Convertir a las redacciones en una central de información canallesca les permitió a las empresas líderes reclutar a los más desalmados periodistas, y el batallón corporativo se dejó llover por el dinero, la mentira, el autoritarismo para destripar el oficio que decían amar.
Mandobles con rima. El periodismo recibe mandobles desde siempre. Por ejemplo, el poeta español Francisco Villaespesa (1877-1936) dejó escritas estas cuartetas:
El buen Juan, que de estudiante,
no supo ser abogado,
nunca fue buen comerciante
pero tampoco empleado.
Pasó a las artes revista
y al final de la jornada,
no sirviendo para nada,
se ha metido a periodista.
El consejo del profe. Ese gran narrador mexicano y afilado cronista que es Juan Villoro se formó como sociólogo con la certeza de que, para ser escritor, esa disciplina le iba a servir más que estudiar letras. Contó que un profesor los aleccionaba con esta frase: “¡Estudien muchachos o van a acabar de periodistas!”. Lo recuerda cada vez que, con frecuencia, escribe para los diarios.
No hagas literatura, maricón. Tenía que ser algún culposo integrante de la propia tribu quien diera el latigazo. Y lo dio el checo Karl Krauss (1874-1936): “No tener una idea y saber expresarla: eso hace al periodista”. Es una frase representativa de la chantada y los chantas que circulan en los medios. Pero es injusta. Hay millares de textos fundamentados en todo el mundo y en todas las épocas. Y refulgentes brillos literarios encendidos por prosa de prensa en todos los idiomas. Sin embargo, gran parte de los periodistas (el gremio con más anti-intelectuales por metro cuadrado) se sienten humillados si se les recuerda que el oficio tuvo su gran salto formal como vertiente de la literatura que reinaba en la segunda mitad del siglo XIX a través de su género más popular: la narrativa realista. “No hagas literatura”, ordenan los mediocres capos de redacción cuando se enteran que un subordinado escribe cuentos, poesía, ensayo. Claro que tienen un problema: los que transitan la doble vía suelen estar entre los mejores.
Lo peor de cada casa. Convertir a las redacciones en una central de información canallesca les permitió a las empresas líderes reclutar a los más desalmados de la cuadra: el que se hace amigo del service y comparte el negocio con él (con el visto bueno de la corporación, si no, no podría hacerlo y no lo defenderían). El ex militante de izquierda que hoy curte macartismo. El que escribía novelas de crítica social y ahora escupe sobre las etnias originarias. Profes que daban clases clandestinas durante la dictadura militar y hoy se aplican al peor terrorismo verbal. El filósofo humanista que celebra la pos verdad. El que habla desde la ética y fue captado pidiendo coima a un empresario para hacerle una nota en su diario. (La escena está en un video imborrable).
Punto de inflexión. Winston Churchill escribió: “Infeliz del joven que a los 19 años no fue comunista”. Frase puntiaguda, muy descriptiva de las juventudes occidentales de clase media a partir de la segunda posguerra del siglo XX. También del deseo conservador de que el humo rebelde no ascendiera como ascendió hacia las barricadas de los ’60-‘70. Acordamos: el cambio de ideas políticas, aún brusco, está en el repertorio de lo humano. Pero las conversiones de la Armada Brancaleone de la tele, la radio y los diarios de las corpos abochorna en un punto: casi todos respiraron el aire criminal y padecieron la mordaza dictatorial videlista, algunos padecieron el exilio. También está el que sonrió con los genocidas en los mismísimos centros de desaparición, es verdad. Pero muchos de los que hoy sienten devoción por funcionarios que se disfrazan con uniforme de fajina, caminaron con las Madres y acompañaron las marchas de Derechos Humanos.
Los años de formación. Todos estos amarillistas –en lo político y en lo periodístico, aun los que tienen cucardas de posgrado y se animan a escribir con esdrújulas- hicieron sus primeros pasos en el periodismo político con los valores que despuntaron en la posdictadura, con el clima del alfonsinismo con epicentro en el Juicio a las Juntas, con la trunca renovación peronista que intentó encabezar Antonio Cafiero. En esa atmósfera también se apunta la presencia del Partido Intransigente como ámbito de reciclaje del setentismo, y aún la izquierda débil en votos y fuerte en las calles. El paraguas que pretendía combinar reparación social y democracia parecía amplio.
Cambio y fuera. Pero el batallón corporativo se dejó llover por el dinero, la mentira, el autoritarismo y destripó el oficio que decían amar. Peor aún: hay quienes, a fuerza de repetir sus falsedades teatrales, se encarnaron en ellas con la vehemencia de los convencidos. No pueden cuestionarse nada porque una sola fisura los derrumbaría. Y hacer periodismo, hoy más que nunca, es vivir en estado de tensión y cuestionamiento con su práctica.
Fuente: https://lateclaenerevista.com