiento represivo (La Noche de los Lápices, por ejemplo), pero que sufre de una visibilidad borrosa, demorada. En una sola noche, la del 23 de octubre de 1976, fueron secuestrados cuatro estudiantes. Varios alumnos militaban en la Juventud Guevarista, seguida de cerca por los servicios de Inteligencia que se habían infiltrado en el secundario de la calle Agustín Alvarez. Hoy, dos ex compañeros que compartieron el compromiso político y los estudios con ellos, el músico Luis Nacht y la psicóloga Adriana Taboada, los recuerdan con un objetivo común.
“Nos estamos reuniendo y buscando memoria y justicia, pero no tenemos hasta aquí el apoyo y la participación de los que fueron docentes en aquella época, que nos permitirían reconstruir la historia desde otro lugar. Hay una cocina de todo esto, adentro del colegio, que para nosotros es ajena. Lo mismo digo por los preceptores. No tenemos contacto con los docentes, muchos habrán fallecido y esperamos que alguien pueda colaborar con el juicio que se produzca por este delito”, dice Taboada.
–¿Cómo describirían a los alumnos desaparecidos, sus sueños, sus luchas?
Nacht: Antes de ser compañeros de militancia éramos amigos. Eramos un grupo con ideas comunes y revolucionarias en la década del 70. Se venía de la Revolución Cubana, del Che Guevara, el camporismo. Esa primavera democrática nos agarró en la adolescencia. Pertenecíamos a familias de clase media, muchas ligadas a sectores intelectuales. Nuestros intereses, además de los políticos, estaban en la nueva música argentina, el cine, el teatro, el dibujo. Algunos teníamos inclinaciones artísticas en ese momento. Impresiona imaginar ahora cómo personas adultas se hayan ensañado con niños, porque éramos niños. Muy convencidos durante un período de lo que hacíamos, aunque después ya no tanto.
–¿A qué clase pertenecían?, ¿a qué turno iban en el colegio? ¿Cuáles eran los barrios donde vivían?
N.: La mayoría somos de la clase ’59, ’60. El grupo estaba mezclado en distintas divisiones que estudiaban por la mañana o la tarde. Al colegio iban chicos de zona norte. De Vicente López, Munro, Martínez; algunos también de barrios de la Capital, como Núñez y Saavedra.
–En 1973, incluso antes, había como un reverdecer del movimiento estudiantil secundario. ¿Cómo era el clima adentro del colegio?
Taboada: Sí, era una época de toma de escuelas. Había mucho movimiento en los centros de estudiantes. Yo empecé ese año en el colegio. Los actos habían comenzado a ser organizados por los centros, que era una conquista buscada.
N.: Teníamos poder de decisión en el perfil de los actos. Y las autoridades nos dieron lugar a partir de eso. Habíamos logrado echar a un rector de apellido Deluca, que no recuerdo bien si era de la Armada o el Ejército. Y asumió después la vicerrectora Berta López Herrán.
–¿Ustedes tenían antecedentes de militancia en sus familias o la experimentaron por primera vez en el Nacional de Vicente López?
N.: Digamos que yo me acerqué por una cuestión familiar. Mi hermano mayor, mi papá y mi mamá militaban. A mí me daba una ansiedad terrible llegar a primer año para poder militar. Lo primero que hice cuando entré al colegio fue un contacto con el Frente de Lucha de los Secundarios (FLS), que era un grupo de las FAL, las Fuerzas Armadas de Liberación. Duró muy poquito tiempo y enseguida se unió al PRT y a los pocos meses se formó la Juventud Guevarista, del PRT.
T.: Yo tuve participación en el centro y cuando Leticia Veraldi, mi amiga desaparecida, me invitó a las actividades de la Juventud Guevarista; mi papá en ese momento me pidió que me quedara quieta por distintas situaciones: venía de una familia muy comprometida políticamente, nuestra casa estaba siendo utilizada como apoyo logístico. Mi papá me preservó de esa manera. La última vez que la vi a Leticia estaba muy mal. Luis ya estaba exiliado, pero ella también se había separado de la familia, tenía 16, 17 años. Se había ido a Cipolletti, donde la secuestraron el 4 de julio del ’77.
N.: Sí, yo me tuve que ir. Mi familia se exilió en México en mayo del ’76, antes de la desaparición de los chicos, que fue en octubre. Ya lo habían matado y desaparecido a Martín Belaustegui. El militaba dentro de la estructura del ERP. Mi familia salió del país en mayo del ’76. Mis viejos, Leopoldo y Beatriz, y mi hermano Ricardo, que estaba en Europa desde antes. Todo porque mi papá militaba con Raymundo Gleyzer. Después de la desaparición de Raymundo, su mujer lo llamó a mi padre y le contó que se lo habían llevado y así le avisó.
–Adriana, ¿cómo seguiste en el colegio después del golpe del ’76?
T.: En el ’76 yo estaba en cuarto año y siempre digo que para mí que el golpe de Estado empezó el 2 de abril. Fue el día en que lo asesinaron a Gerardo Szerzon, que había sido compañero nuestro hasta tercero. Una situación muy fuerte para nosotros. Tenía 15 años y apareció acribillado a balazos con su hermana. Ese mismo día la familia la sacó a Leticia de la escuela y la mandó al exilio interno. Ahí yo trabé una relación más fuerte con Leonora Zimmermann, que también estaba en cuarto año y era muy amiga de Leticia. Hasta que se produjeron los secuestros. Yo egresé en el ’77.
N.: Cuando ocurrieron los secuestros nadie sabía que eran secuestros, nadie imaginó lo que estaba pasando. Cuando desaparecieron a Leonora, a sus padres les dijeron: sus hijas no están en nada, no se preocupen. Cuando lo vinieron a buscar a Eduardo Muñiz, él llegaba a su casa, vio que estaba la policía, fue y se entregó. Si no estoy haciendo nada, les dijo.
–¿Por qué creen que el caso del Nacional de Vicente López no tomó la trascendencia pública de otros episodios similares ocurridos con estudiantes desaparecidos de colegios secundarios de Buenos Aires o La Plata?
N.: Quizá por culpa nuestra. Por no juntarnos antes. Lo que se hizo siempre fueron actos todos los 23 de octubre, en que nosotros íbamos y hablábamos, y que quedaban como un recordatorio, como un hecho de memoria.
T.: Se recuerda a los compañeros, pero nunca tuvimos apoyo de la escuela. Siempre les dio la espalda. En esta actividad del 23 (ver aparte) no hemos logrado que se involucrara. Me refiero a la escuela media, la secundaria. Porque ahí funciona el Instituto de Formación Docente número 39, que es el que ayuda a llevar esta actividad adelante, el que convoca.
Fuente: Gustavo Veiga para www.pagina12.com.ar