Nicanor Segundo Parra Sandoval (San Fabián de Alico, 1914–La Reina, Santiago, 2018) fue un poeta, matemático y físico chileno cuya obra ha tenido una profunda influencia en la literatura hispanoamericana. Considerado el creador de la antipoesía, es para muchos críticos y autores connotados, tales como Harold Bloom, Niall Binns o Roberto Bolaño, el mejor o uno de los mejores poetas de Occidente. El mayor de la Familia Parra -cantera de reconocidos artistas y músicos de la cultura chilena– recibió el Premio Nacional de Literatura (1969) y el Premio Miguel de Cervantes (2011), entre otras distinciones, además de haber sido candidato al Premio Nobel de Literatura en diversas ocasiones.
Decir la realidad en unos cuantos giros expresivos, reflejar la conmovedora existencia del individuo en una patética situación vulgar y concentrar el lenguaje poético en una espiral de creciente intensidad, son los logros que hacen de Nicanor Parra un poeta fundamental de la tradición latinoamericana. Frente a la extensión de la novela de su propio tiempo: la de Cortázar, Fuentes, Rulfo y Vargas Llosa, autores que exploraron la libertad expresiva y la posibilidad verbal en una empresa extensa, casi abrumadora de escape del decir trivial en cientos de páginas; el antipoeta ratifica para la poesía su superioridad connatural, precisamente a través del movimiento inverso: transfigurar los desechos del habla cotidiana en unas pocas palabras pletóricas de amplitud humana.
El antipoema es la respuesta a una época que ya no puede celebrar a la naturaleza, ni al hombre, ni muchos menos alabar a la divinidad. El yo nerudiano, pleno de grandeza cívica, histórica y geográfica se diluye en un contradiscurso lírico- el parriano- que comunica una visión discontinua, deslumbrante, quebradiza del sujeto moderno entrevisto en medio de su padecer la irracionalidad y la inhumanidad fundamental de una sociedad que sólo aparentemente descansa en la razón y el humanismo. La denuncia, el humor, la sátira intelectual, son sólo la superficie de una piedad sublime hacia ese ser histórico cuyo conocimiento del mundo se ha desmoronado. Como los personajes de Kafka, el personaje de los antipoemas se embarca en una búsqueda de conocimiento imposible, mediada por circunstancias insuperables, que hacen de la desesperación el modo emblemático de habitar la ciudad. La formulación silogística de estos textos se resiste a la estructura de principio, medio o fin del poema tradicional. La vida y la experiencia, percibidas como un cúmulo de alienaciones diversificadas y en permanente fuga hacia “otros vicios del mundo moderno”, no pueden ser definitivamente captadas. El acercamiento a la realidad se produce, compensatoriamente, desde la teoría de la relatividad y el principio de incertidumbre. El antipoeta debe dejar entrar en su discurso diversos modos de hablar: el lugar común, la frase hecha, el discurso publicitario, el litúrgico, el político, el del cine y el de la radio, porque la poesía ya no morará en “los poemas”, ni siquiera en los antipoemas, sino en la vida anónima del lenguaje, donde quiera que éste sea encontrado, el un procedimiento similar al objet trouve de Duchamp. Ese lenguaje hablado de la calle será incorporado en forma azarosa y le será devuelto al receptor con sumo cuidado, a modo de parábola de lo que la vida hace con él al margen de sí mismo. La aparente despreocupación verbal, el poema como la sinopsis de un cuento malogrado, son sólo el envase esquelético de un flujo explosivo, donde lo poético es incorporado de contrabando. El lector hipócrita de Baudelaire es, en Parra, el lector anestesiado, sin hábitos de concentración, desengañado, solitario en un mundo lleno de desprestigiadas palabras. El reconocimiento de la forma coloquial en sus diversas variantes, incluso la periodística o el léxico burocrático, produce el efecto de extrañamiento que devuelve la atención del lector, impecablemente magnetizado por la familiaridad en el reconocimiento del vacío en que descansan los diversos modos del ser institucionalizado, ahora desublimados por Parra. Este es el gran logro del poeta: bordear en todo momento una alegórica vulgaridad, para detectar en ella la tragedia y comicidad del hombre integral. La paradoja es que a este ambicioso afán sólo le cabe la operación fragmentaria, el laconismo, la brevedad beckettiana; el poeta no es “el pequeño Dios”, sino el reverso exacto de su inmensidad ambiciosa. “El arte nunca ha sido un intento de aprehender la realidad como un todo”, dijo Herbert Read, y para leer a Parra se debe tener en cuenta esa crudeza sentenciosa: al mayor afán, el paso de la hormiga, el trabajo que ni Hércules soñó. He ahí la mayor enseñanza para el futuro poeta, dicha por el mismo Parra: “Cultivar un jardín/ es ponerse la soga al pescuezo/ recomiendo vivir en pedregales”.
Rodrigo Arriagada-Zubieta
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UN HOMBRE
La madre de un hombre está gravemente enferma
Parte en busca del médico
Llora
En la calle ve a su mujer acompañada de otro hombre
Van tomados de la mano
Los sigue a corta distancia
De árbol en árbol
Llora
Ahora se encuentra con un amigo de juventud
¡Años que no nos veíamos!
Pasan a un bar
Conversan, ríen
El hombre sale a orinar al patio
Ve una muchacha joven
Es de noche
Ella lava los platos
El hombre se acerca a la joven
La toma de la cintura
Bailan vals
Juntos salen a la calle
Ríen
Hay un accidente
La muchacha ha perdido el conocimiento
El hombre va a llamar por teléfono
Llora
Llega a una casa con luces
Pide teléfono
Alguien lo reconoce
Quédate a comer, hombre
No
Dónde está el teléfono
Come, hombre, come
Después te vas
Se sienta a comer
Bebe como un condenado
Ríe
Lo hacen recitar
Recita
Se queda dormido debajo de un escritorio.
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De Obra Gruesa, 1969.
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Quédate con tu Borges
él te ofrece el recuerdo de una flor amarilla
vista al anochecer
años antes que tú nacieras
interesante puchas que interesante
en cambio yo no te prometo nada
ni dinero ni sexo ni poesía
un yogur es lo + que podría ofrecerte
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De El último apaga la luz, 1993.
Fuente: Rodrigo Arriagada-Zubieta para https://buenosairespoetry.com/