jueves, marzo 28, 2024
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Carlos Saura, Roberto Alifano

Desperté con una acerada noticia que me partió el alma y pensé que acaso era la continuidad de un sueño, no una cruenta forma de la realidad. “Se debe tratar de otra persona, no del maestro Carlos Saura que yo conozco”, me repetí. Pero claro, don Carlos tenía más 90 años y, como me confesó, que ya había vivido mucho, muchísimos años más de los que hubiera imaginado.

¡Qué dura la condición humana, qué implacable el paso del tiempo, “ese enemigo que nos mata huyendo”, en el juicio del inmortal Quevedo. Somos y somos casi nada en este inexplicable Universo (o somos nada, definitivamente nada y los dioses nos borrarán acaso de un certero plumazo de su larga lista interminable para sumarnos a los más). Maestro Carlos Saura, me inclino ante tu obra y el mundo diferente que dejaste en tu decidido paso por él.

Carlos Saura Atarés había nacido en Huesca un 4 de enero de 1932. “Hace ya tantos años que ni me acuerdo, Alifano”, me confesó hace poco en un diálogo telefónico que mantuvimos. Al finalizar el bachillerato, se empezó a aficionar a la fotografía y esto hizo que abandonara sus estudios de ingeniería industrial para ingresar en el reconocido Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas de Madrid, donde obtuvo el diploma de Dirección cinematográfica.

No demoró el inquieto Carlos en concretar su primer cortometraje, demostrando ya su talento creativo, lo tituló La tarde del domingo y data de 1957, realizó luego el documental Cuenca, que fue premiado (nada menos ni nada más, que en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, al que siguió su primer largometraje, Los golfos (1960) y, cinco años después dio al público La caza, con un asunto de gran dureza donde hizo un análisis de las heridas provocadas por la cruenta y abominable Guerra Civil. En ese filme, relata la terrible historia de una partida de caza entre personajes que representaban distintas posturas en este mundo contradictorio. La escenografía en exteriores, se brinda en un paisaje árido y la fotografía, en manos del sagaz Luis Cuadrado, contrastada con el ambiente bucólico. Esta puesta en escena, hizo de dicha obra una referencia para su particular cine posterior y obtuvo, a partir de allí, grandes éxitos internacionales, consiguiendo el premio a la mejor dirección en el Festival Internacional de Cine de Berlín.

Vino luego su sociedad con el productor Elías Querejeta y junto a sus primeros trabajos, se consolidó en 1967, su colaboración con él, con quien ya había producido La caza y Peppermint frappé, dando inicio al periodo más destacado de la carrera de Carlos Saura. Esas dos películas son una nueva una indagación psicológica sobre los efectos de la represión franquista tras la Guerra Civil, las inhibiciones eróticas y otras carencias de su generación. El desenlace en Peppermint frappé es tan violento como el de La caza, pero aparece ahora situado en el espacio de la memoria o los instintos más primarios de los bien pensados personajes. Temas y formas se van puliendo en este particular estilo abstracto, que logra una estremecedora radiografía de los males de la sociedad española; a la vez que logra burlar la condenable e inadmisible censura del régimen franquista.

A ese filme continuó Stress, es tres, tres (1968), de tono quizá menos dramático que humorístico; vino, casi enseguida, La madriguera (1969), El jardín de las delicias (1970) y la memorable y polémica Ana y los lobos (1972), donde en esta producción ofrece un mundo encerrado en la casona de una familia española aristocrática, definitivamente conservadora. Rafaela Aparicio, la matriarca de este mundo convencional y regresivo, retomará aquel personaje en Mamá cumple cien años (1979), una continuación de Ana y los lobos.

Temas y formas, se fueron puliendo en este estilo personal, desarrollado en colaboración con Querejeta y muy a lo Luis Buñuel. Pero, sin duda, La película que marcó su consolidación internacional fue La prima Angélica (1973), que recibió el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes; en ella, el pasado y el presente se funden de un modo indiscutidamente original, que se muestra mediante la confusión del tiempo histórico desarrollado en los planos de la película, incluso dentro de una misma secuencia. Así se delata el tema de las dolorosas heridas del pasado que retornan al presente; junto con el clásico tema del psicoanálisis.

En este filme, como en los anteriores, la fusión del tiempo tiene también otras consecuencias frustrantes, como el contraste entre el amor infantil de Luis y Angélica, que ha sido acaso su único amor, y la relación adulta de un Luis todavía inocente, que no ha crecido, con una Angélica ya casada y en una situación que hace imposible que se recupere aquella relación afectiva. No es este el primer film que explora el recuerdo y la intromisión del pasado en el presente, que estaba ya bien dibujado en obras anteriores, como El jardín de las delicias de 1970.

María Clara Fernández de Loaysa, en su papel de Angélica niña, establece una relación con la figura de José Luis López Vázquez, cuyo personaje seguía la estela del que interpretó en El jardín de las delicias, donde aparecía en una silla de ruedas, simbolizando con ello la parálisis psíquica de aquella generación. En este caso representa la frustración amorosa de su entrañable prima, en el doble papel de niño y adulto, representado por el mismo actor.

Durante esa filmación, acompañé un par de veces a mi recordado amigo José Luis López Vázquez y por él fui presentado al enorme y genial Carlos Saura, un hombre amable extrovertido, cultísimo y considerado. Conservo, por algún rincón de mi biblioteca los recortes de dos entrevistas que le realicé. A partir de allí, quedó sellada una amistad que perduró a través de los años.

No hace mucho participé en un documental que hicieron con su hijo sobre Federico García Lorca y nos reencontramos. Después, hablamos algunas veces por teléfono con don Carlos y me duele no haberlo visto en un breve viaje que realicé a Madrid hace tres meses; todo no se puede, mis compromisos asumidos pudieron más. No imaginé que ya nunca más vería al maestro Saura; pensé, sinceramente, que algún día asistiría a su cumpleaños número 100. Uno cree que las personas que ama son inmortales. Me conforma haber intercambiado algunos emails y haber conversado con él telefónicamente.

Descansa en paz, querido y bien admirado amigo Carlos Saura, gloria del cine universal.

Fuente: https://www.elimparcial.es

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