sábado, abril 20, 2024
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Héctor «Pepe» Castro, una muerte infinita, Horacio Finoli

A los 80 años, víctima de un maldito cáncer de pulmón no operable más otros problemas de arrastre, falleció el 21/12/21 en Puerto Madryn (Chubut) el periodista Héctor Gabriel «Pepe» Castro, figura clave en las negociaciones entre el poder político/militar de entonces y los presos políticos que terminaron asesinados por fuerzas de seguridad en agosto de 1972,en lo que se conoce como la «masacre de Trelew». Armador incansable de empresas con participación de sus trabajadores y defensor de los intereses patagónicos, queda su radio Lu17 Golfo Nuevo de esa ciudad, ya en manos de su hijo Alejandro, como testimonio.   

“Hay una línea de Verlaine que no volveré a recordar
Hay una calle próxima que está vedada a mis pasos,
hay un espejo que me ha visto por última vez,
hay una puerta que he cerrado hasta el fin del mundo…»

El fin del mundo, precisamente, nuestra tierra austral que, al describir Borges eso en el poema «Límites» -siempre es reconfortante y culturoso reivindicar el mundo borgiano que luce cualquier texto- nos traslada a la Patagonia tan amada por Héctor Gabriel «Pepe» Castro, que acaba de dejarnos a los 80 años.Como se sabe, no hay MUERTO MALO NI NOVIA FEA, Pepe es eso: un MUERTO BUENO, tanto que la atmósfera cristiana que rodea las Navidades hace que hoy sea, verdaderamente, un DÍA DE MIÉRCOLES, como aquel otro del 16 de agosto de 1972, cuando este cronista volvió a nacer.

En su Fairlane con techo vinílico negro, Pepe recorría entonces el aeropuerto de Trelew entre la maraña de 120 periodistas que habían viajado de Buenos Aires para cubrir los coletazos de la fuga de 25 prisioneros -24 horas antes, día de la Virgen de Santa María, dicho esto sin segunda intención- y copamiento de la cárcel de Rawson, llena de presos políticos (la mayoría de muchachos que optaron por los fierros, en los albores setentistas); él ofrecía llevar a cualquier colega hasta la prisión porque estaba colapsado el transporte.Quienes aceptamos su oferta, fuimos: quien esto escribe junto al fotógrafo de la agencia de noticias para la que trabajábamos The Associated Press, el sub-director del diario local Crónica, Adolfo Zamit, y el enviado especial de Clarín, Armando «Mandy» Vidal. Todo lo que vino después, creo, es conocido: llegando a la cárcel, apenas bajamos del auto «El gallego» Martínez empezó a sacar fotos, guardiacárceles a la distancia confundieron -una época en que todo se confundía- el zoom con algún arma, empezaron a tirar sin hacer blanco; un oficial de policía de Chubut y dos agentes cercanos pidieron identificación, pero tras mostrarlas abrieron fuego cuando ya estábamos en el Fairlane. Me dieron sólo a mí: seis esquirlas (dos de bala, cuatro de la chapa del coche) a 36 milímetros del hígado y medio centímetro de la columna vertebral. Nadie duda que el de arriba tiene barba, como la mía.

Intensamente, ahí empezó nuestra amistad, jalonada a lo largo de los años toda vez que Pepe venía a Buenos Aires; conocí su generosidad, talante jovial pese a dificultades del contexto, la pasión que ponía en encuentros/cenas con todos los amigos patagónicos y porteños, entre los que nunca faltó Vidal.

Hacedor incansable (en «El Hacedor», publicado en 1960, figura «Límites», de JLB), armador incluso de ententes políticas para que la gobernabilidad en sus tierras no fuera sólo teórica, particularmente en el peronismo, aunque él venía de las filas socialcristianas; Castro se llevó a la tumba el 21/12/21 la impronta de una generación que vivió centralmente la amistad como un valor supremo, la solidaridad como una obligación, la cercanía a los que menos tienen como un compromiso, la alegría como una constante.

Alma mater de Lu17 radio Golfo Nuevo de Puerto Madryn (Chubut), vicepresidente de ARPA -Asociación de Radiodifusoras Privadas Argentinas, donde secundó al «Negro» Alberto Veiga-, Presidente de la Cámara de Industria, Comercio, Producción y Turismo local, de la Federación Empresaria Chubutense y de la Confederación Empresaria de la Patagonia; una enumeración obligada que no alcanza, sin embargo, para describirlo cabalmente.

En 2012, al cumplirse 40 años de los fusilamientos de Trelew, se hizo la primera audiencia oral que los responsables de esos crímenes y sus aliados permitieron después de la matanza del 22 de agosto del ’72, con Pepe como testigo principal. Sabiendo que vivo de mis auspicios en una PYME artesanal (perdón la primera persona, algo que sólo le está permitido a Borges), Pepe se hizo cargo del pasaje aéreo y lo envió a mi nombre. En la fila del check-in en el Aeroparque metropolitano me desplomé y la presión cayó tanto hasta casi  desaparecer, en un episodio que todavía estoy tratando de desentrañar con mi psicólogo. Me quedé con las ganas de testificar aquel horror que, como todo el mundo sabe, precedió al que vino a partir del ’76. 

El «hacedor» Castro -no Borges- tuvo como compañero de ruta a José María Sáez, quien luego refundara el diario EL CHUBUT, con quien llevó adelante diferentes emprendimientos; así como con el médico radical Atilio Viglione, que gobernó Chubut a partir de la primavera democrática de los ochenta.

Su protagonismo en el «Trelewazo» (en el gobierno de la «dicta-blanda» del presidente Alejandro Agustín Lanusse) se caracterizó por la defensa de los más elementales derechos, sin militancia ideológica, lo que hizo más grande su intervención y creíble para las partes, justamente porque no tomaba «parte».

Pepe querido: estás saldado con la vida, ni te cuento la memoria afectiva que tienen tus hijos Antonio y Alejandro -que ya había tomado el comando de la radio-, así como tu mujer Noni. Alejandro estalla de emoción toda vez que recuerda que, una noche, viajaste a San Pablo sólo para cenar con él, dormiste cuatro horas y regresaste a Madryn, ¿vos crees que esas cosas son fáciles de olvidar?.

Ya sabes que las lágrimas no siempre simbolizan tristeza, es el corazón que habla, como escribió el maestro ciego: 

«Cuando me siento desdichado pienso en la muerte

«Es el consuelo que tengo: saber que no voy a seguir siendo, pensar que voy a dejar de ser

“Tengo la certidumbre de que voy a morir eternamente; y es un gran consuelo

«Una muerte infinita».

Fuente: https://www.elchubut.com.ar y www.ahoraeducacion.com

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