Reivindicación de José Saramago

Pilar del Río: “Saramago discutía los dogmas, pero sabía en qué orilla del mundo estaba”. La periodista, que en 2010 quedó viuda del premio Nobel portugués, ha escrito ‘La intuición de Lanzarote’.

Pilar del Río (periodista, Granada, 71 años) habla en voz muy baja, como si le estuviera escuchando el pasado y no quisiera despertarlo de su sueño. Es la viuda de José Saramago, con el que se fue a vivir a Lanzarote en 1993. Alternaron su vida en Tías, en lo alto de la isla, con sus estancias en Lisboa y con viajes por todo el mundo. El Nobel, autor, entre otras muchas obras, de Ensayo sobre la ceguera, vivió en Lanzarote dos episodios graves de salud, en 2008, cuando estuvo a punto de morir y acaso solo Pilar del Río estaba convencida de que se salvaría, y cuando ya no pudo más, en 2010, cuando murió a los 87 años. Este otoño acaba de comenzar la celebración del centenario del hombre que nació, muy pobre, en 1922 en el Alentejo portugués y terminó siendo una de las mentes más potentes de la literatura universal.

Este último fin de semana esas actividades, que comenzaron en la Universidad de Sevilla, prosiguieron en el teatro de Tías, Lanzarote, cerca de la sede la Fundación Saramago, con un recital de poesía del Nobel y otros autores, a cargo del actor José Luis Gómez. En este tiempo, dice Pilar del Río, cuando oye hablar tanto de su marido, siente que sigue vivo aquel “resplandor”, que ella ve también y que percibe en los lectores. “Él les contaba cosas con las que ellos se sentían, nos sentíamos, respetados”. Una biblioteca del centenario, diseñada por Manuel Estrada para Alfaguara, se acaba de inaugurar con la primera edición en español de La viuda, su primer libro publicado en Portugal cuando él tenía 24 años. Ahora Pilar del Río ha escrito un libro de 170 páginas (La intuición de Lanzarote. Editorial Itineraria) en el que escribe “de José, nunca de mí, me da mucho corte y no me sale la voz del cuerpo”. A ella le gusta “narrar episodios de José. Pregúntame y entro por todo”.

Pregunta. ¿Cuál sería el hecho más importante de los que vivió José Saramago?

Respuesta. La publicación de sus libros, el temor que sufría justo al terminarlos. En la vida personal, el compromiso de vivir por siempre juntos. ¡Nos casamos dos veces! Nos casamos en Portugal, pero en España seguíamos divorciados, así que muchos años después nos casamos también aquí.

P. ¿Ya puede contar si sabía que iba a ser Nobel?

R. Lo supe 24 horas antes. El profesor encargado por la Academia Sueca de localizar a José me llamó. Para qué, le pregunté y le repregunté. Él había traducido la motivación por la que José recibía el Nobel. Cuando contó la verdad me dijo que sí se sabía peligraba su puesto de trabajo. No se lo dije ni a José. Así le evitaba una noche de pesadilla. Saramago contó cómo recibió la noticia. En el aeropuerto de Fráncfort una azafata le dijo: “Usted ha recibido el Nobel”. Y se encontró con su editora de Alfaguara, Isabel Polanco, se lo dijo y se abrazaron. Su editor portugués, Zeferino Coelho, le reclamó que volviera a Fráncfort, de donde se estaba yendo. Iba con su maletita y su gabardina por un pasillo solitario. Lo primero que pensó fue en cómo estaría Camoens. Camoens era el nombre de nuestro perro.

P. ¿Qué significó para usted ese Nobel?

R. Una multiplicación de tareas, de solicitudes, más tiempo al teléfono. Y la conciencia de que era algo importantísimo para la literatura portuguesa y para la literatura de Saramago. En todo caso, el Nobel es más importante para quien no lo ha recibido. Cuando ya lo has recibido no hablas más de ello.

P. En aquellos años ya había desplegado su compromiso político en América. El Nobel no interrumpió nada.

R. El Nobel no compra. Algunos miembros de la Academia que se lo otorgaron fueron cooperantes en África. Saramago había ido a Timor, cuando las masacres. Había estado en Chiapas, había estado con los familiares de los desaparecidos en Argentina y no iba a pasar a otra orilla porque hubiera recibido un premio. Saramago era un hombre abierto, discutía todos los dogmas, pero sabía en qué orilla del mundo estaba.

P. ¿El trabajo político le dio salud o lo dejó exhausto?

R. El trabajo político era una obligación y lo entendía como un deber. Había recibido mucho y tenía que dar mucho. ¿Exhausto? Estaba exhausto de vivir y de trabajar, pero no dejó de hacerlo hasta muy poco tiempo antes de morir, porque también sentía que quería decir cosas. Él no se quería morir “sin haberlo dicho todo”. Y las dos últimas cosas que dijo tienen que ver, en Caín, con el papel de Dios o el uso del factor de Dios en la dominación de seres humanos de conciencia, y con la ética de la responsabilidad, en Alabardas, alabardas…

P. ¿Qué significaba para él haberlo dicho todo?

R. Haber escrito en Caín la continuación, de alguna manera, de El Evangelio según Jesucristo, y haber dicho a sus contemporáneos que no es indiferente a nuestra participación en que el clima se deteriore, en que vivamos certificando que hay guerras, en que cada vez que decimos “esto no va conmigo” estamos dejando que los gánsteres avancen, se carguen la selva y organicen guerras para experimentar sus armas.

P. Fue un líder. ¿Cómo recibía ese apoyo popular?

R. Él no escribía porque tuviera un ego muy grande y necesitara darle lustre. Quería comunicar con sus contemporáneos y recibía respuestas que agradecía sin muestras de impaciencia… Ya José estaba muy mayor, y estaba mal. Íbamos al dentista y bajábamos por una calle de Lisboa. Iba de mi brazo y de repente pasa una señora embarazada a la que él quiere dejar paso. La señora se toca la barriga y le dice: “Perdone, señor Saramago, déjeme poder decirle un día a mi hija que nosotros le dimos paso a José Saramago en la calle”.

¿Exhausto? Estaba exhausto de vivir y de trabajar, pero no dejó de hacerlo hasta muy poco tiempo antes de morir, porque también sentía que quería decir cosas.

P. En el congreso de Sevilla el profesor Carlos Reis [catedrático en Coimbra y estudioso de Saramago] dijo que uno de sus grandes asuntos era Dios.

R. El Dios de la Biblia y de la civilización cristiana no le gusta. Le gusta Jesucristo. Dios le cae antipático. Para EL PAÍS publicó su artículo El factor DiosEn casa teníamos sobre su mesa una cruz. Por el hombre que talló la cruz. Y tenía una colección de dioses. Eran para él imágenes de esperanza o de desesperación. El uso delictivo que de Dios hacen los seres humanos le parecía algo horroroso.

P. ¿Cuál es para usted el más inolvidable de sus gestos?

R. No rendirse. Caminar siempre a una velocidad que incluso cuando estaba mayor y enfermo los demás íbamos detrás, porque llevaba siempre una velocidad de crucero. Seguía escribiendo, seguía hablando, y unos meses antes de morir presentó su último libro en Madrid. Puedo decir que pocas veces lo vi más bello que defendiendo esos ideales, en la Casa de América en el que sería ya su último viaje, porque volvería a Lanzarote y ya no saldría más. Y lo vi bello, lo vi bello.

P. Lo acompañó a encuentros con grandes de la política y de la literatura. ¿Cómo fue el encuentro con Fidel Castro?

R. Los primeros fueron interesantes. Celebramos un nuevo año juntos, con toda nuestra familia. En otra ocasión fue cuando José dijo “hasta aquí hemos llegado”. José estaba contra la pena de muerte, y habían condenado a una persona que había querido salir de la isla. Ahí fue más duro porque Fidel explicaba y explicaba y José repreguntaba y repreguntaba. José no podía perdonar bajo ningún concepto esa condena capital, ni en Cuba, ni en Estados Unidos, ni en país alguno.

P. ¿Cómo reaccionó Fidel Castro?

R. Lo entendía. Que los jueces habían tomado esas decisiones porque existía la pena de muerte, lamentablemente, que quizá se evitaría así que hubiera más situaciones como esa que pusieran en riesgo otras vidas en el océano. En fin, él tenía sus explicaciones. Luego derivaron en otra conversación, pero ya con una relación más forzada. Acabaron dándose la mano.

P. Estuvo muy enfermo y solo usted creía que se recuperaría. En su casa portuguesa dijo que lo había resucitado, “he regresado…”

R. Supo que tenía leucemia. Una neumonía le complicó más la vida. Pero tuvo un proceso de recuperación tras el que escribió El viaje del elefante, que es, de alguna manera, la recuperación de su país, y sobre todo de su idioma. Le salió de dentro. Y cuando vuelve a Lisboa a presentar ese libro y la exposición La consistencia de los sueños, que prepara Fernando Gómez Aguilera en Lanzarote, es como si hubiera profundizado su relación con su país. Volvió a hacer Un viaje a Portugal, como el título de aquel libro suyo.

P. El Gobierno de Cavaco Silva impidió que El Evangelio… accediera a un premio europeo y eso motivó su marcha a Lanzarote, con usted. ¿Fue difícil la relación con Portugal después de 1993?

R. Él tenía una relación espléndida con su país. El país se levantó en alegría cuando recibió el Nobel. Pero tenía una relación horrible con un Gobierno que se había permitido el lujo de censurar un libro y de cometer muchas atrocidades económicas. Lo que lo enfada no es el país, es Cavaco. El único gesto de dignidad de éste fue ausentarse para no ir al entierro de José.

P. Vivió en Lanzarote desde aquel año. Es de la isla. ¿Y de España?

R. De las Españas. Aún para un portugués es difícil entender la relación que tenemos aquí, en España. De hecho, cuando vino a Andalucía se hizo andaluz. Luego, con Manuel Vázquez Montalbán y con otros, conoce Cataluña, y más tarde se involucra absolutamente con Euskadi y con el proceso de paz. Y, por supuesto, con Canarias. Él tiene una relación con la península Ibérica extraordinaria. Hablaba de la fortuna española, con tantos idiomas, así que defendía el diálogo multicultural, y por eso junta a las Españas y a Portugal en La balsa de piedra.

P. ¿Por dónde va la balsa de piedra con la que él soñaba?

R. Estamos un poco atascados en mitad del mar. Si no avanza es porque estamos hablando de si son galgos o son podencos, en vez de estar haciendo cosas importantes. Les falta imaginación a los gobiernos.Fuente: Juan Cruz para www.elpais.com

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