sábado, abril 27, 2024
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Mejorando el sistema

“Pobreza de aprendizaje”: las siete estrategias de los sistemas educativos que mejoraron sus resultados. Este año el comienzo de clases  está signado por varias urgencias. Pero la vuelta a las aulas plantea también una pregunta de largo plazo: cómo lograr una mejora sostenida de los aprendizajes. Un informe reciente de McKinsey arroja algunas pistas para encarar este desafío.

Falta menos de una semana para que empiecen las clases en la Ciudad de Buenos Aires y 9 provincias. Este año, el comienzo del ciclo lectivo en Argentina aparece signado por varias urgencias.


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Por un lado, los conflictos abiertos entre el Gobierno nacional y las provincias por la suspensión de los aportes nacionales al salario docente. Por el otro, la negociación entre los gremios, los gobiernos provinciales y la Nación por la pérdida de poder adquisitivo del salario docente. Allí se esperan definiciones a partir del encuentro previsto para esta semana entre la Secretaría de Educación y los cinco gremios docentes nacionales –aunque el objetivo de la reunión es discutir el salario mínimo para fijar un piso a las negociaciones provinciales, el Gobierno prefiere no llamarla “paritaria”–. El panorama se completa con la posible eliminación de las becas Progresar y los fuertes aumentos en la canasta escolar y en las cuotas de las escuelas privadas.

En medio de esta coyuntura, para las escuelas persiste el desafío de mejorar los niveles de aprendizaje, sobre todo en el área de lengua y matemática. En estos días se publicó un informe internacional que puede arrojar algunas pistas para la política educativa nacional: se titula Cómo los sistemas escolares pueden mejorar el aprendizaje a escala y fue elaborado por la consultora McKinsey a partir de una combinación de análisis de datos, revisión de literatura y entrevistas con más de 200 “líderes” del sistema educativo. La pregunta clave es la que se anticipa en el título: ¿qué hacen los sistemas que mejoran sus resultados educativos?

El informe identifica algunas estrategias –las llama “palancas del cambio”– a partir de las experiencias de 14 sistemas (9 países y 5 ciudades o provincias) que muestran avances en los aprendizajes de los estudiantes, medidos por las pruebas internacionales. En América Latina, el informe destaca el caso de Perú y, a nivel subnacional, el del estado de Ceará en Brasil. Los otros países estudiados son Singapur, Estonia, Polonia, Noruega, Marruecos, Sudáfrica, Kenia y Malawi.


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De los casos analizados surge, entre otros hallazgos, que las mejoras sostenidas en el tiempo tienen más chances de ocurrir cuando la política educativa define con claridad unas pocas prioridades, gestiona a partir de los datos, involucra a los docentes y las familias, y construye acuerdos amplios para que los cambios perduren.

Un diagnóstico sombrío: “crisis educativa global”

Con aportes de una docena de autores de distintas partes del mundo, el informe advierte sobre “una crisis educativa global” que afecta especialmente a los países de ingresos bajos y medios: McKinsey considera que, si no se producen cambios sustanciales en las escuelas, más de 700 millones de niños se verán afectados por la “pobreza de aprendizaje” para el año 2050. Los autores consideran “pobre de aprendizaje” a un chico que es incapaz de leer y comprender un texto simple al final de la primaria.

Esta crisis se profundiza con los avances de la inteligencia artificial generativa y la automatización, que demandan habilidades cada vez más sofisticadas en los egresados. Además, la escuela se enfrenta con el reto de preparar a los estudiantes para nuevos desafíos globales como la polarización política, el cambio climático y la salud mental de los jóvenes.

“Durante la última década, el desempeño de la mayoría de los sistemas escolares se ha estancado o disminuido”, afirma el documento de McKinsey a partir de los datos de evaluaciones internacionales (principalmente PISA) y nacionales. Entre esos sistemas con resultados “estancados” se encuentra Argentina, junto con otros 32 países. Por otro lado, hay 23 países que mejoraron y 17 que empeoraron sus resultados en los últimos diez años.

“A primera vista, la falta de progreso puede parecer desconcertante. Durante las últimas décadas, la comunidad educativa ha investigado, desarrollado y sistematizado evidencia sólida sobre lo que los estudiantes necesitan para dominar habilidades fundamentales como la lectura, la escritura y el pensamiento crítico. Sabemos qué intervenciones funcionan”, señala el documento. Y agrega que durante la última década la inversión educativa aumentó en la mayoría de los países –Argentina es una de las excepciones–.

Ante un panorama global más bien sombrío, McKinsey –que ya había analizado casos de mejora educativa en un informe clásico que tiene más de 15 años– indagó en qué están haciendo los sistemas educativos que vienen mejorando sus resultados de manera sostenida. Son cambios que parten desde el aula, pero inciden a gran escala.

El informe muestra que una mayor inversión en educación se asocia con mejores aprendizajes. Sin embargo, el financiamiento no alcanza para explicar estos resultados, dado que a niveles similares de financiamiento existen grandes disparidades entre países: países como Argentina, Brasil y Colombia obtienen peores resultados que Vietnam, Turquía y Ucrania, con niveles parecidos de inversión por alumno. A la vez, el informe muestra que los países que logran resultados de aprendizaje destacados –entre ellos, Polonia, Finlandia, Canadá, Corea del Sur y Singapur– gastan entre 3 y 5 veces lo que se invierte en Argentina.

Aunque aclara que no existe una receta universal y que toda intervención debe adecuarse al contexto, la consultora se anima a trazar una hoja de ruta con 7 estrategias de mejora. Reconoce que, por separado, esas ideas pueden parecer obvias, pero asegura que juntas son “transformadoras”.

El “círculo virtuoso” comienza un diagnóstico preciso que permita anclar las políticas en evidencia, algo que en la Argentina se les cuestionó a muchas de las propuestas planteadas por los candidatos durante la campaña electoral y luego también en la heterogeneidad de reformas que preveía Ley Ómnibus. Identificar qué problema viene a resolver cada medida, de qué diagnóstico se parte, resulta crucial para iniciar el proceso de mejora.

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Construir “una coalición duradera” para el cambio es la primera recomendación que formula el documento: tejer acuerdos, convencer, explicar; no confrontar. En ese punto, el informe sugiere tres ideas: (1) definir con claridad unas pocas prioridades(2) cultivar el liderazgo a lo largo de todo el sistema (y no concentrarlo en un único líder “inspirado”); (3) involucrar a los docentes y las familias.

La siguiente fase del “círculo virtuoso” requiere institucionalizar las reformas para poder escalarlas. En ese sentido, los autores proponen: (4) “crear coordinación y cadencia para el cambio” y (5) “construir estructuras y capacidades de implementación”.

“Los sistemas exitosos se mueven rápidamente para convertir sus planes en acción. Crean una hoja de ruta concreta, ponen a prueba sus planes de implementación y garantizan que el presupuesto esté orientado en torno a prioridades. Aceleran sus cambios para mostrar resultados rápidos en los primeros seis meses y así demostrar impulso. Al mismo tiempo, diseñan a escala para garantizar que los cambios tengan el impacto previsto”, señala el informe.

Por otro lado, los autores destacan que es fundamental construir capacidades en las escuelas y en el gobierno del sistema educativo: “Además de excelentes educadores, los sistemas escolares necesitan excelentes administradores e implementadores de proyectos para traducir la estrategia del ministerio en la implementación en cada aula. Los sistemas exitosos garantizan una capacidad de implementación dedicada dentro del equipo central, en el nivel intermedio y en todas las escuelas”.

Los autores destacan una iniciativa implementada en Ceará, Brasil, donde las 150 escuelas de mayor rendimiento “adoptaron” a las 150 escuelas con peores resultados. Si la escuela de menor rendimiento mejoraba, ambas instituciones eran recompensadas económicamente.

Las últimas dos estrategias apuntan a una gestión basada en datos. En ese sentido, el informe de McKinsey recomienda: (6) medir los resultados de los estudiantes y garantizar su transparencia; (7) implementar lo que se sabe que funciona, pero dejar espacio para la innovación.

Los autores destacan la importancia de usar la información educativa para la mejora en todos los niveles, desde el gobierno hasta las escuelas: “Los líderes escolares exitosos crean sistemas de datos sólidos, identifican tendencias y utilizan los datos para construir una cultura compartida de mejora continua. Hacen pública información importante para generar impulso, segmentan las escuelas para la rendición de cuentas y el apoyo, y utilizan datos para impulsar mejoras en todos los niveles”.

Con respecto a la innovación, los autores plantean que es importante registrar las buenas prácticas y sistematizar evidencias que contribuyan a escalarlas. Esto implica la apertura a un “aprendizaje horizontal” (entre escuelas, distritos, provincias), en el que las reformas no suceden solo de arriba abajo: “Los sistemas exitosos crean espacio para la innovación y miden lo que innovan para agregarlo a la base de evidencia existente”, dice el informe. Y agrega que “se necesita innovación tanto para mejorar la eficacia de las intervenciones existentes como para crear modelos más escalables”.

Cuando hablan de “innovación”, los autores no se refieren a pedagogías alternativas. Por el contrario, subrayan por ejemplo que “los enfoques pedagógicos estructurados proporcionan la mejor base empírica para mejorar la alfabetización y las habilidades matemáticas en los países de bajos ingresos”. En ese sentido, para ellos la pregunta por la innovación apunta por ejemplo a cómo escalar a nivel nacional experiencias de aprendizaje basadas en esos enfoques pedagógicos que podrían considerarse “tradicionales”.

¿Por qué fracasan las reformas? Sobre este punto, los autores también identifican algunos hallazgos: falta de claridad o contradicciones en las prioridades, discontinuidad en los liderazgos, capacidad de implementación limitada o rechazo por parte del sistema aparecen entre los factores que pueden impedir los avances necesarios para dejar atrás la pobreza de aprendizaje.

Fuente: Alfredo Dillon para www.infobae.com

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