jueves, marzo 28, 2024
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Por la educación personalizada

Gordon E. Moore –cofundador de la famosa compañía tecnológica INTEL– formuló en 1965 lo que se conocería después como Ley de Moore. En su versión definitiva, establecía que aproximadamente cada dos años se duplicaría el número de transistores contenidos en un microprocesador. Ello supondría un aumento, en progresión geométrica, de su capacidad de computación.

En lo esencial, esa predicción se cumplió y explica lo que hoy conocemos como revolución digital, cuya influencia sobre los individuos, sobre la economía y sobre la sociedad da cuenta, en buena medida, de los cambios acelerados que se vienen observando en lo que va de siglo.

La transformación digital es heredera de dicho cambio tecnológico y comporta su incorporación a las diferentes áreas de una organización; en particular, a la definición de sus procesos y a la concepción de sus estrategias. En sí misma, se trata de una forma de modernización de las organizaciones que está adquiriendo un carácter transversal a todos los sectores de actividad.

En este contexto, la educación escolar no debe quedarse atrás y, sin perjuicio de la preservación de sus irrenunciables bases humanistas, ha de asumir el desafío de integrar el pasado con el porvenir, beneficiándose de las múltiples palancas modernizadoras que ofrecen –y ofrecerán más aún en el futuro– las tecnologías digitales.

Parafraseando la conocida cita atribuida a André Malraux, la transformación educativa será digital o no será. La efectividad de la aplicación de las tecnologías digitales en la enseñanza ha producido cierta decepción cuando su impacto sobre los resultados de los alumnos ha sido sometido a evaluación.

Como ha advertido la OCDE a partir del análisis de datos a gran escala, “no siempre más tecnología es mejor”. La idea clave que emerge de la investigación sistemática consiste en que no son las tecnologías, por sí mismas, las que mejoran los procesos de aprendizaje y los resultados de los alumnos, sino la forma en la que se integran en los procesos de enseñanza, es decir, la concepción e implementación de metodologías didácticas adecuadas.

Pero, del mismo modo que la integración de las tecnologías digitales en la enseñanza no contribuye significativamente a la mejora de los aprendizajes escolares si no forma parte de un modelo instruccional bien pensado y bien implementado, un modelo instruccional ambicioso y potente no será viable –ni sostenible a gran escala– sin la ayuda de las tecnologías digitales y de sus desarrollos futuros, particularmente de la Inteligencia Artificial de última generación. Y ese modelo instruccional no es otro que el de una enseñanza personalizada.

El Departamento de Educación de los Estados Unidos, en el marco de su Plan Nacional de Educación Tecnológica, ha formulado la siguiente descripción sintética de esa noción que cuenta, no obstante, con una larga tradición pedagógica:

“El aprendizaje personalizado se refiere a la instrucción en la cual el ritmo de aprendizaje y el enfoque de la enseñanza están organizados de acuerdo con las necesidades de cada estudiante. Los objetivos de aprendizaje, el enfoque de la enseñanza y los contenidos de la instrucción y su secuencia pueden variar en función de las necesidades del alumno. Además, las actividades de aprendizaje son significativas y relevantes para los alumnos, están orientadas hacia sus intereses y, a menudo, son emprendidas por su propia iniciativa”.

Las dificultades que en otros tiempos planteaba la implantación de la enseñanza personalizada –cuando estaba apoyada tan solo en recursos soportados en papel– son ahora solventadas, con notables ventajas, por las posibilidades que pueden ofrecer plataformas inteligentes capaces de:

  • Organizar múltiples recursos de enseñanza de un modo flexible, de diferentes formas e integrados en diferentes secuencias posibles de aprendizaje.
  • Adquirir representaciones sobre cómo los alumnos usan el sistema, lo que permite efectuar juicios sobre las características del aprendizaje de cada estudiante y sobre sus resultados, con vistas a su posterior facilitación.
  • Reiterar –de acuerdo con la información que emana de la interacción con el alumno– los aprendizajes de conceptos y de procedimientos, aunque empleando en cada caso recursos diferentes y secuencias de aprendizaje alternativas y adaptadas, hasta conseguir el dominio, por parte del alumno, de los conocimientos y de las habilidades deseados.
  • Proporcionar a los estudiantes un feedback personalizado, basado en datos, que permita corregir sus errores y aprender de la experiencia.
  • Facilitar al profesor, en su actividad docente, la toma de decisiones estratégicas, de planificación, de orientación y de apoyo personal a los alumnos, fundadas empíricamente.
  • Dotar al profesor de un caudal de información relevante para las familias sobre la marcha escolar de sus hijos.

Más allá de esa versión modesta de la noción de enseñanza híbrida, que ha saltado súbitamente a la palestra de la mano de la pandemia del coronavirus, una versión más poderosa de dicho concepto deberá comportar la integración de los tres pilares siguientes:

  1. Una personalización de la enseñanza con metodologías centradas en el alumno.
  2. Un enfoque del currículo por competencias, con la ambición propia de un aprendizaje para el dominio (Mastery Learning).
  3. El uso de las tecnologías digitales en la enseñanza, con el empleo de la inteligencia artificial aplicada a lo anterior.

Para el logro de esta transformación digital de la educación escolar, solo una cooperación franca y leal entre los poderes públicos, las compañías tecnológicas, los editores y el profesorado podrá hacer realidad ese sueño ilustrado, todavía incumplido, de lograr una educación de calidad para todos.

Fuente: Francisco López Rupérez para https://theconversation.com

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