Ludwig van Beethoven (Bonn, Arzobispado de Colonia, de 1770-Viena, 1827) fue un compositor, director de orquesta, pianista y profesor de piano alemán. Su legado musical abarca, cronológicamente, desde el Clasicismo hasta los inicios del Romanticismo. Es considerado uno de los compositores más importantes de la historia de la música y su legado ha influido de forma decisiva en la evolución posterior de este arte. Siendo el último gran representante del clasicismo vienés (después de Christoph Willibald Gluck, Joseph Haydn y Wolfgang Amadeus Mozart), Beethoven consiguió hacer trascender la música del Romanticismo, influyendo en diversidad de obras musicales del siglo XIX. Su arte se expresó en numerosos géneros y aunque las sinfonías fueron la fuente principal de su popularidad internacional, su impacto resultó ser principalmente significativo en sus obras para piano y música de cámara. Su producción incluye los géneros pianístico (treinta y dos sonatas para piano), de cámara (incluyendo numerosas obras para conjuntos instrumentales de entre ocho y dos miembros), concertante (conciertos para piano, para violín y triple), sacra (dos misas, un oratorio), lieder, música incidental (la ópera Fidelio, un ballet, músicas para obras teatrales), y orquestal, en la que ocupan lugar preponderante Nueve sinfonías.
A principios del otoño de 1802 Ludwig van Beethoven se encuentra deprimido y melancólico. La sordera se manifiesta ya de una manera cruel y dolorosa. Agotado el compositor piensa en el suicidio. Se despide de sus hermanos con una carta que nunca llegó a enviar pero que pasó a la posteridad como el Testamento de Heiligenstadt.
Para mis hermanos Karl y Johann:
Vosotros, que pensáis que soy un ser odioso, obstinado, misántropo, o que me hacéis pasar
por tal, ¡qué injustos sois! Ignoráis la secreta razón de lo que así os parece. Desde la infancia mi corazón y mi espíritu se inclinaban a la bondad y a los tiernos sentimientos aún cuando estaba siempre
dispuesto a acometer grandes actos; pero pensad tan sólo que desde hace casi seis años he sido golpeado por un mal pernicioso que médicos incapaces han agravado.
Decepcionado de año en año, en la esperanzade una mejoría, forzado a terminar considerando la ventualidad de una larga enfermedad, cuya curación, de ser posible,exigiría años; nacido con un carácter ardiente y activo, inducido a las distracciones de la vida social, he debido muy pronto aislarme, vivir
lejos del mundo, en solitario. A veces creía poder sobrellevar todo esto.
¡Oh!, como he sido entonces cruelmente llevado a renovar la triste experiencia de no oír más. Y,sin embargo, no me era posible decir a los hombres: Hablad más fuerte, gritad, porque soy sordo. ¡Ah!, cómo poder confesar la debilidad de un sentido que en mí debería existir en un estado de mayor perfección, en una perfección tal que muy pocos músicos la hayan conocido jamás.
¡Oh!, no puedo más; perdonadme también si me veis mantenerme al margen, cuando me uniría gustosamente con vosotros.
Mi desgracia me resulta doblemente penosa, pues por ella debo llegar a ser desconocido; para mí se acabaron los incentivos en la sociedad de los hombres, las conversaciones inteligentes y las mutuas
expansiones.
Absolutamente solo, o casi, solamente en la medida en que lo exija la más absoluta necesidad podré volver a tener contacto con la sociedad; debo vivir como un proscrito. Si me acerco a la gente, estoy enseguida atenazado por una angustia terrible: la de exponerme a que adviertan mi estado.
Así he pasado estos últimos seis meses en el campo, aconsejado por mi inteligente médico,para cuidar mis oídos lo más posible. El previó, casi, mi actual situación, aunque a veces, arrastrado por el instinto de la sociedad, me he dejado desviar del camino señalado. Pero qué humillación cuando alguien a mi lado oía el
sonido de una flauta a lo lejos y yo no oía nada, o cuando alguien oía cantar a un pastor y yo tampoco oía nada. Tales situaciones me empujaban a la desesperación, y poco ha faltado para poner yo mismo fin a mi vida.
Es el arte, y sólo él, el que me ha salvado. ¡Ah!, me parecía imposible dejar el mundo antes de haber dado todo lo que sentía germinar en mí, y así he prolongado esta vida miserable, verdaderamente miserable, con un cuerpo tan sensible al que todo cambio un poco brusco puede hacer pasar del mejor al peor estado de salud. Paciencia, es todo lo que me debe guiar ahora, y así lo hago.
Espero mantenerme en mi resolución de esperar hasta que le plazca a la Parca cruel romper el hielo. Quizá me fuese mejor; quizá no; pero soy valiente.
A los veintiocho años, estar obligado a ser un filósofo no resulta cómodo; para un artista es todavía más duro que para otro hombre.
Divinidad, tú que desde lo alto ves el fondo de mi ser sabes que viven en mí el deseo de hacer el bien, y el amor a la humanidad.
Hombres, si leéis esto algún día, pensad que no habéis sido justos conmigo, y que el desgraciado se consuela encontrando alguien que se le parezca, y que, pese a todos los obstáculos de la Naturaleza, ha
hecho, sin embargo, todo lo posible para ser admitido en la categoría de los artistas y hombres de valía.
Vosotros, mis hermanos Karl y Johann, cuando yo muera, y si el profesor Schmidtvive todavía, rogadle en mi nombre que describa mi enfermedad, y añadid estas páginas, a fin de que al menos después de mi muerte se reconcilie conmigo.
Al mismo tiempo, os declaro aquí herederos de mi pequeña fortuna (si se le puede llamar así). Repartidla honestamente; comprendeos y ayudaos mutuamente. Lo que habéis hecho contra mí os lo he perdonado hace tiempo, bien lo sabéis. A tí, hermano Karl, te agradezco especialmente el afecto del que me has
dado pruebas en los últimos tiempos. Mi deseo es que vuestra vida sea mejor y menos triste que la mía; recomendad a vuestros hijos la Virtud, ella sola puede volvernos felices, y no el dinero; hablo porexperiencia; es ella la que me ha reanimado en mi aflicción; le debo, como a mi arte, no haber terminado mi vida con el suicidio.
¡Adiós y amaos! Estoy muy agradecido a todos mis amigos, en especial al príncipe Lichnowsky y al profesor Schmidt.
Los instrumentos donados por el príncipe L. deseo que puedan ser conservados poruno de vosotros; pero que esto no sea motivo de conflicto entre los dos; cuando puedan serviros más útilmente para cualquier
otra cosa, vendedlos. Estaré contento si puedo, bajo la lápida de mi tumba, ser aún útil.
Ya está hecho: con alegría voy al encuentro de la muerte. Si viene antes de que haya tenido ocasión de desplegar todas mis posibilidades para el arte, entonces llega demasiado pronto para mí, a pesar de mí duro Destino, y me gustaría que no fuese más tardía; sin embargo, aún entonces sería feliz; ¿No me librará ella de un estado de sufrimiento sin fin? Ven cuando quieras, voy animosamente a tu encuentro.
Adiós, y no me olvidéis del todo en la muerte; tengo derecho a esto de vuestra parte, ya que durante mi vida he pensado frecuentemente en haceros felices, sedlo.
Heiligenstadt, 6 de octubre de 1802.
Fuente: www.gracus.com.ar