viernes, abril 19, 2024
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Aprendo física porque me gusta

La apasionante historia del profesor prohibido que creó la mayor cuna de físicos del país. Daniel Córdoba da un taller en Salta que reúne más de 200 alumnos los sábados y que se convirtió en una fuente de ingresantes al prestigio Instituto Balseiro. Sus años en la «clandestinidad» y su modo de enseñanza que se volvió objeto de estudio.

Cada sábado más de doscientos chicos se congregan en el anfiteatro de la Universidad de Salta a las 9 y media de la mañana. Se juntan a aprender física. No van por obligación, ni porque necesitan de ese curso para recibirse. Lo hacen por gusto. Y en el medio, aprenden. Al frente está Daniel Córdoba.

En 1991 el profesor ya trabajaba en la universidad, pero no estaba conforme con cómo se enseñaba. Se dio cuenta de que los sábados la seguridad era mínima en la casa de estudios. Iba a jugar al fútbol con amigos y para usar la cancha nadie tenía que pedir permiso. Tampoco -intuyó- había que pedirlo para usar una de las aulas. Eligió una de las que estaba cerca de la confitería e instaló su taller extracurricular.

«Veía que había muchos chicos que les costaba la física porque se enseñaban fórmulas y teorías complejísimas en poco tiempo. A veces uno quiere que los chicos aprendan en una clase teorías que a la humanidad le costó 200 o 300 años entenderlas. En la clase convencional uno está atado a normas y a un programa. Entonces empecé a trabajar con tiempos más acordes, con desafíos complejos de la realidad», le dice Córdoba a Infobae.

El enfoque era otro. Empezó a plantear problemas que iban desde cómo se cocina un bife hasta de dónde salió la bala que mató a John Kennedy, pasando por preguntas básicas como «por qué caminamos». En un principio eran dos alumnos, pero el boca a boca surtió efecto pronto. El objetivo inicial era formar chicos para competir en las olimpiadas de física. Después comprendió que estaba errado. «Me di cuenta de que para la mayoría la física era algo imposible. Entonces le puse el nombre: ‘Física al alcance de todos’«.

Detrás de ese nombre había un concepto. «Los desafíos los combiné con las historias de las ideas. Les contaba los relatos que dieron origen a las teorías más importantes y se enganchaban. En el colegio es algo que no se puede hacer porque no da el tiempo. En cierto punto, logré hackear el sistema. Yo no avanzaba tanto, pero sí les daba habilidades de pensamiento. Y los chicos entendían», recuerda el profesor.

En 1995, uno de sus alumnos -en su mayoría chicos de secundaria que tenían problemas con la materia- logró ingresar al Instituto Balseiro, en Bariloche, el más prestigioso formador de físicos del país. El hito llegó a oídos de las autoridades del colegio preuniversitario de la UNSa, que desconocían del curso que se dictaba a sus espaldas. Inmediatamente lo prohibieron por considerarlo «elitista», por intuir que solo trabajaba con los «mejores alumnos». Le dijeron que eso iba en contra del espíritu de la institución y lo suspendieron.

Fueron seis meses sin el taller. Hasta que, ya con las aguas más calmas, pudo apropiarse de otra aula universitaria. «Después de eso, durante ocho años fui un profesor clandestino, sin cobrar un peso por el taller y sin el respaldo institucional. Hice rancho aparte y poco a poco, la cantidad de talleristas aumentó. Aumentó más de lo normal», cuenta Córdoba.

Muchos de los chicos que llegaban -y llegan- lo hacen con la idea de estudiar ingeniería, de mejorar en física para seguir una carrera difícil pero bien remunerada. Pero son unos cuantos los que terminan cambiando de rumbo y ven a la carrera de físicos como una posibilidad. De hecho, el curso se convirtió en el gran semillero del Balseiro. Cinco años atrás, el 23% de los ingresantes eran salteños; casi uno de cada cuatro, un número «imposible», dice.

En sus años en la «clandestinidad», a Córdoba se le hizo costumbre anotar en una libreta negra sus sensaciones después de cada clase. Apuntar qué debía mejorar, en qué momentos los alumnos se habían entusiasmado, qué desafíos eran los que más encendían la chispa. Hoy varios tesistas, incluso a miles de kilómetros de distancia, como en la Universidad Complutense de Madrid, estudian esas libretas. La pregunta que los desvela es: cómo se forman -y convierten- las vocaciones científicas. Más bien, si la «nerditud» (sic) se puede aprender.

El taller extracurricular hoy tiene 216 alumnos

El éxito del taller se hizo evidente y comenzaron a llegar los reconocimientos. Laureles provinciales, como de la Cámara de Diputados y el Concejo Deliberante salteños, y nacionales como el Senado y el Ministerio de Educación. El colegio no tuvo opción y lo oficializó. «Física al alcance de todos» dejó de ser clandestino.

Hoy Daniel tiene 55 años. El taller sigue vigente e incluso con más fuerza. Cada vez que abren la inscripción, a las pocas horas se agota el cupo. Tienen tres niveles de dificultad. A medida que los chicos avanzan compiten en olimpiadas o trabajan en actividades del colegio. Incluso hay un cuarto nivel, que son sus ayudantes, algunos de los jóvenes que se dedicarán a la física.

Pasaron reconocimientos de organismos públicos y privados, de fundaciones, ONGs y centros educativos, pero ninguno lo conmovió tanto como el que recibió el año pasado. La UNSa, la misma institución que lo había prohibido dos décadas atrás, lo nombró Honoris Causa, la máxima distinción universitaria.

«Cuando empecé el taller jamás pensé que iba a escalar tanto. El curso rememora parte de la escuela a la que yo fui: conviven chicos de bajos recursos con otros de familias aventajadas. No está la brecha que tiene la escuela pública hace años -dice el profesor-. En el país hay muchísimos docentes con hidalguía, pero el problema es el sistema educativo. El sistema es como la gravedad: te permite caminar, pero no te permite volar».

Fuente: Maximiliano Fernández para www.infobae.com 

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