jueves, marzo 28, 2024
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Prefiero face to face

«Nada reemplaza la calidez de la relación personal en la escuela», dice María Teresa Andruetto, docente y escritora, quien destaca el trabajo de maestros y alumnos durante la cuarentena.

La cuarentena encuentra a la escritora y docente jubilada María Teresa Andruetto en su hogar de Cabana, un poblado ubicado a unos seis kilómetros de Unquillo, en el valle de las Sierras Chicas cordobesas. En su terreno tiene gallinas, conejos, perros y muchos libros para atravesar el aislamiento obligatorio. En tiempos de límites difusos, donde lo laboral convive con lo privado, la reconocida escritora -ganadora en 2012 del premio Hans Christian Andersen, el mayor galardón internacional otorgado a autores de literatura infantil y juvenil, otorgado por IBBY, Organización Internacional para el Libro Juvenil, considerado «el pequeño Nobel de la Literatura- se reconoce activa en contacto con el trabajo que realizan las y los docentes en tiempos de pandemia.

Del otro lado del teléfono, su voz cálida invita al diálogo sobre el presente. Durante las primeras semanas de la cuarentena obligatoria, Andruetto se sumergió sobre todo en ensayos que reflexionaban sobre la pandemia, como Paul Preciado, Giorgio Agamben, Melanie Klein o Bifo Berardi. Lecturas que fue mechando con ficciones de Miguel Angel Morelli, Diego Muzzio y Marie Gouiriec, entre otros.

Andruetto ya está jubilada de la docencia, que ejerció por más de 20 años. Sin embargo sigue conectada a ese mundo de las escuelas y los proyectos escolares de lectura. «Tengo mi corazón puesto ahí, he trabajado mucho en ese ámbito, tanto en la docencia directa como en la formación de maestros o profesores. Por eso veo el esfuerzo muy grande que están haciendo los maestros y alumnos para resolver la complejidad del momento», afirma a La Capital la autora de El anillo encantadoHuellas en la arenaLa durmienteMiniaturas y La lectura, otra revolución, entre otros libros.

—La enseñanza no presencial llegó de forma abrupta y evidenciando desigualdades preexistentes ¿Qué debate de los que circulan sobre el tema rescata?

—A mí me parece que el corazón de la relación docente-alumno está dado en lo presencial. Sobre todo cuando hablamos de niños o de jóvenes. Distinto es quizás en la educación superior. Cuando esto pase las reglas serán otras y no sabemos bien cómo va a ser la nueva normalidad. Se volverá a las aulas y se volverá a la educación presencial, tal vez con algún ingreso de ciertas cosas aprendidas o utilizadas ahora. Pero no creo que nada reemplace a la calidad y calidez que puede tener la relación personal entre un maestro y sus alumnos en la escuela. También porque esta relación personal, esa mirada singular, permite sortear mejor las diferencias. La excepcionalidad de este momento es la virtualidad, que viene a encontrar un modo que no es el óptimo ni el habitual al que estábamos acostumbrados. Y que necesita del otro lado a otros, no solo al alumno, sino al padre, al abuelo o algún adulto que esté cerca. La gente habla de la falta de ciertos recursos tecnológicos, pero también se evidencia la falta, en algunos casos, de adultos que puedan sostener esto. No todos los padres o abuelos pueden sostener desde otro lado la relación maestro-alumno.

—Bueno, en este tiempo también se puso el eje en la sobrecarga de exigencias tanto a chicos como a docentes.

—Sí. También porque los docentes están trabajando como antes y más para encontrar las maneras. A veces tampoco había un entrenamiento con las cuestiones tecnológicas. Pero también están haciendo las tareas domésticas y el cuidado de sus propios hijos que se quedan en la casa y no van físicamente a la escuela, entonces todo se multiplica. También está esto que nos pasa a todos —y a los docentes más todavía, me parece— que es un tiempo complejo donde pareciera que no estamos haciendo y a la vez estamos sujetos a una demanda muy fuerte desde el afuera a través de las redes, la conexión y demás. Intentando encontrar «nuevas normalidades».

—Si bien la literatura forma parte de la currícula escolar, muchos proponen sobre todo en estos tiempos habilitar esas lecturas por fuera del uso escolar, más cerca del disfrute.

—Las personas que trabajamos en construcción de lectores siempre estamos pensando en eso. En el disfrute de la literatura. Yo suelo decir, al igual que otros, que hay que generar en la escuela un espacio que no parezca de la escuela, para ese disfrute. En el sentido de no volver servil el texto, sino permitir esa disidencia que la literatura muchas veces provoca en nosotros. Es compleja esa cuestión hoy, porque en el contacto personal del aula se puede resolver de hecho mucho mejor. Pero también es cierto que si no es a través de la escuela hay cierto camino de lectura que es muy difícil que un niño o un joven haga. Salvo que tenga un caudal de acceso en su casa, una biblioteca grande, o algún adulto lector. Pero salvo alguna condición especial, no. Entonces, a la vez, cómo hacer con eso si no se instrumentan algunos recursos para llevarlos a esa zona de lectura.—¿Cómo pensar el rol de los mediadores de lectura en este tiempo, ya sea docentes o bibliotecas populares?

—Con algunas bibliotecas he tenido contacto en este tiempo y muchas han armado charlas o grabaciones de autores o docentes que reflexionan acerca de los libros. Otras hacen préstamos. Una biblioteca de Villa La Angostura presentó un proyecto al municipio, en plena cuarentena más rígida, donde los libros que se prestaban también hacían cuarentena: cuando volvían estaban catorce días sin usarse y después recién se volvían a prestar. Creo que siempre hay maneras, uno siempre encuentra. Hay una frase de Nietzche que dice que cuando hay un porqué uno siempre encuentra el cómo. Esto es un poco eso, si hay un objetivo se va tras eso. Quizás no es el cómo ideal, porque también quisiera que quedara bien firme que una computadora no es un aula y que nada reemplaza la presencia viva del maestro mirando las singularidades de sus alumnos.

—¿Cómo se imagina la escuela pospandemia o qué debería cambiar y qué conservar?

—Quizás es una pregunta que me excede, porque no soy directamente una especialista en educación. Pero sí para nuestra sociedad pensaría en una cuestión más equitativa de los recursos, que creo que está en las intenciones de este proyecto gobierno, aunque es mucho lo que falta. Entre unos sectores y otros es mucha la diferencia en libros y recursos personales. Esa es una cosa que me parece que sería muy importante, más allá incluso de la pandemia. También pienso en la valoración que estamos teniendo hoy como sociedad de las tareas de cuidado. Y me parece que pospandemia estaría muy bueno repensar cuánto ganan las personas que enseñan, las que curan y las que cuidan. Es algo como sociedad les debemos y nos debemos a nosotros mismos, porque recae en nuestros hijos, en nuestros nietos y en nosotros mismos. En cuanto a la virtualidad, habrá aprendizajes hechos ahora que se incorporarán a la clase. De hecho el gobierno se plantea el suministro de computadoras para fin de año. Y espero que el Estado pueda comprar y entregarlos como sucedió hace algunos años. Por varias razones: por los chicos básicamente, por los proyectos de lectura, por la gente que trabaja en la industria editorial y sobre todo por la construcción de una sociedad lectora, una sociedad más consciente de sí misma, de lo que tenemos y de lo que nos falta.

—De hecho había arrancado este año con mucha fuerza el Plan Nacional de Lecturas.

—Con mucha fuerza, lo que pasa es que esto ha hecho que todo pasara como a un segundo plano. Pero me parece muy importante que se haya puesto como prioridad uno el cuidado la salud y la vida de las personas. Eso es algo de agradecer.

—Entre sus lectores hay muchos docentes y profesores ¿Qué les dirías para atravesar mejor esta etapa?

—Lo que les he dicho en singular a muchos: valorar el esfuerzo que hacen y que es muy grande. Y también la facilitación de algunas cosas. Me he pronunciado ahora sobre cómo circulan los textos en medio de la pandemia y creo que también tiene que ver justamente con eso: poder intentar facilitar algunos caminos en la tremenda complejidad de enseñar en estas condiciones. Yo a los maestros lo que les he dicho siempre en los espacios de encuentro es el llamado a que sean sujetos de lo que transmite y enseñan, y no meros receptores y transmisores de lo que otros les indican. Cualquiera sea ese otro, sea la editorial, los promotores o el escritor de turno. Que todo eso que uno recibe del afuera tiene que pasar forzosamente por un crisol personal que está hecho desde la propia ideología. Es ahí donde creo que el maestro debe fortalecerse en ser sujeto y sentir la tremenda importancia que tienen las decisiones que toma con respecto a su grupo y a lo que le lleva para leer, si los hace pensar o no. Digo esto porque a veces el maestro muchas veces es el objeto de colonización de otros actores. En el sentido de que su palabra repercute en 30 o 50 alumnos. Ahí puede ser simplemente un vehículo o puede ser un sujeto, que es lo que debiera ser siempre, y muchos lo son de hecho. Un sujeto que toma, reflexiona y saca de sí aquello con lo que acuerda, después de haber hecho esa selección personal. Eso me parece que es una cuestión ineludible. Pero fijate que también se le pide al maestro eso, pero cuando toma ciertas decisiones se lo ataca. Es una profesión muy compleja, que tiene por un lado una pátina de idealización y por el otro una carga muy fuerte de subestimación.—¿Qué lecturas, autores o libros no deberían estar ausentes en las infancias?

—Hay muchísimos libros que podría nombrar, pero no que no deban de estar ausentes, porque justamente mi idea de lectura es una idea donde es muy importante la diversidad y ese camino que el maestro puede hacer entre tantos libros posibles. Podría mencionar libros que me gustan, pero de ninguna manera los pondría en un cuestión como de «no pueden dejar de leer este libro». Pueden dejar de leer cualquier libro y pueden elegir leer cualquier otro. Lo importante es cómo ese maestro se construye a sí mismo como lector. También en la medida en que uno lee cosas de más calidad, libros que se dejen atrapar menos, que tengan mayor poder de connotación, que hagan disparar el imaginario. Pero eso no es igual para unos que para otros. A medida que uno lee ciertas cosas va siendo más exigente también con lo que quiere leer, pero ese camino es tan personal, azaroso y lleno de cosas que por ahí digo tres libros y parece que el que lee eso es buen lector y no es así.

Hablaba de la construcción de una sociedad lectora ¿Qué puede brindar una buena ficción en este tiempo casi ficcional que vivimos?

—La ficción hace muchas cosas que a veces ni siquiera advertimos. Pero entre otras cosas nos obliga como lectores a corrernos de nosotros mismos y a ponernos en el punto de vista narrativo de que eligió quien escribió esa ficción para contarla. Eso hace que nos descentremos y nos pongamos en lugar de un otro, miremos desde ese otro y entonces quizás ahí podemos repensar también nuestras condiciones de vida, nuestros preconceptos, nuestros prejuicios, nuestra manera de mirar. Nos permite vivir, de un modo de simulación, otras vidas. Y entonces expandir nuestra experiencia, que a veces es pequeña y estrecha. Expandirla con las lecturas y lograr quizás una mayor empatía con los otros.

Docencia y lectura

María Teresa Andruetto comenzó a ejercer la docencia en 1983, sobre el final de la dictadura, y trabajó en las aulas hasta 2005. Al principio, como docente de lengua y literatura en escuelas secundarias, y luego en profesorados. Se jubiló dando clases de literatura infantil en un profesorado de teatro. Paralelamente a ese trabajo, entre 1984 y 2007 dictó talleres de escritura y lectura para maestros de distintos lugares. «Siempre hice muchas cosas ligadas a la docencia, por eso ahora que voy a las escuelas solo como escritora no dejo de tener esa marca», reflexiona la escritora.»A lo largo de treinta años no he dejado de ir a lugares donde convocan, incluso donde algún maestro o profesor ha hecho un trabajo con mis libros y voy a acompañarlos. Entonces, se me ha permitido ver escuelas y maestros en condiciones geográficas y sociales diferentes», apunta.

—¿Cuando vas a las escuelas extrañás algo de ese contacto diario?

—Extrañar no, porque cada época tiene lo suyo y fui haciendo mis cierres en distintas etapas. Pero sí que lo valoro mucho es tener el gusto de ver cómo el otro, ese niño o joven del secundario se construye como lector. Ver que no se hace solo sino con ese maestro que tiende las redes con gestos amorosos. Porque me parece que una de las cosas más fuertes que se enseñan son las ganas de hacer algo, esa apetencia. Eso lo he visto muchas veces, cuando un maestro señala algo bonito en un alumno y eso tuerce un destino. Eso me parece tan hermoso.

—¿Hay alguna anécdota que recuerdes de ese vínculo amoroso?

—Durante varios di talleres con niños en un centro cultural. Había una niña llamada Griselda que tenia a su papá en la cárcel porque había matado a su mamá. Su abuela vendía panes caseros en una esquina. La abuela no sabía leer y la niña —además que leía muy bien— tenía mucha apetencia de lectura. Le habían regalado unos de esos libros viejos de contabilidad y ahí escribía sus historias. Una de las cosas que me quedó muy fuerte es que la abuela era la principal promotora de su apetencia lectora por la negativa, por lo que la abuela no tenía había logrado insuflarle eso. A veces los caminos son tan raros. Y hay otra anécdota preciosa que me contó una vez el humorista gráfico Cristóbal Reinoso (Crist), que con mucha gracia me contó que en la escuela era el peor del curso, el que se sentaba en el fondo y se la pasaba dibujando. Hasta que un día la maestra llegó con una caja de tizas, le puso dos ayudantes y le pidió que hiciera un dibujo sobre una fecha patria en la pizarra del patio. Y él se sintió muy valorado y de alguna forma lo convirtió en lo que fue. Porque finalmente todo se trata de que alguien nos mire y nos vea en nuestra singularidad.

Fuente: Matías Loja para https://www.lacapital.com.ar/

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