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Ciencia en el aula

La misión de la ciencia universitaria: especialistas e investigadores destacan la contribución de las casas de estudios públicas en el desarrollo científico para enfrentar el COVID-19 y apuestan a sostener el trabajo multidisciplinario y colaborativo que se gestó durante la pandemia.

El 12 de marzo de 2020, un día después de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarara como pandemia al brote de coronavirus, se abrió un paréntesis que puso en suspenso los planes personales. Para la ciencia nacional universitaria, la digresión no fue pausa: investigadores, estudiantes, docentes y becarios interrumpieron sus carreras académicas para trabajar mancomunadamente en la prevención y tratamiento de la infección. Más inversión, agilización burocrática, trabajo colaborativo e independencia de insumos importados fueron algunos de los cambios implementados que buscan sostener para el futuro.

El último diagnóstico del Círculo de Estudio Ciencia y Periferia, gestionado por la Escuela Interdisciplinaria en Altos Estudios Sociales (IDAES) de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), informó un desempeño superior al corriente en el área de Investigación y Desarrollo (I+D). “Hubo una respuesta fuerte de parte de la comunidad científica, en términos de disponibilidad de trabajo y de compromiso en este contexto, a la inversión estatal”, señaló María Soledad Córdoba, integrante del Círculo, en declaraciones al Suplemento Universidad.

Este grupo interdisciplinario de investigación, el Centro de Estudios Socioterritoriales, de Identidades y de Ambiente (CESIA) y la Secretaría de Investigación de la Escuela IDAES organizaron en septiembre pasado el encuentro “Ciencia, Universidad y Estado: desafíos y capacidades institucionales en contexto de COVID-19”, en el que expusieron los resultados de su análisis.

En línea con el planteo de Córdoba, Rogelio Pizzi, decano de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), y Gabriel Rabinovich, bioquímico y docente de Inmunología de la Universidad de Buenos Aires (UBA), coincidieron con el dictamen y destacaron la colaboración entre distintos sectores del ambiente científico frente a la crisis sanitaria.

“El primer indicador de alto impacto que identificamos fue un pico en la inversión estatal en I+D”, señaló Córdoba, doctora en Antropología Social. Este incremento contrasta con la tendencia decreciente que experimentaba el área desde 2015, visibilizada por referentes de la ciencia local a través de informes técnicos y por becarios que expusieron con manifestaciones la reducción de ingresos a lo largo de los últimos seis años.

“Lo primero que observamos a pocos días de comunicarse la entrada en la pandemia fue una convocatoria lanzada por la Agencia I+D+i por 300 millones de pesos para el desarrollo de proyectos que generen capacidades y soluciones para enfrentarla”, enfatizó Córdoba. A esa iniciativa, llamada “Ideas Proyecto COVID-19”, se sumarían otras, incluyendo convocatorias específicas para ciencias sociales, por un total de 560 millones de pesos destinados a la investigación y el desarrollo de conocimiento y productos relacionados con el coronavirus, según se detalló.

Para Rabinovich, investigador superior del CONICET, fue esencial el “apoyo político y económico” puesto al servicio de la ciencia durante la pandemia. “Hubo una decisión política de generar subsidios de investigación que permitan hacer ciencia y tecnología de alto impacto”, señaló.

El docente destacó que los avances para contribuir a mermar los efectos de la pandemia se lograron gracias a las capacidades surgidas de la “investigación básica que se viene haciendo desde hace muchos años” y subrayó la importancia de la ciencia a la hora de dar soluciones “en momentos críticos”.

En línea con la visión de Rabinovich, Córdoba explicó que “esa inyección de capital público en el sistema científico, reactivó la generación de redes y sinergias”.

Desde la UNC, el decano Pizzi enumeró algunos de los avances contra el COVID-19 gestados en esa casa de estudios, una lista de resultados que difícilmente hubiese cabido en este estrecho período de tiempo si no fuese por la apremiante situación epidemiológica: “La UNC tuvo aportes importantísimos en el tratamiento con plasma de los convalecientes; se aisló la cepa salvaje del virus por primera vez en todo el país; se replicó el virus aislado, lo que sirvió para diferentes proyectos; se hizo la validación del suero equino; y hubo aportes en todas las áreas, entre las que se destacan epidemiología y estadística”.

Pizzi calificó de “inconmensurables” a las contribuciones realizadas por la ciencia universitaria desde marzo de 2020. “Ante un llamado de Nación a presentar proyectos de relevancia para combatir la pandemia, el 95% fueron asignados a iniciativas de las universidades públicas”, reveló.

Según los resultados del sondeo de Ciencia y Periferia, en la UNSAM se desarrollaron 16 proyectos vinculados al coronavirus en 2020, que recibieron 89 millones de pesos. Las iniciativas desembocaron en productos concretos: kits para detección del COVID-19, barbijos antibacteriales, reactivos para tests, monitores de parámetros respiratorios para hospitales, conocimiento sobre el impacto de las medidas ASPO en poblaciones vulnerables y el avance hasta la fase de ensayos preclínicos de una vacuna, entre otros.

“La necesidad de aportar soluciones a las demandas que presentaba el contexto de la pandemia, por ejemplo buscando reducir la dependencia de insumos importados o desarrollando productos que pasaron a ser de primera necesidad como los barbijos, fue una motivación que resaltaron todos los equipos con los que dialogamos”, explicó Sol Hurtado, licenciada en Ciencias Antropológicas e integrante del IDAES.

Rabinovich, por su parte, trazó un recuento de los kits que se desarrollaron en el seno de la comunidad científica y universitaria: de diagnósticos, de PCR, de antígenos, equipos para dosar anticuerpos, para ver la memoria inmunológica; y agregó a la lista de avances la producción de barbijos, medidores de aire y respiradores, y las contribuciones desde las ciencias sociales para asistir a los grupos más vulnerables y detectar y refutar fake news con respecto al virus.

“Me queda clarísimo que la Universidad de Buenos Aires, a la cual pertenezco, ayudó mucho, en especial la gente de las facultades de Medicina y de Ciencias Exactas y Naturales. Muchísimas universidades del país contribuyeron a poder ayudar en esta pandemia y eso genera un orgullo enorme”, sintetizó el investigador.

La priorización de la lucha colectiva, mancomunada e interdisciplinaria contra el coronavirus, en detrimento de las investigaciones y los proyectos personales de los especialistas y estudiantes, fue un rasgo festejado tanto por las investigadoras del IDAES como por Pizzi y Rabinovich.

“Otra cosa que resaltaron distintos investigadores fue la cooperación que recibieron de colegas de distintos equipos y de otras instituciones. El trabajo mancomunado primó por sobre ciertas lógicas más bien competitivas. Algunos de ellos nos señalaron el deseo de que esta forma de trabajar continúe”, señaló Luana Ferroni, antropóloga social y cultural y coordinadora de Ciencia y Periferia.

Para Rabinovich, ese modo de producción de conocimiento es la manera en que “nuestro país va a salir adelante”. El bioquímico recalcó que la extraordinaria situación de emergencia funcionó como acicate para dejar de lado los “protagonismos” dentro de la ciencia e impulsó una “construcción colectiva”. En ella, el investigador ve “el secreto” para atravesar la pandemia.

En ese sentido, se ilusionó con que esas acciones puedan persistir en el tiempo y que la comunicación científica se enfoque en los grupos de trabajo, en la interdisciplinariedad y en la edificación colectiva del saber y la tecnología, y así funcionar como una estrategia eficaz para que esta particular manera de desarrollar la ciencia pueda sostenerse en el futuro.

Pizzi, a su vez, remarcó el trabajo interinstitucional y ejemplificó la experiencia colaborativa con el caso de los centro de rastreo de la UNC: una cadena de trabajo articulada entre el Ministerio de Salud, la Facultad de Matemática, Astronomía, Física y Computación (FAMAF) encargada de la parte de estadística, los trabajadores sociales que salieron al terreno y los profesionales médicos en la contención, apoyo, y seguimiento de pacientes.

Durante los meses en que rigieron las medidas más estrictas para prevenir la circulación del virus, los becarios y becarias tuvieron un rol esencial. En bicicleta o taxi para evitar el transporte público, se trasladaron a laboratorios o fábricas para avanzar en los diferentes proyectos. El trabajo fue considerable e intenso. La comunión entre grupos heterogéneos en una situación tan adversa estuvo cohesionada por una misión: la lucha contra el COVID-19.

Karen Azcurra, licenciada en Antropología Social y Cultural e integrante de Ciencia y Periferia, consideró que la pandemia nucleó a los investigadores en torno a “una misión” y ponderó que los científicos lograron “adaptar sus líneas de investigación para trabajar sobre problemáticas relacionadas con la pandemia”.

Según Azcurra, una estrategia para extender ese envión podría ser “implementar políticas a través de misiones que permitan traccionar agendas heterogéneas para trabajar sobre problemáticas sociales concretas”.

Para Pizzi, el trabajo de los universitarios en la comunidad y el sentido de “responsabilidad social” del estudiante que “afloró durante la pandemia” son un saldo que debe aprovecharse para la educación científica del futuro.

Asimismo, la opinión de Rabinovich armonizó con las conclusiones del estudio del Círculo: “Es algo que quizá se logra en momentos de emergencia, como por ejemplo la pandemia” afirma. Y también abogó por una capitalización de esas experiencias modelo para enfrentar situaciones de emergencia.

Conmovido por el desempeño de la juventud científica en general, y de sus alumnos de doctorado en particular, el docente opinó que hay que enriquecer los planes de estudios con el aprendizaje que se tuvo durante este tiempo.

Con un fin de la pandemia aún por llegar pero que ya se vislumbra, en gran medida gracias a la labor colectiva desde las universidades, los especialistas insistieron en la misión de construir una ciencia al servicio de la comunidad, para –en palabras de Rabinovich– poder dejar atrás el “salvataje individual” frente a posibles crisis venideras. 

Fuente: Marcos Stábile para www.pagina12.com.ar

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