Educador, discípulo de Paulo Freire, secuestrado y torturado por la dictadura, durante el gobierno de Héctor Cámpora fue coordinador del programa de educación para adultos. Hoy repasa esa experiencia y analiza la concepción macrista de la Educación.
“Si bien comprender resulta imposible, conocer es impostergable porque aquello que sucedió puede volver a suceder. Las conciencias pueden volver a oscurecerse. Incluso la nuestra”.
(Primo Levi, sobreviviente de Auschwitz)
Este capitalismo financiero construye hegemonía a partir de la penetración no sólo de las instituciones, a las que despolitiza, sino de los propios sujetos”, dice Orlando Nano Balbo. Discípulo de Paulo Freire, con una larga e intensa trayectoria como maestro, Balbo fue coordinador del programa educativo para adultos durante el gobierno de Héctor Cámpora. Secuestrado el 24 de marzo de 1976 por la patota de Guglielminetti, sobrevivió a la cárcel de Rawson pero quedó sordo por efecto de la tortura. De la mano de monseñor Jaime de Nevares, fundador de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) logró exiliarse en Roma y trabajó en la imprenta del Vaticano. De regreso al país, se instaló en Huncal, un hostil paraje en la precordillera patagónica con el fin de alfabetizar una comunidad mapuche. Fue el primer testigo en el juicio contra represores por la causa “La Escuelita II”. En 2015 recibió el Doctorado Honoris Causa por su trayectoria en la Universidad de Luján. En la actualidad, participa de bachilleratos populares y seminarios sobre educación popular. “Que me hayan dejado sordo no quiere decir que me calle,” señala Nano en el libro Un maestro de Guillermo Saccomanno. Como un mantra, por la memoria, contra el olvido.
En una extensa entrevista con Socompa, Nano Balbo cuenta su participación en el programa CREAR gestado durante la primavera camporista, la experiencia educativa en Huncal -que lo dio vuelta “como un guante”-, la crisis de representatividad política e institucional y la construcción de hegemonía del macrismo, en un oscuro contexto de avance del capitalismo financiero.
Su primer acercamiento a la política fue de niño. Nano acompañaba a su padre a las estancias, en las que, en épocas de elecciones y con el peronismo proscripto, aquél arengaba a la peonada. Vivían en Pellegrini, provincia de Buenos Aires, y concurría a la escuela pública del pueblo, en la que dominaba el alumnado de clase media. Allí, en ese espacio educativo que lo formaría para el resto de su vida, sufrió la discriminación por ser “paisanito” y no pertenecer. Se impuso como meta personal estudiar y se recibió de bachiller y maestro. Corría el 69 y le tocó la colimba en un cuartel en Junín de los Andes: allí conoció al escritor Saccomanno y trabó amistad con Diego Frondizi, militante de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP). En los setenta se acercó al peronismo de base y en marzo del 76 se desempeñaba como secretario parlamentario de la diputada peronista René Chávez. El mismo 24 una patota comandada por Raúl Gulgielminetti lo secuestró de su casa: Nano había viajado para alertar a los compañeros comprometidos que los secuestros eran inminentes. Pasó seis meses en la Unidad 9 y luego fue trasladado al penal de Rawson. Fue salvajemente torturado. Apegado al férreo deseo de sobrevivir, se propuso soportar los golpes, la picana y el submarino. Pudo fugarse pero lo venció el temor a que lo fusilaran. “Si intentaba escapar, iban a bajarme. Y yo quería vivir”, relata Balbo.
-¿Cómo fue la experiencia de ser parte del programa educativo CREAR (Campaña para la Reactivación Educativa del Adulto para la Reconstrucción) durante el gobierno camporista?
-Cuando asumió Héctor Cámpora creíamos que estábamos frente a un proceso revolucionario. Era una verdadera fiesta popular. Cuando conocimos las designaciones de los ministros, empezaron las primeras decepciones: Ricardo Otero (sindicalista de la Unión Obrera Metalúrgica, UOM), ministro de Trabajo, un vandorista acérrimo; López Rega en Acción Social y así. Sabíamos que el gobierno sería negociado, que toda esa movilización era heterogénea. Cuando se nombró a Jorge Taiana en Educación, pensé “estamos todos locos”, un cirujano al frente de la cartera educativa. Taiana había sido cirujano de Perón, era académicamente impecable y parecía ser intelectualmente honesto. En su discurso frente al Parlamento Taiana habló de educación para adultos y me quedó una frase grabada: “Asumo la conducción de esta institución con el desafío de saberla colonizada desde el origen”. Habló de colonización del sistema educativo y de que había que revertirlo. Y que su proyecto fundamental se centraba en la educación de adultos. El proyecto de la CREAR fue un programa global, fue poner el servicio educativo en manos de los sectores más postergados para reconstruir el tejido social roto. Se dividía en cuatro etapas; la primera etapa de alfabetización; la segunda implicaba recuperar los saberes que el adulto ya había construido por sí mismo a partir de su inserción en el mundo del trabajo, su inserción en la vida, ordenarlos, ayudarlos a sistematizarlos con el agregado de los saberes escolarizados. Se necesitaba para obtener el certificado de primaria completa en corto plazo. Lo más revolucionario es que por primera vez se toma el saber del alumno, que hasta entonces venía siendo desconocido. Se saca al alumno en la posición de invisibilidad en que estaba y se coloca al maestro, al docente no como depositario del saber sino como constructor de esas condiciones. En este concepto estaba anclada la CREAR. Era un programa revolucionario para la época, no en vano, caído el gobierno de Cámpora fue combatida con políticas de contrainsurgencia. En la tercera etapa se elaboraban los materiales educativos (lecturas, materiales educativos pertenecientes a los integrantes de la comunidad) que nosotros reivindicábamos con grabaciones para registrar la memoria y editábamos en forma de lectura como devolución a los alumnos de su historia escrita. Y la cuarta etapa consistía en la organización de los sectores populares en comisiones vecinales, iglesias, sindicatos. Cuando se llegaba a esa etapa, cada institución se hacía cargo del proceso educativo del pueblo y el estado asesoraba pedagógicamente. El estado renunciaba no a la obligación de proveer educación, que la seguía manteniendo, sino al monopolio del sistema educativo, y la sociedad civil comenzaba a construir su propio proceso educativo.
-Desde el gobierno te convocan para ser coordinador provincial de la CREAR en Neuquén…
-Sí, yo era maestro de adultos y me convocan a ser parte de la CREAR. Para la campaña se dividió al país en seis regiones: en cada región se contaba con una universidad que se ocupaba de todo el aspecto pedagógico al tiempo que se trataba de reconciliar con la estructura de la DINEA (Dirección Nacional de Educación de Adultos). No había recursos ni cuadros suficientes así que no valía la pena confrontar con ellos. Cuando me enviaron el proyecto, lo leo y digo “esto es hermoso”, pero me negué a aceptar, no me consideraba capaz, tenía 24 años! Me pidieron que buscara a alguien y al no encontrar, me dieron el pasaje y me mandaron a asumir.
– ¿Cómo ves a la educación hoy? ¿Encontrás algún vínculo en la experiencia de los bachilleratos populares que remita a la experiencia de la CREAR?
-El estado entiende la escuela para disciplinar. Nuestra escuela hoy es patriarcal, profundamente colonizadora, etnocentrista, eurocentrista. Cuando todo esto empieza a crujir la sociedad civil va buscando su propio proceso educativo. Los bachilleratos populares no están acompañados por el gobierno, como lo estuvo la CREAR, pero creo que los mueve la misma mentalidad. ¿El crecimiento a nivel de conciencia de nuestro pueblo pide una educación popular o es que la educación popular va a gestar la elevación del nivel de conciencia de nuestro pueblo? No, no es ni una idea ni la otra. Hay una relación dialéctica entre las dos. Nuestro pueblo empieza a ver que hay otra educación, que la necesita, entonces empieza a encontrar formas de concreción y cuando se concretan las primeras, la experiencia comienza a multiplicarse. Esto, en la CREAR, estaba reconocido desde el estado, por eso fue un proyecto peligroso para los círculos de poder.
El (des)exilio
Cuando Nano regresó de su forzado exilio en Roma, Italia, se encontró con una realidad que no cuadraba: en las charlas atormentadas con amigos y compañeros que invitaban a que olvidara el horror padecido, comenzó a sentirse más extranjero que en la península. Tuvo la necesidad imperiosa de informarse, conocer en qué estadio se hallaba la incipiente democracia alfonsinista, pero también de preguntar y cuestionar, dialogar, contar lo sucedido, dar testimonio para evitar que se instalara el olvido. Al ver por tevé a Guglielminetti como guardaespaldas detrás del presidente Alfonsín, pensó de inmediato en volver a Europa. Jaime de Nevares, que lo había salvado de la cárcel y ayudado a salir del país, reapareció como sostén, proponiéndole la posibilidad de instalarse en Huncal, con el fin de alfabetizar a la comunidad Millain Currical en aquel lejano territorio patagónico.
– Alguna vez dijiste que la experiencia mapuche alfabetizadora en Huncal, a la que llegás tras regresar al país en el 85, te enseñó más de lo que vos, como educador, enseñaste a la comunidad mapuche y que por otro lado, fue tu modo de “desexiliarte”.
– El docente no suele comprender que ese proceso de diálogo presente en la educación popular lo enriquece mucho. A veces, esa negociación cultural no es pacífica, mientras la escuela tradicional sigue hablando de “Conquista del desierto” los niños mapuches dicen por lo bajo “invasión cultural”, porque para ellos fue así, fueron invadidos. Cuando yo llegué con esa impronta no querían saber nada, estaban colonizados esperando al maestro ciruela. Fue un golpe duro: casi regreso de Huncal. Había estado dos meses en los que hice una prospección territorial. Sabía que podía encontrarme un panorama así, pero la realidad fue al comienzo más dura aún. Yo daba clases en la cooperativa, en la capilla, al aire libre acompañándolos en su viaje de invernada. Al preguntarles qué querían saber, respondieron: “El que sabe es usted, maestro. Usted es quien tiene que decirnos lo que tenemos que aprender”. Parecía un ritual ceremonial, ¡hasta me esperaban parados al lado del banco destartalado que teníamos! Entré en crisis, lo hablé con una profesora y me explicó que se estarían retrotrayendo al momento en que la escuela los expulsó y los culpó de esa expulsión, entonces, pensamos, ¿Será que necesitan psicológicamente volver a aquel momento para poder tomar impulso? Había que pensar en ese momento. Traté de imitar a la maestra más jodida que tuve en mi vida y ahí de a poco los fui sacando. La educación popular es un punto de llegada, no de partida. Ahí comenzó una negociación cultural con mucha dificultad porque no nos olvidemos que ellos fueron históricamente negados, ellos se decían paisanos porque era el último escalón social que les permitía ser argentinos, sentir que formaban parte de ese Estado que los negaba. No fue fácil porque ellos conservaban su cultura, la que yo quería conocer. Ahí comienza un proceso de negociación cultural, de aprendizaje mutuo, lento, que me permite repensar todo lo que yo pensaba sobre educación. Yo estuve quince meses en Huncal, con un contrato claro. Les dije: el día que uno de ustedes tenga el certificado yo me voy, mi presencia acá tiene fecha de vencimiento, que es la garantía de la obtención de un certificado; quise evitar falsas expectativas. Ese es otro aprendizaje sustantivo, cuando hay negociación cultural, para ser un buen docente se debe poder transitar las dos culturas con fluidez, pero llevar al alumno a que él también pueda hacerlo. Yo salí de Huncal muy enriquecido, allí pude reflotar mi cultura del campo, donde nací y me crié. Y fue un proceso de des exilio. Allí pude reconectarme y comprender las secuelas que había dejado el terrorismo de estado. Huncal también fue la posibilidad de confirmar si seguía en condiciones de enseñar. Con los mapuches aprendí más de lo que enseñé.
-¿Cuál es tu mirada sobre la actual coyuntura de avance del macrismo, sobre todo teniendo en cuenta los resultados de las últimas elecciones?
-El neoliberalismo o este capitalismo financiero está logrando una construcción hegemónica en nuestro país porque no sólo está afectando las instituciones sino que está penetrando en la constitución de los sujetos, generando mayor individualismo y una despolitización de la sociedad. Esto también se logra porque de enfrente, la clase política o los dirigentes capaces de hacer política han despolitizado al conjunto de la sociedad, entonces la campaña electoral se transforma en una campaña que sólo busca mover emociones no argumentos ni fundamentos. Allí el neoliberalismo encuentra el terreno asfaltado para ganar las elecciones. Ellos –en alusión al macrismo- hicieron todo un proceso de construcción de hegemonía y las elecciones, más bien, el resultado electoral, les cayó como fruta madura. Si esto no se revierte, sigue avanzando: no olvidemos que Mauricio Macri ganó las elecciones en 2013, 2015 y ahora, 2017. Y cada vez las va ganando con más amplitud, entonces, si no se revierte profundamente la práctica que básicamente está apuntando a construir candidaturas para ganar elecciones de frente a un monstruo que construye hegemonía, que avanza sobre las instituciones y la constitución de los sujetos, los resultados electorales van a seguir siendo los mismos.
-¿Vislumbrás en el escenario político actual alguna posibilidad de construcción de contra hegemonía al poder dominante?
– Yo creo que están surgiendo alternativas, nuestro pueblo es un pueblo muy buscador, yo confío en mi pueblo y cuando las instituciones no le da respuestas el pueblo las construye por afuera de ellas. Hay una serie de movimientos informales, de economías informales donde se está construyendo otra manera de relacionarnos, buscando la soberanía alimentaria, la salud ambiental, buscando formas no tan agresivas de vivir en este mundo. Creo que desde allí es donde se está creando este nuevo relato contra hegemónico. La nueva sociedad, la nueva cultura se está generando por afuera de las instituciones, como interpelación a esas instituciones. Sectores minoritarios que están viviendo un proceso instituyente; la política es un conflicto que se resuelve a futuro, si no es instituyente, se repite, un poco esto es lo que decía Paulo Freire cuando hablaba de que si la educación no es liberadora, el sueño del oprimido va a ser, ser un opresor. En el campo educativo, en las márgenes del sistema también hay docentes que están generando –a partir de un esfuerzo cotidiano- un nuevo modelo educativo, los bachilleratos populares, como formas todavía no reconocidas por el sistema y en ocasiones, con una cierta rispidez respecto de la escuela formal, la educación popular que se gesta en alguna escuela formal, en algunos institutos de formación docente; uno va encontrando incipientes formas de una nueva manera de organizar la vida, de una nueva manera de relacionarnos con las personas, donde el otro no sea el enemigo, un adversario sino que el otro es una oportunidad, para ser distinto, para ser mejor. Una manera de relacionarse con el mundo, con el ambiente, el hombre deja de ser parte central de la naturaleza –la parte más negativa, inclusive-. Suelen ser sectores combatidos, descalificados, pero históricamente, en el devenir de los procesos sociales, ocurrió esto: esos sectores minoritarios fueron haciéndose instituyentes hasta lograr los cambios en la sociedad.
Fuente: Soledad Iparraguirre para http://www.so-compa.com/e